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La leyenda de 'Leonora'

La escritora mexicana Elena Poniatowska narra, en su más reciente novela, la vida de una de las pintoras más importantes del surrealismo.

Angélica Gallón Salazar
22 de noviembre de 2013 - 01:12 a. m.
La leyenda de 'Leonora'
Foto: AFP - PEDRO REY

Hace ya 60 años que la escritora mexicana Elena Poniatowska y la pintora inglesa, radicada desde 1942 en México, Leonora Carrington, se conocen. Son miles los tés bebidos. Muchas las “agüitas que saben de la chingada” —como siempre decía Carrington con español aporreado y fascinación por las malas palabras— que juntas han compartido. Ahora que la consagrada narradora y periodista tiene 79 años y que la mujer que alborotó los pinceles y las entrepiernas de los pintores surrealistas tiene 94, las visitas son menos frecuentes. Pero aún se encuentran. Es por esas esporádicas reuniones que aún se suceden que Poniatowska sabe que “ese ser maravilloso”, al que le ha rendido homenaje a lo largo de 508 páginas en su más reciente novela, Leonora, premio Biblioteca Breve 2011, no va a leer ni una sola palabra de las que ella ha escrito. No es uno más de sus actos de desaires y rebeldía —a su edad Carrington es una mujer más dócil y está más cerca de las dolencias de los animales que de las pretensiones humanas—. No leer Leonora no es un acto en contra de su amiga, tiene que ver más bien con un olvido decidido de sí misma. “Nada que hable sobre ella puede llegar a importarle”, ha dicho Poniatowska.

Son quizás esas seis décadas de verse, de ver la belleza partir y las manos hacerse torpes para lo que siempre sirvieron lo que hace que esta novela recientemente llegada a las librerías nacionales sea tan reveladora. Todo lo que se pueda decir sobre Leonora Carrington ya está escrito, ella escribió muchos cuentos en donde su vida y ella misma eran la protagonista, hizo también sus entrañables Memorias de abajo, pero en esta novela Poniatowska la persigue, la acecha, la confiesa, de alguna manera la explica y en ese intento se lleva al lector por un abismo que, no importa cuantas páginas se tome, nunca termina de saciar las ansias de ver revelado ese misterio de su ser, esa hermosísima mujer que enloqueció a Max Ernst.

El libro va a sus primeros años. Hija de un magnate irlandés radicado en Inglaterra dueño de una fábrica textil, la oímos decir que lo único que quiere ser es un caballo. “No quiero complacer, no quiero servir el té, lo único que quiero en la vida es ser un caballo”, dice Carrignton de 10 años anticipando a la mujer que se convertiría en una de las más importantes pintoras surrealistas. “Leonora es una hojita de papel volando, va a consumirse, nadie puede hacer nada por ella, ni su madre ni su padre evitarán el incendio”, escribe Poniatowska.

Carrington tiene visiones, desde los dos años, escribe igual con la mano derecha y con la izquierda y tiene el don de escribir al revés, sus padres le tienen prohibido creerse caballo y cada vez que la monja directora del colegio de turno la regaña ella admite que lo único que quiere hacer es pintar y escribir. “¿Qué hace usted, miss Carrington? —le pregunta la directora al verla inclinada sobre un cuaderno—. Estoy escribiendo un manual de desobediencia”.

Parece que no se ha convivido suficiente con la niña, que su infancia toda podría ser materia del libro, cuando se va registrando entre líneas sus viajes por Venecia y Florencia, su llegada a París, adonde se va con la advertencia de sus padres de que no le enviarán un centavo. El lector asiste entonces, entre agites y con la conmoción de enterarse de que la explosiva Leonora tan sólo cumple 20 años, al encuentro con el amor, con su destino, Max Ernst, quien ya pisaba los 46. “¡Qué belleza!, piensa Max. ¡Qué diferencia respecto de las mujeres que acostumbra a seducir y sobre todo qué diferencia respecto de Marie Berthe, su esposa!”, escribe Poniatowska, para añadir más adelante: “Ha encontrado el objetivo de su vida, él va a cambiársela, él va hacerle ver el mundo, ella es su mina de carbón, él va a extraer diamantes y va a pulirlos”.

El amor por Ernst, que le valdrá la renuncia del padre a segur siendo su padre, que le arrebatará confesiones: “Eres mi santo grial, tú eres mi desgracia, eres mi cuchara”, es al tiempo una manera de ver una época, de ver palpitar el arte del pintor que osa ponerle cachos a Rembrandt en un collage, de ver el Dadá hacerse surrealismo, de oír de Man Ray y Breton, de ver aparecer a la trastocadora Lee Miller.

Vendrán luego sus crisis mentales, las que se desatan cuando Max es internado en un campo de concentración en Francia. Se narrarán sus viajes por Madrid para intentar hablar con Franco y conseguirle una visa, un pasaporte a la salvación a su amor. Se narrarán sus tristes destinos en un manicomio de Santander y, luego, Poniatowska enfatizará sobre su vida en México, adonde llega cogida de la mano del cronista taurino Renato Leduc. Se desvelará su obra, una que se hizo más rica por sus vivencias en el país del maíz y los alebrijes y que la llevaron a conocer y casarse con el fotógrafo húngaro Imre Weisz, con quien tendría dos hijos.

La vida de Carrington no puede contarse en este pequeño espacio de periódico. Cualquier intento es torpe, no es torpe sin embargo el intento de Poniatowska de regalarle quizás algunas de sus últimas páginas a “esa potranca, levanta remolinos” que solía profesar: “Cometer actos que los otros condenan te eleva a otra dimensión, saltas encima de tu propia mediocridad”.


Frases del libro ‘Leonora’

‘‘La finalidad de la vida no es prosperar sino transformarse. Cuando uno se lanza a lo desconocido se salva”.

‘‘A Leonora nada le atañe, Max y ella no son hombre y mujer sino pájaro y yegua”.

‘‘¿Cómo puede pintarse el olfato? ¿Cómo voy a hacer que mi pintura hieda?”.

Por Angélica Gallón Salazar

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