“Esta cabeza mía que no se puede callar”
La nueva obra de la Maldita Vanidad tendrá una importante temporada en su casa durante los siguientes dos meses y promete dejar a más de uno encantado con la historia.
Carlos Moisés Ballesteros P.
El espacio está casi vacío, ¡casi!, porque una serie de sombras en la oscuridad nos miran, nos vigilan. Sus ojos nos juzgan detrás de sendos pasamontañas en el silencio, un silencio que en este país nos hemos acostumbrado a entender como el suceso que precede la tragedia, y aquí no podrá ser de otra manera.
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El espacio está casi vacío, ¡casi!, porque una serie de sombras en la oscuridad nos miran, nos vigilan. Sus ojos nos juzgan detrás de sendos pasamontañas en el silencio, un silencio que en este país nos hemos acostumbrado a entender como el suceso que precede la tragedia, y aquí no podrá ser de otra manera.
Después se iniciará una fiesta, y en tan solo menos de dos minutos ya estamos al frente de la paradoja de nuestro teatro nacional para abordar el conflicto armado colombiano de nuestro país, ese fenómeno casi indiscernible entre la fiesta, la celebración, el carnaval y la guerra. Esta cabeza mía que no se puede callar es el último estreno de la compañía La Maldita Vanidad, que, dirigida por Jorge Hugo Marín, nuevamente nos expone con certera eficacia una obra en la que se vuelve a reinventar, dejando atrás los procedimientos del hiperrealismo que la caracterizaron en sus primeras creaciones.
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A través de un procedimiento escénico, en el que ninguno de los actores sale de escena, sino que su participación disminuye, en apariencia, escondiéndose bajo un pasamontañas, se construye una metáfora plural en la que desde el inicio, como espectadores, tenemos la sensación de que todos los personajes que están en la escena son observados y juzgados por imponentes ojos que, en silencio, amenazan esa falsa paz en la que todos parecen vivir.
A la vez nos pone ante la tesis de que cualquiera de allí, cualquier habitante del pueblo puede ser parte de esos que miran para provocar el terror.
La obra comienza con una fiesta de cumpleaños; Saúl, un joven homosexual que acaba de cumplir 18 años y que perdió a su padre a manos del conflicto armado en su pueblo, se encuentra en medio de una celebración en la que no quiere estar y en la que casi nadie se siente cómodo.
Lo sabemos porque podemos escuchar el pensamiento de todos los presentes a través del recurso del diálogo en el que vamos ingresando con facilidad mientras tratamos de saber qué es lo que se dice y qué lo que se piensa. El peligro parece ser inminente en cada momento.
Junto con su mejor amigo, Saúl construye una relación muy enternecedora en medio del caos que supone ser gay en el campo, además en zona roja y con la edad suficiente para “tomar partido” por alguno de los bandos al margen.
Saúl representa a una generación de jóvenes que están construyendo su visión del mundo desde una perspectiva muy diferente de la tradicional, entendiendo los avances del mundo, pero que deben dejarlo a un lado muchas veces por la tensión que producen los ejercicios de poder de una guerra que pareciera no tener límite.
Acompañado de actuaciones muy sobrias, pero ricas en matices, el texto de Marín produce un terror muy particular a lo largo de una hora de representación en la que, sin embargo, no faltan los enormes destellos de belleza y poesía provocados desde la dirección, la composición visual y, por supuesto, la actuación.
Actores como Fernando de la Pava y Angie Prieto conducen con maestría a un grupo que compone un paisaje lleno de angustia y de miedo en el que no hay equilibrio u otra opción que huir.
Esta cabeza mía que no se puede callar estará hasta el 9 de abril en la casa de La Maldita Vanidad. Se trata de uno de esos espectáculos que merece la pena no dejar de ver, una apuesta limpia, con momentos de enorme belleza visual, vigentes, críticos y demoledores.
La compañía de La Maldita Vanidad fue fundada en 2009 por Jorge Hugo Marín, y desde entonce se ha caracterizado por llevar a la escena obras muy representativas de la cotinianidad colombiana, tanto urbana como rural, sobre escenarios atípicos. Ha participado en más de 40 festivales de teatro alrededor del mundo, y en 2013 creó la Casa de La Maldita Vanidad, un centro cultural enclavado en el barrio Palermo.
Jorge Hugo Marín
Dramaturgo y director antioqueño, Jorge Hugo Marín, quien es residente de la ciudad de Bogotá, junto con su compañía, La Maldita Vanidad teatro, se han convertido en un enorme referente para las nuevas generaciones, que se acercan a los espacios de la ciudad a encontrarse con un teatro fresco que dinamiza la cultura a través de propuestas que se encuentran constantemente con el ámbito internacional, en donde suelen recibir grandes elogios y de donde se retroalimentan para construir un teatro con tintes muy peculiares.