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Un ventanal gigantesco se abría en la mitad de una casa en la cincuenta y seis, arriba de la Circunvalar. Desde allí entraba una luz tenue, reconfortante, que brindaba una panorámica de Bogotá, de algo parecido a una ciudad infinita, con un pequeño estadio en el medio. Sin duda, Giovanny Jaramillo Rojas, un obsesionado por la contemplación y la espera, habría podido pasar horas frente a ese ventanal, pero la entrevista duró un poco más de dos horas.
Tinto, sólo eso desayuna. En la sala tiene una mesa baja rodeada por cojines, dos sillones, una hamaca y unos cuantos libros a la mano.
Se siente un vagabundo en el mundo. Siempre en movimiento: “Yo creo que es un problema que tengo: deambular me gusta. Yo tengo tiempo y salgo a caminar. Y creo que es una metáfora de esa vagancia mental, de ese transitar por la mente. Pasar de un barrio a otro y jugar a ser un extranjero, y es que nos han dicho que es solo una cuestión de nacionalidad. Perderse e involucrarse es algo que intento hacer. Mentalmente soy un vago y suelo sumergirme en cosas que no tiene ningún sentido”.
Es hincha de Millonarios y en épocas de adolescencia en las que alentaba junto a los Comandos Azules, la mamá de un amigo le empezó a pasar libros. Desde entonces no ha parado de leer.
Por el periodismo estuvo una noche sentado en el Estadio Gigante de Arroyito, dice que dejaría todo por ser periodista deportivo. También hizo las veces de catador cuando legalizaron la marihuana en Uruguay.
Por la sociología, su profesión, aprendió y aprende cada día a educar la mirada, a fijarse en esas cosas pequeñas que también esconden historias. Por la literatura lo hizo todo, sacó muchas frustraciones y -como él dice- “vomitó en palabras” todos esos pensamientos surgidos en su deambular. Sur, su último libro, recoge varios relatos escritos desde 2012. Es la fusión de una inquietud por recorrer y transitar, de a poco, calles aún desconocidas.
Vemos que en Sur no solamente hay un recorrido geográfico sino también interior y de exploración entre los géneros literarios. ¿En qué medida la escritura le ha sido un viaje o una suerte de exploración?
Para cualquier persona que escriba ensayo, poesía, cuentos, novela, siempre termina siendo un viaje el acto de escribir. Estás consolidando atmósferas, dándole vida a personajes, descubriendo la realidad desde algo que aparentemente es ajeno, pero que viene dentro de ti mismo. Básicamente la excusa de ese trasegar geográfico hasta llegar al Sur termina siendo la posibilidad de encontrar una excusa para poder mostrar esa incomodidad que genera muchas veces ser extranjero, esa incomodidad que muchas veces está ahí porque como que todo el tiempo estás en pro de poder comprender una realidad que no es tuya. Mi intención de alguna manera es poder generar ese entresijo entre la ficción y no ficción, dándole también posibilidad a que la imaginación agarre por esa autopista que es eterna y no quedarse solo con la descripción y el argumento de la realidad que te presenta un punto de vista.
¿Qué le brinda esa posición ajena del extranjero en su proceso de escritura?
A ti te dicen el extranjero y tú de una te sitúas ahí, hay toda una construcción a partir de esa figura. Fueron relatos que se escribieron desde el 2012, el último se terminó de escribir el año pasado en una visita que hice en Buenos Aires. Siempre estaba esa búsqueda de poder encontrar puntos de relacionamiento con la realidad.
Todo el tiempo en Sur hay relaciones con personas que son de otros lados, entonces es ese lugar común al que todos llegamos, o nos situamos en un lugar que no es el propio y tenemos que pensar en generar vínculos, porque somos seres humanos, somos seres sociales. Tenemos la necesidad de poder generar una cofradía para combatir el anonimato. Esa posibilidad de extranjería es la que te permite asumir todo eso desde un punto de vista que es sumamente ambicioso. El extranjero ¿de qué vamos hablar? ¿qué es lo que importa? Por eso la primera persona se vuelve tan importante.
¿Cree que ser latinoamericano le exige algo de particular en su literatura?
Hay una exigencia histórica. Primero una exigencia absolutamente intelectual por el boom, pero este también ha generado muchos daños a la gente que intenta escribir cosas, porque situó un espacio de quehacer literario y salirse de eso ha sido muy complicado. ¿Se vieron litigante? Es una película a la que le faltó ser francesa. Lo original es que sucede en Bogotá en un ambiente absolutamente bogotano y que supera esas narrativas históricas que ha tenido la cinematografía colombiana: que cada historia y cada drama que contamos tiene que estar atravesado por la violencia o sino no. Como decía Alberto Fuget cuando fundó una revista en Estados Unidos y dijo “ya, la puta madre, nosotros no somos realismo mágico”: nosotros tenemos ciudades, gente con drogadicción, tenemos putas, tenemos conflictos que también se dan en el primer mundo.
La otra parte es la necesidad que tenemos de narrarnos, que también viene de las ciencias sociales. ¿Cuáles son esas herramientas que estamos usando para narrarnos a nosotros mismos? Muy a lo Fernando González. No podemos pasarnos por el filtro del estructuralismo porque nosotros no somos o no fuimos un país del primer mundo, tenemos que buscar estrategias para contarnos a nosotros mismos. Entonces, ¿cómo lo hacemos?
¿Cree que la escritura debe ser ética?
Creo que la escritura debe ser estética más que ética. No sé si conocen la historia de un poeta que se llama Carlos Framb. Y la mamá le dice que ya no quiere vivir más, que está cansada de esos dolores y Carlos Framb investiga una pócima para que la mamá pueda morir sin ningún tipo de dolor y se la da. El caso es que la señora se muere y él toma un poquito de la pócima porque también se quiere suicidar; el hermano llega en un momento en el que está agonizando y lo lleva al hospital y cuando despierta tiene al CTI y a la Fiscalía diciéndole que usted mató a su mamá, que usted está acusado de homicidio. Una lista de artistas se unió para demostrarle a la justicia departamental que la decisión de él no se podía valorar ni moral ni éticamente ni legalmente, porque era una solución estética.
Conversé con Carlos Framb sobre ese tema y llegamos a la conclusión. Cuando uno decide escribir o pintar algo decide sumergirse en algún tipo de expresión y eso supera cualquier tipo de expectativa que pueda ser valorada desde el punto de un juez.
¿La industria le ha hecho daño a la literatura?
Todo lo industrial ha hecho daño. Cuando todo se vuelve producción en cadena, baja la calidad inevitablemente. Como se convierte en un trabajo, la gente comienza a escribir. Si te das cuenta, muchos siguen publicando porque son conocidos, porque te dan un adelanto y te piden algo para el 30 de agosto, por ejemplo.