“La muerte es un alto hacia la sabiduría”
El deceso del gran escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez conmueve al mundo cultural iberoamericano. Homenaje.
Nelson Fredy Padilla
“A medida que se madura, como la muerte es un hecho inevitable, se le pierde todo el miedo”, le dijo Tomás Eloy Martínez a El Espectador el año pasado. Lo llamé para preguntarle por su salud y por Purgatorio, la que fue su última novela. “Es algo muy personal, pero seguiré dando la batalla hasta que las fuerzas me lo permitan”, me dijo vía telefónica con una voz muy disminuida, reducido a su casa en Buenos Aires y al abrigo de su valiosísima biblioteca, pero con la serenidad y el cariño que siempre prodigó. “Más que miedo a la muerte es un alto hacia la sabiduría, que lo haya conseguido no lo sé”.
A pesar de los efectos de la quimioterapia, estaba feliz porque había logrado algo que los médicos le habían advertido como “no recomendable”: dedicar un año a terminar la novela que le faltaba escribir sobre el amor de dos cartógrafos en la época de la dictadura. Y lo logró, más que en un acto de la disciplina que siempre lo caracterizó, en un arrojo de valentía. Para él fue tan tortuoso a nivel físico, aunque tan “reconfortante a nivel espiritual”, ponerle punto final a Purgatorio que la melancolía propia se funde en la novela con la de los personajes: “Enfermé de gravedad y aún no sé cómo hicieron los médicos para mantenerme vivo… la muerte me fue a buscar… llevaba escritas unas ochenta páginas cuando la enfermedad me derribó”.
Se sobrepuso y en algún momento sintió que podía superar la enfermedad. ¿Cómo sigue maestro? “Sólo te digo que la salud va bien, que los médicos me están devolviendo la salud. La energía que tengo no es la misma que ustedes me conocieron en Bogotá y Cartagena. Sobrellevo muy bien mis dificultades. No estoy absolutamente recuperado, pero sí lo más recuperado que puedo estar”.
Quería volver a Nueva York, su segundo hogar después de Buenos Aires. En New Jersey, durante los últimos 20 años lideró los programas latinoamericanos de la Universidad de Rutgers. Allí acogieron al escritor exiliado a finales de los años 70, luego de aparecer en la primera lista de condenados a muerte de la dictadura argentina.
Me valgo de la primera persona para dar testimonio de la dimensión humana y profesional del personaje que murió el domingo. Centenares de periodistas latinoamericanos fuimos sus alumnos, sea porque tuvimos el privilegio de asistir a sus cursos en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en Cartagena (FNPI) y en las salas de redacción en Bogotá, o porque sus discursos y memorias tienen la capacidad de tocar el alma de quien se acerca a ellos.
Enseñaba y aconsejaba con una sabiduría y dulzura sólo comparables con las de Gabriel García Márquez, su gran amigo y cómplice en el periodismo y en la literatura. Para ellos está reservado el título de maestros. Con el Nobel y con Carlos Fuentes se reencontró por última vez a finales de 2008, en Ciudad de México. Ellos fueron los primeros en leer Purgatorio; celebraron, recordaron los tiempos del boom, de cuando casi tuercen su destino literario por el sueño frustrado de fundar un periódico que se iba a llamar El Otro, listo para editarse en Caracas y cerrado antes de que Tomás Eloy asumiera como editor general. Gracias a esa desilusión Gabo se concentró en terminar El amor en los tiempos del cólera y Tomás Eloy entendió que también debía dedicarse de lleno a la literatura sin abandonar sus amores furtivos con el periodismo.
Siempre seremos sus alumnos en la obligación, en el intento diario de “no traicionar la palabra escrita, ni tu nombre ni la profesión”, como me lo recordó hasta la última vez que hablamos sobre dos tareas que me había encomendado: hacerle un reportaje a Guillermo Sánchez Trujillo, el colombiano que dedicó media vida a descubrir la sorprendente influencia de Dovstoievski sobre Kafka y cómo las obras del checo son la “paraliteratura” del ruso —descubrimiento que registró en un aparte de Purgatorio—, y rendirle un homenaje a Capote por los 30 años de Música para camaleones, uno de los libros de cabecera de Tomás Eloy y de cualquier periodista.
Si alguien cumplió a cabalidad aquel lema de Capote de la autoflagelación con el “látigo” de la escritura fue el argentino. Hasta que sus manos y su mente se lo permitieron, escribió y reescribió. Su última novela sobre el mito griego del Olimpo quedó inconclusa. Así la había anunciado en entrevista con este diario : “Quiero escribirla en tres fases: el Olimpo de los dioses griegos, el de los nazis y el Olimpo argentino, que es un campo de concentración en el cual un grupo de guardianes, ungiéndose a sí mismos dioses, tratan de recrear el Olimpo griego”.
Su hijo Ezequiel, quien dirige en el diario Clarín la revista literaria Ñ y quien tuvo que asistir por él a varios de los homenajes que le rindieron durante el año pasado, cuenta que dejó dos capítulos terminados. “Luchó mucho, aferrándose a su trabajo. Por más que ya tenía poca movilidad y no podía hablar bien, pedía todos los días sentarse frente a su computador a trabajar”. De ello también da fe su asistente Marina Slaimen.
Lamento de García Márquez y Fuentes
El lunes, en Cartagena, lo lloraron en la casa de García Márquez. El escritor español Juan Cruz, invitado al Hay Festival, llamó desde allí a la familia Martínez para participarle el dolor del Nobel y del consejo rector de la fundación que él ayudó a construir. En su página www.fnpi.org le rendirán homenaje permanente: “Nos unimos al dolor de sus familiares y amigos, convencidos del gran aporte que Tomás Eloy significó para inculcar en las nuevas generaciones la imperante necesidad de ejercer un periodismo narrado con pasión, con fuertes valores éticos y con profunda vocación de servicio”.
Desde México el escritor Carlos Fuentes lamentó “que no se haya reconocido y premiado lo suficiente” a Tomás Eloy. “Merecía el Cervantes por una gran obra novelística, su mirada hacia el pasado trágico de la política argentina con su prosa diáfana, enérgica y maravillosa”.
El año pasado le otorgaron en España el Premio Ortega y Gasset, reconocimiento a cuatro décadas de trabajo por el periodismo iberoamericano. Seguramente la FNPI recopilará su obra y sus enseñanzas como ya lo hizo con Ryszard Kapuscinski, seguramente Alfaguara reeditará sus obras por ser uno de los pocos escritores, incluido el Nobel Saramago, a los que le dedicó la edición de todas las obras en formato de biblioteca.
“Tomás Eloy Martínez afirma su lugar entre los mejores escritores de América Latina”, escribió uno de los críticos literarios de The New York Times luego de leer Purgatorio. Pero me atrevo a decir que igual o más valiosas son sus novelas sobre el peronismo, en especial Santa Evita. La realidad histórica trascendiendo como ficción. El rigor periodístico y la denuncia, puestos al servicio de la imaginación. La directora del Instituto Cervantes, Carmen Caffarel, valoró ayer la obra de Tomás Eloy como “una de las referencias fundamentales de la cultura en lengua española del último medio siglo”.
Inolvidable. Nadie como él más consciente de la transformación del periodismo a causa del torbellino informativo de internet, nadie más seguro de que sea cual sea la herramienta de comunicación, la palabra bien escrita, escogida para un lector pensante, siempre tendrá un lugar único como testimonio de la humanidad.
Tomás Eloy Martínez tenía 75 años y sabía que sus luces tendían a declinar. Entonces acudía a una cita de Faulkner en una entrevista a The Paris Review, que mantenía a la mano: “El artista es responsable sólo ante su obra. Si es un buen artista, será completamente despiadado. Tiene un sueño, y ese sueño lo angustia tanto que debe librarse de él. Mientras no se libra no tiene paz. Arroja todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo, con tal de escribir su libro”. A esas palabras sumo las suyas, con las que no dejó de cuestionarse sobre su vida y obra: “En el horizonte de la historia, los hombres terminan por ser su obra antes que ellos mismos”.
Una obra de largo aliento
Tomás Eloy Martínez (1934) es el autor de ‘La novela de Perón’, de ‘Santa Evita’, de ‘El vuelo de la reina’, que ganó en España el Premio Alfaguara de Novela. Fue nominado al Internacional Man Booker, un premio bianual que reconoce la obra total de un escritor. Sus libros han sido traducidos a 36 idiomas. Su primera novela fue ‘Sagrado’ (1968) y se destacan ‘La mano del amo’ (1991; Alfaguara, 2003), los relatos de ‘Lugar común la muerte’ (1979), ‘La pasión según Trelew’ (1974), relato periodístico cuya tercera edición fue quemada en Córdoba por la dictadura militar, y los ensayos de ‘El sueño argentino’ (1999). ‘Réquiem por un país perdido’ (2003), ensayos y crónicas periodísticas escritas en los últimos 15 años; ‘Las vidas del general’ (2004), memorias del exilio y otros textos sobre Juan Domingo Perón; ‘El cantor de tango’ (2004), novela en la que un estudiante norteamericano llega a Buenos Aires en búsqueda de una voz, incluso mejor que la de Carlos Gardel; ‘El Suelo Argentino’ (1999) y ‘Ficciones verdaderas’ (2000). Era colaborador de ‘La Nación’ de Buenos Aires, ‘El País’ y ‘The New York Times’, cuya columna reproducía en Colombia El Espectador, la última publicada el domingo, sobre “Los desafíos de la cultura narco”. Hoy será velado en el Parque Memorial de Buenos Aires, antes de que sus restos sean cremados.
“A medida que se madura, como la muerte es un hecho inevitable, se le pierde todo el miedo”, le dijo Tomás Eloy Martínez a El Espectador el año pasado. Lo llamé para preguntarle por su salud y por Purgatorio, la que fue su última novela. “Es algo muy personal, pero seguiré dando la batalla hasta que las fuerzas me lo permitan”, me dijo vía telefónica con una voz muy disminuida, reducido a su casa en Buenos Aires y al abrigo de su valiosísima biblioteca, pero con la serenidad y el cariño que siempre prodigó. “Más que miedo a la muerte es un alto hacia la sabiduría, que lo haya conseguido no lo sé”.
A pesar de los efectos de la quimioterapia, estaba feliz porque había logrado algo que los médicos le habían advertido como “no recomendable”: dedicar un año a terminar la novela que le faltaba escribir sobre el amor de dos cartógrafos en la época de la dictadura. Y lo logró, más que en un acto de la disciplina que siempre lo caracterizó, en un arrojo de valentía. Para él fue tan tortuoso a nivel físico, aunque tan “reconfortante a nivel espiritual”, ponerle punto final a Purgatorio que la melancolía propia se funde en la novela con la de los personajes: “Enfermé de gravedad y aún no sé cómo hicieron los médicos para mantenerme vivo… la muerte me fue a buscar… llevaba escritas unas ochenta páginas cuando la enfermedad me derribó”.
Se sobrepuso y en algún momento sintió que podía superar la enfermedad. ¿Cómo sigue maestro? “Sólo te digo que la salud va bien, que los médicos me están devolviendo la salud. La energía que tengo no es la misma que ustedes me conocieron en Bogotá y Cartagena. Sobrellevo muy bien mis dificultades. No estoy absolutamente recuperado, pero sí lo más recuperado que puedo estar”.
Quería volver a Nueva York, su segundo hogar después de Buenos Aires. En New Jersey, durante los últimos 20 años lideró los programas latinoamericanos de la Universidad de Rutgers. Allí acogieron al escritor exiliado a finales de los años 70, luego de aparecer en la primera lista de condenados a muerte de la dictadura argentina.
Me valgo de la primera persona para dar testimonio de la dimensión humana y profesional del personaje que murió el domingo. Centenares de periodistas latinoamericanos fuimos sus alumnos, sea porque tuvimos el privilegio de asistir a sus cursos en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en Cartagena (FNPI) y en las salas de redacción en Bogotá, o porque sus discursos y memorias tienen la capacidad de tocar el alma de quien se acerca a ellos.
Enseñaba y aconsejaba con una sabiduría y dulzura sólo comparables con las de Gabriel García Márquez, su gran amigo y cómplice en el periodismo y en la literatura. Para ellos está reservado el título de maestros. Con el Nobel y con Carlos Fuentes se reencontró por última vez a finales de 2008, en Ciudad de México. Ellos fueron los primeros en leer Purgatorio; celebraron, recordaron los tiempos del boom, de cuando casi tuercen su destino literario por el sueño frustrado de fundar un periódico que se iba a llamar El Otro, listo para editarse en Caracas y cerrado antes de que Tomás Eloy asumiera como editor general. Gracias a esa desilusión Gabo se concentró en terminar El amor en los tiempos del cólera y Tomás Eloy entendió que también debía dedicarse de lleno a la literatura sin abandonar sus amores furtivos con el periodismo.
Siempre seremos sus alumnos en la obligación, en el intento diario de “no traicionar la palabra escrita, ni tu nombre ni la profesión”, como me lo recordó hasta la última vez que hablamos sobre dos tareas que me había encomendado: hacerle un reportaje a Guillermo Sánchez Trujillo, el colombiano que dedicó media vida a descubrir la sorprendente influencia de Dovstoievski sobre Kafka y cómo las obras del checo son la “paraliteratura” del ruso —descubrimiento que registró en un aparte de Purgatorio—, y rendirle un homenaje a Capote por los 30 años de Música para camaleones, uno de los libros de cabecera de Tomás Eloy y de cualquier periodista.
Si alguien cumplió a cabalidad aquel lema de Capote de la autoflagelación con el “látigo” de la escritura fue el argentino. Hasta que sus manos y su mente se lo permitieron, escribió y reescribió. Su última novela sobre el mito griego del Olimpo quedó inconclusa. Así la había anunciado en entrevista con este diario : “Quiero escribirla en tres fases: el Olimpo de los dioses griegos, el de los nazis y el Olimpo argentino, que es un campo de concentración en el cual un grupo de guardianes, ungiéndose a sí mismos dioses, tratan de recrear el Olimpo griego”.
Su hijo Ezequiel, quien dirige en el diario Clarín la revista literaria Ñ y quien tuvo que asistir por él a varios de los homenajes que le rindieron durante el año pasado, cuenta que dejó dos capítulos terminados. “Luchó mucho, aferrándose a su trabajo. Por más que ya tenía poca movilidad y no podía hablar bien, pedía todos los días sentarse frente a su computador a trabajar”. De ello también da fe su asistente Marina Slaimen.
Lamento de García Márquez y Fuentes
El lunes, en Cartagena, lo lloraron en la casa de García Márquez. El escritor español Juan Cruz, invitado al Hay Festival, llamó desde allí a la familia Martínez para participarle el dolor del Nobel y del consejo rector de la fundación que él ayudó a construir. En su página www.fnpi.org le rendirán homenaje permanente: “Nos unimos al dolor de sus familiares y amigos, convencidos del gran aporte que Tomás Eloy significó para inculcar en las nuevas generaciones la imperante necesidad de ejercer un periodismo narrado con pasión, con fuertes valores éticos y con profunda vocación de servicio”.
Desde México el escritor Carlos Fuentes lamentó “que no se haya reconocido y premiado lo suficiente” a Tomás Eloy. “Merecía el Cervantes por una gran obra novelística, su mirada hacia el pasado trágico de la política argentina con su prosa diáfana, enérgica y maravillosa”.
El año pasado le otorgaron en España el Premio Ortega y Gasset, reconocimiento a cuatro décadas de trabajo por el periodismo iberoamericano. Seguramente la FNPI recopilará su obra y sus enseñanzas como ya lo hizo con Ryszard Kapuscinski, seguramente Alfaguara reeditará sus obras por ser uno de los pocos escritores, incluido el Nobel Saramago, a los que le dedicó la edición de todas las obras en formato de biblioteca.
“Tomás Eloy Martínez afirma su lugar entre los mejores escritores de América Latina”, escribió uno de los críticos literarios de The New York Times luego de leer Purgatorio. Pero me atrevo a decir que igual o más valiosas son sus novelas sobre el peronismo, en especial Santa Evita. La realidad histórica trascendiendo como ficción. El rigor periodístico y la denuncia, puestos al servicio de la imaginación. La directora del Instituto Cervantes, Carmen Caffarel, valoró ayer la obra de Tomás Eloy como “una de las referencias fundamentales de la cultura en lengua española del último medio siglo”.
Inolvidable. Nadie como él más consciente de la transformación del periodismo a causa del torbellino informativo de internet, nadie más seguro de que sea cual sea la herramienta de comunicación, la palabra bien escrita, escogida para un lector pensante, siempre tendrá un lugar único como testimonio de la humanidad.
Tomás Eloy Martínez tenía 75 años y sabía que sus luces tendían a declinar. Entonces acudía a una cita de Faulkner en una entrevista a The Paris Review, que mantenía a la mano: “El artista es responsable sólo ante su obra. Si es un buen artista, será completamente despiadado. Tiene un sueño, y ese sueño lo angustia tanto que debe librarse de él. Mientras no se libra no tiene paz. Arroja todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo, con tal de escribir su libro”. A esas palabras sumo las suyas, con las que no dejó de cuestionarse sobre su vida y obra: “En el horizonte de la historia, los hombres terminan por ser su obra antes que ellos mismos”.
Una obra de largo aliento
Tomás Eloy Martínez (1934) es el autor de ‘La novela de Perón’, de ‘Santa Evita’, de ‘El vuelo de la reina’, que ganó en España el Premio Alfaguara de Novela. Fue nominado al Internacional Man Booker, un premio bianual que reconoce la obra total de un escritor. Sus libros han sido traducidos a 36 idiomas. Su primera novela fue ‘Sagrado’ (1968) y se destacan ‘La mano del amo’ (1991; Alfaguara, 2003), los relatos de ‘Lugar común la muerte’ (1979), ‘La pasión según Trelew’ (1974), relato periodístico cuya tercera edición fue quemada en Córdoba por la dictadura militar, y los ensayos de ‘El sueño argentino’ (1999). ‘Réquiem por un país perdido’ (2003), ensayos y crónicas periodísticas escritas en los últimos 15 años; ‘Las vidas del general’ (2004), memorias del exilio y otros textos sobre Juan Domingo Perón; ‘El cantor de tango’ (2004), novela en la que un estudiante norteamericano llega a Buenos Aires en búsqueda de una voz, incluso mejor que la de Carlos Gardel; ‘El Suelo Argentino’ (1999) y ‘Ficciones verdaderas’ (2000). Era colaborador de ‘La Nación’ de Buenos Aires, ‘El País’ y ‘The New York Times’, cuya columna reproducía en Colombia El Espectador, la última publicada el domingo, sobre “Los desafíos de la cultura narco”. Hoy será velado en el Parque Memorial de Buenos Aires, antes de que sus restos sean cremados.