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La prestigiosa Universidad de Oxford acaba de publicar El manual de Oxford de Gabriel García Márquez, libro que reúne a expertos mundiales sobre el escritor colombiano para presentar “un examen exhaustivo en inglés de su vida, obra y legado”, el primer trabajo de este tipo desde su muerte en 2014. Fue editado por quienes allí consideran autoridades sobre la literatura latinoamericana: Gene H. Bell-Villada e Ignacio López-Calvo. Así presentan la obra: “El volumen pinta un retrato rico y matizado de Gabo. Incorpora enfoques críticos continuos como el feminismo, la ecocrítica, el marxismo y los estudios étnicos, al tiempo que aclara aspectos clave de su trabajo, como su origen caribeño-colombiano; su uso del realismo mágico, el mito y el folclore; y sus opiniones políticas de izquierda”. (Recomendamos: Crónica de Nelson Fredy Padilla sobre García Márquez y su obsesión con la muerte).
Son 32 capítulos, uno de ellos escrito por nuestro corresponsal en Tokio, Gonzalo Robledo, sobre la relación del Nobel de Literatura con Japón, que reproducimos enseguida: (Le puede interesar. Video: La reconstrucción de los pasos de García Márquez en El Espectador).
Cien años de soledad y su influencia en Japón
La publicación en japonés de Cien Años de Soledad en 1972, marcó un hito en el mundo cultural del Japón y su influencia sigue vigente hasta hoy. Desde la literatura al cine, pasando por obras de teatro y películas de anime, la obra cumbre de García Márquez ha sido sido señalada como fuente de inspiración o reconocida como punto de inflexión profesional por destacados creadores japoneses.
Escritores como Kenzaburo Oe, Nobel de Literatura de 1994, o Natsuki Ikezawa, declararon abiertamente haber recibido una significativa influencia literaria de la obra cumbre del autor colombiano en la creación de aldeas o países periféricos que les sirven para cuestionar la historia oficial de Japón. Por otra parte, el realismo mágico ha sido señalado como la herramienta de Haruki Murakami para explorar la crisis de identidad individual de los japoneses nacidos después de la Segunda Guerra mundial.
La publicación en japonés de la obra de García Márquez sirvió además para sacar a flote coincidencias entre el realismo mágico y la temática y el estilo de muchas obras literarias japonesas escritas desde finales del siglo diecinueve, después de que Japón pusiera fin a más de doscientos años de aislamiento voluntario y el naturalismo importado de occidente empezara a desplazar a la literatura fantástica, nutrida de folclor y leyendas tradicionales.
Primera y única traducción en 1972
Una de las primeras obras literarias en español traducida al japonés fue El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha que, a finales del siglo XIX, se empezó a traducir y publicar, parcial y totalmente, de otros idiomas diferentes al español. A lo largo del siglo XX una docena de traductores ofrecieron su propia versión directa del español de la obra máxima de Cervantes y, en el siglo XXI, traducir el Quijote se ha convertido en un reto profesional para muchos hispanistas nipones. Por su parte, Cien años de soledad fue traducida directamente del español en 1972. Esa versión, revisada varias veces por su ya fallecido traductor, sigue siendo la única que leen los japoneses casi medio siglo después.
La idea de traducir Cien años de soledad al japonés se atribuye al hispanista Yoshio Masuda quien la recomendó a la editorial Shinchosha sugiriendo como traductor a su colega, el profesor Tadashi Tsuzumi (1930-2019). El traductor, que nunca conoció Colombia, se enfrentó al reto de traducir una novela inusual e innovadora en un idioma occidental cuyo primer contacto con Japón se remonta al siglo XVI cuando la evangelización de los jesuitas europeos dio lugar al llamado Siglo Cristiano (1549-1650).
En ese período Japón intentó iniciar un intercambio comercial con occidente y envió en 1613 una misión diplomática que por vía de Nueva España (México), visitó Cuba, España, Francia y el Vaticano. Durante el periplo, el cristianismo fue proscrito en Japón y algunos miembros de la comitiva nipona, que habían sido bautizados, prefirieron quedarse a vivir en el pueblo andaluz de Coria del Río, en el sur de España, donde sus descendientes llevan hoy el apellido Japón. Durante los siguientes dos siglos Japón sostuvo un comercio limitado con occidente, pero estuvo cerrado a los contactos con países hispanohablantes hasta la segunda mitad del siglo diecinueve cuando firma tratados comerciales y empieza una diáspora nipona que incluye el sudeste de Asia, Estados Unidos y México.
Ya entrado el siglo XX, los emigrantes japoneses viajan a países como Brasil, Perú, Bolivia, Argentina y Colombia. El contacto de estas colonias japonesas con su país de origen es anecdótico y solo hasta 1990, cuando Japón inicia una política de admisión de extranjeros descendientes de japoneses como mano de obra para sus fábricas, el idioma español empieza a figurar como un factor en las relaciones exteriores. El fútbol y la música salsa registran un auge, a la par del estudio del español en academias y universidades. Los medios de comunicación japoneses realizan reportajes sobre los países de origen de los nuevos inmigrantes y las editoriales publican textos de estudio de español y los diccionarios bilingües son actualizados.
Pero cuando Tsuzumi traduce Cien años de soledad, aún faltan dos décadas para ese apogeo de lo hispano. Tampoco existen los supermercados con productos latinos donde se pueden conocer en persona los sabores y los colores del trópico. Y por traducir en la era pre-internet, definir sustantivos que muy pocos japoneses habían visto en su vida, como “guayaba”, requiere una laboriosa búsqueda fuera del campo lingüístico.
Al estar Japón protegido cultural e ideológicamente tras la barrera de un idioma autóctono, hablado solo en el archipiélago, era apenas natural que para su versión de Macondo Tsuzumi recurriera a la domesticación del texto original. La gramática japonesa invierte las frases de idiomas occidentales como el español y la secuencia en la que aparecen los elementos de una escena es percibida por el lector nipón en el orden contrario al dispuesto por el autor. Si García Márquez nos introduce a Macondo en una especie de aterrizaje en el que vemos las veinte casas de “barro y cañabrava”, luego el “río de aguas diáfanas” que se precipitan en un lecho de “piedras pulidas y blancas y enormes como huevos prehistóricos”, el lector de la traducción japonesa llega a Macondo navegando río arriba y lo primero que ve son las piedras. Según el traductor japonés, los huevos pertenecen a un “monstruo prehistórico” que no figura en el texto original. En versiones revisadas el “monstruo” fue sustituido por una “bestia”.
Tsuzumi usa la onomatopeya, un recurso lingüístico frecuente en el habla diaria de los japoneses para describir sonidos, acciones, texturas, estados de ánimo o situaciones. Las onomatopeyas japonesas pueden tomar forma de adverbios o adjetivos y se forman a menudo con sílabas repetidas. La abundancia de piedras que forman el lecho del río de Macondo se expresa con el sonido “goro-goro”, mientras que el tacto liso de esas piedras pulidas es “sube-sube”.
En el título del libro, el traductor prefirió dar un toque exótico usando el orden del español y puso los cien años al inicio de la frase: Hyakunen no kodoku, lo que en la gramática japonesa equivaldría a decir “La soledad de cien años”. Una traducción más doméstica del título hubiera sido Kodoku no Hyakunen.
Tsuzumi realizó al menos tres revisiones para las sucesivas ediciones. Los colegas más cercanos al fallecido traductor, elogian su amplio vocabulario que le sirvió para transmitir en un japonés rico y fluido el tono cercano y ameno de narración oral del texto original. La traducción de Tsuzumi sigue teniendo un papel importante en la difusión de la cultura de habla hispana en Japón y en la percepción de la cultura de América Latina, además de seguir influyendo en reconocidas creaciones artísticas posteriores a su publicación.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón. Se publica con autorización del autor.