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Para hablar del ingreso de Mario Vargas Llosa a la Academia Francesa hay que hacerlo también de la inmortalidad. No solo porque, a lo mejor, todo aquel que escribe la busca a través de sus palabras, sino porque el ingreso a la mencionada institución hará del Nobel de Literatura un “inmortal”. “El término ‘inmortales’, propio de los miembros electos de la Academia Francesa, puede provocar una sonrisa, pero los académicos miden sabiamente su significado. Deben su apodo de inmortales al lema ‘À l’immortalité’ (‘A la inmortalidad’), que figura en el sello dado a la Academia por su fundador, el cardenal de Richelieu, y que hace referencia a su misión: ser portadores de la lengua francesa. Es esta última la que es inmortal”.
La inmortalidad y el buen uso de la lengua francesa se confían, desde 1635, a la Academia. Es su misión “trabajar, con todo el cuidado y la diligencia posibles, para dar ciertas reglas a nuestra lengua y hacerla pura, elocuente y capaz de tratar con las artes y las ciencias”, según afirma en sus estatutos. La institución fue el resultado de varios siglos y del proceso mediante el cual el francés dejó de ser una lengua vernácula a ser el sustituto del latín como lengua oficial del reino de Francia, en 1539. Llegó el siglo XVII, y el francés seguía evolucionando. Todo variaba, desde la pronunciación hasta la conjugación de los verbos. Así que el poeta François de Malherbe se propuso el objetivo de unificar la lengua, una intención que hizo eco en otros literatos y gramáticos, y que se institucionalizó bajo el reinado de Luis XIII, con el nacimiento de la Academia Francesa, a la cual se le encargaron la creación de un diccionario y, eventualmente, la concesión de premios literarios.
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Vargas Llosa entrará a ocupar, desde mañana, el sillón 18 de los 40 que componen la institución académica por la que han pasado personajes icónicos de la cultura francesa como Victor Hugo, François-Marie Arouet (Voltaire), Louis Pasteur y Charles Louis de Secondat (Montesquieu), y extranjeros como José-María de Heredia y Julien Green. Su elección como reemplazo del filósofo francés Michel Serres, quien falleció en 2019, es atípica por dos motivos: el primero, porque el autor de “La ciudad y los perros” tiene 86 años y la edad máxima de ingreso a la Academia es de 75; segundo, y quizá más relevante, porque el escritor hispano peruano nunca ha escrito en francés. No obstante, el autor aseguró, en entrevista con la revista “Letras Libres”, que desde 1953 “ya podía leer en la lengua de Moliére”, ya que ingresó a la Alianza Francesa a la par de sus estudios en la Universidad de Lima. Reconoce que, además, fueron autores franceses los que le ayudaron a formar su pensamiento: “Cuando estuve en el Partido Comunista, que estuve un año, las ideas de Sartre me defendieron contra el estalinismo”, dijo para “El País”. Y fue “Madame Bovary”, de Gustave Flaubert, el que le convenció de que la literatura era su vocación.
Según afirmó en entrevista con el diario “El País”, su candidatura fue producto de su relación con el también escritor Daniel Rondeau, quien recibirá a Vargas Llosa en la sesión solemne donde dará su discurso el próximo 9 de febrero. “Nos tomamos un café. Y estaba con otro académico con nosotros (...). Y de pronto me dijeron que la Academia Francesa me esperaba. Y ahí armaron prácticamente una emboscada de la cual he resultado académico francés”, señaló. “La verdad es que me ha alegrado mucho. No esperaba nunca ser académico (...). ¡Sería muy bueno eso de ser inmortal de verdad!”, aseguró riendo.
Fue elegido con 18 de 22 votos en noviembre de 2021. Y aunque nunca esperó ser académico, la vida se fue enmarcando en esa dirección. Aun cuando desde muy joven tuvo “la certeza precoz de que su destino estaría marcado por el ritmo del teclado de una máquina de escribir”, como lo describen desde la Academia Francesa, también asomó la nariz en la política y fue candidato del Frente Democrático en las elecciones presidenciales peruanas en 1990. Estudió letras y derecho en Perú, el país donde nació, y luego se hizo doctor en filosofía y letras en España, el país que lo acogió y le concedió la nacionalidad.
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El mundo de la academia tendió los brazos abiertos de nuevo en 1975, cuando se hizo miembros de la Academia Peruana de la Lengua y, luego, en 1996, cuando tomó posesión de su puesto como miembro de la Real Academia Española. Ese 15 de enero pronunció las siguientes palabras, en el discurso que tituló “Las discretas ficciones de Azorín”: “No sé si mi instalación en este nuevo hogar afectará mi trabajo de creación -haré cuanto esté a mi alcance para que no lo academice, desde luego-, pero en todo caso me propongo corresponder a la benevolencia de ustedes colaborando lo mejor que pueda con las tareas de la Real Academia. Dada mi fenomenal incompetencia en la disciplina lexicográfica, me temo que mi aporte resulte prescindible, pero él será, cuando menos, permanente y bien intencionado”.
Ahora Vargas Llosa tiene otro discurso por escribir y declamar, esta vez para una audiencia francesa. Algunos han criticado su elección como miembro de la Academia Francesa, entre otros asuntos, por sus inclinaciones políticas, por ejemplo su apoyo al candidato de extrema derecha chileno José Antonio Kast en diciembre de 2021. Por lo pronto, hoy, portando un traje verde, bordado con ramas de olivo verdes y doradas, ese verde “serio”, “académico”, como lo describió el francés Henri Lavedan, recibirá su espada, un antiguo símbolo de pertenencia a la Casa del Rey, y una medalla de la Academia grabada con su nombre y el lema “A la inmortalidad”.
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