La noche en que un libro antiguo fue vendido por $45 millones
El jueves 25 de enero, se realizó en Bogotá Auctions una subasta de libros, cartas manuscritas y documentos raros, vinculados con la historia de Colombia y Sudamérica. El evento recaudó $586 millones.
Danelys Vega Cardozo
A unas cuatro cuadras del Centro Comercial Avenida Chile, en Bogotá, se erige una construcción inglesa. “Bogotá Auctions”, anuncia un letrero. Desde hace diez años, aquel lugar lleva una etiqueta invisible: la de haber sido la primera casa de subastas comercial en el país. Esa noche, jueves 25 de enero, abre sus puertas a coleccionistas y compradores ocasionales interesados en adquirir libros, cartas manuscritas y documentos raros, vinculados con la historia de Colombia y Sudamérica. $586 millones será la suma final que logren recaudar aquel día.
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A unas cuatro cuadras del Centro Comercial Avenida Chile, en Bogotá, se erige una construcción inglesa. “Bogotá Auctions”, anuncia un letrero. Desde hace diez años, aquel lugar lleva una etiqueta invisible: la de haber sido la primera casa de subastas comercial en el país. Esa noche, jueves 25 de enero, abre sus puertas a coleccionistas y compradores ocasionales interesados en adquirir libros, cartas manuscritas y documentos raros, vinculados con la historia de Colombia y Sudamérica. $586 millones será la suma final que logren recaudar aquel día.
Al ingresar, la casa está ocupada por objetos distribuidos en cuatro espacios, pero casi vacía en cuanto a compradores. Es una subasta híbrida y la mayoría de los participantes han elegido unirse a través de una pantalla o una llamada. Antes de que inicien las pujas, los asistentes recorren el lugar. Cada una de las piezas están acompañadas por un rectángulo blanco de cartulina con números negros, que específica el lote al que pertenecen. “155″, es el número que le corresponde a la primera edición de La hojarasca, de Gabriel García Márquez. La novela está firmada por el escritor. “Las primeras ediciones firmadas tienen varios orígenes: los autores pudieron firmar los libros que regalaban a sus amigos, o que habían comprado unos conocidos. También los escritores participaban en eventos (como las ferias de libros) donde firmaban sus obras”, dice en una entrevista Thimothée de Saint Albin, cofundador y director del departamento de libros e impresos de Bogotá Auctions.
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No todos los libros portan su título en la carátula, así que algunas veces toca dirigirse hasta la primera página para verificar el nombre de la obra, como sucede con el lote 119, un libro biográfico de Simón Bolívar, “en donde se narran todas sus actividades militares durante la década de 1810″, como indica el catálogo. Pero quizás aquel objeto no sea tan codiciado como la carta que escribió el Libertador en 1828, en donde reflexiona “sobre el peso de sus responsabilidades”, de acuerdo con Thimothée de Saint Albin. Más tarde, el manuscrito logrará ser vendido por encima de los $20 millones. Lo mismo pasará con otros cinco lotes. Aunque ninguno de ellos superará los $45 millones del Estado General de todo el Virreynato de Santafé de Bogotá, un libro que fue publicado en 1794.
A las 7:00 p.m. se escucha el sonido que dejan las pisadas de quienes suben las escaleras de madera. En el tercer piso la puja está a punto de empezar. El espacio en donde se desarrolla la subasta parece ser un ático, en especial por la forma triangular de su techo. Algunos asientos están distribuidos a lo largo del lugar. Al fondo, permanecen cinco mujeres; dos en cada uno de los laterales y una en el centro. La del medio porta una camiseta oversize manga larga blanca con detalles étnicos en sus hombros. Su nombre es Charlotte Pieri, y es la directora y martillo de aquella casa de subasta. “Buenas noches. Bienvenidos a esta primera subasta del año. (…) Por una llamada de la Embajada de México, se retiran los lotes 100 y 102. Lamentamos esa decisión”, dice.
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Aquellos lotes corresponden a una cédula real firmada, y un decreto firmado en 1781 por Joseph de Gálvez, el entonces gobernador del Consejo de Indias. Para corroborar las piezas, los compradores observan el catálogo físico que sostienen entres sus manos o, el digital, al que acceden a través de sus dispositivos móviles. “No esperen hasta el último minuto para pujar. (…) No recibiré la puja después del golpe del martillo”, dice Charlotte Pieri. Antes del golpe, siempre hay un conteo: “Vendido a…por… a la una, a las dos y a las tres”. Los nombres de los compradores son anónimos. Ellos son identificados a través de un número, inscrito en una paleta blanca, que deben alzar si quieren adquirir algunos de los objetos subastados.
En las primeras dos horas de la subasta, la paleta 95, que sostiene un señor de chaqueta impermeable negra, es la que más veces se alza. El número 54 -que al parecer corresponde a un comprador virtual- es otro que también ingresa en varias oportunidades a la contienda. “Esto es como un partido de tenis”, dice Charlotte Pieri. Un partido al que esa noche asisten, sobre todo, personas de la tercera edad. “Parecen ser pensionados”, asevera un intruso.
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Mientras los participantes siguen pujando arriba, un señor ataviado con una chaqueta café, quien sostiene una copa de vino vacía entre sus manos, recorre en el primer piso la sala en donde se encuentran colgados unos mapas geográficos antiguos. Transita en soledad, mientras su acompañante intenta ser escuchado por un francés. “Soy sordo y con el tapabocas que lleva puesto no puedo entenderle”, le dice un joven de cabello largo. Su interlocutor le devuelve una sonrisa, como si aquello se tratara de una broma. El joven le señala sus oídos y le indica que su afirmación es cierta, que sin unos dispositivos no podría escuchar. Tras unos minutos, el comprador trata de diligenciar unos datos en el computador del fránces. El ejercicio dura más de lo normal. “Discúlpeme. Soy medio bruto escribiendo”.