La Feria del Millón: una vitrina para democratizar el arte
La Feria del Millón, que se llevará a cabo en el Centro de Felicidad de Chapinero entre el 24 y el 27 de octubre, ha tenido como objetivo democratizar el arte. Uno de sus directores, Diego Garzón, habló sobre esta duodécima edición y los retos de organizarla.
Andrea Jaramillo Caro
¿Qué puede esperar el público de la edición de este año?
Hay varias novedades. La primera es la locación de la feria, ya que este año será en el Centro de Felicidad de Chapinero, que se acaba de inaugurar. Tenemos también el espacio 1K, que contiene obras de alrededor de mil dólares de artistas que comenzaron en la feria, pero que con el paso del tiempo se han ido valorizando. También tenemos Voltaje, el salón no comercial de arte y tecnología con videoarte, proyecciones y arte sonoro. Tendremos programación musical y planes para toda la familia.
¿Cómo han atravesado los cambios de locación a lo largo de su historia?
Para nosotros hay una desventaja hacia la organización del evento porque cada año nos toca buscar una locación y eso es difícil, pero es bueno para los visitantes de la feria: siempre hay una experiencia diferente. Este año estrenaremos un edificio, pero, generalmente, es al revés. En lugares como la Plaza de Toros, un edificio de oficinas abandonadas en el Nogal o el Hospital San Juan de Dios, nos ponemos el reto de adecuar estos espacios para que la experiencia sea la mejor posible para todos.
¿El tema de los lugares donde se ha realizado la feria cómo encaja con el objetivo de democratización del arte?
Va muy de la mano porque lo que buscamos es que las locaciones sean en diferentes puntos de la ciudad, eso ayuda a que también se descentralice un poco la oferta, porque a veces ciertos eventos siempre se dan en las mismas partes. La feria obliga unos recorridos diferentes de locaciones y eso hace que también los barrios cercanos se puedan acercar. La feria, por ejemplo, arrancó en Puente Aranda, ahí estuvimos seis años, y para esa localidad era muy raro una exposición de arte en una bodega. Hacer ir a todos los bogotanos de diferentes sectores de Bogotá hasta el San Juan de Dios, por ejemplo, era un reto interesante y afortunadamente ha funcionado muy bien en ese sentido la feria.
¿Qué fue lo más desafiante de realizar la primera Feria del Millón y cuáles son los retos a los que se siguen enfrentando?
Esto lo inicié con mi amigo arquitecto, Juan Ricardo Rincón. En ese momento lo vimos como una apuesta “divertida” de tener una feria de arte con obras que tuvieran un tope en precio. Decidimos hacer el experimento y el primer reto fue posicionar el evento con un nombre como “Feria del Millón”. La primera edición fue en una bodega en Puente Aranda, que antes era una textilera, teníamos el desafío de convencer a un público muy amplio de irse hasta Puente Aranda, a una bodega, a ver una exposición que se llamaba la Feria del Millón. Hemos seguido aprendiendo porque ninguno de nosotros había hecho eventos antes y tuvimos que instruirnos en ese sentido. El desafío sigue siendo muy parecido, aunque la feria ya sea reconocida, hay que seguir expandiendo el público, buscar el lugar y los recursos para realizarla.
¿Cuál es la reflexión más grande que le ha dejado haber creado este evento y continuarlo?
La idea surgió realmente instintivamente, no fue el resultado de un estudio de mercado, ni el resultado de una valoración del momento del mercado del arte. Nos dimos cuenta de que ese espacio hacía muchísima falta en Colombia, porque no somos una feria de galerías, sino de artistas. Cada año lo ratificamos porque aplican más de mil artistas en promedio, ojalá la feria pudiera ocurrir más veces, no solo en Bogotá, sino en diferentes partes del país.
¿Cómo desarrolló su interés por el arte?
Mis padres siempre fueron muy buenos lectores, les gustaba el arte y ese fue mi punto de partida. Eso despertó mi interés para estudiar periodismo en la Universidad Javeriana y allí empecé a entrar en el tema cultural. Luego, como redactor de la Revista Semana, afiné más mi gusto por el arte y tuve la fortuna de escribir dos libros: “Otras voces, otro arte”, en 2004, y “De lo que somos”, en 2011. Siempre me he enfocado en el arte contemporáneo colombiano y he logrado conocer a artistas de diferentes generaciones. Mi gusto se ha fortalecido más con la Feria del Millón.
¿Cuál diría que es el valor o la importancia de tener estos espacios en un país como el nuestro?
Creo que son fundamentales y ojalá sean muchos más, porque el arte tiene una capacidad de reflexionar sobre nuestro tiempo, el tiempo social, político, el tiempo en general. El arte habla del cambio climático, de la inteligencia artificial, de las fake news, y entre más espacios haya para ver cómo el arte comunica eso, será más valioso. El arte está para comunicar cosas mucho más serias y complejas de lo que es y hay que gozárselo en ese sentido también, como nos gozamos una buena canción, un buen libro o una película.
¿Cómo ve a Colombia posicionada en cuanto a las artes visuales en el panorama internacional?
De unas décadas para acá, artistas colombianos han estado en los principales eventos artísticos del mundo. Un ejemplo es Delcy Morelos, cuya obra está en la Bienal de Venecia, o Doris Salcedo. Son muchísimos. También nos destacamos en cuanto a la curaduría. En ese sentido, creo que Colombia está muy bien referenciada actualmente.
¿Cómo cree que la percepción de la palabra arte y del mundo del arte Ha cambiado en las comunidades que ha tocado la Feria del Millón?
Siento que con la feria lo que hemos buscado es democratizar el acceso al arte y lo que ha cambiado para bien lentamente es que la gente le pierda miedo al arte. Me refiero a que hay una prevención generalizada con el arte, tal vez por los espacios donde se exhiben, tal vez por la manera como se exhibe, tal vez en un museo se obliga a hablar pasito o no se puede hablar o la gente piensa que toca ser experto si uno quiere ir a una exposición como que uno siente que tiene que saber mucho. A lo mejor esto pasa a nivel mundial, pero acá lo que hemos buscado es demostrar que no, que el arte sigue siendo un tema importante que nos pone a pensar, pero que está al alcance de cualquier persona y en eso yo creo que hemos ido ganando terreno.
¿Qué puede esperar el público de la edición de este año?
Hay varias novedades. La primera es la locación de la feria, ya que este año será en el Centro de Felicidad de Chapinero, que se acaba de inaugurar. Tenemos también el espacio 1K, que contiene obras de alrededor de mil dólares de artistas que comenzaron en la feria, pero que con el paso del tiempo se han ido valorizando. También tenemos Voltaje, el salón no comercial de arte y tecnología con videoarte, proyecciones y arte sonoro. Tendremos programación musical y planes para toda la familia.
¿Cómo han atravesado los cambios de locación a lo largo de su historia?
Para nosotros hay una desventaja hacia la organización del evento porque cada año nos toca buscar una locación y eso es difícil, pero es bueno para los visitantes de la feria: siempre hay una experiencia diferente. Este año estrenaremos un edificio, pero, generalmente, es al revés. En lugares como la Plaza de Toros, un edificio de oficinas abandonadas en el Nogal o el Hospital San Juan de Dios, nos ponemos el reto de adecuar estos espacios para que la experiencia sea la mejor posible para todos.
¿El tema de los lugares donde se ha realizado la feria cómo encaja con el objetivo de democratización del arte?
Va muy de la mano porque lo que buscamos es que las locaciones sean en diferentes puntos de la ciudad, eso ayuda a que también se descentralice un poco la oferta, porque a veces ciertos eventos siempre se dan en las mismas partes. La feria obliga unos recorridos diferentes de locaciones y eso hace que también los barrios cercanos se puedan acercar. La feria, por ejemplo, arrancó en Puente Aranda, ahí estuvimos seis años, y para esa localidad era muy raro una exposición de arte en una bodega. Hacer ir a todos los bogotanos de diferentes sectores de Bogotá hasta el San Juan de Dios, por ejemplo, era un reto interesante y afortunadamente ha funcionado muy bien en ese sentido la feria.
¿Qué fue lo más desafiante de realizar la primera Feria del Millón y cuáles son los retos a los que se siguen enfrentando?
Esto lo inicié con mi amigo arquitecto, Juan Ricardo Rincón. En ese momento lo vimos como una apuesta “divertida” de tener una feria de arte con obras que tuvieran un tope en precio. Decidimos hacer el experimento y el primer reto fue posicionar el evento con un nombre como “Feria del Millón”. La primera edición fue en una bodega en Puente Aranda, que antes era una textilera, teníamos el desafío de convencer a un público muy amplio de irse hasta Puente Aranda, a una bodega, a ver una exposición que se llamaba la Feria del Millón. Hemos seguido aprendiendo porque ninguno de nosotros había hecho eventos antes y tuvimos que instruirnos en ese sentido. El desafío sigue siendo muy parecido, aunque la feria ya sea reconocida, hay que seguir expandiendo el público, buscar el lugar y los recursos para realizarla.
¿Cuál es la reflexión más grande que le ha dejado haber creado este evento y continuarlo?
La idea surgió realmente instintivamente, no fue el resultado de un estudio de mercado, ni el resultado de una valoración del momento del mercado del arte. Nos dimos cuenta de que ese espacio hacía muchísima falta en Colombia, porque no somos una feria de galerías, sino de artistas. Cada año lo ratificamos porque aplican más de mil artistas en promedio, ojalá la feria pudiera ocurrir más veces, no solo en Bogotá, sino en diferentes partes del país.
¿Cómo desarrolló su interés por el arte?
Mis padres siempre fueron muy buenos lectores, les gustaba el arte y ese fue mi punto de partida. Eso despertó mi interés para estudiar periodismo en la Universidad Javeriana y allí empecé a entrar en el tema cultural. Luego, como redactor de la Revista Semana, afiné más mi gusto por el arte y tuve la fortuna de escribir dos libros: “Otras voces, otro arte”, en 2004, y “De lo que somos”, en 2011. Siempre me he enfocado en el arte contemporáneo colombiano y he logrado conocer a artistas de diferentes generaciones. Mi gusto se ha fortalecido más con la Feria del Millón.
¿Cuál diría que es el valor o la importancia de tener estos espacios en un país como el nuestro?
Creo que son fundamentales y ojalá sean muchos más, porque el arte tiene una capacidad de reflexionar sobre nuestro tiempo, el tiempo social, político, el tiempo en general. El arte habla del cambio climático, de la inteligencia artificial, de las fake news, y entre más espacios haya para ver cómo el arte comunica eso, será más valioso. El arte está para comunicar cosas mucho más serias y complejas de lo que es y hay que gozárselo en ese sentido también, como nos gozamos una buena canción, un buen libro o una película.
¿Cómo ve a Colombia posicionada en cuanto a las artes visuales en el panorama internacional?
De unas décadas para acá, artistas colombianos han estado en los principales eventos artísticos del mundo. Un ejemplo es Delcy Morelos, cuya obra está en la Bienal de Venecia, o Doris Salcedo. Son muchísimos. También nos destacamos en cuanto a la curaduría. En ese sentido, creo que Colombia está muy bien referenciada actualmente.
¿Cómo cree que la percepción de la palabra arte y del mundo del arte Ha cambiado en las comunidades que ha tocado la Feria del Millón?
Siento que con la feria lo que hemos buscado es democratizar el acceso al arte y lo que ha cambiado para bien lentamente es que la gente le pierda miedo al arte. Me refiero a que hay una prevención generalizada con el arte, tal vez por los espacios donde se exhiben, tal vez por la manera como se exhibe, tal vez en un museo se obliga a hablar pasito o no se puede hablar o la gente piensa que toca ser experto si uno quiere ir a una exposición como que uno siente que tiene que saber mucho. A lo mejor esto pasa a nivel mundial, pero acá lo que hemos buscado es demostrar que no, que el arte sigue siendo un tema importante que nos pone a pensar, pero que está al alcance de cualquier persona y en eso yo creo que hemos ido ganando terreno.