¿La Inteligencia Artificial reemplazará a la teoría literaria?
Quienes pretenden diferenciar tajantemente entre los estudios literarios y la literatura olvidan que tanto el estudioso como el escritor usan la misma herramienta: el lenguaje escrito.
Sebastian Giraldo Medina, especial para El Espectador
Hay una anécdota muy conocida en la historia de la literatura. Exiliado de Rusia, desauciado económicamente, desempleado, Vladimir Nabókov intentó ocupar un puesto como catedrático en la Universidad de Harvard. La última palabra la tenía su compatriota Roman Jacobson (otras versiones dicen que era el teórico marxista Georg Lukács). Jacobson se negó de tajo a que Nabókov entrara a la nómina de docentes de la universidad. Cuando los colegas de este último arguyeron que Nabókov era un gran escritor, un genio, el teórico contestó: “¿Acaso los elefantes dan clases de zoología?”.
No he visto confirmada esta anécdota por ningún lado. Es probable que sea una historia ficticia para desprestigiar a los académicos. Sin embargo, la anécdota evidencia una actitud que está muy extendida en la academia. Los estudiosos, en su afán de rigor teórico, tienden a diferenciar rígidamente entre el ejercicio de estudiar la literatura y la actividad de escribir ficción.
En su libro Teoría Literaria, René Welek desestima cualquier intento de hacer teoría sobre la literatura que al mismo tiempo sea literatura. Según él, un experimento de esa naturaleza implica una multiplicación innecesaria del objeto artístico, confunde en lugar de clarificar y se convierte en una obra de arte de segunda categoría. Un ejemplo de este tipo de arte inferior, según Welek, es la descripción de la Mona Lisa que aparece en la historia del Renacimiento de Walter Peter. Pero muchos coincidirían conmigo en que la sola descripción de la Mona Lisa de Walter Peter vale por toda la obra del teórico checo.
Le puede interesar: La naturaleza heroica de Rafael Dussán
A mi juicio, quienes pretenden diferenciar tajantemente entre los estudios literarios y la literatura olvidan que tanto el estudioso como el escritor usan la misma herramienta: el lenguaje escrito. La actividad de la crítica literaria, por ejemplo, consiste en escribir un texto que analiza otro texto. Es por eso que la anécdota de Nabokov y Jacobson es absurda. En la zoología es fácil diferenciar entre los animales y los estudios zoológicos. En los estudios literarios esa diferencia no es para nada clara. Si el artista y el estudioso usan la misma herramienta, si el estudio y el objeto de estudio son construcciones del lenguaje escrito, ¿qué impide que uno use los recursos del otro? Un elefante no puede ser al mismo tiempo un zoólogo, pero una novela podría ser una teoría sobre la novela.
Lo cierto es que al mirar la historia de la literatura y los estudios literarios, uno cae en la cuenta de que rara vez se ha hecho esa distinción que hoy en día es moneda común en las universidades. En la mayoría de los casos, las grandes obras de teoría y crítica literaria han sido también obras de arte valiosas. Los antiguos griegos escribían sus propias reflexiones sobre la literatura en formatos artísticos. Allí están los diálogos de Platón, donde hay valoraciones y argumentos sobre el arte. Enrique Vila Matas explora muy bien esa idea en su libro Perder teorías. Para que un novelista pueda escribir una obra valiosa, debe crear una nueva teoría literaria mientras escribe su propia novela.
Sin embargo, es posible que si hoy apareciera un Platón moderno con un diálogo reflexionando sobre la novela de ciencia ficción, los primeros en rechazar un texto de esa índole serían los editores de revistas universitarias. Seguro dirían (como les he escuchado varias veces a algunos profesores cuando rechazan trabajos creativos) que esos experimentos carecen de rigor “metodológico”.
Puede leer también: Bibliotecas que miran distinto
Pero sería válido preguntarse qué obra maestra de teoría o crítica literaria ha aparecido alguna vez en esas publicaciones universitarias. Es curioso que en las facultades de literatura y filosofía estudien a estos autores, pero lo que produzcan los docentes y los estudiantes sean monumentos a la fealdad y al tedio, maquillados con falso rigor científico. Si el formato común de los artículos de revistas universitarias pocas veces ha dado obras relevantes en el mundo de la literatura, ¿por qué los profesores y profesoras de las universidades se empeñan en escribir en un formato de porquería?
Hoy, más que nunca, esa pregunta es fundamental. ¿Qué van a hacer los académicos cuando ChatGPT los reemplace escribiendo artículos indexados? Artículos con objetivos generales y específicos, metodología, abstract, introducción, argumento 1, argumento 2, argumento 3, número n de citas en tal idioma y tal otro, conclusiones y referencias bibliográficas. Es decir, ¿qué van a hacer cuando el trabajo completamente mecánico y falto de creatividad lo hagan las IA? ¿Dejaremos la cerrazón y empezaremos a fomentar que los estudiantes tengan de modelo la escritura verdaderamente literaria? La de Fernando Gonzalez, Carolina Sanín, Margarite Yourcenar, Montaigne, Nietzsche...
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖
Hay una anécdota muy conocida en la historia de la literatura. Exiliado de Rusia, desauciado económicamente, desempleado, Vladimir Nabókov intentó ocupar un puesto como catedrático en la Universidad de Harvard. La última palabra la tenía su compatriota Roman Jacobson (otras versiones dicen que era el teórico marxista Georg Lukács). Jacobson se negó de tajo a que Nabókov entrara a la nómina de docentes de la universidad. Cuando los colegas de este último arguyeron que Nabókov era un gran escritor, un genio, el teórico contestó: “¿Acaso los elefantes dan clases de zoología?”.
No he visto confirmada esta anécdota por ningún lado. Es probable que sea una historia ficticia para desprestigiar a los académicos. Sin embargo, la anécdota evidencia una actitud que está muy extendida en la academia. Los estudiosos, en su afán de rigor teórico, tienden a diferenciar rígidamente entre el ejercicio de estudiar la literatura y la actividad de escribir ficción.
En su libro Teoría Literaria, René Welek desestima cualquier intento de hacer teoría sobre la literatura que al mismo tiempo sea literatura. Según él, un experimento de esa naturaleza implica una multiplicación innecesaria del objeto artístico, confunde en lugar de clarificar y se convierte en una obra de arte de segunda categoría. Un ejemplo de este tipo de arte inferior, según Welek, es la descripción de la Mona Lisa que aparece en la historia del Renacimiento de Walter Peter. Pero muchos coincidirían conmigo en que la sola descripción de la Mona Lisa de Walter Peter vale por toda la obra del teórico checo.
Le puede interesar: La naturaleza heroica de Rafael Dussán
A mi juicio, quienes pretenden diferenciar tajantemente entre los estudios literarios y la literatura olvidan que tanto el estudioso como el escritor usan la misma herramienta: el lenguaje escrito. La actividad de la crítica literaria, por ejemplo, consiste en escribir un texto que analiza otro texto. Es por eso que la anécdota de Nabokov y Jacobson es absurda. En la zoología es fácil diferenciar entre los animales y los estudios zoológicos. En los estudios literarios esa diferencia no es para nada clara. Si el artista y el estudioso usan la misma herramienta, si el estudio y el objeto de estudio son construcciones del lenguaje escrito, ¿qué impide que uno use los recursos del otro? Un elefante no puede ser al mismo tiempo un zoólogo, pero una novela podría ser una teoría sobre la novela.
Lo cierto es que al mirar la historia de la literatura y los estudios literarios, uno cae en la cuenta de que rara vez se ha hecho esa distinción que hoy en día es moneda común en las universidades. En la mayoría de los casos, las grandes obras de teoría y crítica literaria han sido también obras de arte valiosas. Los antiguos griegos escribían sus propias reflexiones sobre la literatura en formatos artísticos. Allí están los diálogos de Platón, donde hay valoraciones y argumentos sobre el arte. Enrique Vila Matas explora muy bien esa idea en su libro Perder teorías. Para que un novelista pueda escribir una obra valiosa, debe crear una nueva teoría literaria mientras escribe su propia novela.
Sin embargo, es posible que si hoy apareciera un Platón moderno con un diálogo reflexionando sobre la novela de ciencia ficción, los primeros en rechazar un texto de esa índole serían los editores de revistas universitarias. Seguro dirían (como les he escuchado varias veces a algunos profesores cuando rechazan trabajos creativos) que esos experimentos carecen de rigor “metodológico”.
Puede leer también: Bibliotecas que miran distinto
Pero sería válido preguntarse qué obra maestra de teoría o crítica literaria ha aparecido alguna vez en esas publicaciones universitarias. Es curioso que en las facultades de literatura y filosofía estudien a estos autores, pero lo que produzcan los docentes y los estudiantes sean monumentos a la fealdad y al tedio, maquillados con falso rigor científico. Si el formato común de los artículos de revistas universitarias pocas veces ha dado obras relevantes en el mundo de la literatura, ¿por qué los profesores y profesoras de las universidades se empeñan en escribir en un formato de porquería?
Hoy, más que nunca, esa pregunta es fundamental. ¿Qué van a hacer los académicos cuando ChatGPT los reemplace escribiendo artículos indexados? Artículos con objetivos generales y específicos, metodología, abstract, introducción, argumento 1, argumento 2, argumento 3, número n de citas en tal idioma y tal otro, conclusiones y referencias bibliográficas. Es decir, ¿qué van a hacer cuando el trabajo completamente mecánico y falto de creatividad lo hagan las IA? ¿Dejaremos la cerrazón y empezaremos a fomentar que los estudiantes tengan de modelo la escritura verdaderamente literaria? La de Fernando Gonzalez, Carolina Sanín, Margarite Yourcenar, Montaigne, Nietzsche...
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖