La Feria del Libro de Bogotá y sus promesas (Letras de feria)
En la Feria del Libro de Bogotá se venden obras que prometen reflexiones, revelaciones o un momento de aislamiento. Un homenaje al libro entre charlas, lluvia y escritores.
Laura Camila Arévalo Domínguez
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Sería muy raro ver a alguien leyendo durante la FILBo. ¿Cómo la cubrimos los periodistas culturales? Depende. Si es una reportería que pretende informar sobre el ambiente, la cantidad de gente y hasta el clima, vamos en Corferias o a cualquier evento relacionado en la ciudad. Si, además, el objetivo son las charlas que se dan entre escritores, gestores, empresarios, etc, claro, también salimos. Pero si queremos hablar de los libros, el fin último de ese evento, pues nos quedamos en casa: hay que leer para hablar de las obras, preparar entrevistas y reseñar. Así que, claro, estamos en la calle, pero no durante toda la feria. De hecho, estamos más solos y recluidos para lograr algo más de concentración y velocidad: el cubrimiento total y absoluto de la programación sería posible contratando a un ejército de periodistas dedicados a un solo evento (este año se cuentan 1.600).
Así, para retomar la idea inicial, a la feria no se va a leer. Más bien, a ese lugar y en ese periodo de tiempo, se acude para ilusionarse con leer. Para prometerse un encuentro con cada compra anhelada o descubierta. También se va a reencontrarse con aquellos que produjeron los libros que nos conmovieron. Se va a escuchar a los viejos conocidos y a las nuevas caras que se lanzaron al incierto mundo de la industria editorial con todas sus sombras, encantos y desafíos.
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Uno de esos días, suspendí la lectura y volví a salir (hay otra crónica narrando la cotidianidad de la feria aquí). Llegué a Corferias y estaba lloviendo, así que avancé entre mi afán por encontrar la acreditación, no mojar todo con la sombrilla que me protegía y una búsqueda desesperada de un tapabocas que me ponía y me quitaba me ponía y me quitaba.
Faltaban quince minutos para que se iniciara un conversatorio entre Juan Álvarez y Nicolás Rocha Cortés, autor del libro “How I Met Your Mother”, editado por Rey Naranjo.
Antes de entrar, fui al baño. Al salir, busqué la sala en la que harían la charla. Me avergüenza mucho este momento: no sé porqué siento que debería saber dónde queda todo en Corferias, y entones, tímidamente, me paro en frente del mapa que hay sobre la calle o, con suerte, me encuentro a alguna persona que trabaje allí y me dé indicaciones. Y me dicen. Y salgo a toda velocidad para que no se me olvide y entrar a tiempo.
Durante la charla, Álvarez condujo una conversación con Rocha, un escritor bogotano de 27 años, sobre un libro basado en una serie (llamada igual, How I Met Yor Mother) que lo condujo a la reflexión de la memoria de los seres humanos, el azar y el amor. Este ensayo también profundizó sobre la vida más íntima de Rocha: momentos de melancolía extrema, desamor, relaciones familiares, desilusiones y fracasos profesionales. A partir del análisis sobre lo que narró esta serie estrenada en 2005, el también periodista explicó porqué había repetido tanto sus capítulos y se había refugiado en ella cuando tocó fondos emocionales que no había experimentado jamás: aquellos personajes tenían mucho de realidad. Se equivocaban, sufrían, eran superficiales, pero también profundos, fracasaban, lloraban y hasta se morían o padecían el duelo de alguien más, sin recuperarse a las dos horas o a los días. Estos personajes parecían vivir en la realidad, que no tiene amores eternos, rutinas perfectas ni mucho menos coherencia.
“‘How I Met Your Mother’ comenzó a influir en mi forma de ver el amor, de ver la vida. Esa serie llegó a mi vida cuando estaba entrando a la adolescencia. La veía de vez en cuando, me reía y ya. Después comencé a verla en orden y entendí otras cosas”, dijo Rocha durante la conversación, en la que también contó detalles sobre lo que fue el proceso de edición: “Le envié la primera versión del libro a mi editor, que lo recibió y me dijo ‘sí, pero no, hay que ordenar’, y ahí entendí que un libro no se publica rápido y que la publicación de una obra requiere de mucho tiempo de reescritura, edición y evolución, hasta que se madura, y ahí sí se publica”.
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“La decisión de escribir como oficio la tomé cuando me di cuenta de que no me gusta nada más. Cuando no escribo no me siento bien. Pero, cuando estoy solo en el cuarto y sale algo… esa sensación es única y se vuelve como una droga. Amo leer, amo hablar de libros, pero, sobre todo, amo escribir. El resto es añadidura”, mencionó dijo Rocha, quien en esta entrevista responde preguntas sobre su obra, sus rutinas como escritor, el desencanto que siente por la palabra “destino” y la serie en la se basó para escribir.
La charla de Rocha terminó, salí, paseé por dos pabellones y, de nuevo, busqué los baños que, por cierto, se mantienen limpios, dotados de papel higiénico y medianamente desocupados.
Pasaron 45 minutos y busqué otra charla. Tenía, otra vez, quince minutos para decidir a la que asistiría para comenzar a buscar la sala. Me gustó una titulada “Por qué exponer la fragilidad”, y Margarita Posada era una de las invitadas, así que me decidí. A pesar de que no había leído su libro, recordé que hacía varios meses había escuchado el capítulo de un pódcast en el que había hablado sobre la depresión (enfermedad que padece), y la escritura. Recordé que me gustaron muchas de las cosas que dijo.
La conversación fue entre Diana Ospina, Margarita Posada y el moderador Guido Tamayo
Ospina, según lo que entendí (no había leído su novela y tampoco había escuchado su nombre) escribió una novela en la que tuvo en cuenta episodios de su vida. El duelo, por ejemplo, por la pérdida de la madre de la protagonista de su libro, fue basado en el suyo, en el propio: “No habría podido describirlo sin haberlo vivido antes”, dijo.
Dijo, también, que debía comenzar a desmentirse esta creencia de que todos los artistas “han sufrido mucho”, y entonces por eso escriben, pintan o cantan. “Para escribir no hay que sufrir. Los que logran convertir su dolor en una obra de arte son más bien pocos y si ese fuese un detonante tan efectivo para ser artista, estaríamos repletos de premios Nobel en este país”.
Ospina, a diferencia de Posada, decidió escribir ficción teniendo muy en cuenta el dolor por la pérdida de su madre: “La ficción nos permite ordenar, podar los recuerdos para poner la luz sobre un tema y entonces escribirlo. Pero la vida no es así de ordenada”.
Por su parte, Margarita Posada entendió muy rápidamente que su libro tenía que ser basado en ella: “Yo solo sé escribir desde la entraña y tenía miedo de que este libro resultara cursi, pero dejé de temer porque entendí que tenía que hablar de mí”.
Tamayo le preguntó cómo había encontrado el coraje para narrar con tanta precisión su fragilidad y su enfermedad, cómo había decidió que lo escribiría tan detalladamente y se expondría de la forma en la que lo hizo. “Toda la vida he sufrido de exhibicionismo, pero eso me vino a traer resultados positivos, o así de positivos, solo hasta que me decidí a publicar ‘Las muertes chiquitas’. Y menos mal lo hice a pesar del miedo y de lo cursi que creía que quedaría”.
La escritora también se refirió a lo que su colega dijo sobre el oficio: “Lo que nos une a los artistas es que tenemos cierto tipo de incomodidad con el mundo y queremos representarla en nuestra obra. En el caso de los escritores: somos seres a los que le gusta la soledad, pero la que se siente sin vacío. Yo no soy tan sociable como creía y con este libro me di cuenta de que tenía que conectar conmigo”.