“La locura total” de Julio Cortázar (Epifanías IV)
Luego de varios años de escribir y reescribir “Rayuela”, una de las novelas emblemáticas de los años 60, Julio Cortázar tomó una decisión drástica para ordenar sus textos y le propuso a los lectores hacer dos lecturas de su libro. Presentamos la cuarta entrega de Epifanías.
Fernando Araújo Vélez
Él mismo dijo muy a principios de los 80 en la Universidad de Berkeley que el comienzo y el final de Rayuela habían sido una conjunción de visiones y de detalles, algo de azar, mucho de comprensión, un poco de abandono y trabajo. Trabajó de mañana, tarde y noche, y también en las madrugadas, a puro café, mate y cigarrillo. Y dijo entonces, para explicarles a unos estudiantes que habían tomado un curso con él para saber de literatura, de América Latina, del crear y fracasar y escribir, que Rayuela había sido producto de cuatro escrituras distintas, de una enésima cantidad de noches de insomnio, y de una obsesión que rayaba en la locura.
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Él mismo dijo muy a principios de los 80 en la Universidad de Berkeley que el comienzo y el final de Rayuela habían sido una conjunción de visiones y de detalles, algo de azar, mucho de comprensión, un poco de abandono y trabajo. Trabajó de mañana, tarde y noche, y también en las madrugadas, a puro café, mate y cigarrillo. Y dijo entonces, para explicarles a unos estudiantes que habían tomado un curso con él para saber de literatura, de América Latina, del crear y fracasar y escribir, que Rayuela había sido producto de cuatro escrituras distintas, de una enésima cantidad de noches de insomnio, y de una obsesión que rayaba en la locura.
Explicó que cuando ya tenía el texto finalizado, o que eso era lo que creía, agrupó uno por uno todos los capítulos, o los que él consideraba que podían ser capítulos, y los regó en el piso del taller de un amigo, Joaquín Jonquières, dejando algunos espacios que eran calles o avenidas por las que él caminaría después. “Mi técnica no es la que los críticos se imaginan: mi técnica es que me fui a la casa de un amigo que tenía una especie de taller grande como esta aula, puse todos los capítulos en el suelo (cada uno de los fragmentos estaba abrochado con un clip, un gancho) y empecé a pasearme por entre los capítulos dejando pequeñas calles y dejándome llevar por líneas de fuerza (…)”.
Unió el final de algunos de aquellos fragmentos con el comienzo de otros, y enlazó unos textos con otros, de una manera en la que si la última frase de un capítulo combinaba con una parte de un poema de Octavio Paz, así la dejaba. “Me pareció que ahí el azar -lo que llaman el azar- me estaba ayudando y tenía que dejar jugar un poco la casualidad: que mi ojo captara algo que estaba a un metro, pero no viera algo que estaba a dos metros, y que sólo después, avanzando, iba a ver. Creo que no me equivoqué: tuve que modificar dos o tres capítulos porque la acción empezaba a ir hacia atrás en vez de adelantar, pero en su inmensa mayoría esa ordenación en diferentes capas funcionó de manera bastante satisfactoria para mí y el libro se editó en esa forma”.
La novela había surgido mucho tiempo antes, una tarde cualquiera en la que vio a un par de hombres y una mujer intentando pasarse un mate y unos clavos de ventana a ventana a través de una tabla endeble por la que tenía que pasar la mujer, a la que luego llamó Talita. Sus dos amigos eran Traveler y Horacio Oliveira. Aquella visión fue primero un cuento, y después un relato largo, y así se quedó varios meses, hasta que se preguntó si ese no podría ser el núcleo de un texto más largo aún, y empezó a darle vueltas a aquel hombre, Oliveira, que había regresado a la Argentina luego de unos tiempos muy complejos en Europa.
De algún modo, Horacio Oliveira era Cortázar. Era “un poco como yo mismo cada vez que iba a Buenos Aires cuando estaba viviendo en Francia”. Por eso, Rayuela empezó a crecer y a tomar forma y a vivir a partir de Oliveira. Las decenas de papelitos que Cortázar había ido guardando en sus bolsillos y en los cajones de su escritorio, sin tener muy en claro para qué, fueron teniendo esa razón. Allí donde Oliveira necesitaba una explicación, o donde La Maga, la protagonista del libro, hacía una pregunta, podían aparecer aquellos recortes. Y aparecieron y más tarde desaparecieron. Se transformaron en algunas ocasiones, y en otras se esfumaron para volver de nuevo intactos, según avanzaba la novela.
“Cuando estaba escribiendo Rayuela -al mismo tiempo que lo escribía, y llevó varios años- seguía leyendo libros y periódicos y continuamente encontraba frases, referencias e incluso anuncios periodísticos que despertaban en mí un eco con referencia a lo que estaba escribiendo: había cosas que tenían cierta conexión y entonces las cortaba o las copiaba y las iba acumulando”. Cuando acabó de escribir, no sabía bien qué hacer, cómo utilizar todos esos papeles, recortes y comentarios o citas en la novela. Todo contaba para él, como dijo después, cada vez que lo entrevistaron al respecto, pero no estaba seguro del lugar en el que podría usar cada cosa. En términos literarios, nada estaba escrito. En términos vitales, eso era lo verdaderamente importante.
Pensó en armar un índice con todos aquellos “papelitos”, y luego optó por intercalarlos con los capítulos que ya tenía escritos. Sin embargo, nada lo convencía. Tampoco quería desechar sus apuntes, pues de alguna forma, eran una suerte de hilo conductor de la historia. Hasta que una noche se decidió por una locura total. “Voy a hacer la locura total (verdaderamente me parecía una locura): voy a proponer dos lecturas de este libro. Yo he tenido cinco escrituras diferentes, porque lo he escrito de diferentes maneras; tengo entonces algún derecho de proponerle a mi lector por lo menos dos lecturas. Por eso Rayuela dice en su primera página que a su manera es muchos libros, pero sobre todo es dos libros y que se puede leer de dos maneras”.
La inspiración de Cortázar, la motivación y la luz y la razón de ser que lo llevaron a escribir el libro eran la escritura y la historia y el hacer y hacer preguntas. Oliveira era él, sí, y como él, interrogaba y se interrogaba. “En el fondo, Rayuela es una muy larga meditación -a través del pensamiento e incluso a través de los actos de un hombre, sobre todo- sobre la condición humana, sobre qué es un ser humano en este momento del desarrollo de la humanidad, en una sociedad como la sociedad donde se cumple el libro. En Rayuela todo está centrado en el individuo, eso es fácil de advertir. Oliveira piensa sobre todo en sí mismo, pocas veces sale de sí mismo, pocas veces se proyecta del yo al tú o al vosotros”.
Oliveira fue Cortázar. A través de él hecho personaje, se hizo infinidad de preguntas sobre la vida y lo eternamente dado, sobre el lado opuesto de lo establecido, sobre aquello que llamaban amor, “pero el amor, esa palabra”, como escribió alguna vez, y sobre morir y nacer. Oliveira era el hombre que buscaba, y que por buscar, vivía, hacía una revolución, y sobre todo, jugaba. Jugaba a la Rayuela, como cuando era niño, y pateaba piedras en la calle para llegar a un cielo imaginario, aunque a veces dejara a un lado las piedras y las reemplazara por letras y palabras y frases, que como solía decir, eran el gran principio de las grandes transformaciones.