La eternidad de Egon Schiele
Desde la celda en la que pasó tres semanas en 1912, uno de los mayores expositores del expresionismo austriaco, Egon Schiele, nacido el 12 de junio de 1890, pintaba lo que estaba a su alcance, y al reverso de la pintura en la que mostró dos sillas y un cubo escribió: “El arte no puede ser moderno. El arte es primordialmente eterno”.
Andrea Jaramillo Caro
Entre el contraste moderno del pavimento y los carros que lo transitan con los jardines centenarios de Belvedere, en Viena, se erige un palacio blanco de techo verde. Sus grandes ventanas que cubren los tres pisos son espejos del pasado que permiten ver en los fragmentos de la decoración los ecos de la realeza que alguna vez caminó por estos pasillos. Dos estatuas de leones custodian uno de los caminos del jardín que rodea el Palacio Belvedere Alto, hoy convertido en galería, y el piso de piedras color crema resuena con el paso de los turistas y vieneses que lo visitan. La entrada a la galería es un sueño en blanco, con un techo decorado con arabescos de estuco, cuatro pilares esculpidos como el titán Atlas que cargan con el peso del palacio a sus espaldas y una escalera barroca que contrasta con los contenidos modernos de las salas del segundo piso.
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Entre el contraste moderno del pavimento y los carros que lo transitan con los jardines centenarios de Belvedere, en Viena, se erige un palacio blanco de techo verde. Sus grandes ventanas que cubren los tres pisos son espejos del pasado que permiten ver en los fragmentos de la decoración los ecos de la realeza que alguna vez caminó por estos pasillos. Dos estatuas de leones custodian uno de los caminos del jardín que rodea el Palacio Belvedere Alto, hoy convertido en galería, y el piso de piedras color crema resuena con el paso de los turistas y vieneses que lo visitan. La entrada a la galería es un sueño en blanco, con un techo decorado con arabescos de estuco, cuatro pilares esculpidos como el titán Atlas que cargan con el peso del palacio a sus espaldas y una escalera barroca que contrasta con los contenidos modernos de las salas del segundo piso.
Aunque el recorrido entre estas lleva al espectador por una línea temporal que abarca varios siglos y estilos artísticos, en las paredes del Alto Belvedere cuelgan algunas de las obras más emblemáticas del arte vienés. Una de ellas es el beso más reconocido, del maestro del dorado, Gustav Klimt. El hombre que popularizó la hoja de oro como parte de sus piezas comparte el espacio con aquel que fue uno de sus alumnos y que se convirtió en uno de los exponentes del expresionismo austríaco por su estilo crudo, erótico y sexual, Egon Schiele.
Obras como La familia (1918), El abrazo (1917) y Muerte y niña (1915), hacen que caminar entre las salas de la galería se convierta en un viaje entre el cuerpo y la mente humana, resaltado por los artistas vieneses que marcaron el período moderno con sus pinturas e influencia de nombres como Sigmund Freud. La paleta de colores de Schiele, su trazo con el pincel y sus temas demuestran un afán por indagar dentro de lo profundo del ser humano y descubrir desde un ángulo psicológico los secretos del cuerpo humano entre la sexualidad y el temor a la muerte.
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Las obras llaman a la gente como sirenas, invitando al espectador a echar un vistazo a la psique del artista, cuya corta vida estuvo plagada de controversias, que se caracterizó por su forma particular de plasmar el cuerpo humano y por utilizar la técnica de dibujo continuo, como ya lo había hecho Auguste Rodin. Hacer uso de esa técnica le permitía “crear sus bocetos figurativos sueltos y fluidos. Requería un contacto visual constante con el modelo en vivo, lo que hacía que el proceso de dibujo de Schiele fuera una experiencia íntima entre él y su modelo. Sus modelos a menudo incluían a personas que conocía, por ejemplo su esposa, hermana y amantes, pero también presentaba ocasionalmente a jóvenes prostitutas de las calles de Viena”, de acuerdo con la galería Tate de Londres.
De esta forma creó varios de sus retratos y autorretratos, que pintó hasta el día de su muerte, el 31 de octubre de 1918, a los 28 años, a causa de la gripe española, que también se llevó a su mentor y a su familia. Egon Schiele no siempre estuvo fascinado únicamente por el cuerpo humano. Su historia con las obsesiones temáticas es de vieja data y se remonta a su infancia. Al ser hijo de un padre de origen alemán, Adolf Schiele, que fue el jefe de estación de Tulln en los Ferrocarriles Estatales de Austria, su primer objeto de afición fueron los trenes. Pasaba horas dibujando estas máquinas y gastó una gran cantidad de materiales en ellos, demostrando desde joven su orientación hacia el campo artístico.
Esto comenzó a volverse preocupante para su padre, quien destrozó uno de sus cuadernos de dibujo frente a él cuando llegó a la conclusión de que su hijo no seguiría con la tradición familiar. Este fue el inicio de una corta carrera que estuvo marcada por la controversia y el escándalo en su vida personal y profesional. A pesar de las múltiples veces en las que su nombre estuvo en el ojo del huracán, Schiele gozó de notoriedad y éxito.
Durante sus primeros años mostró una personalidad tímida y se retraía dentro de su arte, cosa que hacía que su desempeño escolar no fuera el mejor. “La juventud de Schiele, sin embargo, se vio ensombrecida por el descenso gradual de su padre a la locura y su muerte prematura, experiencias traumáticas que explican los estados de ánimo intensos, a menudo sombríos, de sus obras”, escribió Kai Artinger en su libro de 1990, Egon Schiele: vida y obra. El padre de Schiele murió de sífilis cuando el artista tenía 15 años. Es sabido que, como era una práctica común en la época, visitaba burdeles y así pudo haber contraído la enfermedad. La muerte de su padre, para el escritor y periodista Nigel Jones, “unió de forma indeleble el amor, la enfermedad y la muerte en la mente del joven y marcó el rumbo de su vida y su arte”, según escribió para la revista The Critic.
Este evento dejó a Schiele, a sus dos hermanas, Melanie y Gertrude, y a su madre al cuidado de su tío Leopold Czihaczek, quien impulsó al joven artista a perseguir sus sueños, luego de que fuera aceptado en la Academia de Artes de Viena a los 16 años. La rigurosidad y el clasicismo de la academia, bajo la guianza de su profesor Christian Griepenkerl, probaron no ser del agrado de Schiele. Aunque las dinámicas de la institución no fueron sus preferidas, su paso por la academia le dio un acercamiento al expresionismo y proporcionó el primer encuentro con Gustav Klimt, a quien buscó como mentor en 1907. Con 45 años, Klimt compraba las obras de Schiele, le proporcionaba modelos y lo presentaba con posibles patrones.
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Algunos de sus trabajos de este período permiten identificar la influencia que Klimt tuvo en el estilo de Schiele. Un ejemplo es el retrato que realizó de su hermana menor Gertrude, en 1909, de acuerdo con el texto de Justin Wolf publicado en The Art Story, “la imagen no es tanto decorativa como estática y suave, como si Schiele estuviera moldeando a su modelo en arcilla. Además, Schiele reemplazó la paleta ricamente brillante y dominada por el oro de Klimt con colores más apagados, creando una imagen que parece seca, sugiriendo una decadencia en lugar de un crecimiento”. Esta no fue la única vez en la que Schiele retrató a su querida “Gerti”, la relación cercana entre el par de hermanos es bien conocida y se ha especulado sobre la naturaleza de su cercanía. A pesar de que esto les llegó a causar problemas en la adolescencia, continuaron siendo cercanos hacia la edad adulta y ella se convirtió en una de sus modelos favoritas.
Gertrude Schiele fue solo uno de los muchos nombres de mujeres que fueron pintadas por el artista. Su esposa, Edith Harms; su cuñada, Adele Harms, y su amante, Walburga (Wally) Neuzil, quien también fue modelo de Klimt y se especula que su amante, son parte del grupo de modelos que Schiele dibujó y pintó con líneas fluidas y colores poco exagerados. Más allá de compartir el amor de una mujer o la influencia pictórica que tuvo el maestro sobre el alumno, la relación entre los dos artistas permitió que Klimt presentara al joven Schiele las ideas de otros artistas, como Vincent van Gogh, Edvard Munch, el movimiento Jugendstil y colectivo de artistas y diseñadores progresistas conocido como el Taller de Viena.
A pesar de haber sido el alumno más joven admitido en la academia, Schiele no se quedó para terminar lo que allí había empezado, y en 1909, con 19 años, se retiró insatisfecho con las enseñanzas. Creía que su profesor estaba aplastando a la nueva generación de artistas con el tradicionalismo y rigurosidad. A Schiele se unieron otros estudiantes que también se rebelaron frente a estos cánones y juntos crearon el Neukunstgruppe, Nuevo Grupo de Arte. Los años siguientes estuvieron llenos de exhibiciones y un desarrollo del estilo propio de Schiele, y junto al grupo recién creado expuso su obra en múltiples ocasiones. El idilio duró poco, pues fue el propio Schiele quien en 1911 le dio inicio a la ruptura del grupo cuando se alejó del estilo decorativo heredado de Klimt y comenzó a experimentar con el expresionismo.
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Es aquí donde en sus obras se puede evidenciar el cambio drástico que significó su exploración del cuerpo y la mente humana. De acuerdo con Jones, “los primeros trabajos de Schiele fueron obsesivamente narcisistas. A menudo usando un espejo, dibujó y pintó docenas de autorretratos de sí mismo en actitudes incómodas: brazos extendidos estilo crucifijo, dedos separados y piernas dobladas a la altura de las rodillas”. Se retrató desnudo en múltiples ocasiones, al igual que lo hacía con sus modelos.
Durante el mismo año en el que se retiró del grupo, el crítico de arte Arthur Rosler organizó la primera exposición de Schiele en solitario. 1911 fue un período de éxitos, tragedias y escándalos. Durante ese año comenzó su relación con Wally Neuzil y juntos dejaron Viena para mudarse a Ceský Krumlov.
La llegada de la pareja no fue bien recibida, pues a pesar de tener conexiones allí por ser esta la ciudad natal de la madre de Schiele, sus vecinos no aprobaban el estilo de vida bohemio de los recién llegados, ni el hecho de que estuvieran viviendo juntos “en pecado” o la tendencia del artista de emplear adolescentes locales como modelos para sus obras. “Cuando Schiele fue visto pintando un desnudo en su jardín en 1911, se le ordenó perentoriamente que abandonara la ciudad”, escribió Jones. Durante su estadía en la ciudad escribió a su tío en una de sus cartas: “Iré tan lejos que la gente quedará aterrorizada al ver cada una de mis obras de arte ‘vivas’”, y logró su cometido, pues entendía que los estándares morales de la época entre la sociedad vienesa hacían que su obra escandalizara a muchos y atrajera a otros.
Luego de haber sido expulsados de la ciudad, antes conocida como Krumau, la pareja se mudó a Neulengbach en 1912. Allí el artista continuó con su estilo de vida bohemio. Abría su residencia a los jóvenes locales como un lugar para pasar el tiempo, por ejemplo. Durante este año participó en varias exhibiciones que se realizaron en Budapest, Colonia, Viena y Praga. Este fue un punto crucial en la vida de Schiele, cuya obra estaba cumpliendo con su objetivo, pues fue criticada arduamente por varios periódicos de la época. El idilio llegó a su fin cuando una niña de 13 años se escapó de su casa y pidió a Schiele y Neuzil que la llevaran a Viena con su abuela. Sin embargo, de acuerdo con lo escrito por Jane Kallir, autora del catálogo razonado de Egon Schiele, “una vez en la ciudad, la niña se acobardó y los tres regresaron a Neulengbach un día después. Para entonces, sin embargo, el padre de la adolescente había presentado cargos por secuestro y estupro, lo que llevó a la policía a realizar una investigación exhaustiva sobre el artista. En el curso de esa investigación se presentó un tercer cargo contra Schiele: que había cometido el delito de “inmoralidad pública”, porque los menores que pasaban el rato en su estudio después de la escuela supuestamente habían estado expuestos a obras de arte eróticas”.
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A pesar de que los documentos de la corte no sobrevivieron, se sabe que durante el curso de la investigación el artista pasó tres semanas en prisión antes de su juicio. Esto no lo detuvo y continuó pintando y creando más obras. “Típicamente, continuó dibujando: retratándose a sí mismo como una figura de Cristo contorsionada, martirizada por su arte, los únicos puntos de luz en un mundo oscuro eran las naranjas que Wally arrojaba lealmente a través de la ventana de su celda. Schiele, con la cabeza afeitada como un convicto, escribió en una imagen: “Obstaculizar al artista es un crimen: es asesinar la vida de raíz”. Cuando Schiele llegó a la corte fue absuelto de secuestro y violación, pero condenado por indecencia”, escribió Jones. Durante el juicio el juez, escandalizado por la naturaleza erótica de los dibujos y pinturas de Schiele, quemó una de sus obras frente a él.
Este fue el incidente más público en la carrera de Schiele y, a pesar de esto, el artista seguía vendiendo sus obras y disfrutando de una fama que le permitía continuar creando y exhibiendo. De esta serie de eventos surgió un Schiele reflexivo que al poco tiempo decidió dejar de retratar a modelos menores de edad y regresó a Viena. Ya en la ciudad consiguió un estudio frente al cual vivía su futura esposa, Edith Harms, con su hermana Adele. Schiele, en 1914, decidió pedir la mano de Edith en matrimonio, buscando una relación más respetable entre la sociedad vienesa y, al mismo tiempo, mantener su amorío con Neuzil. No obstante, fue ella la que decidió cortar sus lazos con el artista al enterarse de sus intenciones de matrimonio. El impacto de esta ruptura se vio reflejada en su obra de 1915 titulada Muerte y dama, en la que la figura masculina de la muerte aparece abrazando a una joven.
De acuerdo con Jones, esta decisión no fue motivada únicamente por temas sociales, “celoso de que su hermana/modelo Gerti se hubiera casado con su amigo y colega artista Anton Peschka, Schiele decidió abruptamente casarse con él mismo”, escribió: “Aunque lamentó la ruptura con Wally, Schiele se casó apresuradamente con Edith en junio de 1915, después de haber recibido sus documentos de convocatoria militar, ya que a los soldados casados se les permitía estar acompañados por sus esposas durante el entrenamiento. Schiele continuó trabajando y exhibiendo, incluidas imágenes de prisioneros de guerra rusos que estaba custodiando. El matrimonio y la vida militar le convenían y supusieron un cambio definitivo tanto en su estilo como en sus temas”. Durante este período pintó paisajes naturales y de ciudades, al igual que prisioneros de guerra. Dejó atrás aquellas obras de juventud en las que predominaban la crudeza y la sexualidad para volcarse hacia un estilo apenas más tradicional, en el que sus modelos, especialmente su esposa, ya aparecían vestidas.
Pasaron dos años antes de que los recién casados pudieran regresar a Viena. Durante la guerra Schiele tuvo exhibiciones exitosas en Berlín, Praga, Zúrich y Dresden. Para 1917 pudo volver a concentrarse de lleno en su carrera artística. En 1918, en febrero, la gripe española cobró como víctima a uno de los personajes cruciales en la vida de Schiele, Gustav Klimt. Ese mismo año, a pesar del duelo, experimentó gran éxito luego de que 50 de sus obras fueran admitidas en la edición número 49 de la exhibición del Grupo de Artistas de Secesión, incluso le fue comisionado el afiche promocional, en el que tomó inspiración de la escena de la última cena y se puso a sí mismo en el lugar de Cristo.
El fallecimiento de su mentor, a quien dibujó en un último retrato en su lecho de muerte, no fue la única instancia que ensombreció los últimos meses de vida de Schiele. “Esa misma primavera, Edith Schiele quedó embarazada. Un Schiele exultante celebró el evento pintando La familia, mostrándose desnudo con su esposa y su bebé, un retrato profético destinado a nunca cumplirse. La pandemia de gripe continuó haciendo estragos”, escribió Jones. La alegría de la promesa de una nueva vida duró unos cortos seis meses, pues la gripe se llevó a Edith Schiele y su hijo no nato el 28 de octubre de 1918. Mientras su esposo hacía la función de enfermero, también fungió como retratista exclusivo de sus últimos momentos, “como si pudiera contener la muerte de la única manera que conocía: a través del arte”.
Tres días más tarde la muerte llegó por él, el 31 de octubre, en la forma del mismo virus que se llevó a su esposa. Hasta el día de su muerte Schiele continuó dibujando y cuando dio su último suspiro dejó como legado 300 pinturas y más de 3.000 dibujos. Su legado se mantiene en el tiempo como un recordatorio eterno de una exploración en el interior del ser humano en cuerpo y alma en forma pictórica, tal y como escribió en su diario el 22 de abril de 1912, durante su estancia en la cárcel: “Como la divinidad, llámese Buda, Zoroastro, Osiris, Zeus o Cristo, el arte encarna un principio eterno y no obedece al tiempo”.