La exposición que muestra la relación de Botero con la iconografía cristiana
Hasta el 4 de febrero se presenta la muestra “Botero. Via Crucis”, en Milán, centrada, en especial, en el ciclo de 2010 y 2011 que realizó el artista sobre la Pasión de Cristo.
Gonzalo Sánchez/ EFE
En el colorido y voluminoso mundo de Fernando Botero hay Cristos y Vírgenes que recorren su propio “Vía Crucis” entre la indiferencia de la Humanidad, un mensaje que resuena con más fuerza en su primera exposición póstuma, inaugurada ayer en Italia, bajo los ecos de un mundo cada vez más incierto.
La ciudad italiana de Milán (norte) acoge hasta el 4 de febrero en el Museo della Permanente la muestra Botero. Via Crucis, con sesenta obras en las que se revela la particular relación de este maestro de la contemporaneidad con la iconografía cristiana.
Se trata de la primera exposición póstuma de Botero, fallecido el pasado 15 de septiembre a los 91 años y cuyas cenizas precisamente reposan en el pueblo italiano de Pietrasanta (centro), durante décadas su segundo hogar, junto a las de su esposa y artista, Sophia Vari.
“El maestro rompe fronteras y va más allá de todo. Hace un llamado al pasado y a la actualidad, porque hemos sido indiferentes ante el dolor y la violencia”, explica la embajadora de Colombia en Italia, Ligia Margarita Quessep Bitar, durante la inauguración.
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La pasión de Botero
El pintor pergeñó a lo largo de su carrera universos sensuales y folclóricos, con su personalísima concepción del volumen y la forma, pero también se zambulló en la potente imaginería cristiana y en las escenas de devoción tan propias de la Colombia de su infancia.
Por eso, la exposición de Milán, organizada en colaboración con la Embajada de Colombia en Italia, entre otras instituciones, gira en torno a su ciclo realizado entre 2010 y 2011 sobre la Pasión de Cristo compuesto con 27 lienzos y 33 dibujos.
Sobre la tela o el papel, los colores vivos y las formas blandas y suaves tan propias de su arte dan forma a la escenificación misma del dolor, al camino de Jesús a la Cruz. Pero el Cristo de Botero no tiene viso alguno de divinidad, es un hombre corriente que sufre en un mundo de pecado que podría ser hoy o, segura y lamentablemente, mañana.
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Contra la indiferencia
Por eso, en una escena un Cristo gordo recibe el beso traicionero de un Judas moderno, con camisa y reloj de muñeca, de piel verdosa, mientras dos soldados romanos esperan a apresarlo entre una multitud de sujetos indiferente, entre la que le maestro se autorretrató.
En otro momento del ciclo, el mesías aparece rendido, cubierto por la sangre que emana de su frente herida por su martirio, un “Ecce Homo” humillado más si cabe por la indolencia de más personajes de aspecto moderno que ni siguiera le miran.
Pero al final del recorrido de Botero se alza el símbolo más excelso de la devoción, María, retratada en una enorme tela, gigante y con el pecho abierto, mientras sostiene en su regazo a su hijo ya inerte, a los pies de una cruz que, como Él, sangra.
En definitiva, aquel calvario bíblico reinterpretado por el maestro colombiano no solo se suma a la gran tradición religiosa de la Historia del Arte, sino que plantea una profunda reflexión sobre la violencia y las injusticias sociales de nuestro tiempo.
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Tal es así que con este “Via Crucis”, el artista, ya en edad madura, culminó una serie sobre la indefensión, integrada por Violencia en Colombia (2001), sobre las décadas de dolor y guerra, y Abu Ghraib (2005), sobre las torturas estadounidenses en Irak.
Un viaje de vuelta
Las pinturas que componen este ciclo proceden de su país natal, en concreto del Museo de Antioquia, al que se las donó hace una década, y resuenan con más fuerza si cabe en un país, Italia, del que bebió, que fue una inconmensurable fuente de inspiración para el artista.
“Él no está presentando directamente un Vía Crucis bíblico, sino más bien el de los hombres y mujeres en la contemporaneidad, en un pueblo latinoamericano o italiano o de cualquier parte, donde la indiferencia, la muerte y el dolor están presentes permanentemente”, resume la directora del Museo colombiano, María del Rosario Escobar.
La embajadora consideró que esta muestra es “una grandísima oportunidad” para Colombia de seguir celebrando al “gran embajador de arte” que fue el artista. Por eso, estas obras llegadas desde dicho museo, en su ciudad natal, Medellín, pasarán dos meses en Milán para después ser llevadas a la ciudad española de Sevilla y luego regresar a Italia, a Turín (norte).
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La exposición se vio trastocada por la pandemia y solo ha podido celebrarse ahora, sin el autor, aunque siempre quedaran sus obras para reivindicar las cruces que porta la Humanidad: “Nos hace mucha falta el maestro Botero. Es como un mundo nuevo sin él”, lamenta la directora del Museo de Antioquia.
En el colorido y voluminoso mundo de Fernando Botero hay Cristos y Vírgenes que recorren su propio “Vía Crucis” entre la indiferencia de la Humanidad, un mensaje que resuena con más fuerza en su primera exposición póstuma, inaugurada ayer en Italia, bajo los ecos de un mundo cada vez más incierto.
La ciudad italiana de Milán (norte) acoge hasta el 4 de febrero en el Museo della Permanente la muestra Botero. Via Crucis, con sesenta obras en las que se revela la particular relación de este maestro de la contemporaneidad con la iconografía cristiana.
Se trata de la primera exposición póstuma de Botero, fallecido el pasado 15 de septiembre a los 91 años y cuyas cenizas precisamente reposan en el pueblo italiano de Pietrasanta (centro), durante décadas su segundo hogar, junto a las de su esposa y artista, Sophia Vari.
“El maestro rompe fronteras y va más allá de todo. Hace un llamado al pasado y a la actualidad, porque hemos sido indiferentes ante el dolor y la violencia”, explica la embajadora de Colombia en Italia, Ligia Margarita Quessep Bitar, durante la inauguración.
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La pasión de Botero
El pintor pergeñó a lo largo de su carrera universos sensuales y folclóricos, con su personalísima concepción del volumen y la forma, pero también se zambulló en la potente imaginería cristiana y en las escenas de devoción tan propias de la Colombia de su infancia.
Por eso, la exposición de Milán, organizada en colaboración con la Embajada de Colombia en Italia, entre otras instituciones, gira en torno a su ciclo realizado entre 2010 y 2011 sobre la Pasión de Cristo compuesto con 27 lienzos y 33 dibujos.
Sobre la tela o el papel, los colores vivos y las formas blandas y suaves tan propias de su arte dan forma a la escenificación misma del dolor, al camino de Jesús a la Cruz. Pero el Cristo de Botero no tiene viso alguno de divinidad, es un hombre corriente que sufre en un mundo de pecado que podría ser hoy o, segura y lamentablemente, mañana.
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Contra la indiferencia
Por eso, en una escena un Cristo gordo recibe el beso traicionero de un Judas moderno, con camisa y reloj de muñeca, de piel verdosa, mientras dos soldados romanos esperan a apresarlo entre una multitud de sujetos indiferente, entre la que le maestro se autorretrató.
En otro momento del ciclo, el mesías aparece rendido, cubierto por la sangre que emana de su frente herida por su martirio, un “Ecce Homo” humillado más si cabe por la indolencia de más personajes de aspecto moderno que ni siguiera le miran.
Pero al final del recorrido de Botero se alza el símbolo más excelso de la devoción, María, retratada en una enorme tela, gigante y con el pecho abierto, mientras sostiene en su regazo a su hijo ya inerte, a los pies de una cruz que, como Él, sangra.
En definitiva, aquel calvario bíblico reinterpretado por el maestro colombiano no solo se suma a la gran tradición religiosa de la Historia del Arte, sino que plantea una profunda reflexión sobre la violencia y las injusticias sociales de nuestro tiempo.
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Un viaje de vuelta
Las pinturas que componen este ciclo proceden de su país natal, en concreto del Museo de Antioquia, al que se las donó hace una década, y resuenan con más fuerza si cabe en un país, Italia, del que bebió, que fue una inconmensurable fuente de inspiración para el artista.
“Él no está presentando directamente un Vía Crucis bíblico, sino más bien el de los hombres y mujeres en la contemporaneidad, en un pueblo latinoamericano o italiano o de cualquier parte, donde la indiferencia, la muerte y el dolor están presentes permanentemente”, resume la directora del Museo colombiano, María del Rosario Escobar.
La embajadora consideró que esta muestra es “una grandísima oportunidad” para Colombia de seguir celebrando al “gran embajador de arte” que fue el artista. Por eso, estas obras llegadas desde dicho museo, en su ciudad natal, Medellín, pasarán dos meses en Milán para después ser llevadas a la ciudad española de Sevilla y luego regresar a Italia, a Turín (norte).
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La exposición se vio trastocada por la pandemia y solo ha podido celebrarse ahora, sin el autor, aunque siempre quedaran sus obras para reivindicar las cruces que porta la Humanidad: “Nos hace mucha falta el maestro Botero. Es como un mundo nuevo sin él”, lamenta la directora del Museo de Antioquia.