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En el llamado Centro Cultural Internacional Latino "podremos celebrar nuestras diferencias", dice con orgullo Vargas, que acaba de publicar el libro de memorias "Soy la vida que he vivido".
La suya es una vida de constante superación y retos, y ahora tiene por delante la de conseguir los fondos para ese centro, que tendrá una programación multidisciplinaria y panlatina.
Señala que será un complejo cultural de primer nivel equipado con la más alta tecnología para acoger, compartir, mostrar y dar a conocer el arte, la danza, la diversidad culinaria, la música, el cine y todas las expresiones culturales de los latinos.
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En sus memorias Vargas recuerda su infancia de mucha pobreza y privaciones en La Mesa, un pueblo cercano a Bogotá, en Colombia, así como sus andanzas por Argentina, Chile y México antes de radicarse en Estados Unidos y sus esfuerzos por crear un festival de cine que hoy es considerado el más grande e importante de su temática en todo el país.
"El festival ha sido un viaje maravilloso y no me arrepiento, pero ahora estoy en una nueva etapa de mi vida", dice.
Cine, un arma contra la discriminación
El festival va a continuar, porque es su carta de presentación en una ciudad con más de 820.000 latinos, una comunidad en crecimiento, que ya superó incluso a la afroamericana.
Con la pandemia, el evento además se extendió a otros estados, con espectadores gustosos de pagar su versión por internet.
Vargas recuerda que Chicago no le brindó la oportunidad de hacer cine, que era lo que él quería, y entonces decidió crear un festival.
El cine es un arma poderosa de transformación cultural e intelectual que permite romper estereotipos y luchar contra la discriminación y la segregación, afirma.
Con la experiencia que le ha dado el festival, Vargas ha revivido el proyecto del centro cultural tras la interrupción por la pandemia y espera en 2024 tener listo el proyecto de construcción.
"Poco a poco he logrado que mi visión deje de ser mía, para que otros también la tomen como propia y así eventualmente, trabajando juntos, lograr construir la meca de la cultura latinoamericana en Chicago", dice en el libro.
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Es imperativo "no dejar a nadie afuera y celebrar las diferencias que tenemos" los latinos, porque "somos muchas razas, hablamos muchas lenguas y somos multirraciales", subraya.
Sobre los fondos que busca que aporten mecenas privados, dice que "nada es imposible": "Estamos en el país más rico del mundo y muchos van a aportar porque tenemos algo que ofrecer.
Del campo a la libertad
Vargas relata en sus memorias que es el tercero de cinco hijos de una pareja de campesinos analfabetos y tuvo una niñez de trabajo, sin juguetes.
Sus ilusiones de ser futbolista fueron efímeras por una fractura en la pierna tras un accidente que lo tuvo internado un mes y medio en el colegio mientras terminaba el tercer año.
"!Qué maravilla!, andaba con muletas pero desayunaba, almorzaba y cenaba muy bien, y sobre todo no tenía que trabajar", recuerda.
Durante ese tiempo se aficionó a la lectura y vio la oportunidad de dejar atrás la dura vida en el campo.
Más grande y con la ayuda de una familia que lo adoptó, se convirtió en vendedor ambulante de artesanías y recorrió su país de punta a punta.
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"No hay otro colombiano que haya recorrido y conozca mejor el país que yo. Vendiendo pulseras pude estudiar, y sobre todo pude librarme de la esclavitud de la pobreza", dice.
Los viajes en canoa y autobús, las visitas a pueblitos y hoteles de mala muerte, y finalmente la llegada a la capital, Bogotá, le dieron la convicción de que tenía que irse de Colombia. "Era como escaparme de la cárcel", dice.
Al llegar a Argentina, donde vivió siete años y se hizo abogado, dice que experimentó la libertad.
Después viajó por Chile, regresó a Colombia por dos años, atravesó Centroamérica y vivió casi un año en México, donde dio clases en universidades, volvió a ser vendedor ambulante y hasta tuvo un proyecto sobre defensa de los derechos humanos con el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, que no prosperó.
Un amigo argentino lo invitó a Los Ángeles, donde estudió inglés, pero terminó después en Chicago estudiando periodismo y producción de cine y televisión.
Mientras tanto se ganó la vida como taxista y limpió pisos y baños en bares y restaurantes, donde inmigrantes mexicanos semianalfabetos “no me querían, ni me saludaban, porque hubieran preferido que mi lugar fuera ocupado por algún pariente suyo”.