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Cuando a Juan Rulfo le preguntaron cuáles eran los temas esenciales en su producción literaria, respondió con su forma lenta y parca al hablar que se resumían en los tres grandes asuntos de la literatura y de la humanidad: la vida, el amor y la muerte. En la novela juvenil La novia de mi hermano, del escritor huilense Gerardo Meneses, se agregan dos temas más: la amistad y la literatura misma. Sin embargo, en el prólogo el autor da a entender que, cuando alude a la muerte, todas estas temáticas se reducen a la vida porque las contiene, recoge y anuda como acontecimientos ligados a ella (la novela no solo sería para jovencitos, también para los adultos: anida como círculos concéntricos los arquetipos de la adolescencia, la pubertad y la infancia).
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La novela relata la historia de Alejandro, de 13 años, y de su hermano, quien narra los acontecimientos sin nunca decir su nombre. Las travesuras del colegio y el hogar, las lecturas con la amiga que uno desea tener como novia, los regaños y ternura de los padres y docentes, las peleas entre hermanos y la inevitable y universal reconciliación, hacen de esta novela un libro sensiblemente humano.
Hay una historia en especial: la amistad de Alejandro y Pablo. Gerardo Meneses arma esta historia con diálogos y descripciones sencillas que van del presente al pasado (más en el presente), simétrica y estéticamente repartidas y sincronizadas. Fluyen por su oralidad. Con una fresca y genuina travesura a lo Tom Sawyer, en su primer día de clases de octavo grado, Alejandro simpatiza con Pablo sin importarle que este sea de un pie y un brazo más corto que el otro y sorprendiéndose aún más cuando se entera de que es nadador paralímpico. Todo esto transcurre de forma paralela mientras su hermano padece su timidez por no poder decirle a su amiga Juliana que le gusta.
Una visita de Pablo al hospital preocupa a sus familiares y a Alejandro. En varios, pero pocos momentos, se evidencia de forma sutil el avance de una enfermedad, ya sea en el silencio y en los ojos tristes de la madre de Pablo por haber llorado la víspera, percibidos por el hermano de Alejandro cuando los visita, o en la alcahueteada del padre de los dos hermanos al no regañarlos por incumplir la orden de repartir unos volantes por las calles: ya olfateaba la posible ausencia del mejor amigo de su hijo Alejandro.
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En las novelas La tregua y El túnel de Mario Benedetti y Ernesto Sabato, respectivamente, la justificación del título se da casi al final de la obra. En La novia de mi hermano sucede justo en la mitad, en el capítulo 9. ¿La novia de mi hermano hace referencia al hermano de Alejandro o al mismo Alejandro? Partiendo de que el narrador, como decíamos, está en primera persona, uno puede deducir que el posesivo “mi” hace referencia a quien narra, porque Alejandro es un pillín al que le gustan dos pelaítas; la hermana de Pablo llamada Isabel y una vecinita llamada Mónica (esta es mayor que él). Llega un momento en el que el título no es tan obvio ni tan lógico ni necesariamente inferencial, y que lo único que logramos deducir es una rica ambigüedad para la estética literaria, pues también puede ser que el “mi” posesivo recaiga sobre Alejandro, ya que su hermano no sabe cómo declarársele a Juliana, su amiguita de colegio y de lecturas: parece que Alejandro le hace creer a su hermano que anda de novio con Mónica, sólo para que se anime a besar a Juliana.
Gerardo Meneses Claros es un maestro para distraernos y acercarnos, muy sutilmente, a una escena triste. La visita de los estudiantes a un ancianato, la cofradía de los chicos bañándose en el río del pueblo con sus respectivas diversiones, el saludo del hermano de Alejandro hacia Pablo como algo normal y cotidiano, y una conversación llena de gracia entre los dos familiares, divierten y distraen al lector sin saber que es un anuncio a la fatídica noticia: la muerte de Pablo, descrita y recreada en una página aparte como un informe, como un recuento de lo acaecido, casi desconectado de la divertida conversación previamente comentada (es curioso cómo la ficción literaria se permite simular un presente siempre continuo con la narración en primera persona sin recurrir a la tradicional historia recordada desde una cierta edad).
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En el siguiente capítulo se combinan nuevas conversaciones y bromas entre hermanos mientras juegan fútbol con un balón que recién les había regalado un familiar y con el cual rompen un retrato familiar y una porcelana valiosa, pero sin que Alejandro sepa de la muerte de su amigo, a pesar de que pasó por el hotel lleno de policías donde Pablo practicaba natación. Al llegar, los padres se encargan de anunciarles la terrible noticia (es aún más curioso que el narrador haya hecho el recuento de la muerte de Pablo y después aparezca con su hermano Alejandro jugando fútbol y, al igual que a él, lo coja por sorpresa la nueva de que Pablo ha muerto, a no ser que esto mismo sea una clave para decirnos, muy sutilmente, que la historia está siendo recordada a través de la simulación de un presente siempre continuo, o que ese apartado sea la voz intercalada de algún testigo ocasional).
Basta con saber lo que es la muerte de un ser querido para entender y sentir lo que se viene: Alejandro resignado y silenciosamente destrozado. Hasta ese momento, él había sido inmortal: no había conocido la muerte. Ahora vida y muerte se le mostraban como dos acontecimientos hermanos, ligados.
En las obras mencionadas, La tregua y El túnel, se denota un sinsabor existencial desde el comienzo. La primera tiene un final en el que la vida sigue con un letargo cerca de la muerte en medio de la jubilación de un hombre dos veces viudo. Un narrador que cuenta la historia desde una cárcel por haber matado a puñaladas a la única mujer que lo comprendió. En la segunda, el tema de fondo es la soledad oscura del alma. El siglo XX está plagado de obras existenciales con personajes adultos, pero en La novia de mi hermano, el peso de la existencia y de la muerte como reflexión, recaen sobre un chico de 13 años.
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No sé hasta qué punto el autor fue consciente de las consecuencias existenciales de su novela desde lecturas filosóficas, pero, con respecto a mí, fue la primera vez que leí, o por lo menos sentí que leí, una obra existencial para jovencitos, con la diferencia de que ese ambiente existencial no se sintió desde el comienzo (si seguimos pensando en La tregua y El túnel, para no mencionar a Sartre, Camus, Kundera y un largo etcétera de autores), sino desde la presencia de la muerte.
Después del suceso, Alejandro sigue la vida sin intervenciones moralistas de parte de su hermano como narrador, continúa con la fuerza de su personalidad dicharachera, jugando baloncesto y haciéndole bromas a su hermano con Juliana, después de haber visitado la tumba de Pablo en el cementerio, pero con la madurez que le ofreció la muerte de su amigo para toda la vida. Alejandro siempre había parecido el mayor. Ahora esa percepción se reforzó debido a las reflexiones de la muerte. Como en la vida real, el tiempo sigue sin énfasis de parte del narrador, que le deja al lector las agonías del hermano de Alejandro en relación con Juliana como un homenaje indirecto a la vida. Esta idea, la del homenaje, está en varias de las obras de este autor, incluyendo su última novela, El último viaje de Bashir.
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No he leído toda su narrativa y no he mencionado cosas que el autor muy bien sabe y que incluso ha dicho en entrevistas, como, por ejemplo, que la historia de Pablo fue real, que el primer capítulo era y es un relato con final abierto, que ganó el concurso de cuento infantil Comfamiliar del Atlántico, en mi cercana Barranquilla por allá en 2005, bajo el título de Un amigo para Alejandro, y que lo siguió ampliando con tristeza y lágrimas, las mismas sensaciones que tuve leyéndola.
A veces, cuando camino a solas, me imagino a Alejandro con más años y el recuerdo de la muerte de Pablo mientras mira por la ventanilla de un bus que lo llevará al trabajo o a la universidad, o mientras camina de vuelta a su casa después de despedirse de su novia, o mientras ve crecer a sus futuros hijos, pero no a cada instante, porque en Alejandro la vida vibra con fuerza, optimismo y alegría.
Una última cosa quisiera decir: La novia de mi hermano nos invita a preguntarnos si habrá más obras con este trato existencial para jovencitos, que, como filósofo, me cautivó. Sé del reciente premio nacional de literatura infantil Comfamiliar 2019: Andrés Felipe Vargas, también laboyano (gentilicio de Pitalito Huila, de donde es igualmente Meneses) y que lo ganó prácticamente con la misma temática: la muerte en la infancia. Su cuento tiene como título Mi abuela y el niño de la luna, pero mi inquietud literaria se extiende al pasado siglo XX y sólo quiero que me la solvente un solo ser: Gerardo Meneses Claros.
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