La naturaleza heroica de Rafael Dussán
“La naturaleza y Cartagena”, exhibición que se inaugura el 29 de junio en la Galería Deimos, se compone de una serie de obras, apoyadas en el lenguaje del dibujo, con las que el artista quiso expresar su sentir hacia Cartagena de Indias, su arquitectura y su entorno.
Laura Camila Arévalo Domínguez
El Caribe ofrece un tipo de sensualidad. Rafael Dussán la compró. Aunque nació en Bogotá, es parte del grupo de personas que se sienten atraídas por la soltura del cuerpo que regala el despojo de la ropa, el abandono de la protección y del recato. Tenía 10 años cuando se fue a vivir a Haití por un cargo diplomático de su padre. Ese “trozo de África”, como lo recuerda, fue fundamental para el resto de su vida, en la que la luz y la libertad se convirtieron en pilares. Gente mestiza y blanca le hablaba en español. Aquí el paisaje se veía gris. Se fue a un lugar en el que le hablaron en creol y francés. Fueron cuatro años que le sirvieron para, a pesar de volver a Bogotá, seguir soñando con el clima y la mezcla de razas. Como si hubiese quedado prendido de los pueblos africanos, mulatos, de su música, sus bailes y del mar.
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El Caribe ofrece un tipo de sensualidad. Rafael Dussán la compró. Aunque nació en Bogotá, es parte del grupo de personas que se sienten atraídas por la soltura del cuerpo que regala el despojo de la ropa, el abandono de la protección y del recato. Tenía 10 años cuando se fue a vivir a Haití por un cargo diplomático de su padre. Ese “trozo de África”, como lo recuerda, fue fundamental para el resto de su vida, en la que la luz y la libertad se convirtieron en pilares. Gente mestiza y blanca le hablaba en español. Aquí el paisaje se veía gris. Se fue a un lugar en el que le hablaron en creol y francés. Fueron cuatro años que le sirvieron para, a pesar de volver a Bogotá, seguir soñando con el clima y la mezcla de razas. Como si hubiese quedado prendido de los pueblos africanos, mulatos, de su música, sus bailes y del mar.
Terminó el bachillerato. Más que entretenerlo, el dibujo lo llamaba. Su mamá decía que era un niño ansioso y la única forma de calmarlo era dándole un lápiz y un papel. Hacía historietas. Seguía el ejemplo de una tía pintora. Una tía tímida que “hubiese sido de las artistas más importantes de la generación del 60” de no haber sido por esa privacidad o retraimiento que defendió hasta sus últimos días. Una tía que estudió arte en Europa y se quedó soltera para siempre. En vez de esposo tuvo libros de historia del arte y acuarelas. Los mismos que después le regaló a Dussán, legándole una forma para expresarse y entenderse.
Hay quienes dicen que la vida se divide en fases. Una de las de Dussán comenzó cuando terminó el colegio. Entró en una especie de experiencia “mística y social”, y cayó rendido ante las convicciones de un grupo de la parroquia a la que asistía, así que se iba con el sacerdote a visitar barrios muy pobres, donde volvió a quedar prendido, pero esta vez de un afán por involucrarse en una problemática social que comenzó a ser su asunto. La Teología de la liberación lo confrontó al punto de dejar de escuchar y convertirse en parte activa. Quería solucionar algo, o todo, así que se metió al Seminario Mayor de Bogotá, estudió filosofía, teología y se ordenó como sacerdote.
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El camino del evangelio lo terminó arrastrando a un laberinto. A los tres años de convertirse en sacerdote entró en una crisis. “El arte comenzó a pedir terreno”, contó. Cuando trabajó en la parroquia dibujó algunas veces, pero rápidamente entendió que él era artista, no cura, y que su naturaleza le exigió algo que perdió al entrar a la iglesia: la libertad.
La mujer, la moral y la espiritualidad. Preguntarse por estos y otros asuntos lo condujeron a una ruptura con el sacerdocio. Escuchó el llamado del arte y conoció al escultor Édgar Negret y el pintor Manuel Hernández, quienes le aconsejaron no cargarse con más formación intelectual que la que ya tenía, sino buscar su lenguaje. Dussán se reencontró con el dibujo: talleres, cursos libres, observación.
Su primera exposición individual fue en 1990, y comenzó un recorrido de una obra que se inició en el abstracto: gestualidad, explosión de color, locura. De su época de reflexión y sensación de limitación aterrizó en la búsqueda hambrienta de un camino que ya había presentido. Su condición de artista se cansó del silencio y salió a reclamarle un espacio total. Comenzó a dar clases, se fue para Europa, se encontró con “un peso enorme” de la historia del arte, entendió que tenía que trabajar, que necesitaba las horas que dedicó a otras cosas. Estudió “seriamente” la figura humana, se dedicó a dominarla. A entender por qué pasar por el rigor del dibujo era fundamental. Se entregó a la observación y aprendió a mirar.
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Su entrada al dibujo figurativo se dio en 1997, año en el que se estableció en Cartagena, la ciudad que le recordó la sensualidad de Haití. Volvió a la exuberancia de cuerpos, al movimiento y al baile. Sí, después regresó a Europa y se encontró con la tradición del dibujo, y sí, eligió los museos del viejo mundo como sus refugios de estudio, pero de la Heroica ya no quiso desprenderse.
Cuando se reencontró con el dibujo dejó de explorar a ciegas. Halló un mapa más claro para su búsqueda...
Exacto. Dejé de sentir que iba a contra pelo. No iba contra la corriente porque encontré mi línea.
¿Por qué los cuadros de esta exposición no tienen título?
Porque no quiero que el lenguaje verbal distraiga. Para mí la obra tiene que hablar sola. De hecho, el título que le pusimos a la exposición, “La naturaleza y Cartagena”, ni siquiera expresa lo que realmente es toda la muestra. Ese título es un pretexto.
¿Y qué es lo que expresa la exposición?
Se le da preponderancia a la naturaleza. La ciudad siempre termina, es un escenario de fondo.
En sus dibujos hay cierto desgaste en lo arquitectónico. Se percibe que, tarde o temprano, la naturaleza reclama su espacio y lo recupera. Algo así como lo que le pasó a usted con su naturaleza de artista...
Exacto, la ciudad queda atrás. En estos dibujos lo humano es lo arquitectónico. Pareciera que un edificio o una cúpula son estructuras imponentes que se quedan con el paisaje, pero aquí el tallo, la hoja, que vienen siendo la arquitectura de la naturaleza, están adelante.
¿Terminó por alejarse de la figura humana con estos dibujos?
Quería explorar otras formas vivas, orgánicas. Las formas de la vida más allá de lo humano, con las que además tenemos todo en común: somos seres orgánicos. No había trabajado árboles ni aves, todo esto ha sido fruto de la investigación que comencé por puro esfuerzo. Me impuse la salida de mi zona de confort: ya dominaba tanto la figura humana, que identifiqué el peligro de repetirme.
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¿Y por qué se decidió por la naturaleza?
Porque desde el lenguaje del dibujo la naturaleza me estaba dando la oportunidad de trabajar nuevas formas, nuevas composiciones. Me puso a contemplar otro aspecto de la realidad que va más allá del antropocentrismo. De estar mirándonos a nosotros mismos.
Hablemos del desafío de explorar otras formas en el dibujo...
Desafío, esa es la palabra. Incluso algo tan sencillo como una lagartija me costó mucho trabajo, pero hay algo cierto: si dominas la figura humana, lo dominas todo. El cuerpo es tu entrada hacia el universo, no al revés.
Algo que se cruza con su experiencia dejando el sacerdocio y hallando su camino en el arte. Algo que también habla mucho de otro tipo de espiritualidad…
Claro, es que la religión y la espiritualidad son cosas distintas. Es el autoconocimiento de saber quién es uno o para dónde va o qué vino a hacer a este mundo. Me comencé a preguntar para qué nací y comencé a ser consciente de que me iba a morir. Ese tipo de confrontaciones tienen que ver con la espiritualidad. Con la religión obtienes respuestas de afuera hacia adentro, la espiritualidad es tomar conciencia. Es darte cuenta de que te das cuenta.
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¿Cómo dibuja? ¿Dónde?
Me ha costado muchísimo dibujar sobre medios digitales. Amo el contacto con el papel, con el carboncillo, la tinta. En ese sentido soy de la vieja escuela. Tengo 30 años de historia como artista y estoy lleno de dibujos, cuadernos y bocetos. Vivo escribiendo detalles y ahora uso mucho el celular para capturar imágenes en el instante o dibujo lo que estoy viendo. Después uso los bocetos o las fotos para las obras definitivas.
Y supongo que esta exposición también lo llevó a estudiar la arquitectura de Cartagena...
Claro. Estudiar las proporciones, la estructura. Ese fue todo un trabajo.
¿Cómo sabe que ya terminó un dibujo?
Eso se siente. Como también sientes que no está terminado, o que lo diste por terminado, pero un mes después te das cuenta de que no era así. Viene toda la composición, la tienes en cuenta y entiendes que faltaron elementos. Para mí lo más importante es que los dibujos hablen solos. Si bien el tema está relacionado con lo ambiental y lo colonial, es más un pretexto para plantear ejercicios de contemplación. Esta obra tiene mucho de espiritualidad. Es como contemplar la vida, en este caso de Cartagena, que es un lugar al que le debo muchísimas cosas.