La guardiana de los archivos de un periódico
Ofelia Muñoz habló sobre su trabajo como guardiana de los archivos históricos del periódico, un proceso clave para preservar su legado y memoria, desde la digitalización de su archivo fotográfico hasta el trabajo en la hemeroteca.
Diana Camila Eslava
¿Cuál es su trabajo en El Espectador?
Mi rol en El Espectador es ser la guardiana de los archivos. Aunque mi cargo es “jefe del centro de documentación”, yo me considero responsable de cuidar tanto el archivo fotográfico como la hemeroteca. Desde que llegué aquí, he sentido una gran conexión con los archivos, aunque al principio no los conocía bien. Con el tiempo, me he dedicado a salvaguardar todo el contenido y la historia, y esa sigue siendo mi tarea año tras año.
¿Qué significa ser la guardiana del archivo?
Desde que ingresé hasta 2016, trabajé en el archivo fotográfico, donde mi tarea era recibir y describir el material de los fotógrafos, archivándolo en negativos o en papel. Con la llegada de lo digital en 2003, junto con un compañero de fotografía, analizamos los costos de los negativos y de la producción digital, lo que nos llevó a comenzar a usar los sistemas de información para almacenar el material, asegurando que nada se perdiera. En 2016, pasé al centro de documentación, donde me encargué de la hemeroteca, asegurando que todos los periódicos publicados se subieran ordenadamente a la base de datos para facilitar su localización.
Y su trabajo también ha sido digitalizar todo el archivo de El Espectador...
Una de las tareas de las que me siento más orgullosa desde 2019 es la digitalización. Logramos digitalizar todo el material de prensa al 100%, desde 1893 hasta la fecha, incluyendo las revistas. Actualmente, estamos realizando convenios externos para continuar con este proceso. Parte de la información ya está en nuestra base de datos y otra se está subiendo a la nube para su consulta. El objetivo es que, en unos meses, podamos contar con un software que permita al público externo acceder al archivo, ya que está disponible para la venta de licencias de uso.
Hablemos de sus inicios. ¿Cuántos años tenía cuando llegó?
Llegué en 1993. Tenía 26 años. Yo crecí amando a El Espectador sin conocerlo. Siempre escuché a mi papá hablar de la familia Cano con un amor tan especial, tan único, que yo me preguntaba: ¿de dónde viene ese cariño tan grande? En algún momento mi papá estaba administrando una finca y conocimos a una familia que vivía allí. Uno de los hijos de esa familia fue quien llevó mi hoja de vida a El Espectador. Él la entregó un miércoles y el jueves me llamaron. El viernes estaba aquí con un contrato de trabajo. Me acuerdo muy bien de la entrevista porque fue justo después del 5-0 de Colombia contra Argentina, en septiembre de ese año. Danilo Pizarro, quien me entrevistó y al que recuerdo con mucho cariño, me hizo una pregunta muy curiosa: “Si yo te doy una fotografía de Faustino Asprilla, ¿cómo la archivarías?” Le respondí lo que se me ocurrió y parece que fue suficiente porque terminé firmando un contrato temporal para reemplazar a una chica que se fue a trabajar a Semana. Aquí sigo, 30 años después.
¿Cómo era trabajar en el archivo fotográfico?
Trabajar en el archivo fotográfico me gustaba mucho porque, cuando un periodista pedía una foto, debía contarme el contexto de su nota para saber qué buscar. No podía elegir una foto con una sonrisa si la noticia era triste, ni una de Cali llena de basura si, por ejemplo, se hablaría de su éxito en la COP16. Todo debía encajar con el contexto. Ahora, en el Centro de Documentación, sigo manejando la historia, que siempre me ha apasionado. También es clave la memoria gráfica: recordar fotos o temas trabajados. Esto me permite sugerir opciones, decir: “Podemos usar esta foto o este material ya lo hemos trabajado demasiado, mejor usemos otro”. Es una forma de conectar y guiar a quienes necesitan nuestro archivo, asegurándonos siempre que la historia esté bien representada.
Con todo lo que ha visto, ¿qué historias la han marcado?
Una de las historias que más me marcó fue el terremoto de Armenia en 1999. Fue algo muy fuerte, especialmente porque tenía familia allá, y la situación fue muy dura. Otra historia que me impactó, aunque no estaba aquí en ese momento, fue todo el proceso del narcotráfico. Fue un periodo doloroso para todos. Perdimos muchas personas, instalaciones y más, pero curiosamente, hoy la mayor parte de las ventas del Archivo Fotográfico del Centro de Documentación están relacionadas con ese tema. Todo el mundo, fuera de Colombia, quiere saber qué ocurrió en esa época. Y a nivel internacional, una historia que me conmovió profundamente fue el rescate de los mineros en Chile, en un 13 de octubre, que además es mi cumpleaños. Fue un evento que duró varios días, y ver cómo trabajaban para rescatarlos y cómo lo lograron me dejó muchas enseñanzas.
En su oficina, a su espalda, están las bibliotecas con los libros que resguardan los periódicos; en frente suyo un computador, y a su lado, hay una virgen del tamaño de un niño...
Sí, el tema de la virgen es muy especial. Es nuestra Señora de la Ternura, también conocida como la Virgen de la Esperanza. Esta imagen fue comprada por las señoras Cano cuando inauguraron el jardín infantil para los empleados en la Avenida 68. Desde entonces, ha estado en todas nuestras sedes, pero aquí no tenía un espacio propio. Un día me preguntaron: “Ofelia, ¿qué vamos a hacer con la virgen?” Yo respondí: “Me la llevo para la casa”, pero no pude, así que decidí organizarle un lugar en mi oficina, y desde entonces está conmigo. La siento como mi guardiana, mi protectora. Todo el mundo, creyentes o no, se detienen a observarla porque es una imagen muy hermosa. Algunas personas vienen a rezar el rosario o simplemente a contemplarla. Tal vez le confían sus pesares y los dejan a sus pies.
Muchas personas han pasado por esta redacción, ¿qué sentimiento le genera?
Bueno, yo sí soy de las personas que llora en todo momento. Igual, en todas las personalidades hay cosas bonitas y en otras, pues no tan bonitas. Algunas veces he pensado: “Dios mío, qué doloroso que se vayan.” Pero me encanta cuando un periodista viene y se despide porque se va a estudiar fuera del país, porque fue nombrado en otro cargo o siguió ascendiendo. Y me pasa muy comúnmente con las personas que vi llegar aquí de practicantes y que hoy ya se van de editores, que hoy ya se van para otros lugares, a ejercer otros cargos. Eso es bonito. La despedida más dolorosa de mi vida, y para muchas personas, fue en 1997, cuando la familia Cano se fue. Verlos sacar sus cajas fue muy doloroso. Yo los quería mucho. Seguimos adelante, pero si hay alguien que siempre me trató con cariño y cercanía, fue la familia Cano.
Y además del trabajo, ¿tiene otras aficiones?
La verdad no tengo muchas. Sin embargo, en los últimos años, algo muy personal ha llegado a mi vida: mi conversión a los caminos de Dios. Estar tan conectada con Él ha sido muy enriquecedor en muchos aspectos, aunque también conlleva algunos desencantos, pero al final sigues a Dios, no a las personas. Otra de mis pasiones es la cocina; me gusta mucho preparar distintos platos. En cuanto a los viajes, antes no me llamaban la atención, pero en 2010 gané un premio que incluía unos tiquetes para viajar, y fui a San Andrés.
¿Y cómo ve el futuro de esta casa editorial? Cuál es su proyección, después de tantos años acompañándola...
Nuestro lema siempre ha sido y será: seguimos adelante. Estuve aquí cuando la familia Cano se fue, cuando nos dijeron que pasábamos a semanario, y luego cuando volvimos a diario. En la pandemia, también nos dijeron: “No sabemos qué va a pasar, tal vez se acabe”. Han sido muchas situaciones difíciles, como en 1999, cuando salió mucha gente, o en 2001, cuando se fueron más compañeros. Hoy en día, viendo cómo avanza el mundo digital, con un equipo humano tan bueno, creo que el periódico tiene mucho por delante. Como nos dijeron en la última reunión, estamos aquí para otros 140 años. Y eso es a lo que invito a la gente, tanto interna como externa: a amar este periódico, este periodismo, esta casa. Hay que creer en todas las personas que están aquí.
Este periódico conoce qué es la resiliencia...
Hemos pasado por muchas pruebas, como cuando el narcotráfico nos golpeó tan fuerte en los ochenta o cuando las Torres Gemelas fueron atacadas. En ese momento, acabábamos de pasar de diario a semanario y la mayoría de la gente ya no estaba, pero ver cómo todos, incluso los que ya se habían ido, regresaron a ayudarnos fue hermoso. Lo mismo pasó cuando pusieron una bomba en el periódico; nadie se detuvo, la gente siguió trabajando, porque hay un amor contagioso en El Espectador. He hablado con muchas personas y todos dicen lo mismo: “Toda mi vida quise trabajar aquí y ahora que lo logré, estoy feliz de haberlo logrado”.
¿Cuál es su trabajo en El Espectador?
Mi rol en El Espectador es ser la guardiana de los archivos. Aunque mi cargo es “jefe del centro de documentación”, yo me considero responsable de cuidar tanto el archivo fotográfico como la hemeroteca. Desde que llegué aquí, he sentido una gran conexión con los archivos, aunque al principio no los conocía bien. Con el tiempo, me he dedicado a salvaguardar todo el contenido y la historia, y esa sigue siendo mi tarea año tras año.
¿Qué significa ser la guardiana del archivo?
Desde que ingresé hasta 2016, trabajé en el archivo fotográfico, donde mi tarea era recibir y describir el material de los fotógrafos, archivándolo en negativos o en papel. Con la llegada de lo digital en 2003, junto con un compañero de fotografía, analizamos los costos de los negativos y de la producción digital, lo que nos llevó a comenzar a usar los sistemas de información para almacenar el material, asegurando que nada se perdiera. En 2016, pasé al centro de documentación, donde me encargué de la hemeroteca, asegurando que todos los periódicos publicados se subieran ordenadamente a la base de datos para facilitar su localización.
Y su trabajo también ha sido digitalizar todo el archivo de El Espectador...
Una de las tareas de las que me siento más orgullosa desde 2019 es la digitalización. Logramos digitalizar todo el material de prensa al 100%, desde 1893 hasta la fecha, incluyendo las revistas. Actualmente, estamos realizando convenios externos para continuar con este proceso. Parte de la información ya está en nuestra base de datos y otra se está subiendo a la nube para su consulta. El objetivo es que, en unos meses, podamos contar con un software que permita al público externo acceder al archivo, ya que está disponible para la venta de licencias de uso.
Hablemos de sus inicios. ¿Cuántos años tenía cuando llegó?
Llegué en 1993. Tenía 26 años. Yo crecí amando a El Espectador sin conocerlo. Siempre escuché a mi papá hablar de la familia Cano con un amor tan especial, tan único, que yo me preguntaba: ¿de dónde viene ese cariño tan grande? En algún momento mi papá estaba administrando una finca y conocimos a una familia que vivía allí. Uno de los hijos de esa familia fue quien llevó mi hoja de vida a El Espectador. Él la entregó un miércoles y el jueves me llamaron. El viernes estaba aquí con un contrato de trabajo. Me acuerdo muy bien de la entrevista porque fue justo después del 5-0 de Colombia contra Argentina, en septiembre de ese año. Danilo Pizarro, quien me entrevistó y al que recuerdo con mucho cariño, me hizo una pregunta muy curiosa: “Si yo te doy una fotografía de Faustino Asprilla, ¿cómo la archivarías?” Le respondí lo que se me ocurrió y parece que fue suficiente porque terminé firmando un contrato temporal para reemplazar a una chica que se fue a trabajar a Semana. Aquí sigo, 30 años después.
¿Cómo era trabajar en el archivo fotográfico?
Trabajar en el archivo fotográfico me gustaba mucho porque, cuando un periodista pedía una foto, debía contarme el contexto de su nota para saber qué buscar. No podía elegir una foto con una sonrisa si la noticia era triste, ni una de Cali llena de basura si, por ejemplo, se hablaría de su éxito en la COP16. Todo debía encajar con el contexto. Ahora, en el Centro de Documentación, sigo manejando la historia, que siempre me ha apasionado. También es clave la memoria gráfica: recordar fotos o temas trabajados. Esto me permite sugerir opciones, decir: “Podemos usar esta foto o este material ya lo hemos trabajado demasiado, mejor usemos otro”. Es una forma de conectar y guiar a quienes necesitan nuestro archivo, asegurándonos siempre que la historia esté bien representada.
Con todo lo que ha visto, ¿qué historias la han marcado?
Una de las historias que más me marcó fue el terremoto de Armenia en 1999. Fue algo muy fuerte, especialmente porque tenía familia allá, y la situación fue muy dura. Otra historia que me impactó, aunque no estaba aquí en ese momento, fue todo el proceso del narcotráfico. Fue un periodo doloroso para todos. Perdimos muchas personas, instalaciones y más, pero curiosamente, hoy la mayor parte de las ventas del Archivo Fotográfico del Centro de Documentación están relacionadas con ese tema. Todo el mundo, fuera de Colombia, quiere saber qué ocurrió en esa época. Y a nivel internacional, una historia que me conmovió profundamente fue el rescate de los mineros en Chile, en un 13 de octubre, que además es mi cumpleaños. Fue un evento que duró varios días, y ver cómo trabajaban para rescatarlos y cómo lo lograron me dejó muchas enseñanzas.
En su oficina, a su espalda, están las bibliotecas con los libros que resguardan los periódicos; en frente suyo un computador, y a su lado, hay una virgen del tamaño de un niño...
Sí, el tema de la virgen es muy especial. Es nuestra Señora de la Ternura, también conocida como la Virgen de la Esperanza. Esta imagen fue comprada por las señoras Cano cuando inauguraron el jardín infantil para los empleados en la Avenida 68. Desde entonces, ha estado en todas nuestras sedes, pero aquí no tenía un espacio propio. Un día me preguntaron: “Ofelia, ¿qué vamos a hacer con la virgen?” Yo respondí: “Me la llevo para la casa”, pero no pude, así que decidí organizarle un lugar en mi oficina, y desde entonces está conmigo. La siento como mi guardiana, mi protectora. Todo el mundo, creyentes o no, se detienen a observarla porque es una imagen muy hermosa. Algunas personas vienen a rezar el rosario o simplemente a contemplarla. Tal vez le confían sus pesares y los dejan a sus pies.
Muchas personas han pasado por esta redacción, ¿qué sentimiento le genera?
Bueno, yo sí soy de las personas que llora en todo momento. Igual, en todas las personalidades hay cosas bonitas y en otras, pues no tan bonitas. Algunas veces he pensado: “Dios mío, qué doloroso que se vayan.” Pero me encanta cuando un periodista viene y se despide porque se va a estudiar fuera del país, porque fue nombrado en otro cargo o siguió ascendiendo. Y me pasa muy comúnmente con las personas que vi llegar aquí de practicantes y que hoy ya se van de editores, que hoy ya se van para otros lugares, a ejercer otros cargos. Eso es bonito. La despedida más dolorosa de mi vida, y para muchas personas, fue en 1997, cuando la familia Cano se fue. Verlos sacar sus cajas fue muy doloroso. Yo los quería mucho. Seguimos adelante, pero si hay alguien que siempre me trató con cariño y cercanía, fue la familia Cano.
Y además del trabajo, ¿tiene otras aficiones?
La verdad no tengo muchas. Sin embargo, en los últimos años, algo muy personal ha llegado a mi vida: mi conversión a los caminos de Dios. Estar tan conectada con Él ha sido muy enriquecedor en muchos aspectos, aunque también conlleva algunos desencantos, pero al final sigues a Dios, no a las personas. Otra de mis pasiones es la cocina; me gusta mucho preparar distintos platos. En cuanto a los viajes, antes no me llamaban la atención, pero en 2010 gané un premio que incluía unos tiquetes para viajar, y fui a San Andrés.
¿Y cómo ve el futuro de esta casa editorial? Cuál es su proyección, después de tantos años acompañándola...
Nuestro lema siempre ha sido y será: seguimos adelante. Estuve aquí cuando la familia Cano se fue, cuando nos dijeron que pasábamos a semanario, y luego cuando volvimos a diario. En la pandemia, también nos dijeron: “No sabemos qué va a pasar, tal vez se acabe”. Han sido muchas situaciones difíciles, como en 1999, cuando salió mucha gente, o en 2001, cuando se fueron más compañeros. Hoy en día, viendo cómo avanza el mundo digital, con un equipo humano tan bueno, creo que el periódico tiene mucho por delante. Como nos dijeron en la última reunión, estamos aquí para otros 140 años. Y eso es a lo que invito a la gente, tanto interna como externa: a amar este periódico, este periodismo, esta casa. Hay que creer en todas las personas que están aquí.
Este periódico conoce qué es la resiliencia...
Hemos pasado por muchas pruebas, como cuando el narcotráfico nos golpeó tan fuerte en los ochenta o cuando las Torres Gemelas fueron atacadas. En ese momento, acabábamos de pasar de diario a semanario y la mayoría de la gente ya no estaba, pero ver cómo todos, incluso los que ya se habían ido, regresaron a ayudarnos fue hermoso. Lo mismo pasó cuando pusieron una bomba en el periódico; nadie se detuvo, la gente siguió trabajando, porque hay un amor contagioso en El Espectador. He hablado con muchas personas y todos dicen lo mismo: “Toda mi vida quise trabajar aquí y ahora que lo logré, estoy feliz de haberlo logrado”.