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A lo largo de su evolución se han visto reflejadas las mejores virtudes de una generación prometedora, consciente, sensible, empoderada, con mente abierta y, ante todo, esperanzada. Comenzó captando la atención con un sonido despojado de artilugios de la industria que encajaba perfectamente con sus temáticas distanciadas del despliegue extravagante que plaga la música popular. Su segundo álbum, Melodrama, el cual cerraba su adolescencia, llegó cuatro años después, ofreciendo —muy acorde a su título— una profunda mirada a esos frenéticos años cargados de euforia, ilusión, desamores y caudales hormonales con una producción igual de volátil, dinámica, íntima y emotiva.
El tercer álbum presentó este año una nueva transformación. Solar Power ofrece, una vez más, una madurez inesperada por parte de la joven artista, ahora volcada hacia una profunda conexión y amor por la naturaleza fuertemente inspirados por su tierra natal. Por lo general, el álbum es mucho más relajado y pacífico que sus predecesores. Una instrumentación acústica y armonías etéreas reflejan una paz interior que Lorde afirma haber encontrado al escapar de la vida de celebridad.
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Pero la verdadera sorpresa que la cantante trae a la mesa con esta entrega no se encuentra entre las doce canciones que conforman el nuevo álbum, sino en las de un breve EP que lo sucedió tres semanas después. El pasado 9 de septiembre, fans de Lorde encontraron en sus servicios de streaming (la artista ha decidido no lanzar música en CD por razones ambientales) una colección de canciones titulada Te Ao Mārama («Mundo de luz»). Se trata de cinco temas de Solar Power cantados por ella completamente en maorí.
También conocida por sus hablantes como «te reo», esta es la lengua ancestral de los pueblos nativos polinesios que habitaban las islas de Aotearoa (nombre maorí para Nueva Zelanda) desde antes de la colonización europea. Aunque comparte junto al inglés el estatus de idioma oficial del país, se estima que es hablada por tan solo unos 150.000 de sus 5 millones de habitantes. De estos, una tercera parte lo hace de manera activa, lo que pone el número de hablantes nativos cerca del 1% de la población.
Algunos podrán preguntarse por qué Lorde optó por traducir sus canciones para una audiencia tan reducida, mientras que otros seguramente no considerarán un suceso particularmente extraño que un artista cante en los dos idiomas de un país bilingüe, pero en este caso, esta artista en particular dudó bastante si se trataba de una decisión sensata.
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Hoy en día el uso de te reo, al igual que muchos otros elementos de la cultura maorí, es relativamente delicado en la nación austral. Esto se debe a que, a pesar de ser inicialmente adoptado por los europeos a principios del siglo XIX, y de contar con una gran prominencia social y política en las décadas siguientes, el siglo XX vio surtir los efectos de agresivas políticas que buscaban erradicar la lengua, y por ende un dramático declive en su uso que casi la lleva a desaparecer.
En la década de los 30, antes de una migración masiva de maoríes a centros urbanos, la gran mayoría de ellos hablaba te reo como lengua madre. Para los años 80, cuando el gobierno ya estaba buscando reversar el daño causado, menos del 20% tenía dominio nativo, con jóvenes generaciones desconociéndola casi por completo. Desde 1975, se celebra en septiembre Te Wiki o te Reo, la semana del idioma maorí, y en 1987 finalmente fue reconocido como idioma oficial; pero las razones detrás de su ocaso no han sido olvidadas.
Por más que las últimas cuatro décadas hayan visto notorios avances y esfuerzos por parte del gobierno para recuperar esta importante herencia cultural, el origen europeo de la persecución aún hace que algunos de sus defensores critiquen fervorosamente el involucramiento de cualquier pakeha (palabra maorí para neozelandeses de origen europeo), categoría en la cual encaja perfectamente nuestra cantante de ascendencia croata e irlandesa, cuyo nombre de pila es Ella Yelich-O’Connor.
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Así que volvemos a la pregunta inicial, esta vez con unos cuantos matices nuevos: ¿por qué Lorde decidió lanzar un EP cantando en maorí? ¿Por qué no lo hizo más bien en croata, puesto que comparte esa nacionalidad con la neozelandesa? ¿O en irlandés, lengua de sus ancestros paternos que también ha experimentado un resurgimiento tras siglos de represión británica? ¿Por qué tomó el riesgo de ser implacablemente atacada por sus propios connacionales —y por críticos de la supuesta «apropiación cultural» alrededor del mundo— al optar por una herencia que, de cierta forma, no es la suya?
Es aquí donde entra en juego una de esas virtudes de la generación Z aludidas anteriormente, y llega de la mano de un concepto que, aunque la gran mayoría de los miembros de esta cree entender, en realidad ha probado eludirlos, y que Lorde ha sabido abordar de una de las mejores maneras posibles.
La virtud es la empatía. Creciendo en esta época de reparación tras la represión, son muchos los jóvenes neozelandeses que, por más que no tengan raíces maoríes, entienden tanto lo importante que es esta herencia cultural para algunos de sus compatriotas, como lo enriquecedora que es para la nación en general; un fuerte contraste con generaciones mayores que crecieron con un estigma heredado y aún no terminan de aceptar que esta tenga mayor prominencia en la sociedad y el día a día.
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El concepto es la identidad. Por mucho que recalcan el valor del individualismo, la importancia de la tolerancia y la fluidez de la identidad, son las generaciones más jóvenes —en particular a la que pertenece Lorde— las primeras en denunciar con intransigencia cualquier uso o referencia por parte de una persona en torno a elementos culturales que no pertenezcan a su herencia particular, en especial si la persona en cuestión es de origen europeo. Esto se ve desde el uso de atuendos o peinados específicos hasta la preparación y degustación de recetas típicas, y cubre, por supuesto, casos como la «apropiación» de la cultura maorí por parte de una pakeha.
Claro, este tipo de conductas son reprochables cuando estos elementos son sacados de contexto y se usan de manera potencialmente ridícula u ofensiva —muchos neozelandeses continúan con el sinsabor de la moda que el año pasado convirtió una tradicional danza haka en una coreografía de TikTok—, pero cuando son abordados con respeto y deferencia, no tiene por qué tratarse de una afrenta hacia ninguna cultura.
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De acuerdo con esta mentalidad está la mayor eminencia de la lengua maorí y principal referente de su protección en el país, Sir Timoti Karetu, quien Lorde consultó antes de dar inicio a su proyecto. Si bien es reconocido como un feroz defensor de te reo, en su encuentro, Karetu vio en la cantante un genuino interés por rendir homenaje a la herencia nativa de su país y una gran oportunidad para fortalecer su causa. No solamente le dio su bendición para avanzar con el EP, sino que inclusive tradujo personalmente una de las canciones.
«Cualquier plataforma en la que se encuentre el idioma es positiva para este. Le brinda una reputación y una audiencia que usualmente no tendría... mientras se pronuncie correctamente, claro» declaró en una entrevista, «la pronunciación de Ella fue bastante buena».
Y es esta misma idea de plataforma lo que llevó a Lorde a querer emprender tan ambicioso viaje. La cantante atribuye la espiritualidad y cosmovisión ecológica con que crecen los neozelandeses a un legado maorí, y tras hallar inspiración para su nueva obra en la misma riqueza natural de su país, se dio cuenta también de que su fama la ha convertido en una suerte de «embajadora» de este mismo. Por más que ella prefiera insistir en que no desea ser un ícono o un modelo a seguir, la verdad es que sí figura entre los principales referentes neozelandeses en el actual imaginario global.
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Este sentimiento de responsabilidad se sumaba a uno de cierta tristeza y culpa por el hecho de que el maorí fuera «una pequeña parte de [su] vida». Puesto que te reo es una parte fundamental de la historia y riqueza cultural de Nueva Zelanda, Lorde siente una conexión y compromiso con este, y por más que no cuente con ascendencia nativa, nadie puede decirle que no pertenece realmente al país donde nació, creció y del que nunca había salido antes de alcanzar la fama. Sin embargo, para muchos, el hecho de ser blanca la hace de entrada una enemiga del movimiento, por más que no sea la responsable de la discriminación sistémica que por más de un siglo ha minado la cultura maorí.
Fue la consciencia de esta encrucijada la que la hizo buscar el apoyo de los principales expertos de la lengua con el fin de manejar el tema con la delicadeza que amerita. Compartió los significados detrás de cada línea en largas sesiones de traducción para poder reinterpretar sus letras desde un punto de vista coherente con narrativas maoríes; incorporó hakas y conceptos ancestrales en la música para acercarla a la audiencia; precedió cada grabación con clases de pronunciación buscando atinarle a cada sílaba y poder hacer justicia a la fonética del idioma; invitó a participar famosos cantantes maoríes para que la etnia estuviera activamente representada en las grabaciones; eligió como portada una pintura del icónico monte Taranaki por el artista maorí Rei Hamon; anunció que la mitad de las ganancias generadas serán donadas a una fundación por la educación maorí (la otra mitad yendo a una de conservación ambiental); y se empeñó en cada etapa del proceso con humildad y mente abierta, todo en pro de poder llevar a cabo un homenaje respetuoso y honesto por donde se le mirara. Pero no fue suficiente para librarla de la furia y dolor que circulan en las redes sociales.
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Mientras que medios alrededor del mundo interpretaban el EP como un esfuerzo por brindar visibilidad a una cultura acallada, en su país nativo la respuesta fue mixta, con la más calcinante viniendo de los mismos maorí. Muchos argumentan que el hecho de que una pakeha se atreva a cantar en su lengua después de que a sus familias se les negó históricamente ese privilegio es una suerte de sal en la herida. Otros califican el esfuerzo de tokenismo: una práctica que emplea el uso de minorías o sus culturas para mostrarse como inclusivo sin realmente serlo.
Sin embargo, lo que continúa reafirmando la madurez por la que se destaca Lorde, y la sincera humildad con que abordó el proyecto, es su respuesta ante la posibilidad de estas críticas: «Soy blanca; como sea que quieran interpretar mi involucramiento con nuestra cultura indígena, es válido. Lo acepto completamente porque es realmente complicado. [...] estoy abierta a cualquier respuesta que reciba,» dijo al momento del lanzamiento. En la era de la cancel culture, alguien de su perfil es altamente vulnerable a cualquier minúsculo faux pas que desate una campaña masiva en su contra y a pesar de esto su conclusión fue que habría sido peor abstenerse por puro miedo: «Eso para mí es más triste y aterrador que el que se me atribuya cualquier complejo de salvador blanco».
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Pero su actitud receptiva no logró disuadir el descontento. Entre sus más fuertes críticos se ha destacado un reconocido académico de danza maorí, quien argumenta que cualquier buena intención se queda corta puesto que, por su condición de blanca, Lorde será felicitada por simplemente «hacer un esfuerzo» sin tener que cargar nunca con la discriminación y «el peso de ser maorí».
El problema con este argumento es que pretender que cada esfuerzo por enaltecer la cultura nativa de Aotearoa refleje activamente las injusticias históricas que su pueblo ha sufrido en los últimos dos siglos es absurdo y detrimental para la causa. Esa lógica politiza innecesariamente el patrimonio y descalifica de entrada cualquier acercamiento hecho por parte de quien no pertenezca a los 750.000 maoríes que habitan el país, perpetuando así la división que, aunque no es el origen de su declive, sí ayudó a precipitarlo dramáticamente.
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Si realmente se espera poder alcanzar la ambiciosa meta, fijada por el gobierno en 2018, de contar con un millón de hablantes en el país para 2040, es imperativo que no sólo se permita el acceso a la lengua a todos los habitantes, sino que se incentive su aprendizaje al hacerla más llamativa; o al menos eso plantea Morgan Godfrey, profesor de origen maorí de la Universidad de Otago.
Según él, pretender que todo uso de la lengua deba evitar herir susceptibilidades creadas por su tumultuosa historia reciente sería sentenciarla a muerte. Restringir su uso a una fracción de la población relegaría una vez más al maorí a pequeños círculos y situaciones específicas, mientras que el inglés continuaría siendo el principal medio de comunicación con el resto del país y el mundo. Un idioma netamente ancestral limitado a pocos hablantes, sin verdaderas funciones comunicativas en canales modernos, y, encima de eso, con requerimientos especiales para su uso, está destinado a desaparecer.
A diferencia de los radicalistas, defensores de la lengua más pragmáticos consideran que plataformas bienintencionadas como la que está brindando Lorde con Te Ao Mārama —auspiciadas y guiadas por verdaderos expertos— son exactamente lo que se necesita para llamar la atención de nuevas generaciones. Si bien el inglés le dio la vuelta al mundo a través de la colonización, realmente impuso su dominio al seducir hablantes con música, cine, cultura y la promesa de nuevas oportunidades.
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Una creciente cultura pop maorí podría derribar las fronteras impuestas sobre la lengua (no por nada se está escribiendo este artículo sobre ella a medio mundo de distancia) e incentivaría y facilitaría su aprendizaje. Artistas como Lorde —con su audiencia e iniciativa— pueden actuar como puentes que, por más que no puedan borrar o reivindicar actos pasados, conduzcan a algún grado de reconciliación. Más allá, ofrecen la oportunidad de ensanchar el caudal de influencias maoríes sobre la cultura occidental después de siglos vividos en el sentido contrario. Karetu inclusive cree que acciones como esta pueden inspirar a otros artistas alrededor del mundo a buscar brindar plataformas a las lenguas relegadas de sus propios países.
Ante todo, lo realmente refrescante es presenciar un acto musical que sencillamente busca sumar a su mensaje de paz, espiritualidad y amor por la tierra uno de aprecio, reconocimiento y conexión. Sin debates políticos, sin rendición de cuentas, sin denuncias de discriminación, sin llamados a la lucha. Simplemente una oportunidad para aprender sobre culturas nativas y replantearnos la relación que tenemos con nuestras propias mientras disfrutamos un poco de música bañada en luz.