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La novela “Te acuerdas del mar” y el rostro humano del conflicto

Una revisión a la obra del escritor Oscar Godoy Barbosa, con la que ganó el Premio Clarín de Novela. Buenos Aires: Alfaguara, 2020. 226 páginas.

Mauricio Valenzuela / Especial para El Espectador
26 de diciembre de 2020 - 06:30 p. m.
El escritor Óscar Godoy es profesor de literatura de la Universidad Central en Bogotá. / Archivo El Espectador
El escritor Óscar Godoy es profesor de literatura de la Universidad Central en Bogotá. / Archivo El Espectador

Al terminar la novela Te acuerdas del mar, de Óscar Godoy, uno siente que ha recorrido setenta años y dos conflictos de la historia de Colombia. Tan larga ha sido la violencia que algunos perdieron el rastro del conflicto liberal-conservador de los años cincuenta, y solo tienen presente el más próximo que involucró al Estado, la guerrilla y los paramilitares. Esa es la primera bondad paradójica de esta novela: la de recordarnos los episodios brutales de aquella otra violencia, opacada por la más reciente, que aún no termina.

En el 2019 Te acuerdas del mar ganó el premio Ñ en Buenos Aires. Los jurados fueron los argentinos Liliana Heker y Jorge Fernández Díaz, y el mexicano Jorge Volpi. En el fallo consideraron que la novela es de una actualidad palpitante. Fernández Díaz afirmó que “es una poderosa parábola sobre la violencia política y sobre la amistad impensada entre dos enemigos irreconciliables”. (El Premio Clarín de novela para el colombiano Óscar Godoy).

No es la primera vez que Óscar Godoy incursiona en el tema de la violencia colombiana. Ya lo había hecho con mucho éxito en su novela Once días de noviembre (2015), en la que, además de contar la avalancha que terminó sepultando a 25.000 personas en Armero, relata la sangrienta toma del Palacio de Justicia por parte del grupo guerrillero M-19.

En Te acuerdas del mar la acción irrumpe desde el inicio. Comienza relatando cómo tres muchachos atracan a un taxista y le dan una paliza que lo deja al borde de la muerte. Desde ahí, el realismo y la contundencia de la narración enganchan al lector, que además queda intrigado con la curiosa reacción del taxista cuando se entera del motivo real del ataque.

El taxista (Corso) es llevado maltrecho y en estado de inconsciencia a la habitación de un hospital que compartirá con don Luis, un hombre mayor, enfermo terminal de cáncer.

Una vez Corso sale del estado de inconsciencia, se establece una comunicación muy curiosa entre los dos enfermos. Corso pronuncia frases que aluden a la historia de una mujer, la bella Honorata, que en una noche de tormenta será abandonada en una balsa en el mar. A don Luis le tomará algunos días enterarse de que la historia de la bella Honorata, junto con otras que Corso irá relatando, en realidad corresponden a novelas, y que la lectura ha sido la afición de su compañero a lo largo de la vida y el origen de su interés por el mar (de ahí que su nombre remita a los corsarios).

A la pareja de enfermos van sumándose otros personajes. A Corso llega a visitarlo el Gordo, y así sabemos que Corso es su alias de cuando era comandante guerrillero y que todos lo daban por muerto, pues de un tiempo para acá nadie supo más de él.

A su vez el Gordo se encarga de involucrar a Diana, hija de la compañera sentimental de Corso, quien se convierte en un personaje principal de la novela. La relación de Diana con su mamá y con Corso se había interrumpido trece años atrás, de suerte que la noticia sobre la reaparición de este hombre no le genera en principio mayor entusiasmo.

Finalmente, Diana va al hospital. Y en ese reencuentro nos enteramos de la relación sentimental de Corso con la mamá de Diana, así como de la amorosa convivencia de Diana con la abuela, de los azarosos encuentros con su mamá en la clandestinidad y de la organización a la que pertenecía (cuyo nombre no se menciona). Acompañamos finalmente a Corso, a Diana y su mamá, y al Gordo a una playa sobre el mar Caribe, en la costa norte de Colombia, adonde llegan tras una larga y riesgosa fuga.

Pese a que Diana es una huérfana de la guerra, su vida parece transcurrir sin drama. Pero no hay víctimas sin afectación. De modo que, aunque tiene una casa y recursos económicos heredados de su abuela, y además estudia música en la universidad, sufre una carencia afectiva que le dificulta socializar normalmente con su familia, su novio y sus compañeros de estudio.

Y así como alrededor de Corso confluyen algunos amigos y Diana, a don Luis regresa a acompañarlo su nieta Betzabé. Es la aparición de ella la que nos permite conocer el pasado oscuro de don Luis, su activa participación en la violencia liberal-conservadora.

La historia se distribuye a lo largo de la novela de forma tan estratégica que mantiene el interés durante todo el recorrido. Es un acierto del autor permitirle a cada personaje narrar su propia historia. También lo es la forma como intercala las historias y la gran destreza con que entremezcla episodios de distintos tiempos en cada capítulo, lo que dinamiza la narración sin llegar a confundir al lector.

Otro gran acierto es el ángulo elegido para narrar. Porque es más usual encontrar novelas que den cuenta de una toma guerrillera o paramilitar de un pueblo, o un asesinato, o una masacre, o la vida al interior de algún grupo armado. Pero es menos usual que los personajes sean excombatientes que han regresado a la vida civil.

Aunque la novela ilustra la violencia liberal-conservadora y el conflicto armado más reciente, pone el foco en la dimensión humana de los personajes. Apartados de sus actividades de guerra, vemos personas cuyas preocupaciones principales son ahora la seguridad y recuperación de Corso, así como la calidad de la atención médica que recibe don Luis o que su nieta Betzabé vuelva a acompañarlo.

Don Luis recuerda con horror los actos atroces contra los liberales. Tanto, que regresó a los pueblos donde se cometieron masacres con la esperanza de que alguien lo reconociera y se vengara matándolo. En el caso de Corso, no conocemos el detalle de acciones militares. Sabemos que no estaba convencido del acuerdo de paz que se firmaría con el Gobierno, lo que hizo que desapareciera un año antes de la firma. A Corso lo afecta sobre todo una gran decepción: “…tarde nos damos cuenta de que nada justifica el sacrificio de tantas vidas. Y menos ahora que renunciamos a cambio de un lugar en la sociedad que quisimos cambiar, que no cambió y no nos acepta”.

Es difícil que el lector, al terminar su lectura, no reflexione acerca de la condición humana que subyace al combatiente. Cuánta bondad y solidaridad afloran en quien al mismo tiempo pudo causar tanto daño. Despojados de sus roles, renacen personas comunes y corrientes, con fragilidades y sentimientos de amistad y fidelidad y, sobre todo, con una enorme nostalgia por los que murieron (varios excombatientes amnistiados han sido asesinados). Ese renacer también lo vemos en un general retirado del ejército, que combatió y persiguió a Corso con intensidad. El general llega a visitarlo al hospital para conocerlo y escuchar su versión de la historia con el fin de incorporarla en las memorias que piensa escribir. “Usted y yo teníamos que conocernos”, dice el general. “Pues ya lo ve, general”, contesta Corso, “¡Por fin me alcanzó!”. “La vida da muchas vueltas, ¿no?”, continúa el general, “Siempre esperé conversar con usted en una celda”. “Claro”, ripostó Corso, “pero tal vez yo no habría tenido tiempo… para visitarlo con frecuencia”. Una carcajada estalló en el cuarto.

Por Mauricio Valenzuela / Especial para El Espectador

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Mario(8676)26 de diciembre de 2020 - 08:14 p. m.
Oscar Godoy vuelve y juega con "Te acuerdas del mar". Sus novelas, como "El arreglo", abre caminos en la literatura y en las búsquedas creadoras. Felicitaciones
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