La magia del Renacimiento (El teatro de la historia)
Cualquier intento por dar una definición precisa de una época tan compleja como el Renacimiento está condenado al fracaso; no obstante, en los siglos XV y XVI encontramos repetidas expresiones de renovada confianza en el poder humano sobre la naturaleza. La política, el arte, la filosofía y la magia en particular fueron expresiones de un nuevo ser humano que proclama control sobre su propio destino.
El Renacimiento fue un escenario de emancipación humana que se caracterizó por la emergencia de un hombre que proclamó su derecho natural o divino de dominio sobre la naturaleza. El origen de esta nueva relación del hombre con la naturaleza no tiene una única y singular explicación, pero es innegable la importancia que tuvo la magia, en particular la recepción del Corpus Hermeticum en el siglo XV. El Corpus Hermético reúne un conjunto de textos atribuidos a Hermes Trismegisto, un supuesto sacerdote egipcio, a quien Dios mismo le había revelado el secreto del orden de la naturaleza. El nombre de Hermes Trismegistus proviene de la asociación con el mensajero de los dioses del panteón griego, (Mercurio en la mitología romana) y fue llamado Trismegisto, ‘tres veces grande’, por sus virtudes como filósofo, sacerdote y legislador. Para algunos se trató de un personaje que vivió poco después de la revelación de la ley de Dios a Moisés, y un tiempo antes de filósofos griegos como Platón.
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El Renacimiento fue un escenario de emancipación humana que se caracterizó por la emergencia de un hombre que proclamó su derecho natural o divino de dominio sobre la naturaleza. El origen de esta nueva relación del hombre con la naturaleza no tiene una única y singular explicación, pero es innegable la importancia que tuvo la magia, en particular la recepción del Corpus Hermeticum en el siglo XV. El Corpus Hermético reúne un conjunto de textos atribuidos a Hermes Trismegisto, un supuesto sacerdote egipcio, a quien Dios mismo le había revelado el secreto del orden de la naturaleza. El nombre de Hermes Trismegistus proviene de la asociación con el mensajero de los dioses del panteón griego, (Mercurio en la mitología romana) y fue llamado Trismegisto, ‘tres veces grande’, por sus virtudes como filósofo, sacerdote y legislador. Para algunos se trató de un personaje que vivió poco después de la revelación de la ley de Dios a Moisés, y un tiempo antes de filósofos griegos como Platón.
El Renacimiento suele relacionarse con la revitalización de un conocimiento antiguo y puro, cercano del momento en el que el ser humano, en la persona de Adán expulsado del paraíso, había perdido el conocimiento sobre el mundo otorgado por el creador. El carácter antiguo de la tradición hermética le otorgaba una legitimidad similar a la de los autores griegos o romanos y sus textos fueron vistos como una fuente de sabiduría privilegiada.
El grabado de 1615 elaborado por Teodoro de Bry alude al poder de la sabiduría divina de Hermes. En la parte inferior se lee en latín: “Que por el gran Júpiter fuiste generado, lo prueba la fuerza inspirada de la mente y el elevado conocimiento del cielo”. En la parte superior las letras griegas “THEOC”, anuncian la presencia de Dios como fuente del conocimiento. Mercurio (Hermes) en su mano izquierda lleva un libro que, podemos asumir, reúne los conocimientos de la tradición hermética; en su mano derecha sostiene y contempla una esfera armilar que alude a sus conocimientos de astrología. Detrás de Mercurio se aprecia un báculo con dos serpientes, emblema asociado a los poderes mágicos del mensajero de los dioses; el hombre rendido en el suelo nos recuerda la leyenda de Argos vencido por el sueño bajo un encantamiento de Mercurio. Las armas y armaduras en la escena evocan el poder de los conocimientos divinos sobre lo mundano.
Los textos herméticos atribuidos a Hermes Trismegistus llegaron a Europa occidental en 1460 gracias a una de las múltiples recopilaciones de textos antiguos adquiridas por Cosme de Medici. A los escritos sobre magia se les otorgó alta prioridad para su traducción del griego al latín, la cual fue encomendada a uno de los más destacados humanistas de la corte florentina, Marsilio Ficino (1433-1499). Entre los textos traducidos sobresale una versión de la creación que vale la pena comentar. En términos similares al Génesis cristiano, Dios creó la luz y los siete gobernantes o planetas, de los cuales depende el mundo terrestre. Luego vino la creación de la humanidad con una particularidad importante:
“La mente, padre de todas las cosas, que es vida y luz, engendró a un hombre igual a sí misma, a quien amaba como si de su propio hijo se tratase. El hombre era bellísimo, la imagen de su padre; y dios, que realmente estaba enamorado de su propia forma, le confió todos sus trabajos.
Y cuando el hombre vio todo cuanto había creado el artesano con ayuda del padre, también él deseó ejercer de artesano, y obtuvo el permiso del padre […] y los gobernantes se sintieron llenos de amor por el hombre, y cada uno de ellos compartió con él parte de su propia categoría […]”.
En la tradición hermética los seres humanos comparten con su creador el conocimiento, la capacidad de creación y las artes que le otorgan un poder especial sobre la naturaleza.
Los tratados atribuidos a Hermes tienen un sentido teológico, en buena medida platónico, pero asimismo es una tradición que se relaciona con una serie de prácticas y técnicas específicas, entre las cuales la alquimia y la astrología son las más importantes. La magia debe ser entendida como arte, saberes prácticos sobre cómo operar sobre la naturaleza, lo cual supone un claro distanciamiento con la manera como se entiende el conocimiento en la tradición escolástica, que supone una contemplación pasiva de la verdad revelada. La magia no se limitaba al ejercicio de un poder sobrenatural, por el contrario, se entendía que los logros del mago obedecían a su particular conocimiento de la naturaleza. El médico y filósofo alemán Heinrich Cornelius Agrippa von Nettesheim (1486-1533) escribió un importante tratado sobre magia De occulta philosophia, (1533) en el cual defiende la filosofía hermética como “[…] el punto más alto de la filosofía natural […]. Con la ayuda de virtudes naturales, de su mutua y oportuna aplicación, ella produce logros de una maravilla incomprensible […]” y explica cómo “Observando los poderes de todas las cosas naturales y celestiales, probando las relaciones de estos poderes en una cuidadosa investigación, ella otorga y muestra poderes ocultos de la naturaleza”.
Esta visión del conocimiento y su estrecha relación con el poder humano presenta importantes similitudes con la idea de ciencia de pensadores que hoy reconocemos como padres de la modernidad como Francis Bacon. La idea de conocimiento que Bacon presentó en su Novum Organon promulga que la experiencia y las artes humanas deben permitir a los hombres controlar las fuerzas de la naturaleza. Es decir, que tanto la magia natural como el empirismo y la filosofía mecanicista experimental, tuvieron como objetivo la consecución de conocimientos para el dominio humano de la naturaleza.
Tanto para los magos, alquimistas y astrólogos de la temprana modernidad como para los filósofos fundadores del pensamiento moderno como Bacon, Boyle, Kepler, Galileo o Newton, el estudio de la naturaleza fue una actividad complementaria al estudio de las Sagradas Escrituras. En palabras de Pico della Mirandola (1463-1494), otro de los notables voceros de la tradición hermética, “Nada nos conduce más a la religión y a adorar a Dios que una cuidadosa contemplación de sus maravillas”.
Es común suponer que el nacimiento de la ciencia moderna, asociado a figuras como Copérnico, Kepler, Galileo y Newton, trajo consigo una visión del mundo más racional, y que la religión fue superada por una nueva filosofía secular que permitió abandonar las viejas supersticiones y creencias en fuerzas ocultas o espirituales. La Ilustración europea, y con mayor contundencia el positivismo del siglo XIX, afianzaron el antagonismo entre la religión y la ciencia moderna. Las ciencias sociales del siglo XX acogieron la expresión de Max Weber: el “desencantamiento del mundo” para explicar la esencia de la modernidad. No obstante, esta separación tajante entre ciencia, arte y religión nunca ha sido y no es un asunto tan simple. Muchas veces se olvida que la idea de una ciencia sin Dios no tuvo convencidos defensores hasta el siglo XIX y se suele desconocer el profundo legado de la teología y de la magia sobre el pensamiento moderno.
Lectura recomendada:
Recomiendo leer De Paracelso a Newton. La magia en la creación de la ciencia moderna, de Charles Webster, y publicado en 1982.