La música que acompaña el fin del mundo: entrevista a Ramiro Sanchiz
El uruguayo Ramiro Sanchiz es una de las voces más reconocidas del weird, la ciencia ficción y el biopunk, que se están escribiendo en Latinoamérica. Conversamos sobre su novela, “Un pianista de provincias”, antes de su visita a Colombia como uno de los invitados especiales de la FILBo 2024.
Juan Camilo Rincón
Natalia Consuegra
Federico Stahl es el joven músico que recorre un mundo distópico y devastado, en el que las ciudades sudamericanas de un futuro no muy lejano, los pueblos oníricos arrasados por una catástrofe climática y las carreteras están invadidas por la maraña, una especie de monstruo vegetal que devora plástico. Este viajero, que contempla con nostalgia el futuro que no fue, es el protagonista de “Un pianista de provincias” (Penguin Random House, 2023), la nueva novela del escritor, crítico y traductor uruguayo Ramiro Sanchiz, ganador en 2016 del Premio a las Letras de su país.
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Federico Stahl es el joven músico que recorre un mundo distópico y devastado, en el que las ciudades sudamericanas de un futuro no muy lejano, los pueblos oníricos arrasados por una catástrofe climática y las carreteras están invadidas por la maraña, una especie de monstruo vegetal que devora plástico. Este viajero, que contempla con nostalgia el futuro que no fue, es el protagonista de “Un pianista de provincias” (Penguin Random House, 2023), la nueva novela del escritor, crítico y traductor uruguayo Ramiro Sanchiz, ganador en 2016 del Premio a las Letras de su país.
“Stahl es uno de los grandes personajes de la literatura latinoamericana de este principio de siglo”, dijo el autor boliviano Edmundo Paz Soldán. Lo es porque ha aparecido en variantes diferentes en otras novelas de Sanchiz, y aquí es la herramienta con la que el uruguayo reflexiona sobre cómo el pasado no es solo eso que nos dicen que pasó, las ruinas son “una cosa hermosa de ver” y el futuro es todas las posibilidades imaginables.
Usted dice que parece inevitable que la música aparezca en su escritura, y en algún momento dijo que le gustaría crear una novela llamada Las variaciones. ¿Un pianista de provincias viene de ahí?
Yo soy muy fan y estoy obsesionado desde hace años con Bach en general, con las variaciones Goldberg en particular y con la idea de la variación musical como técnica o como recurso que puedes tomar de la música y llevar a la literatura. Es algo que hicieron desde Proust y Joyce, hasta Kinoy y Perec, y seguirá pasando. Siempre quise hacer un libro que se llamara Las variaciones Goldberg, con esa relación específica con la música. En 2019 no tenía en mente esta novela específicamente, pero cuando empecé a concebir la idea o el clima de Un pianista de provincias con mi protagonista Federico Stahl tocando las variaciones Goldberg, o no tocándolas por considerarlo algo que lo supera, y la idea misma de la variación, que tiene que ver con mis otros libros con Federico, todo se reunió y me pareció lo más lógico. No sé si lo pensé racionalmente, pero me apareció y quise tener esta imagen de él en medio de una jungla, que después no fue tan jungla, en una cabaña en la oscuridad precaria, tocando las variaciones Goldberg a su exnovia y al marido de ella; ese triángulo musical. Esa escena, además, me recordaba mucho uno de mis libros favoritos de Ballard, El mundo de cristal, donde hay un retorno a la escena de un amor perdido en un mundo que, de algún modo, ya está consumido. Así aparecieron las variaciones Goldberg en la novela. Eso también fue creciendo y al final creo que la novela resultó ser bastante más goldbergiana. No sé si eso significa que ya doy por terminado el proyecto o el sueño de escribir un libro que se llame así; a lo mejor todavía puede pasar.
¿En qué momento aparece la maraña en la historia de este Federico pianista?
La maraña fue el punto de partida del libro, por cosas que yo venía traduciendo y escribiendo a nivel de ensayos o de teoría ficción y mucha filosofía contemporánea desde 2016. Nació en la idea de volver al monstruo lovecraftiano, ese monstruo imposible de concebir y darle otra vuelta, jugar con la idea de la no distinción entre lo natural y lo sintético. En algún momento en 2018 pensé que eso ya no era estrictamente especulación, sino que tenía que ver con nuestro mundo.
Con esto del calentamiento global y la contaminación, esos escenarios ya no parecen tan lejanos.
Es que cada vez más estamos viendo con horror todo el plástico que hay en los océanos. Yo tuve una novia que tenía una gran colección de CD y alguien por allá en 2004 le dijo que iba a haber un hongo que se iba a comer los CD, y que entonces toda esa colección no iba a servirle para nada porque no iba a poder reproducir esos discos. Obviamente, no sucedió, pero ahí me quedó esa idea y una noción ecológica oscura, por llamarla de alguna manera, que siempre me rondó, de que podemos pensar mundos horribles donde hemos hecho un daño tremendo a los ecosistemas hasta generar una extinción masiva, pero la historia de la vida en la Tierra ha mostrado cómo, ante esas extinciones masivas, la vida siempre sobrevive.
Y no siempre se trata de la vida humana...
Es que tal vez no queremos un mundo de medusas y formas de vida extrañas, pero ese también es un mundo con vida, no necesariamente con praderas, guepardos, tigres o hermosas secuoyas, y la vida no es algo que esté hecho solo para conformar a los humanos. Esa idea está mucho en la literatura contemporánea y en el pensamiento contemporáneo del mundo post-humano. Entonces me pregunté: ¿qué tal si esa vida no es estrictamente como la conocemos ahora, sino esta suerte de híbrido con el petróleo y el plástico? Ahí surgió la idea de la maraña. Y me planteé: ¿qué tal si no es tanto un monstruo, sino una cosa que está ahí? Y puede ser tóxica, como para romper un poco el esquema de novela de horror. No es que no me guste; de hecho, me encanta, pero no era el género que quería para el pianista que, más que el horror, necesitaba la melancolía.
¿Cómo ve usted la ciencia ficción en nuestra región?
Uno siempre leyó a Julio Verne y ese tipo de cosas de chico, pero a partir de los once años empecé a leer a Asimov, a Brawley, etcétera, y mi relación con la ciencia ficción se convierte también en un intento de pensarla como crítico, incluso como traductor. Ahí una de las primeras cosas que comprendí es la imposibilidad de definir la ciencia ficción, que es más un campo de posibilidades, donde si quieres hacer una ficción especulativa con la ciencia y un problema físico, tienes El problema de los tres cuerpos de Liu Cixin, ciencia ficción china, que estuvo bastante de moda hace un tiempo y es puramente científica. Si ves a los grandes maestros de la primera etapa, más clásica, de los años cuarenta y cincuenta, como Asimov y Clarke, todos eran físicos, químicos o ingenieros de formación. Las siguientes generaciones son personas que se formaron como literatas o filósofas, ahí la ciencia ficción empieza a cambiar de tal manera que la idea de hacer una historia especulativa con la ciencia se transforma en otras cosas. Por ejemplo, Ursula K. LeGuin incorpora la antropología y la especulación se convierte en proponer cambios con relación al presente, a nuestro mundo, a nuestra historia.
Donde uno a veces encuentra obras o autores que vienen de otros géneros...
Exacto. Es el caso de Fernanda Trías, por ejemplo, que toma elementos especulativos, los combina con otras cosas y hace un libro como Mugre rosa, que tiene muchas cosas de ciencia ficción y de otro tipo de literatura. Entonces el lector se dice: ah, qué interesante esto, cómo especula con la posibilidad de una pandemia mutágena. También tienes a Margaret Atwood y ahí la gente entra a la ciencia ficción por una puerta que quizá no sea necesariamente del género, pero que tiene que ver con él.