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Tomé un bus de Transmilenio para regresar a la oficina luego de dos semanas de vacaciones. Eran las nueve de la mañana cuando me senté, saqué el celular y continué la lectura que había empezado en mi Kindle la noche anterior. En la siguiente estación se subió un muchacho, seguramente con rumbo a la universidad. Al darse cuenta de que yo estaba leyendo, me sonrió y tomo asiento a mi lado. Abrió su morral y sacó un ejemplar de «Las flores del mal» del poeta y ensayista francés Charles Baudelaire, mismo a quien Mario Mendoza referenciaba en el apartado que yo transitaba de «Leer es resistir», su libro más reciente,
Dijo Borges que “todo encuentro casual es una cita”, y de coincidencias como la mía está llena esta especie de autobiografía, este ejercicio de reconstrucción de una carrera con base en las experiencias, las lecturas, las personas y el arte que ha pasado por la vida de uno de los promotores de lectura más grandes que tiene este país, causante de que miles de jóvenes sean ahora lectores, y que quedan consignadas en las pasadas 300 páginas de este libro de relatos.
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Mendoza empezó a escribirlo en pleno confinamiento por la pandemia del COVID-19, albergado por la incertidumbre que gobernó al mundo por esos días y ante la que la literatura sirvió de bálsamo. Porque como el mismo autor dice, “si el libro es un poder en sí mismo, la literatura es un doble poder porque esconde secretos que desdoblan al lector, que lo sacan de su yo, de su identidad, que lo obligan a entrar en un trance misterioso”.
Al igual que Tintín, el intrépido y aventurero reportero creado por el historietista belga Hergé, el escritor bogotano nació un 10 de enero y descubrió el poder de los libros a los siete años mientras estaba internado en el hospital por una peritonitis gangrenosa. A partir de allí, las letras lo han acompañado sin excusas, sin importar si vivía en el centro de Bogotá con pocos pesos, si se había aventurado al Mediterráneo en busca de certezas, ni tampoco si dejó tirada una beca para un doctorado.
Somos la suma de quienes nos rodean, de lo que leemos, lo que vemos, lo que vivimos y también de lo que no. Y eso queda claro en el rompecabezas que arma Mendoza en las tres partes de su libro: Bordes, Pasadizos y Extramuros. Una línea de construcción personal, de formación intelectual y de entendimiento del mundo, de la realidad y del individuo, con sus claros y oscuros. A partir de esta, el autor comparte sin restricciones sus encuentros con las lecturas que lo formaron, con las marcas que el conocimiento, la crítica y la formación tatuaron en él. Citas y cafés a través de páginas con personajes como Stefan Zweig, Herman Hesse, Emily Dickinson, Jack Kerouac, Antonio Muñoz Molina, Alan Watts, Andrés Caicedo, Edgar Allan Poe, Marvel Moreno, Jorge Zalamea Borda, Virginia Woolf, Marguerite Duras, Juan José Millás, Virgil Gheorghiu, Ernest Hemingway, Samuel Becket y el ya nombrado Baudelaire, entre muchos otros nombres que se suman a la invaluable bibliografía que nos regala este texto.
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A partir de allí, el rompecabezas pasa a manos del lector o la lectora, quien relato a relato encontrará los fundamentos de la férrea defensa que Mario Mendoza hace por la lectura, por calificarla como un acto invaluable y definitivo, porque “leer es una fuerza que significa emancipación, resistencia y resiliencia”, una luz capaz de transformarlo todo.
En ese momento el texto explota. Las reflexiones de Mario a través de sus pasos transmutan en una defensa a la ilustración y el humanismo, en una invitación abierta a quien interactúa con él a través de la palabra: un manifiesto por la rebeldía, la pregunta y la otredad. Se plantea una conversación profunda y necesaria sobre la valía de la creatividad y la imaginación como escudos ante la injusticia y la desigualdad, sobre las élites que oprimen y ahogan todo lo que no consideren “correcto” y sobre un sistema que nos empuja a ser simples autómatas sin capacidad de cuestionar lo que ocurre a su alrededor, además de otros asuntos.
Pero a su vez el pensador colombiano propone salidas. Habla de empatía y de encarnar el dolor de los demás, de hacer lo que amamos, entender y abrazar la diferencia, dar oportunidades, valorar cada instante, no conformarnos ni tragar entero y ver en la cultura y la educación herramientas de transformación únicas. A propósito, una de mis citas favoritas del libro dice que hay que “educar a las nuevas generaciones para que sean más críticas, más lúcidas y más democráticas”.
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Algo muy atractivo en el contenido de esta obra son las reflexiones que constantemente hace Mendoza sobre el oficio del escritor, sobre la claridad que proporciona en algunos aspectos y la maldición que significa en otros. En esta suerte de diario cuenta algunas de las vivencias que lo marcaron y lo hicieron lo que es hoy en día, con sus retazos de gloria y los episodios difíciles: un trabajador incansable que no quiso seguir la ruta del establecimiento, sino que se calzó las botas y eligió contar las historias que la crítica especializada y los grandes académicos desprecian, pero que han enamorado y representado la realidad de una legión de lectores que no para de crecer. Para mí, eso es algo poderosamente valiente y valioso. “No se escribe para aparecer en periódicos y revistas, sino para entregar lo mejor de sí mismo en un acto de generosidad absoluta”, dice el autor en las páginas de este libro.
Sin embargo, «Leer es resistir» posee algo más mágico aún y es la bella reivindicación que hace del derecho de los lectores a hacer su propio camino junto a la literatura, a disfrutar de las historias que quieran y no de las que el statu quo les impone. Porque, al final de cuentas, “las páginas que amamos, en medio del infierno que vivimos día a día, son nuestra única redención posible”.
Qué enriquecedora manera de conocer a Mario Mendoza.
Qué potente homenaje rinde este texto a los libros y a los lectores.
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