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En ese horizonte, la escritura es conciencia en crisis, pues se autocuestiona y traza una visión en profundidad que confronta lo esencial y lo inesencial de lo que nos rige. Al escribir, entonces, reconocemos en lo que no se puede nombrar la naturaleza original de lo que vivimos. Así se comprende que la poesía tiene la visión de lo irreparable, que no es más que la búsqueda del modo en que las palabras quebrantan la experiencia de quien escribe.
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En Funeral (2023), poemario publicado por Editorial Avatares (Pasto, Nariño), Catherine Escobar Naranjo dimensiona lo que hasta aquí he expuesto, a través de la conquista verbal de la pérdida. Lo que intenta, según leemos poema a poema, es encontrar en la escritura la relación entre el dolor y el duelo, lo representado y lo nombrado. Esa relación trae consigo la secreta nitidez del desgarro. Para decirlo de manera más directa: el poema en Escobar Naranjo, desde la cotidianidad vivida por ella, es una escritura blanca que purifica. Y no es un estilo, sino una ética de la finitud, y asimismo de lo frágil y lo incierto. Su manifestación es, por supuesto, enfrentamiento de nuestros fracasos amorosos que pueden ser vistos como victorias: las del no, las del rechazo.
De algún modo, la luz acusadora del recuerdo, sobre todo cuando emana de amores desaparecidos, opaca nuestro mundo. En Funeral, esa luz en los poemas no los convierte en amorosos, me arriesgo a decir que son lo contrario: antiamorosos, en la medida en que transgreden el afecto y el apego. Poema a poema (en total 38), sección a sección (el libro se divide en tres partes: Lacrimatorio, Crematorio y Cinerario), optan por ser fragmentos o vestigios de lo que no fue en lo real ni en lo ideado, así lo detallo en su unidad. Aunque también la memoria espera en los umbrales y revela: “Preguntan por tu cara. / La he dibujado con verbos, / canciones y poemas, / pero me insisten. / Saco el retrato. / En la imagen / tú y yo / muertos de risa. / Ahora estás solo, / muy solo”.
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Me gusta pensar que la literatura se funda en la ausencia (en esa perspectiva reflexionó Mallarmé en relación con la obra que se concibe), y más allá, en un origen dentro del lenguaje y su historia, incluso fuera y antes de él. En el fondo, la literatura son las raíces de lo que está ausente y presente. ¿Por qué esta reflexión si escribo sobre el libro de la poeta nariñense Catherine Escobar Naranjo? La hago porque quien se acerque a Funeral bordea el riesgo de la obra, fuera de etiquetas temáticas y estilo poéticos, que nace y se materializa en una conciencia desértica: caminamos por las dunas para liberarnos del desierto, al mismo tiempo que a él nos conduce.