La libertad de Alberto Medina
Con Taller de Edición Rocca, el director de Información de Caracol lanza su segundo libro el 11 de mayo en el salón José María Vargas de Corferias.
Mariángela Urbina Castilla
Para descansar su alma, reposar de los afanes diarios y huir de la realidad de las noticias, escribe. Alberto Medina vive perdido en la prisa de la información periodística, pero la literatura lo salva, le regala pausas, lo rescata de la rutina. El año pasado publicó su primer libro, la novela El credo de los amantes y no dejó de escribir. Ahora, en el marco de la Feria del Libro, presenta En todas partes hay mariposas negras, una colección de cuentos plagados de amor y libertad.
En el Monólogo triste-feliz del minotauro, escribe: “Para todos los muertos hay residencia: un círculo, una estrella, un escalón, una nube, el fango o una llama”. Pero el Minotauro no encuentra un lugar, no tiene un espacio reservado en el más allá, porque como él mismo lo considera, “no existe la muerte después de la muerte”. No cabe, no hay espacio para él. Es mitad hombre, mitad toro y no le corresponde permanecer junto a unos u otros. Sufre, pelea con los dioses. Pero de pronto descubre que encontrar las puertas cerradas fue lo más liberador: su lugar es el mundo.
Esta historia inspirada en la mitología griega parece darle vida a las demás. Marca la pauta de lo que el lector puede encontrarse, un libro en el que, aunque los personajes están divididos por los títulos de los cuentos, hacen parte de un mismo universo: la violencia de la realidad y, sobre todo, la necesidad de ser libres y amar profundamente.
“Con una frase de ficción, ya el periodismo se convierte en novela”, dice Medina consciente de que el contexto en el que se desenvuelve ha influenciado su escritura y que algunos de sus relatos se parecen a la verdad. El cuento que le da el nombre al libro se desarrolla en un noticiero de televisión y su protagonista es una presentadora atrapada en sus propios sueños. Quiere triunfar, ser famosa y exitosa, lo anhela con todas las fuerzas que le permite el cuerpo, pero ese mismo deseo la esclaviza, le quita su autonomía y la condena a la intranquilidad. “Ese noticiero podría parecerse a este, pero es otro, es el que escribí”, agrega Alberto Medina.
Lo mismo sucede con la historia de Carlina Toro, una matrona de un pueblo “edificado en el filo de la cordillera”. El nuevo sacerdote de este espacio sin nombre pero que se parece a muchos rincones de Colombia, decreta tres días de oscuridad, porque Dios así lo ha dispuesto. Medina describe cómo a Carlina le pudo más su fe que su intuición de madre. La religión, en este cuento, es la villana que aniquila liberales, que usa las creencias de la gente para favorecer los intereses conservadores en una época posterior a la violencia. Y esa es la misma religión del país de Medina, de este, en el que la Institución que más seguidores tiene es la de la Iglesia Católica a pesar de su historia manchada por odios políticos e intereses personales.
Años atrás, cuando Alberto Medina estudiaba periodismo en la Escuela Superior Profesional Impahu y trabajaba en el periódico El Tiempo, ya sentía que quería completar su vida con algo. La literatura fue ese algo y lo encontró en la Universidad Nacional, pero tiempo después cambió de formato. Desde los años 90, la televisión le abrió las puertas. “La verdad siempre añoré hacer prensa escrita, ahí empecé. Luego estaba llenándome de hijos y sin trabajo, y encontré un lugar en la televisión”.
Le costaba entender el lenguaje audiovisual en los primeros meses, luego entendió el secreto: “mientras en la prensa es necesario describir muy bien, en televisión toca esforzarse por no describir”. Y su trabajo en televisión ha influenciado su escritura. Le pasa que piensa como si tuviera una cámara en los ojos y cuando crea situaciones para sus cuentos, busca construir imágenes. “Entendí que la televisión también te nutre la literatura”.
Así que todas las mañanas, antes de recibir la dosis diaria de noticias que le corresponde como director de Información de Caracol, Medina escribe y es libre. Tres horas diarias para la literatura son el regalo que se da así mismo. Después, vuelve al mundo.
mariangelauc@gmail.com
@mariangelauc
Para descansar su alma, reposar de los afanes diarios y huir de la realidad de las noticias, escribe. Alberto Medina vive perdido en la prisa de la información periodística, pero la literatura lo salva, le regala pausas, lo rescata de la rutina. El año pasado publicó su primer libro, la novela El credo de los amantes y no dejó de escribir. Ahora, en el marco de la Feria del Libro, presenta En todas partes hay mariposas negras, una colección de cuentos plagados de amor y libertad.
En el Monólogo triste-feliz del minotauro, escribe: “Para todos los muertos hay residencia: un círculo, una estrella, un escalón, una nube, el fango o una llama”. Pero el Minotauro no encuentra un lugar, no tiene un espacio reservado en el más allá, porque como él mismo lo considera, “no existe la muerte después de la muerte”. No cabe, no hay espacio para él. Es mitad hombre, mitad toro y no le corresponde permanecer junto a unos u otros. Sufre, pelea con los dioses. Pero de pronto descubre que encontrar las puertas cerradas fue lo más liberador: su lugar es el mundo.
Esta historia inspirada en la mitología griega parece darle vida a las demás. Marca la pauta de lo que el lector puede encontrarse, un libro en el que, aunque los personajes están divididos por los títulos de los cuentos, hacen parte de un mismo universo: la violencia de la realidad y, sobre todo, la necesidad de ser libres y amar profundamente.
“Con una frase de ficción, ya el periodismo se convierte en novela”, dice Medina consciente de que el contexto en el que se desenvuelve ha influenciado su escritura y que algunos de sus relatos se parecen a la verdad. El cuento que le da el nombre al libro se desarrolla en un noticiero de televisión y su protagonista es una presentadora atrapada en sus propios sueños. Quiere triunfar, ser famosa y exitosa, lo anhela con todas las fuerzas que le permite el cuerpo, pero ese mismo deseo la esclaviza, le quita su autonomía y la condena a la intranquilidad. “Ese noticiero podría parecerse a este, pero es otro, es el que escribí”, agrega Alberto Medina.
Lo mismo sucede con la historia de Carlina Toro, una matrona de un pueblo “edificado en el filo de la cordillera”. El nuevo sacerdote de este espacio sin nombre pero que se parece a muchos rincones de Colombia, decreta tres días de oscuridad, porque Dios así lo ha dispuesto. Medina describe cómo a Carlina le pudo más su fe que su intuición de madre. La religión, en este cuento, es la villana que aniquila liberales, que usa las creencias de la gente para favorecer los intereses conservadores en una época posterior a la violencia. Y esa es la misma religión del país de Medina, de este, en el que la Institución que más seguidores tiene es la de la Iglesia Católica a pesar de su historia manchada por odios políticos e intereses personales.
Años atrás, cuando Alberto Medina estudiaba periodismo en la Escuela Superior Profesional Impahu y trabajaba en el periódico El Tiempo, ya sentía que quería completar su vida con algo. La literatura fue ese algo y lo encontró en la Universidad Nacional, pero tiempo después cambió de formato. Desde los años 90, la televisión le abrió las puertas. “La verdad siempre añoré hacer prensa escrita, ahí empecé. Luego estaba llenándome de hijos y sin trabajo, y encontré un lugar en la televisión”.
Le costaba entender el lenguaje audiovisual en los primeros meses, luego entendió el secreto: “mientras en la prensa es necesario describir muy bien, en televisión toca esforzarse por no describir”. Y su trabajo en televisión ha influenciado su escritura. Le pasa que piensa como si tuviera una cámara en los ojos y cuando crea situaciones para sus cuentos, busca construir imágenes. “Entendí que la televisión también te nutre la literatura”.
Así que todas las mañanas, antes de recibir la dosis diaria de noticias que le corresponde como director de Información de Caracol, Medina escribe y es libre. Tres horas diarias para la literatura son el regalo que se da así mismo. Después, vuelve al mundo.
mariangelauc@gmail.com
@mariangelauc