La historia detrás del poder de Angela Merkel (II)
Narrar la vida de Angela Merkel es contar la historia reciente de Alemania. En el libro Angela Merkel, la física del poder, las periodistas Patricia Salazar Figueroa y Christina Mendoza Weber ofrecen un viaje a través de la vida de quien se convirtió en la primera mujer en ser canciller de Alemania.
María José Noriega Ramírez
A sus 35 años, Angela Merkel estaba convencida de que podía ser un actor clave en el proyecto de reunificación alemana. Y así fue: de su primer acto político, como lo fue su afiliación a Despertar Democrático, un pequeño partido fundado por un pastor luterano con la intención de defender la democracia, pasó, por su convicción de apego a la legalidad, a pertenecer y a dirigir el partido Unión Cristiano Demócrata (CDU), a desempeñar cargos públicos, tales como ser la ministra de Asuntos de la Mujer y la Juventud y la ministra de Medio Ambiente, y a, finalmente, ser elegida canciller de Alemania. En 2005, tras 16 años de estar activa en la política de un país que trataba de resurgir de las cenizas, Angela Merkel se convirtió en la primera mujer en gobernar su país.
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A sus 35 años, Angela Merkel estaba convencida de que podía ser un actor clave en el proyecto de reunificación alemana. Y así fue: de su primer acto político, como lo fue su afiliación a Despertar Democrático, un pequeño partido fundado por un pastor luterano con la intención de defender la democracia, pasó, por su convicción de apego a la legalidad, a pertenecer y a dirigir el partido Unión Cristiano Demócrata (CDU), a desempeñar cargos públicos, tales como ser la ministra de Asuntos de la Mujer y la Juventud y la ministra de Medio Ambiente, y a, finalmente, ser elegida canciller de Alemania. En 2005, tras 16 años de estar activa en la política de un país que trataba de resurgir de las cenizas, Angela Merkel se convirtió en la primera mujer en gobernar su país.
Desde sus comienzos en la arena política, Merkel ha sido una demócrata. “El solo nombre ya contenía un programa. Me di cuenta de que podía contribuir al desarrollo del movimiento y obedecí al sentimiento de quedarme donde hacía falta”. Así, su labor en Despertar Democrático, como la portavoz del partido, fue la de convencer a Occidente de que, tras años de dictadura y divisiones, se estaba gestando en Oriente un proyecto político que buscaba articularse a la República Federal. Merkel sabía que detrás de este esfuerzo tenía que existir una responsabilidad moral y un apego estricto a la ley, y estaba convencida de que así era. La mujer, que recién se estrenaba en la política, trabajó por crear la Alianza por Alemania, coalición entre el CDU de Occidente, el CDU de Oriente y el Despertar Democrático, para ganar las elecciones generales del 18 de marzo de 1990 en Alemania Oriental. Sin embargo, esta meta no se cumplió. A un día de las elecciones, el partido Despertar Democrático se desmoronó. La noticia de que su caudillo, Wolfgang Schnur, había sido colaborador encubierto de la STASI, el Sistema de Seguridad del Estado, fisuró la cohesión del grupo y Angela Merkel se distanció totalmente de él.
El respeto a la ley, de forma sagrada, ha sido el norte de su actuar. Ha sido un rasgo constante de su personalidad a lo largo de su vida pública y privada. El distanciamiento que marcó con Schnur, además de no ser una sorpresa, no fue ni la primera ni la única decisión de este tipo. Años después, cuando ya había ejercido como ministra de Asuntos de la Mujer y la Juventud, y de Medio Ambiente, bajo dos mandatos de Helmut Kohl, Merkel decidió cortar relaciones con él. El haber sido su padrino político, la persona que la introdujo al oficio público, no pesó más que el deber ser. Helmut Kohl aceptó haber recibido, por más de una década, millonarias donaciones secretas que fueron destinadas a la financiación de varias campañas regionales. En el dilema de callar o alzar la voz, Merkel escogió lo segundo: “No podemos esperar de Helmut Kohl que, de un día para otro, después de haber hecho tanto por el partido, tome él la decisión de abandonar todas las posiciones honorarias y se retire completamente de la política. Nos corresponde a nosotros, y menos a él, asumir la responsabilidad por el futuro del partido (…). El partido tiene que comportarse como alguien que en la pubertad aprende a independizarse de su hogar para emprender su propio camino”. Para la canciller, la definición de lealtad no incluye ningún tipo de violación a la ley. Nunca lo ha significado, pues esa misma líder que decidió marcar distancia con quienes alguna vez fueron sus referentes políticos, es la misma mujer que se negó a huir de la República Democrática Alemana (RDA), no porque no le gustara la vida de Occidente, sino porque ello significaba caer en la ilegalidad.
Con el lema “Quiero servir a Alemania”, con el que reunió en una sola frase los principios de patriotismo, humildad y aspiración, Merkel fue elegida canciller de Alemania en el 2005. Su mesa de trabajo está ubicada en el punto exacto desde el cual puede ver que sobre la fachada del Reichstag se lee: “Al pueblo alemán”. Así, “Angela Merkel definió una escenificación del poder de cara al pueblo”, afirman Patricia Salazar Figueroa y Christina Mendoza Weber, autoras de Angela Merkel, la física del poder. Y es que, en 16 años como canciller, Merkel ha enfocado su accionar bajo las premisas de unidad y protección. Con su llegada al poder, la mandataria logró disminuir la tasa de desempleo, que para principios del siglo XXI superaba los niveles de la Segunda Guerra Mundial, sacó a flote una economía que estaba estancada, articuló una lucha de décadas del movimiento ambientalista para dar un tratamiento distinto a la energía nuclear, continuó con su trabajo a favor de la igualdad de género y se convirtió en la abanderada de la apertura de fronteras para los migrantes que huyen de las guerras de oriente en busca de una nueva vida en Europa.
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El análisis de las variables, la investigación, el reconocimiento de pros y contras frente a los fenómenos coyunturales, es decir, la aplicación del método científico, son los pasos que Merkel ha seguido en la toma de decisiones. El giro en la política energética alemana es ejemplo de ello. Desde que fue Ministra de Ambiente, a finales de los años 90, Merkel fue testigo de cómo las protestas del movimiento ambientalista en contra del uso de energía atómica se realizaban año tras años. Ya era costumbre ver las acciones de los activistas entrando y saliendo de los titulares de prensa. El año siguiente, y el siguiente y el siguiente, sucedía lo mismo. Era un ciclo sin fin y el movimiento ambientalista se convirtió en parte del paisaje de Alemania. La respuesta era la misma: los grandes dueños de las centrales eléctricas pagaban al Estado fuertes cantidades de dinero para obtener los permisos de funcionamiento. Es decir, el Estado hizo del uso de la energía nuclear algo costoso y Merkel se escudó en eso. Sin embargo, “lo que ella trataba de vender a la ciudadanía como ganancia fue considerado por los ambientalistas como un agachar de cabeza ante los industriales”, afirman las autoras del libro.
Fue un evento puntual el que le hizo ver a Merkel los riesgos que existen alrededor de la energía nuclear y el que la empujó a tomar una decisión definitiva frente a la política energética de Alemania. El accidente nuclear de Fukushima (Japón), luego de que un terremoto destruyó cuatro de los seis reactores nucleares, provocando la muerte de 18.000 personas y la huida de otras 100.000 frente a la amenaza de la radioactividad, empujó a Merkel a cambiar su posición. Ni siquiera pasaron 48 horas desde lo ocurrido en Japón y la discusión de décadas entre el gobierno y los ambientalistas tuvo una respuesta contundente: Merkel ordenó el cierre de ocho de los 30 reactores nucleares en territorio alemán y, bajo la acción del Parlamento, se aprobó el fin del uso de la energía atómica a partir del 2022. La inquietud por la que Angela Merkel decidió estudiar física, la de “comprender cómo trabajó el equipo de Robert Oppenheimer, constructor de la bomba atómica”, la pudo suplir en su trabajo como canciller. Merkel pudo comprender y formar una postura frente a ese mundo que, para ella, valía la pena explorar.
Pero Merkel, además de dejarse guiar por el método y la ciencia, también defiende con firmeza sus convicciones, aquello que considera correcto. La igualdad de género, la lucha para que las mujeres tengan las mismas oportunidades que los hombres y gocen de los mismos derechos, así como la apertura de las fronteras para los migrantes, son ejemplo de ello. “Por paridad entiendo que las mujeres tienen el mismo derecho de estructurar su vida, así como a la distribución de todas las obligaciones que son imprescindibles para el bienestar general de nuestra sociedad. La individualización no nos llevará hacia adelante (…). Es lógico que como mujer en la política haya tenido que encontrar mi propio camino para lograr que algún día alcancemos la paridad de género. La paridad en todas las áreas me parece simplemente lógica”.
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Esta lucha por la igualdad no es reciente, al contrario, se remonta a los primeros años de la reunificación, a un tiempo en el que la política era un asunto de hombres. En medio de ello, Merkel se abrió paso y como ministra de Asuntos de la Mujer y de la Juventud veló por la aprobación de leyes de fomento de la equidad en espacios laborales, así como normas de protección contra el acoso sexual en el trabajo. Su logro máximo en la lucha por la equidad de género ha sido la reforma a un parágrafo del artículo tres de la Constitución Política de 1949. “El segundo párrafo del principio de igualdad constitucional estipulaba que ‘los hombres y las mujeres gozan de los mismos derechos’. Desde su ampliación en 1994, el mismo incluye la pragmática de que sea el Estado el que ‘proveerá la realización efectiva de la igualdad de los derechos entre hombres y mujeres e impulsará la eliminación de las desventajas existentes”. Así, Merkel, a lo largo de su vida pública, ha trabajado para que la voz de las mujeres sea escuchada, para que el mensaje que quieren transmitir haga eco y no se esconda detrás de prejuicios y estereotipos.
“Pongámonos en los zapatos del otro” es la frase con la que Merkel ha gobernado. “Más que nunca debemos (…) abrirnos al mundo en lugar de someternos al aislamiento”. Dirigiéndose hacia jóvenes y académicos de la Universidad de Harvard, cuando la universidad le otorgó el título de Doctor honoris causa en Jurisprudencia, alabando la decisión de abrir las fronteras y demostrando que “fue capaz de hacer lo correcto, aunque fuera impopular”, la canciller alemana añadió: “¿Se han preguntado, estimados graduados, qué les puede estropear el camino que ahora comienzan? Nuevamente son muros los que pueden hacerlo. Muros construidos en la cabeza por la ignorancia y la estrechez de pensamiento. Los muros separan familias de la misma forma que aíslan grupos sociales, colores de piel, pueblos, religiones. Lo que más deseo es que derribemos esos muros que una y otra vez nos impiden entender el mundo, entendernos sobre el mundo en el que vivimos en conjunto”.