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Hasta el momento de esta entrevista se sabía muy poco de Memoria, la nueva película de Apichatpong Weerasethakul rodada en Colombia y que resultara seleccionada para competir por la Palma de Oro en la edición 74° del Festival de Cannes.
Un póster con una figura que se confunde con las montañas, un trailer que muestra a la protagonista Tilda Swinton, quien interpreta a una cultivadora de orquídeas que sufre de un extraño síndrome, algunos sonidos, el título. Esos pocos elementos hicieron más grandes las expectativas. Con Swinton comparten cartel Elkin Díaz, Juan Pablo Urrego, el mexicano Daniel Giménez Cacho y la francesa Jeanne Balibar.
Weerasethakul nos tiene acostumbrados a desconcertarnos, y con Memoria no podría hacer la excepción. Después del estreno mundial en la Riviera francesa, este filme se colocaría entre los favoritos para ser premiado, días más tarde. Apichatpong Weerasethakul y parte de su equipo presente en Cannes caminarían una vez más por la alfombra roja para luego celebrar el Premio del Jurado compartido con la cinta del israelita Nadav Lapid (Ahed’s Knee).
Con El tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas el director tailandés ganó la Palma de Oro en 2010, y con Cementerio de Esplendor (2015) volvería a causar revuelo. Memoria era una de las películas más esperadas de esta edición y no defraudó. Apichatpong Weerasethakul relata algunos detalles del trabajo en Colombia y habla de su percepción hacia el país que le cautivó para siempre.
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¿Qué fue lo que encontraste en Colombia como para querer hacer allí tu primer filme fuera de Tailandia?
La primera impresión general que tuve fue el paisaje. Viéndolo desde la distancia lo sentía como muy activo en relación a movimientos de tierra. A través de las noticias me di cuenta que había mucho caos.
Mientras estaba viajando por el país estuviste escribiendo el el guion. ¿Fue un proceso nuevo para ti?, ¿cómo influenció en la escritura el paisaje y la gente que te fuiste encontrando por el camino?
Todo me influenció. Fui de Bogotá a Medellín, luego a Cali. Conocí a mucha gente, cineastas, artistas de colectivos locales. Todo lo que encontré en el camino contribuyó a desarrollar lo que entiendo como la esencia de Colombia. Para mí es un país de tristeza pero al mismo tiempo alberga la esperanza de continuar. Cuando llegué allí fue justo después de la firma de los tratados de paz, luego hubo protestas estudiantiles, pero en comparación con mi país siento que Colombia se está moviendo hacia adelante. Esa sensación de que está pasando siempre algo, de que hay un movimiento continuo, me resultó impresionante e inspirador. Para poner en orden mis ideas, me instalé en Choco cerca del mar, allí me quedé bastante tiempo para escribir, fueron momentos de paz interior y de reflexión.
¿Crees que a raíz de esas reflexiones en un entorno extraño encontraste a un nuevo tú como director?
Eso creo. Sentí que otra vez volvía a hacer una primera película. Tuve la sensación de tener menos miedo, que tenía que enfrentarme a cada una de las situaciones que se me presentaron. Sin embargo tuve la suerte de apoyarme en un equipo maravilloso.
¿Cómo fue el trabajo con el equipo colombiano, tanto el técnico como el artístico?
Tuve el mejor equipo que jamás me pudiera haber deseado. Nuestra conexión fue inmediata, hasta me iniciaron en el baile (se ríe) De verdad que disfruté mucho todo el proceso. No hay dudas de que el cine es una lengua franca, por lo que nos entendimos perfectamente.
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¿Cuáles fueron esas conversaciones que tuviste con colombianos que te nutrieron como artista y como persona?
Se me hizo inevitable establecer comparaciones con Tailandia, donde la gente es resiliente ante las situaciones cotidianas y políticas, ante el desastre a nivel nacional. La resiliencia, la fortaleza y fuerza de la gente constituyen un factor común entre Tailandia y Colombia. Esa suerte de manifiesto está insertado en la película de una manera abstracta, expresado a través de la oscuridad o del diseño de sonido, y Jessica, el personaje de Tilda (Swinton) camina a través de ese espacio vibrante.
En Memoria el personaje de Tilda viene a ser tu alter ego. Ambos exploran el país y sufren de un raro síndrome sensorial.
¿Cómo fue el intercambio de impresiones con ella?
Habíamos conversado mucho sobre la historia, pero ella se empapó más de la realidad colombiana cuando llegó al país, al integrarse y vivir allí. Tener a Tilda caminando por las calles ya era difícil y creo que parte de la idea de la película es precisamente ese intento de hacer que ella se integrara en el entorno.
¿Cómo Colombia pasó de ser una fascinación para convertirse en una obsesión?
(se ríe) No lo había pensado, pero creo que es cierto. Querer hacer una película tan lejos de Tailandia puede que tenga que ver con cierto hechizo. En este sentido la amistad es un motor definitivo, siento un gran amor y respeto hacia mi productora Diana Bustamante. Otros amigos míos me hicieron percibir muchas situaciones diferentes. Me empeñé en saber cómo es vivir en Colombia, por eso estuve en distintos lugares y hasta hice el viaje ayahuasca.
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¿También aprendiste español como parte de esa intención de conocer a fondo el país y su cultura?
Me encantó porque lo asumí como aprender música. Me dejé llevar por el ritmo, la cadencia de las palabras, los silencios. Es frustrante no poder hablar contigo ahora mismo en español (se ríe) Hablo muy poco, la verdad. Durante el rodaje tuvimos un coach que nos ayudó con el idioma, pero estuve tan ocupado con la película que no pude aprender más. Tal vez en un futuro lo logre.
Cuando cierras los ojos y piensas en Colombia, ¿dónde te ves?
(suspira y suelta un largo “oh”) En las montañas. Rodamos muy temprano por la mañana cerca de Pijao y fue como un momento de luminosidad. Me movió los recuerdos de Tailandia pero también de los libros que había leído sobre Latinoamérica, de los indígenas, en fin, todo lo que llevo por dentro.