La elegía funeral de Cormac McCarthy
El mundo despidió a Cormac McCarthy el pasado 13 de junio; el escritor, por su parte, ya había “despedido” el mundo en 2006.
Joaquín Mattos Omar
Lo hizo en su novela más premiada y la que, junto con Meridiano de sangre, la crítica suele mencionar como los dos más altos logros de su obra narrativa: La carretera. Admito que es la única novela que he leído de él (lo hice en 2017) y, con ocasión de su muerte, en lugar de seguir con otra, opté por cumplir con la promesa que uno siempre se hace cuando lee un buen libro: releerlo. Ahora sé que el rumbo de La carretera me conducirá al Meridiano de sangre.
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Lo hizo en su novela más premiada y la que, junto con Meridiano de sangre, la crítica suele mencionar como los dos más altos logros de su obra narrativa: La carretera. Admito que es la única novela que he leído de él (lo hice en 2017) y, con ocasión de su muerte, en lugar de seguir con otra, opté por cumplir con la promesa que uno siempre se hace cuando lee un buen libro: releerlo. Ahora sé que el rumbo de La carretera me conducirá al Meridiano de sangre.
Este segundo recorrido por la distopía mccarthiana me permitió reparar en algunos aspectos de los que no se ha ocupado –o en los que no ha ahondado– la crítica que conozco de ella.
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Empiezo por señalar uno que es a mi juicio crucial: la dicotomía moral existente entre los dos protagonistas, el padre y el hijo. Este último está hecho de bondad pura; aquél también está dotado de bondad, pero en él se halla subordinada a la necesidad pragmática, racionalizada a la vez que instintiva (es decir, egoísta), de la supervivencia propia, aunque se trate más de la supervivencia del hijo que de él mismo. Por eso hace cosas que el niño rechaza: matar a un hombre, humillar y abandonar desnudo a un ladrón en la carretera, ser insolidario con varios otros sobrevivientes de la hecatombe que están en peores condiciones que ellos. En tal sentido, resulta significativo hasta lo paradigmático que ante la alternativa que le plantea su padre: “Si no quieres sostener la lámpara tendrás que coger la pistola”, el chico escoja: “Prefiero la lámpara”. Y que suela remarcarle al padre cuestiones como ésta:
- Nosotros nunca nos comeríamos a nadie, ¿verdad?
- No. Claro que no.
- ¿Aunque estuviéramos muriéndonos de hambre?
- Ya lo estamos […]
- Pero no lo haríamos.
- No. No lo haríamos.
- Pase lo que pase.
- Pase lo que pase.
- Porque nosotros somos de los buenos.
- Sí.
Lo cual me lleva a otro motivo relevante: la portación del fuego. El niño repite varias veces, incluso en el final, algo que sin duda su padre le ha inculcado a modo de incentivo imaginario o metafórico para que soporte la larga y dura travesía del norte al sur de lo que fue el país: que ellos dos portan el fuego. En esta historia de McCarthy, la especie humana está casi extinta; los pocos individuos que quedan, para alimentarse, se matan entre ellos. En medio de ese proceso que apunta a la aniquilación total, el padre y el chico asumen la misión de resistencia de llevar el fuego prometeico a algún grupo que esté dispuesto a darle un nuevo comienzo a la especie. Y lo logran.
Otro rasgo interesante de la novela es la índole odiseica del viaje, que está señalada por un elemento que identifica al padre con Ulises. Como bien se sabe, un obstáculo que debe salvar el héroe griego son las sirenas, que con su canto pretenden desviarlo de su objetivo. Pues bien, un obstáculo que debe salvar el héroe mccarthiano son los sueños hermosos y seductores que tiene con recurrencia, sueños “llenos de color” del mundo de antes, sueños que pueden distraer a un hombre en peligro como él, quien los ve en consecuencia como “mundos de sirena”, engañifas de la muerte.
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A lo anterior hay que añadir la catábasis. Como bien se sabe, en el curso de su viaje, Ulises hace una catábasis al descender al Infierno; los dos protagonistas de La carretera hacen una catábasis bajo dos modalidades, pues su viaje a pie es, por una parte, una incursión de meses, tal vez de años, en un mundo que no se puede sino calificar de dantesco y del cual salen al final al llegar al mar; y por otra, se trata de un viaje desde el interior hacia la costa, desde lo alto a lo llano, de arriba abajo.
Volviendo a los sueños, hay que decir que éstos, en sí mismos, independientemente del valor que tengan para el hombre, constituyen un motivo importante de La carretera. Si Guattari hace el inventario de los 65 sueños que hay en la obra de Kafka, cabe hacer también el de los sueños que hay en la novela de McCarthy: yo registré 12, de cuyo contenido sólo no se cuentan dos del niño. Ya en el primer párrafo hay uno, espléndido. Son tan importantes los sueños aquí que en un pasaje el narrador dice del hombre: “Se quedó dormido pero no soñó”. (Me temo que fue por este aspecto que la novela no le gustó a Javier Marías).
Con una extrema economía verbal, con una estructura absolutamente fragmentaria (en español su equivalente puede ser Pedro Páramo), con un delicado lirismo que contrasta con las escenas macabras, McCarthy construye con La carretera una ficción convincente en que el mundo, muerto por una calcinación cataclísmica, se halla amortajado por un vasto manto de cenizas. “Un mundo incoloro de alambre y crepé” en que un hombre y su pequeño hijo peregrinan en busca de una salida: “Dos animales perseguidos temblando como zorros escondidos en su madriguera”.
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