“La lealtad de una relación se configura dependiendo de su construcción”
En el especial “Fuera del papel” elegimos a personajes de las novelas de los autores y basamos la entrevista en alguno de ellos para hablar sobre la obra y la escritura. Esta vez la conversación se basó en Arenas, de “Un mar”, novela de Ignacio Piedrahíta.
Laura Camila Arévalo Domínguez
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¿Cuál es el origen de “El mar”? Su novela tuvo una reedición reciente, así que han pasado años desde que la escribió…
Es mi primera novela. Mejor dicho, es mi primer libro. Ahí ya está la exploración de un bosque, de la naturaleza y, especialmente, de la geología. Mientras más lejos está el libro del presente, más cosas se deben corregir, además, estaba aprendiendo. Existe la idea de que el artista nace aprendido, pero eso no es cierto. La escritura es un arte muy difícil que se perfecciona con los años. Aunque es cierto que en las obras de juventud hay una vitalidad, que es la que uno muchas veces aprecia en los escritores muy jóvenes, cuando haces autocrítica te das cuenta de los ajustes que te faltaron.
¿Y cuáles fueron esos ajustes? ¿Qué cambió?
Lo que más me corregí tuvo que ver con la mecánica de la escritura, con la construcción de las frases, de los párrafos.
Retomemos la pregunta sobre el origen de la historia…
Sí, cuando estaba en los últimos semestres de la carrera de geología, debía hacer unas prácticas. Tuve que irme para Cartagena a unas canteras de roca caliza, que es de donde se saca el cemento. En la medida en la que iba trabajando, escribía. Siempre lo hice con la pregunta por el arte.
¿Cómo es eso? ¿Cómo se ven en su obra las dos curiosidades?
Decía: la creatividad me la da el arte, pero, ¿cómo hago para que no esté separada de la ciencia? Me hice esta pregunta durante mucho tiempo. La de si seguía por un camino o por el otro. El texto nació de ahí, de ese cuestionamiento constante entre ser geólogo o escritor. La novela se centra en un geólogo que necesita expresarse y ve muchas más cosas en las rocas que todos los demás. Como si fuesen seres que hablan.
¿Arenas es una especie de álter ego suyo?
Comencemos por el apellido: él es Arenas, yo soy Piedrahíta. Sabes que a pesar de que un personaje se crea con el objetivo de ser el álter ego de su autor, esto se distorsiona en cuanto comienza a vivir. A pesar de eso, la esencia sí es la mía. Tal vez Arenas hizo cosas distintas. Es decir, sus acciones fueron distintas a las mías, pero es que en la vida las acciones son divididas. En la ficción son mucho más fuertes y concretas para que tengan un sentido más dramático.
¿Y cómo cree que fueron sus acciones en ese momento de su vida? ¿Cómo se diferencian de las de Arenas…?
Lo que me encontré en ese ambiente laboral fueron pocas preguntas, así que me dije: nunca en mi vida trabajaré en una empresa. Primero me voy para el monte. Lo que necesito y quiero es estarme preguntando sobre lo que veo y por qué lo veo de esa forma, sobre la vida de las personas y de las rocas. Era muy raro pensar en cómo se conectaba todo esto. De hecho, para mí la escritura es la forma que encontré para conectar piedras, personas, creatividad y curiosidad científica.
Hace poco contó una historia sobre su nombre y la conexión que tenía con su interés como geólogo…
Mi nombre es Ignacio Piedrahíta Arroyave. Entre piedra y arena no hay mucha diferencia. Y sí, resulta muy curioso: mi apellido es Piedrahíta y me gusta, estudio y escribo sobre las piedras. Pero no se queda ahí: por lo que he visto, Ignacio nace de igneo, que es la roca que viene del fuego. Y el Arroyave viene de arroyo, que es el río. Hay tierra, fuego y agua en el nombre. Lo más irónico es que mi gran deseo es el aire.
¿En qué cree? ¿Considera que hay algo más después de la muerte? Se lo pregunto porque durante el Festival de Literatura de Honda contó algo sobre una roca que encontró. Dijo que tenía un nuevo “amuleto”…
Me hago mucho esa pregunta, pero aún no obtengo una respuesta con la que quede satisfecho. Pienso que, por ser un universo basado en la razón, la ciencia deja incompleta la respuesta sobre el mundo. También pienso que, por estar basada únicamente en sensaciones, la intuición se queda corta. Si nosotros como humanidad no comenzamos a unir estos dos mundos, no podremos tener una relación más armónica con la naturaleza y lo que nos dice. Es decir, con el ciclo de la vida y la muerte. Por ejemplo, si uno basa su vida únicamente en la tecnología, que es digamos la consecuencia directa de la ciencia, y asume el rol de autorrealización, que es el que en este momento predomina en el mundo contemporáneo, la idea de la vida y la muerte se escapa. Creo en el poder de las historias.
¿Cómo describiría ese poder?
Los científicos solamente arrojan datos y cifras. Como humanidad, nunca sabremos integrarlas a nuestra vida cotidiana, pero si hay historias con esos datos y con el poder de la razón en ellos, todo cambia. No podemos seguirnos quedando en que la literatura cuente que alguien “no durmió bien porque le cae mal a todo el mundo”. No. Ojalá explicar por qué no durmió el personaje, pero desde el punto de vista neurocientífico.
En la novela hay unos capítulos que se sumergen en la técnica. Tuve que leer varias veces algunos párrafos, y confieso que me rendí y me di la libertad de imaginarme lo que quisiera imaginarme, de eso que se narraba, aunque tuviese la certeza de que seguramente estaba entendiendo mal. ¿No temió que fuese difícil la lectura por esto?
Cuando la escribí no me dio temor, pero ahora sí. Con el tiempo, uno se va volviendo miedoso. Hay una fuerza muy grande que viene de las categorías de los géneros, y pienso que el relato siempre ha estado peleado con la explicación. Si comienzas a narrar, pero pones una frase explicativa, el lector dice: bueno, me está contando o me está explicando. Y eso ocurre hace milenios. Lo que normalmente ha ocurrido es que una cosa se ha hecho por un lado y la otra por otro. Las categorías están muy claras, quizá por la importancia de catalogar algo para venderlo. Pienso que por eso me fui pasando de la ficción a la no ficción: no volví a escribir novelas porque entendí que iba a ser muy difícil que los lectores me aceptaran empaquetar las dos cosas.
Ahora que menciona su cambio de ficción a no ficción recordé un relato llamado “La forma de la montaña”, de su libro “El velo que cubre la piedra”. Al final dice que los seres humanos, confiados en la certeza del conocimiento, ya no sentimos curiosidad por el “misterio terrestre”.
Constantemente me pregunto cuál es la relación de nosotros con la tierra. Vengo de la geología y me interesa la naturaleza, pero en grande, es decir, me interesa toda, desde hace millones de años. Busco saber cuál es nuestra mirada sobre todos esos procesos. Lo que veo actualmente es que ya no estamos interesados en esta película. A la tierra hay que concebirla como una película, y eso es algo para lo que un geólogo se entrena.
Hablemos más de ese entrenamiento…
Es curioso. La geología es una ciencia que se hace imaginando. Es imposible ver una roca que sabes que tiene “tantos” millones de años, sin imaginar dónde estuvo, qué tuvo que pasar para que te toparas con ella, etc. Lo que creo es que ahora hemos perdido imaginación como sociedad. Antes, hace años, había descripciones sobre el mar y preguntas sobre el origen de las montañas. Ahora alguien compra un celular y lo último que se pregunta es de dónde sacaron los minerales que lo componen. Esos enigmas hay que recuperarlos porque no podemos seguir pensando que ya todo esta inventado. No es cierto eso. Autores como Byung-Chul Han nos están diciendo: pilas, que hay cosas que estamos dejando de lado por buscar el ideal de la autorrealización, que se traduce en intentar hacerlo todo.
¿A qué se refiere con intentar hacerlo todo?
La idea no es decirle a la gente: váyanse a una montaña, abandonen los celulares y pónganse a pensar. No. Ya estamos en la época del yo: no me digan que vaya a misa, yo haré mi misa. Yo logré esto y aquello. Y salir de eso ya es muy difícil. Me refiero a que es imposible apostarle a todo. Necesitamos de pequeñas renuncias que dejen a la mente funcionar en lo que decidimos enfocarnos. De lo contrario, la ansiedad y la depresión nos sobrepasarán.
Al comienzo de la novela, me llamó la atención que Arenas se “fastidia” pensando el que, tal vez, su profesión es “real y tangible”. Es decir, que es una profesión más. Pero, además, sentí curiosidad cuando dijo que “halló una forma de justificar su ilusión”. Y que esa justificación le dio tranquilidad. Yo lo pensé por el ritmo de ahora, por la automatización de todo, y por ese poder de nuestros propios relatos…
Quienes hacemos una labor creativa, intuitivamente nos adelantamos un poco a las cosas. Quizás en mi generación ya existía el germen de lo que estamos viviendo ahora. Mirándolo en retrospectiva, te podría contar varias cosas: las murallas de Cartagena están hechas de unos bloques de corales antiguos. Si te arrimas a la muralla y miras con cuidado, puedes ver la forma de algunos corales o identificar conchitas. Esos corales estuvieron vivos y también se encuentran en la montaña. Hace dos o tres millones de años, estaban bajo el mar, pero las fuerzas de la tierra los subieron y quedaron ahí. Esa misma roca es la que se muele y mezcla con yeso. De ahí sale el cemento. Y mira que ahí hay tiempos y dimensiones mezcladas que no podemos perder de vista.
¿Por qué cree que no podemos perderlas de vista? Para qué servirían...
Porque creo que ese es el inicio de una vida espiritual o de una búsqueda: entender que hay fuerzas y tiempos mayores que no podemos controlar. Asumir las exploraciones en la vida cotidiana. Por ejemplo, la búsqueda de una pareja: uno se acerca por las similitudes, pero cuando pasa el tiempo se da cuenta de las diferencias, así que, si uno actúa de una manera inmediatista y, sobre todo, como un consumidor, elige de esta forma: no voy a seguir con esta persona. Es decir, no compro. Pero también podría uno animarse a explorar. Es decir, asumir la relación como una exploración de tiempos largos, a ver qué pasa.
Es decir, no descartando a las personas como productos, que en últimas se refiere a los procesos largos propios de la naturaleza…
Exacto. Mira la religión. Te decían: se casa, pero no se separa. Por eso los postulados religiosos fueron tan fuertes y duraron tanto tiempo. Nosotros tenemos que observar la naturaleza y sus procesos, que son largos. Saber que nosotros hacemos parte de eso y que puede llegar a ser muy satisfactorio, pero se tardará.
¿La fascinación de Arenas tiene que ver con la tierra o con el pasado?
Creería que es una pregunta por el tiempo, lo que pasa es que cuando uno dice esa palabra, hay un desfase: el pasado es muy grande, el presente ni lo ves, no te das cuenta, pasa rápido, y el futuro no ha llegado Byung-Chul Han dice que no es un tema de aceleración, sino de dispersión. La única forma en la que Arenas se siente vivo es mostrando los antecedentes de la piedra. La novela va de la exploración de lo viejo a lo nuevo y propone centrarse en el presente, pero sin perder de vista el pasado.
Hay un momento en que uno de los personajes, Torrales, le cuenta primero a una secretaria que no encontraron lo que estaban buscando y Arenas se siente ignorado, irrespetado. Lo califica como un acto de deslealtad…
Yo pienso que en la lealtad hay un asunto de compañías asimétricas. Arenas es un admirador de Torrales, pero él es su subordinado. Él lo considera un maestro, así que también supone que le debe ser leal. Torrales responde a la lealtad, pero con otra persona que tiene su misma edad, que conoce hace más tiempo, etc. Arenas se resiente: no ha entendido que hay rangos en los que las lealtades son superiores.
¿Para usted qué es la lealtad?
Uno va construyendo unas relaciones que no pueden ser siempre iguales. La lealtad de una relación se configura dependiendo de su construcción.
La exploración de Arenas en esta novela no solo tiene que ver con el cerro, sino con el amor. ¿Por qué eligió uno imposible? Anita es la esposa de su jefe y, además, tiene dos hijos…
Yo leía muchas novelas del Siglo IXX. En ese momento estaba con “Rojo y negro”, del escritor francés Stendhal, y sí, ahí encontré amores imposibles. Supongo que eso me contagió. Eso me gustaba porque todavía veía el amor como algo ideal y en la medida en la que se comenzaba a materializar, entendía que no era así... Terminaba eligiendo amores imposibles, por ejemplo. Y bueno, si Arenas se iba a enamorar, no podía ser una historia sexual o fácil, sino un amor difícil de imposible consumación.
En la novela habla de la indiferencia del mar. Y a mí esto me resulta un tanto paradójico: hay mucha vida en un mar, en una montaña, en un río, pero esa indiferencia es imponente y un tanto abrumadora… ¿Cómo la ve usted?
Te contesto desde el punto de vista del personaje: el anhelo e imposible de Arenas siempre fue el mar. Él quería ser marinero, pero la vida lo llevó a la tierra. Con la pregunta, pienso en algo curioso: cuando uno le dice a alguien que es indiferente con uno, le está haciendo una especie de reproche. Pero retomo: el anhelo de ser marinero también fue mío, por eso leí tanto a Joseph Conrad y sentí rabia en algunos momentos por nunca lograr serlo. Es más, ya siendo adulto me han invitado a planes en el mar y me mareo muchísimo, así que bueno, me frustré. Ahora estoy con lo sólido, con las piedras. Vamos a ver cuál será la exploración después.