Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Los primeros meses de aislamiento social, en los que las calles estuvieron vacías y las salidas se restringieron a lo estrictamente necesario, mostraron una situación absolutamente desconocida: el mundo se detuvo. Pasaban los minutos, las horas y los días, pero se vivía lo mismo de sol a sol. En medio de ello, las salas culturales cerraron y a las artes escénicas se les arrebató el elemento esencial de su arte: el público. “Todos los planes se detuvieron. Teníamos giras y estrenos, pero nuestra mayor dificultad ha sido perder nuestra agenda, nuestra rutina productiva y dejar de ensayar. En el teatro hay tres fases: creación, producción y circulación. Es como si nos quedáramos solo con la creación”, afirma Fabio Rubiano, director del Teatro Petra. Sin embargo, el propósito sigue siendo el mismo: “divertir a la tropa y mantener la producción estética, que es lo que necesita la comunidad”, agrega. La mansión Gualteros, el podcast El problema fundamental, como una apuesta por mantener contacto con el público y por hablar de actualidad y teatro, y El Poder, una serie interactiva pensada desde el teatro y realizada en formato audiovisual, con apoyo de la RTVC y con fecha de estreno este mes, han sido piezas creadas a lo largo de un año de trabajo incansable.
Algo similar ocurrió con L’Explose, compañía de danza y teatro. Juliana Reyes, su directora artística, afirma que el año pasado hubo una hiperactividad que permitió una explosión creativa, a pesar de haber vivido dos golpes fuertes e inesperados: la muerte de Tino Fernández, fundador del proyecto, y la pandemia. En palabras suyas, “cuando llegó el coronavirus, estábamos resilientes. Lo peor ya había pasado”. Como parte de la producción del 2020, Artes del contacto, la versión audiovisual de Diario de una crucifixión, obra realizada en alianza con Canal Capital, y El encuentro, videodanza que se hizo en coproducción con el Teatro Colón, habitando artísticamente los espacios de este templo del arte nacional, fueron resultado de un esfuerzo constante de producción, en un contexto en el que los recursos económicos se redujeron significativamente.
La virtualidad ha sido una herramienta de apoyo para las artes escénicas, pero no reemplaza, en ningún sentido, la presencialidad. Tanto el Teatro Petra como L’Explose han puesto en internet obras de su autoría, así como coproducciones, cobrando por la visualización de cada una de ellas. Mosca, Pinocho, Imago mundi y Pero sigo siendo el rey hicieron parte del ciclo Clásicos del Petra, piezas a las que se tuvo acceso pagando una boleta virtual de $17.600. Por su parte, L’Explose ofrece en alquiler, por 48 horas, seis de sus piezas, entre ellas Tiresias o la razón de ser, El carnaval del diablo y Diario de una crucifixión, pagando tres dólares. Pero la entrada de recursos a través de la taquilla virtual no es suficiente para sostener un proyecto artístico. “En el 2020, con respecto al 2019, nuestros ingresos se redujeron en un 70%. El 30% que se logró captar vino de becas, trabajo digital y coproducciones. De este 30%, solo el 10% corresponde a la taquilla (cuando pudimos abrir) y a ventas digitales. El ingreso de taquilla se redujo en un 90%”, afirma Rubiano, quien añade que el Petra tuvo que solicitar un préstamo de $50 millones a Bancóldex para poder mantener su nómina, lo que alcanzó para casi tres meses, sumado a la deuda de $1.200 millones previamente adquirida con la misma entidad bancaria, cuyo plazo de pago se extendió por doce meses más. En un contexto en el que las apuestas culturales han tenido que migrar hacia la virtualidad, la sobreoferta de productos termina siendo perjudicial para los mismos gestores. Es decir, se pueden publicar las obras en línea, pero los retornos no son significativos. “Por el momento, ese ingreso de taquilla por internet no es sostenible. El año pasado, incluyendo taquilla, membresías y donaciones, alcanzamos una cifra cercana a los tres millones de pesos, cuando en taquilla real, entre enero y marzo de 2020, alcanzamos unos veinte millones”, añade Reyes.
Aún con las dificultades, y admitiendo que la primera vez que entró a una sala de teatro cerrada lloró, Patricia Ariza afirma que el teatro colombiano sigue vivo y que la lucha en su nombre permanece vigente. Viviendo con menos de un salario mínimo al mes, y con pagos retrasados a su equipo, Ariza habla del rol protagónico que juega la cultura en un contexto de construcción de paz. “Nosotros somos artistas, pero también somos ciudadanos. Nos duele que se muera la gente y nos duelen las muchas pandemias que tenemos en Colombia: no solo es el coronavirus, también vivimos el recrudecimiento de la guerra. De ahí viene el impulso de seguir trabajando, aún en las peores circunstancias”. Según la directora y dramaturga, el reto para el teatro, y para las artes en general, está en promover un pensamiento latinoamericano que desmonte un modelo de sociedad que no es sostenible y que está poniendo en riesgo la existencia del ser humano.
Por el lado del arte urbano, este sector experimentó algo similar al de las artes escénicas. La calle, que es el lugar de su trabajo y de la escena de sus obras, devino en el espacio más peligroso para la vida, alejando a los espectadores de esta expresión artística, que también tiene como uno de sus fines la construcción de paz.
Andrés Quintero, quien lleva algunos años trabajando con colectivos del arte urbano, publicó en diciembre de 2020 el libro Que no le falte calle en el que recopiló el trabajo de artistas urbanos de todo el país. Quintero menciona que desde que llegó la COVID-19 a Colombia, “se empezó un discurso de que había que reinventarse, pero ese discurso funciona mejor para profesionales de las ciencias exactas. Para las humanidades, para el mundo de las artes, es mucho más difícil”.
Y añade que el 2020 fue para el sector del arte urbano una posibilidad de concentrar los colectivos. Mientras los demás sectores buscaban soluciones temporales a su situación, el sector del grafiti, que no tiene otra lógica diferente a la calle, se unificó en torno a que el coronavirus no era la única amenaza a la vida. Fue entonces cuando empezaron a aparecer más grafitis por los líderes sociales y defensores de derechos humanos asesinados que, en 2020, fueron 310, según cifras de Indepaz. “Los artistas se volcaron a las calles con un trabajo más clandestino, más colaborativo, con un mensaje social mucho más fuerte. Se pintaron murales alrededor del país con el mensaje Nos están matando. Esto es algo que unió a todos los colectivos de grafiti y arte urbano en la mayoría de ciudades para hacer un llamado sobre las muertes de líderes sociales”.
El que estos proyectos artísticos se sostengan depende del acceso a las convocatorias de las entidades gubernamentales, que no son más que una herramienta a corto plazo y no una solución que permita el sostenimiento del sector, de modo que en 2021 la incertidumbre no cesa. Es decir, los proyectos artísticos están condicionados a la selección de las invitaciones públicas; de ahí que parte del sector cultural abogue por una financiación en la que participen tanto el sector público como el sector privado, en un modelo de financiación mixta.