Los secretos de una lluvia sin filtros
La lluvia guarda secretos, escrita por el colombiano Antonio Ortiz, con la edición de Alejandra Sanabria Zambrano y la diagramación de Jairo Toro Rubio, explora el valor de la aceptación en un contexto donde los filtros pueden ocultar la realidad de las imperfecciones.
Jefferson Echeverría
Redundante sería asegurar que gran parte del deterioro de nuestra generación se debe al mundo superficial ofrecido por el extraño y peligroso ambiente expuesto en las redes sociales.
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Redundante sería asegurar que gran parte del deterioro de nuestra generación se debe al mundo superficial ofrecido por el extraño y peligroso ambiente expuesto en las redes sociales.
No hace falta desgarrarnos las vestiduras ni mucho menos gritar a los cuatro vientos sobre el alcance que ha tenido este fenómeno de difusión en la mente de todos nosotros, a tal punto de formularnos una especie de felicidad con tan solo dar like a un contenido lo suficientemente breve y directo como para seguirlo según sus famosas tendencias sugeridas por los mal llamados influencers.
Tampoco sería prudente alejarnos de sus trampas, pues, tal como se menciona, son redes que nos atrapan continuamente a través de un sinfín de hilos cuyos contenidos se nos muestran tan atractivos que muchas veces resulta imposible librarnos. Absurdo sería concluir que su avalancha de cuentas, de videos, de reels, de historias, de comentarios y de publicaciones solo pueden alterar la salud mental en los adolescentes cuando, basta con prender el celular y abrir una red social para darnos cuenta de que todos, sin excepción de generaciones, podemos ser vulnerables a un sinfín de convenciones y estereotipos proyectados como un modelo de vida ideal o casi perfecto sin importar qué tan irracional o inalcanzable parezca.
Es tanto el impacto producido en las redes sociales, que muchas veces se percibe un efecto negativo, sobre todo en la autoestima de los millares de usuarios a quienes todavía les cuesta diferenciar aquello que puede ser favorable para su desarrollo vital o, por el contrario, aquello que puede destruirles la estabilidad emocional si no asimilan con inteligencia las intenciones esgrimidas por sus ídolos artificiales. La realidad adornada con filtros que ocultan las imperfecciones de nuestros cuerpos son algunas de las múltiples comedias virtuales que colman continuamente el escenario de estas plataformas.
En el concepto sesgado de belleza ideal, el mostrar atributos físicos notables puede ser un arma de doble filo: por un lado, se encuentra el considerar al cuerpo como un templo al que se debe cuidar; por lo tanto, hacer ejercicio, alimentarse adecuadamente y evitar ciertos excesos, comprende un equilibrio considerable que contribuye a la salud y, el hecho de tomar como guía ciertos contenidos en las redes sociales, puede considerarse como un complemento necesario para alcanzar uno de los tantos objetivos de vida. Pero, en el otro panorama, aparece la obsesión de someter al cuerpo a una sobrecarga de restricciones, el miedo a sufrir de sobrepeso o enseñar ciertas estrías que puedan disminuir la popularidad en las redes sociales, acapara un nivel de atención desbordante y a la vez nocivo que puede generar consecuencias tan lamentables como inesperadas, así como le sucede a la joven Luciana Santamaría (o Luchy, como le dicen de cariño sus compañeros de colegio) en la novela llamada La lluvia guarda secretos, escrita por el colombiano Antonio Ortiz.
El caso de Luchy es un ejemplo contundente de la deshumanización que padecemos, no solamente por mostrar una faceta irreal en el mundo de las redes sociales, sino también por adoptar un comportamiento impulsivo y a la vez incomprensible, a tal punto de caer en las trampas del bullying. Luchy es una joven que crece en un hogar ideal. Su padre, un hombre de negocios que trabaja fuertemente por el bienestar de la familia, cariñoso y de una amabilidad inequívoca; su madre, una mujer de carácter decidido y a su vez comprensivo, quien también asume las riendas del hogar; y su hermana mayor, una joven inquieta y de un carisma abrumador, componen el ideal de familia perfecta. Dentro de ese círculo feliz se suma también su amiga de infancia, Male, quien se convierte en la cómplice de sus aventuras y juegos que alimentan los recuerdos más entrañables de su infancia.
No obstante, el giro dramático que enfrenta la joven, a raíz de un simple capricho, quiebra de un modo intempestivo esa burbuja y la hunde en un montón de dilemas en pleno inicio de su adolescencia. El punto de partida de su triste historia se debe a la muerte de su padre. En medio de la confusión, la joven Luchy observa con dolor cómo una felicidad soñada poco a poco se va desmoronando en un sinfín de conflictos que se empiezan a agudizar en su hogar y en su salud mental. La situación económica, el esfuerzo de una madre por suplir el vacío emocional y económico de un padre ausente, los indicios de un trastorno anoréxico en su hermana mayor junto con una actitud impulsiva y desorganizada, llenan de angustia el corazón de una Luchy que todavía encuentra un cálido refugio de lealtad y compañerismo en su incondicional Male. Sin embargo, esta certeza tampoco le será favorable, pues los cambios de actitud, sumados a una obsesión irracional por pertenecer a las tendencias virtuales sin importar el costo, tejen un conflicto entre ambas que se va propagando conforme la rabia abre múltiples heridas que ni el tiempo puede aliviar.
La caída de esta amistad se da, en principio, por la llegada de otras dos jóvenes, Vero y Tita, quienes conforman el famoso grupo de las Wow, conocidas por seguir todas las tendencias de moda fitness y las novedades más destacadas vistas en las redes sociales. Es tanto el prestigio que logra esta particular logia, que la gran mayoría de los estudiantes del colegio Thomas Jefferson desean pertenecer a su reducido círculo. Son ellas mismas las encargadas de inducir a Luchy a perder su autenticidad al momento de crear una cuenta en Instagram con datos falsos con el fin de empezar a subir y a explorar contenidos que van formando un estigma sobre su cuerpo y a su vez fortaleciendo una reacción más certera producto de una presión impuesta. Esta etapa es el inicio de su caída: Luciana Santamaría pierde el control de su autoestima y el espejo se convierte en un poderoso enemigo. De nada vale esa absurda filosofía sobre el amor propio y aquellos torpes consuelos acerca de amar las imperfecciones del cuerpo; a Luchy la están consumiendo los desprecios de sus amigas, quienes empiezan a crear una barrera y una distancia impenetrables entre ella y Male, y de paso la vigorexia, cuyo trastorno la conduce a tomar medidas vengativas para sus detractoras.
Distante del grupo de las Wow, una nueva condición la llevará a tomar decisiones apresuradas, todas colmadas de un odio letal y permanente. Sometida a continuos actos de burla por su estatura, por su cuerpo, por los secretos que su antigua amiga ha ventilado para enlodar su imagen, Luchy, en vez de sanar las heridas del pasado, los traumas generados y los trastornos sobre su condición física, se hunde más en su propio desamparo. No asume su condición natural, no soporta la idea de ver su figura natural frente al espejo, ni siquiera reconoce como amiga verdadera a Karen, la única confidente de sus frustraciones que llega a su presente para tratar de encaminar un rumbo más sensato, ya deteriorado por las circunstancias. Prácticamente, está “en la inmunda” y quiere seguir hundiéndose más.
El mundo que la rodea parece estar en su contra y solo tiene una alternativa que saciará ese rencor escondido. Decide crear un blog personal acerca de cómo mantener una alimentación aparentemente sana a base de dietas rigurosas y ejercicios drásticos que será de una influencia masiva en aquellos que quieren seguir sus consejos. Hasta ahí parece una idea genial, prematura para una adolescente; sin embargo, el odio que la corroe le obliga a desviar sus intenciones y es a través de este y varios medios virtuales que tomará una venganza en contra de su antigua amiga Male y de las demás personas que la han humillado. La respuesta a esta ofensiva cruza el límite de toda razón y la joven Santamaría debe pagar un precio implacable que la llevará a asumir una reflexión pertinaz que le ayudará a reconciliarse consigo misma y con sus seres cercanos. Sin embargo, la lluvia silenciosa que inunda las calles de su barrio es el símbolo permanente de complicidad en el que podrá limpiar sus penas más profundas.
Con la edición de Alejandra Sanabria Zambrano y la diagramación de Jairo Toro Rubio, este libro nos abre la mente a una problemática tan confusa como usual. Es una obra que nos enseña el valor de la aceptación en tiempos donde los filtros tratan de esconder la bella realidad de nuestras imperfecciones.