La marginalidad hecha literatura
La autora llega a la Feria Internacional del Libro de Bogotá con una nueva propuesta: “La mucama de Omicunlé”.
Sorayda Peguero Isaac
Supongamos que Rita Indiana y Michael Jordan se quieren hacer una selfie juntos. Si se colocan uno al lado del otro, no será necesario que Michael Jordan se agache ni que Rita Indiana se suba a un taburete. La diferencia de estatura entre la escritora dominicana y el exjugador de la NBA es mínima: apenas siete centímetros. En una ocasión le preguntaron: ¿Quién es Rita Indiana? Ella contestó —estirando la última palabra como una cinta elástica—: “Rita Indiana es una mujer altísima”.
Cuando tenía dieciséis años, su madre la inscribió en una academia de modelaje. Rita Indiana —Santo Domingo (1977), pelo corto, ojos vivarachos, manos gráciles— fue modelo durante un tiempo, pero sus intereses apuntaban hacia otra dirección. En los años 90 era una jovencita que soñaba con ser escritora. Rodaba por las calles de Santo Domingo a bordo de un skateboard, llevaba piercings en las cejas, escuchaba música heavy metal y escribía cuentos que luego publicaba en una revista literaria. Alcanzó la popularidad en el medio artístico dominicano como compositora y cantante de Rita Indiana & sus Misterios. Hace seis años que reside en la isla de Puerto Rico, de ahí su acento con marcado dejo boricua. Rita Indiana escribe de lo que vive, de lo que ve. Sus historias hablan del mar, de la pobreza, de la belleza camuflada en lo feo y lo sucio, de la mafia, de hijos ilegítimos, del egoísmo y la compasión, de abusos de poder, del amor y también del odio. En 1996 escribió su primera novela, La estrategia de chochueca. Su segunda novela, Papi, es una historia autobiográfica que la autora compara con un rap interminable. Tras la publicación de Nombres y animales (Editorial Periférica, 2013), Rita Indiana llega a la Feria Internacional del Libro de Bogotá con una nueva propuesta: La mucama de Omicunlé.
La mucama de Omicunlé es una ventana abierta a diferentes épocas: del año 2024 viajamos al siglo XVII y, de una sola zancada, nos plantamos en 1991. En la trama intervienen extrañas criaturas marinas que habitan en las profundidades del mar Caribe, grabados de Goya, deidades de la religión yoruba, bucaneros, artistas plásticos, predicadores, personajes atormentados y, como en todas las novelas de la autora, sexo narrado sin prejuicios y mucha música. La historia empieza en el apartamento de Esther Escudero, conocida como Omicunlé, santera que asesora al presidente dominicano y que sirve fielmente a la diosa Yemayá. Acilde Figueroa es su mucama, una joven de aspecto andrógino que fue apartada de la prostitución por Eric Vitier, amigo íntimo de Esther y personaje determinante en el curso que seguirá su insospechado destino.
¿Cómo y cuándo empezó a visualizar la trama de esta novela?
Cuando vivía en Ithaca, Nueva York, se despertó en mí un interés todavía vigente por estos temas, la santería afrocubana y la cultura bucanera en el Caribe. Leí casi todos los textos fundamentales sobre ambos temas con la sensación todavía vaga de que utilizaría esa información en una novela. Ambas son culturas marginales que se originaron en las orillas de la colonización.
Oiá y Oshún son los nombres de dos deidades de la religión yoruba: la diosa de los ríos y la diosa de las tempestades. Usted lleva sus nombres tatuados en un brazo. ¿De dónde proviene su fascinación por las tradiciones religiosas afroantillanas?
En Santo Domingo se practica una religión sincrética llamada vudú dominicano, muy similar al haitiano, con el que comparte casi todas sus deidades, los llamados Misterios o Luases. La forma en que se sirve a estos seres (igual que en la santería) es muy vistosa y compleja. Creo que lo primero que me atrajo fue eso, el envoltorio y luego, al profundizar, la filosofía y la forma en que estas creencias han sobrevivido de forma oral durante siglos.
¿Hasta qué punto tuvo que sumergirse en el mundo yoruba para incorporar la lengua lucumí y los ritos religiosos que incluyó en esta novela?
Los ritos de la novela son ficción. Hay elementos que tomo no solo de la santería, sino de otras tradiciones, para construir las ceremonias literarias.
Toda su obra literaria se desarrolla en el Caribe, concretamente en República Dominicana. Una de las principales características del Caribe es su diversidad étnica y sociocultural, pero también hay rasgos comunes entre los países que lo integran. Algunos críticos literarios y profesionales de diferentes áreas han desarrollado estudios para demostrar, o desmentir, que el Caribe tiene una identidad propia. ¿Existe una literatura caribeña?
Las etiquetas existen porque son útiles para la academia, el bibliotecario o la publicidad. Definitivamente existe una literatura caribeña, pero no es un paquete homogéneo.
Las preocupaciones medioambientales de Linda Goldman tienen un tono apocalíptico. A través de este personaje vislumbramos el Caribe devastado, totalmente desnudo de sus riquezas naturales. ¿Considera que es una amenaza real, que traspasa los límites de la ficción?
En los últimos 50 años, gracias al calentamiento global, la pesca indiscriminada y la contaminación, ha desaparecido el 50% del coral y el 90% de los peces grandes. Esto es serio. El mar produce la mitad del aire que respiramos y vamos a la playa y no sabemos ni como se llaman esas cosas que forman un arrecife. En países pobres, como el mío, esta crisis no tiene muro de contención, no contamos con los recursos para hacerle frente a la crisis económica y de salud que se nos va a venir. Seguimos pensando que el océano es un saco sin fondo y vamos por muy mal camino.
Los viajes de ida y vuelta en el tiempo suceden de forma trepidante en esta novela. ¿Fue difícil construir una trama de estas características?
Fue muy divertido trabajar con un personaje que tiene el poder de estar en dos épocas distintas al mismo tiempo. Es un poco lo que hace el escritor mientras va dándole forma a su obra mentalmente.
Acilde es un personaje que nos muestra el sufrimiento que puede padecer una persona que es rechazada por su orientación sexual. En una de las columnas que escribe para el diario español El País contó que, cuando eran adolescentes, usted y sus amigos jugaban a identificar cuáles personajes de las series de Disney eran gais, como ustedes. Escribió, refiriéndose a la homosexualidad, que la invisibilidad mediática es una señal de tránsito hacia el armario. ¿La literatura puede contribuir a la desaparición de esta invisibilidad?
Todas las artes pueden hacerlo. Uno va creando su identidad a partir de referentes. En mi adolescencia conocí a Omar Payano, un amigo que me hizo saber que Oscar Wilde, Rimbaud, Walt Whitman, Lorca y William Burroughs eran gais. Estoy muy bien acompañada.
Las referencias musicales en sus novelas son constantes y muy variadas. ¿Qué lugar ocupa la música en su proceso creativo?
La música es una forma de conectar de un modo directo con otras sensibilidades, otras dimensiones. En la actualidad es muy difícil escapar a la música (por cierto, no la mejor) con que nos bombardean en tiendas, cafés y desde los carros, en la publicidad y la que consumimos a todas horas gracias a plataformas como Pandora y Youtube. No sé cómo contar la contemporaneidad sin ese elemento persistente.
Han pasado cuatro años desde que anunció su retirada de los escenarios. Eligió ser escritora en el Caribe, donde la música está mucho más integrada en la vida de la gente que la literatura. ¿Qué le aporta la escritura?
Me ofrece un refugio y una soledad imposible en la tarima, me gusta trabajar sola, detesto la colaboración.
En 2011 su nombre figuró en la lista de las 100 personalidades latinoamericanas más influyentes, según el diario español El País. Si tuviera que elaborar su propia lista, ¿qué figuras latinoamericanas no dejaría de referir?
Las figuras influyentes en Latinoamérica son casi todas políticos corruptos y narcotraficantes.
Sus narraciones retratan las condiciones de vida de las personas más desfavorecidas por el sistema de su país: empleadas domésticas, inmigrantes haitianos, niños que viven en la calle. ¿Hay una intención en este gesto?
Es mi vida, son gente que conozco, que he visto sufrir y que quiero. La intención artística en mi caso va de la mano de la compasión, sin ella no hay empatía y sin empatía la literatura es imposible.
En varias ocasiones ha condenado el trato que reciben algunos inmigrantes haitianos en República Dominicana. Desde su punto de vista, ¿qué significa ser haitiano en su país?
Tener un apellido haitiano en República Dominicana se ha convertido en una maldición. Hace dos años, una sentencia de la Suprema Corte de Justicia buscaba desnacionalizar a todos los hijos de haitianos nacidos desde 1929, ¿te imaginas? El truco legal es que los padres de esta gente habían venido como trabajadores, es decir, que estaban “en tránsito”. Lo que pasa es que este supuesto tránsito es, en la mayoría de los casos, 50 o 60 años trabajando en un ingenio en condiciones de semiesclavitud.
¿Qué tan difícil resulta desnudarse a través de la escritura?
La vida es difícil, la literatura no. Para mí, escribir es un placer permanente.
sorayda.peguero@gmail..com
Supongamos que Rita Indiana y Michael Jordan se quieren hacer una selfie juntos. Si se colocan uno al lado del otro, no será necesario que Michael Jordan se agache ni que Rita Indiana se suba a un taburete. La diferencia de estatura entre la escritora dominicana y el exjugador de la NBA es mínima: apenas siete centímetros. En una ocasión le preguntaron: ¿Quién es Rita Indiana? Ella contestó —estirando la última palabra como una cinta elástica—: “Rita Indiana es una mujer altísima”.
Cuando tenía dieciséis años, su madre la inscribió en una academia de modelaje. Rita Indiana —Santo Domingo (1977), pelo corto, ojos vivarachos, manos gráciles— fue modelo durante un tiempo, pero sus intereses apuntaban hacia otra dirección. En los años 90 era una jovencita que soñaba con ser escritora. Rodaba por las calles de Santo Domingo a bordo de un skateboard, llevaba piercings en las cejas, escuchaba música heavy metal y escribía cuentos que luego publicaba en una revista literaria. Alcanzó la popularidad en el medio artístico dominicano como compositora y cantante de Rita Indiana & sus Misterios. Hace seis años que reside en la isla de Puerto Rico, de ahí su acento con marcado dejo boricua. Rita Indiana escribe de lo que vive, de lo que ve. Sus historias hablan del mar, de la pobreza, de la belleza camuflada en lo feo y lo sucio, de la mafia, de hijos ilegítimos, del egoísmo y la compasión, de abusos de poder, del amor y también del odio. En 1996 escribió su primera novela, La estrategia de chochueca. Su segunda novela, Papi, es una historia autobiográfica que la autora compara con un rap interminable. Tras la publicación de Nombres y animales (Editorial Periférica, 2013), Rita Indiana llega a la Feria Internacional del Libro de Bogotá con una nueva propuesta: La mucama de Omicunlé.
La mucama de Omicunlé es una ventana abierta a diferentes épocas: del año 2024 viajamos al siglo XVII y, de una sola zancada, nos plantamos en 1991. En la trama intervienen extrañas criaturas marinas que habitan en las profundidades del mar Caribe, grabados de Goya, deidades de la religión yoruba, bucaneros, artistas plásticos, predicadores, personajes atormentados y, como en todas las novelas de la autora, sexo narrado sin prejuicios y mucha música. La historia empieza en el apartamento de Esther Escudero, conocida como Omicunlé, santera que asesora al presidente dominicano y que sirve fielmente a la diosa Yemayá. Acilde Figueroa es su mucama, una joven de aspecto andrógino que fue apartada de la prostitución por Eric Vitier, amigo íntimo de Esther y personaje determinante en el curso que seguirá su insospechado destino.
¿Cómo y cuándo empezó a visualizar la trama de esta novela?
Cuando vivía en Ithaca, Nueva York, se despertó en mí un interés todavía vigente por estos temas, la santería afrocubana y la cultura bucanera en el Caribe. Leí casi todos los textos fundamentales sobre ambos temas con la sensación todavía vaga de que utilizaría esa información en una novela. Ambas son culturas marginales que se originaron en las orillas de la colonización.
Oiá y Oshún son los nombres de dos deidades de la religión yoruba: la diosa de los ríos y la diosa de las tempestades. Usted lleva sus nombres tatuados en un brazo. ¿De dónde proviene su fascinación por las tradiciones religiosas afroantillanas?
En Santo Domingo se practica una religión sincrética llamada vudú dominicano, muy similar al haitiano, con el que comparte casi todas sus deidades, los llamados Misterios o Luases. La forma en que se sirve a estos seres (igual que en la santería) es muy vistosa y compleja. Creo que lo primero que me atrajo fue eso, el envoltorio y luego, al profundizar, la filosofía y la forma en que estas creencias han sobrevivido de forma oral durante siglos.
¿Hasta qué punto tuvo que sumergirse en el mundo yoruba para incorporar la lengua lucumí y los ritos religiosos que incluyó en esta novela?
Los ritos de la novela son ficción. Hay elementos que tomo no solo de la santería, sino de otras tradiciones, para construir las ceremonias literarias.
Toda su obra literaria se desarrolla en el Caribe, concretamente en República Dominicana. Una de las principales características del Caribe es su diversidad étnica y sociocultural, pero también hay rasgos comunes entre los países que lo integran. Algunos críticos literarios y profesionales de diferentes áreas han desarrollado estudios para demostrar, o desmentir, que el Caribe tiene una identidad propia. ¿Existe una literatura caribeña?
Las etiquetas existen porque son útiles para la academia, el bibliotecario o la publicidad. Definitivamente existe una literatura caribeña, pero no es un paquete homogéneo.
Las preocupaciones medioambientales de Linda Goldman tienen un tono apocalíptico. A través de este personaje vislumbramos el Caribe devastado, totalmente desnudo de sus riquezas naturales. ¿Considera que es una amenaza real, que traspasa los límites de la ficción?
En los últimos 50 años, gracias al calentamiento global, la pesca indiscriminada y la contaminación, ha desaparecido el 50% del coral y el 90% de los peces grandes. Esto es serio. El mar produce la mitad del aire que respiramos y vamos a la playa y no sabemos ni como se llaman esas cosas que forman un arrecife. En países pobres, como el mío, esta crisis no tiene muro de contención, no contamos con los recursos para hacerle frente a la crisis económica y de salud que se nos va a venir. Seguimos pensando que el océano es un saco sin fondo y vamos por muy mal camino.
Los viajes de ida y vuelta en el tiempo suceden de forma trepidante en esta novela. ¿Fue difícil construir una trama de estas características?
Fue muy divertido trabajar con un personaje que tiene el poder de estar en dos épocas distintas al mismo tiempo. Es un poco lo que hace el escritor mientras va dándole forma a su obra mentalmente.
Acilde es un personaje que nos muestra el sufrimiento que puede padecer una persona que es rechazada por su orientación sexual. En una de las columnas que escribe para el diario español El País contó que, cuando eran adolescentes, usted y sus amigos jugaban a identificar cuáles personajes de las series de Disney eran gais, como ustedes. Escribió, refiriéndose a la homosexualidad, que la invisibilidad mediática es una señal de tránsito hacia el armario. ¿La literatura puede contribuir a la desaparición de esta invisibilidad?
Todas las artes pueden hacerlo. Uno va creando su identidad a partir de referentes. En mi adolescencia conocí a Omar Payano, un amigo que me hizo saber que Oscar Wilde, Rimbaud, Walt Whitman, Lorca y William Burroughs eran gais. Estoy muy bien acompañada.
Las referencias musicales en sus novelas son constantes y muy variadas. ¿Qué lugar ocupa la música en su proceso creativo?
La música es una forma de conectar de un modo directo con otras sensibilidades, otras dimensiones. En la actualidad es muy difícil escapar a la música (por cierto, no la mejor) con que nos bombardean en tiendas, cafés y desde los carros, en la publicidad y la que consumimos a todas horas gracias a plataformas como Pandora y Youtube. No sé cómo contar la contemporaneidad sin ese elemento persistente.
Han pasado cuatro años desde que anunció su retirada de los escenarios. Eligió ser escritora en el Caribe, donde la música está mucho más integrada en la vida de la gente que la literatura. ¿Qué le aporta la escritura?
Me ofrece un refugio y una soledad imposible en la tarima, me gusta trabajar sola, detesto la colaboración.
En 2011 su nombre figuró en la lista de las 100 personalidades latinoamericanas más influyentes, según el diario español El País. Si tuviera que elaborar su propia lista, ¿qué figuras latinoamericanas no dejaría de referir?
Las figuras influyentes en Latinoamérica son casi todas políticos corruptos y narcotraficantes.
Sus narraciones retratan las condiciones de vida de las personas más desfavorecidas por el sistema de su país: empleadas domésticas, inmigrantes haitianos, niños que viven en la calle. ¿Hay una intención en este gesto?
Es mi vida, son gente que conozco, que he visto sufrir y que quiero. La intención artística en mi caso va de la mano de la compasión, sin ella no hay empatía y sin empatía la literatura es imposible.
En varias ocasiones ha condenado el trato que reciben algunos inmigrantes haitianos en República Dominicana. Desde su punto de vista, ¿qué significa ser haitiano en su país?
Tener un apellido haitiano en República Dominicana se ha convertido en una maldición. Hace dos años, una sentencia de la Suprema Corte de Justicia buscaba desnacionalizar a todos los hijos de haitianos nacidos desde 1929, ¿te imaginas? El truco legal es que los padres de esta gente habían venido como trabajadores, es decir, que estaban “en tránsito”. Lo que pasa es que este supuesto tránsito es, en la mayoría de los casos, 50 o 60 años trabajando en un ingenio en condiciones de semiesclavitud.
¿Qué tan difícil resulta desnudarse a través de la escritura?
La vida es difícil, la literatura no. Para mí, escribir es un placer permanente.
sorayda.peguero@gmail..com