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John D. Rockefeller es conocido por crear su fortuna prácticamente de cero. También es famoso por su filantropía. Fundó la que hoy es uno de los centros educativos más prestigiosos del mundo, la Universidad de Chicago. Y también, Rockefeller es conocido como un padre involuntario del derecho de competencia.
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A inicios del Siglo XX la revolución industrial se consolidaba. El continente americano aparecía como una tierra de oportunidades, donde todo estaba por hacerse. Estados Unidos se beneficiaba de las olas migratorias atraídas por las promesas de tierras baratas –casi regaladas— que el Gobierno ofertaba para popular el Oeste. Y ese mundo se movía con combustibles fósiles. Los Estados subsidiaban la producción y las industrias buscaban formas de hacer la exploración más eficiente. Ese, que era el gran negocio del siglo, también era el territorio de John D. Rockefeller. Su compañía, la Standard Oil, fue por años la reina. Sus utilidades superaban la riqueza de países enteros y aunque en buena medida la empresa fue construida con audacia y el pulso de un trabajo tenaz, también llevaba en sus espaldas el peso de haber crecido a punta de prácticas monopolísticas.
La visión de Rockefeller era clara: controlarlo todo. Desde el pozo petrolero, el oleoducto, hasta el transporte, pasando por tanques, las refinerías y las gasolineras. Una sola cadena. Además, el magnate compraba agresivamente a sus competidores. Si no se podía por las buenas, implementaba una estrategia que le resultó exitosa: los quebraba fijando precios irrisorios. Su poderoso músculo financiero se lo permitía. Para 1904, la empresa controlaba más del 90% del petróleo refinado. Su poder era solo comparable con el que tenía el Congreso o el presidente. Este control sobre el mercado le permitió a Rockefeller abaratar sus costos y crecer aún más su imperio.
El crecimiento vertiginoso, el poder empresarial privado a fines del Siglo XIX, era un ejemplo del progreso que generaba el capitalismo y la libertad. Era, además, un sello en la identidad de Estados Unidos. Como contracara de ese desarrollo estaban los juegos sucios. Grandes empresas se ponían de acuerdo para fijar precios y estándares de productos. Un gran fabricante de hierro de Pensilvania, por ejemplo, acordaba con otro de Illinois el precio, calidad y cantidad del producto que sacarían al mercado. Así, impulsaban más sus ventas y su poder. Ante el creciente interés por esta forma de hacer negocios, en 1890 el Congreso aprobó el Sherman Act, la primera ley antimonopolio.
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El Sherman Act fue el inicio del quiebre del imperio de Rockefeller. Para el Departamento de Justicia, era claro que él buscaba consolidar un monopolio en el mercado del petróleo, tan esencial para Estados Unidos. Standard Oil controlaba las refinerías, buena parte del transporte y la distribución. Su poder le permitía influir en los precios del transporte ferroviario para beneficiarse a sí mismo y para perjudicar a sus competidores. Por presión de Standard Oil, los trenes eran más costosos para quienes no estaban alineados.
El Departamento de Justicia demandó a Standard Oil. La Corte Suprema, finalmente, concluyó que las prácticas de la empresa restringían el comercio, pues practicaba un comportamiento monopolístico, es decir, usaba su poder para consolidarse como el único actor en el mercado y esto, a su vez, podría derivar en tres consecuencias nocivas: precios más altos, reducción de la producción y reducción de la calidad.
Este fue el primer caso en el que una decisión judicial disolvió un imperio. Los jueces ordenaron que Standard Oil se disolviera en 43 empresas. La desmembración corporativa llevó a la fundación de lo que hoy siguen siendo varias de las mayores compañías petroleras del mundo: Chevron, Exxon Mobil. Curiosamente, la sentencia adversa para Standard Oil fue una ganancia inesperada para Rockefeller. Como consecuencia, su fortuna se incrementó, porque las empresas disueltas valían más que el conjunto y su valor de mercado solo se incrementó después de la decisión. Rockefeller murió en mayo de 1937 como el hombre más rico de la era moderna y también como un padre involuntario del derecho de competencia.