La huella de Santander me persigue
“La esclavitud es la hija de las tinieblas, un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción…” -Simón Bolívar
Rubén Darío Cárdenas
Sí, la huella de Santander me persigue. Estudié en el colegio Santa Librada, que en enero de este año cumplió doscientos años al servicio de los caleños. La fundación de este colegio –y de otros más en el país- simboliza el inicio de la educación pública en Colombia de la mano de Francisco de Paula Santander. Un punto de quiebre con la educación elitista y excluyente que caracterizó el periodo colonial. Mi vida magisterial ha sido siempre en instituciones públicas y actualmente soy el rector de la Institución Educativa Francisco de Paula Santander en el corregimiento de Pavas, municipio de La Cumbre. La educación es el alma de una nación, esto lo sabían Bolívar y Santander, por ello le apostaron tempranamente a que la escuela llegara a todos los rincones del país. ¿Saben nuestros estudiantes de este legado de la gesta libertadora?
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Sí, la huella de Santander me persigue. Estudié en el colegio Santa Librada, que en enero de este año cumplió doscientos años al servicio de los caleños. La fundación de este colegio –y de otros más en el país- simboliza el inicio de la educación pública en Colombia de la mano de Francisco de Paula Santander. Un punto de quiebre con la educación elitista y excluyente que caracterizó el periodo colonial. Mi vida magisterial ha sido siempre en instituciones públicas y actualmente soy el rector de la Institución Educativa Francisco de Paula Santander en el corregimiento de Pavas, municipio de La Cumbre. La educación es el alma de una nación, esto lo sabían Bolívar y Santander, por ello le apostaron tempranamente a que la escuela llegara a todos los rincones del país. ¿Saben nuestros estudiantes de este legado de la gesta libertadora?
La mayoría de instituciones educativas oficiales llevan el nombre de un personaje histórico o de un personaje de la vida pública con el propósito de rendirles homenaje por la huella que dejaron. Sin embargo, por conversaciones que he tenido con profesores y directivos docentes, puedo afirmar que estos nombres pasan desapercibidos entre la población escolar. No hay mayor interés en recordar los hechos claves en los que participaron y no se relaciona –como debería hacerse- su importancia con la apuesta ética y educativa del colegio. Al preguntarle a un estudiante quién fue el personaje con el que se identifica su colegio, lo más seguro es que haga un gesto de negación. Lo contrario sucede en los colegios privados: sus nombres hacen parte de ese agregado de valor que le da sentido de pertenencia a los estudiantes y sirve de proyección para el perfil de estudiante que desean entregar a la sociedad.
Hice el experimento, en mi propio colegio, con niños de primaria y jóvenes de bachillerato. Al preguntarles por Francisco de Paula Santander, la mayoría expresaron que no sabían nada sobre el personaje y unos pocos no pasaban de contestar que había sido “un prócer o un héroe de la independencia”, al indagar sobre exactamente qué había hecho por Colombia, admitían que no lo sabían. A simple vista parece algo normal. Es que esos héroes almidonados cometieron muchos errores, dirán unos y eso para qué diablos sirve, dirán otros. Así sea para cuestionar o para movilizar a la comunidad educativa por un cambio de nombre, es importante conocer la historia que se esconde tras el nombre de toda institución educativa. Nuestros nombres, los nombres que les damos a los lugares crean identidad, incluso muchas comunidades de egresados –en un tácito acuerdo de hermandad- se apoyan entre sí y en la escogencia de hojas de vida le dan prelación a quienes provienen de su “antigua escuela”.
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Muchos colegios en Colombia llevan el nombre de Santander. No es gratuito. Se le considera el iniciador de la educación pública en nuestro país. Generalmente, se asocia su nombre con su apelativo, “el hombre de las leyes”, y con el origen de los partidos políticos: por los grupos opuestos que se formaron alrededor de las figuras de Bolívar y Santander, las disputas entre militaristas y civilistas que copó la primera mitad del siglo XIX y qué sirvió de base programática a los partidos tradicionales que, hasta finales del siglo XX, fueron incapaces de crear un imaginario de nación en el que cupiéramos todos.
No me detendré en aspectos biográficos de Santander, me interesa destacar su carácter visionario al dar inicio a un proyecto de nación que debía empezar desde sus cimientos: asegurar acceso a la educación sin ningún tipo de distingo. Una empresa quijotesca si se tiene en cuenta el monstruo del legado colonial que debía vencerse. Las medidas tomadas por Santander no tardaron en crear ampollas, no solo por el acto sensato de ocupar antiguos conventos para transformarlos en instituciones educativas –dispuesto por la Ley del 28 de julio de 1821- sino por las orientaciones pedagógicas que intentaban romper con la tutela que la iglesia había tenido durante más de trescientos años en el control de las conciencias y en el sistema educativo que la corona española le había confiado.
No era solamente capotear la oposición- que traería consigo un sistema educativo que buscaba educar para la libertad, la igualdad y la fraternidad, como dictaba el eslogan de la revolución francesa, empoderar a los ciudadanos para la defensa de sus derechos, - sino vencer problemáticas de no poca monta: este estado incipiente no contaba con recursos para acometer grandes obras, para pagar maestros y aunque hubiese dinero, no había maestros. Por ello en los primeros decretos, Santander contempló la creación de escuelas normales y de universidades.
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La nación nacida en medio de la guerra, con escasos profesionales para hacerse cargo de las riendas del estado, requería con urgencia programas de formación que tuvieran relación con las necesidades de una población largamente desatendida y con el inicio de un proceso de desarrollo económico que le diera vuelo para preservar su independencia y su recién inaugurada vida republicana. Para Santander y Bolívar era claro que el gozo de los derechos, por los que se había derramado tanta sangre, iba de la mano con el ingreso a la lectura y la escritura, sin ningún tipo de discriminación.
Ante un erario público insolvente, Santander trasladaba la atención económica de las instituciones educativas a las comunidades, a las autoridades regionales, a donaciones privadas y a la misma iglesia. Esta última tenía la infraestructura y el componente humano letrado que le permitiría romper los dictados liberales que Bolívar y Santander intentaban impregnarle a la educación al recoger los postulados de Bentham. Esa solidez, y su cercanía a los hilos del poder, mantuvo la injerencia de la iglesia, hasta bien entrado el siglo XX, en lo referente al manejo de la educación pública.
Resulta paradójico decirlo: no era fácil educar para la libertad. Se trataba de romper con la herencia de un sistema excluyente y discriminatorio que formaba, no ciudadanos, sino súbditos sumisos y temerosos. Un sistema que se servía del credo religioso para martillar –mañana, tarde y noche- el agradecimiento que debía demostrarse con los dominadores y la amenaza de las llamas del infierno para todo aquel que osara cuestionar la “voluntad divina” encarnada por las autoridades coloniales. Viene al dedillo la metáfora del elefante que no escapa de quienes le han cercenado la libertad: ha sido criado con cadenas, ya adulto se las quitan, pero ya no se aventura a escapar. Las cadenas en su mente han reemplazado las cadenas que, cuando era pequeño, lo aprisionaban.
Cómo no va a ser importante retomar el nombre de un personaje como Santander, si se une su gesta a todos los tropiezos que ha tenido que vivir nuestro país en su proceso de unificación nacional, entre ellos: los sectores sociales que aprovecharon los aires de triunfo independentista para hacerse a títulos de tierra con extensiones impensables, los que se opusieron a la extinción de la esclavitud, los que aprovecharon sus galones militares para poner la balanza a favor de sus intereses económicos.
Cómo no va ser importante nombrarlo como referente para que nuestros estudiantes valoren los principios y derechos básicos que se refrendaron en la Constitución de 1991: una deuda histórica con los ideales de quienes sentaron las bases de nuestra colombianidad y con quienes siguieron luchando, en su nombre, para hacernos sentir participes de un relato de nación incluyente.
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No se debe dejar a un lado que los nombres de los colegios públicos muestran que se ha privilegiado la historia blanca, invisibilizando la otra Colombia, la de los pueblos afros, indígenas y las comunidades surgidas del mestizaje. Valdría la pena retomar los nombres de nuestras instituciones y sopesar si realmente la huella dejada por el personaje justifica que una escuela lleve su nombre. Sería interesante el debate que agitaría esa indagación y los consensos, en el terreno de la filosofía y los principios del PEI, que exigiría un hipotético cambio de nombre. Este ejercicio reflexivo y critico aseguraría mayor apropiación en el estudiantado, los padres y los maestros de su sentido como comunidad educativa.
Se trata de volver los pasos sobre nuestro pasado y tender el puente con los anhelos, las problemáticas y las esperanzas del presente. No se trata de ocultar los pasajes oscuros del personaje. Santander, por ejemplo, es cuestionado por la frialdad que demostró en la ejecución de algunos prisioneros y por su participación en la denominada Conspiración Septembrina contra su mejor amigo. Valoramos su aporte en la creación de la educación pública y su intento por crear planes de estudio que dotaran a los estudiantes de herramientas prácticas para la vida y de carreras que aseguraran profesionales para la activación urgente de renglones económicos que le dieran estabilidad al estado naciente.
Los vientos de cambio que se respiran en Colombia son huracanados y deben movilizar a las instituciones, a las comunidades en pleno, en la reinvención sobre lo que somos y lo que queremos ser como nación. En palabras de Francisco de Paula Santander: “¡Qué mayor dicha ni qué mayor gloria que la de pertenecer a un país donde se respeten las leyes, la equidad y el juicio de la opinión pública!”