La ola #MeToo barre Corea del Sur, primer país de Asia en el que impacta
La ola #MeToo ("Yo también") ha irrumpido con fuerza en Corea del Sur, primer país de Asia en el que se hace escuchar y donde el valiente relato televisado de una fiscal que sufrió abusos ha comenzado a visibilizar una campaña que, según activistas, llevaba años avanzando.
Andrés Sánchez Braun (EFE)
Desde que la fiscal Seo Ji-hyun realizó su alegato en vivo el pasado 30 de enero, el movimiento no ha parado de crecer, ayudando a que muchas surcoreanas pierdan el miedo a denunciar y haciendo aflorar acusaciones de abusos e incluso de violación contra prominentes figuras del mundo de la cultura o la política.
El multipremiado director de cine Kim Ki-duk, el poeta Ko Un, eterno candidato al Nobel de Literatura, o el exgobernador An Hee-jung, uno de los favoritos a convertirse en próximo presidente, están entre los ilustres que han sido acusados en pleno auge de una campaña que ha sacado a la luz la cultura de acoso y abusos con la que han convivido a diario las surcoreanas en el trabajo.
Una de las plataformas que mejor ha recogido esa realidad es Blind, la aplicación que permite a empleados de empresas realizar comentarios anónimos sobre temas relacionados con el universo laboral y que en su versión surcoreana ha creado un espacio para que las mujeres cuenten los hostigamientos que han padecido.
Aquí se acusa, por ejemplo, a un alto cargo de una aerolínea de alinear a las azafatas para que le saluden efusivamente y de responder con tocamientos y comentarios inapropiados a aquellas que no lo reciben como él quiere, o a un encargado de recursos humanos de un operador de telecomunicaciones de "entrevistar" a recién licenciadas en salas privadas de karaoke para tocarlas.
"Casi cualquier mujer en este país te cuenta episodios así, está institucionalizado", explica a Efe una mujer en la treintena que pide el anonimato tras relatar cómo un alto funcionario estatal aprovechó un encuentro de trabajo para llevarla a un establecimiento muy apartado en el que le hizo proposiciones sexuales.
Esta mujer, al igual que otras víctimas y activistas, denuncian la cultura de culpabilización que ha ayudado a mantener el fenómeno bajo la alfombra en el seno de una sociedad, que como todas las de Asia oriental, presenta rasgos muy conservadores y enormes lagunas en cuanto a igualdad.
"Cuando lo cuentas te reprochan con un "¿como se te ocurrió irte sola con un hombre?" o "¿seguro que no pudiste hacer más para evitar esa situación?"", puntualiza la mujer.
"Me llevó ocho años darme cuenta de que no había sido mi culpa. Y estoy hoy en esta entrevista para decirle a todo el mundo y a las víctimas que no es su culpa", espetó la fiscal Seo Ji-hyun al relatar en la cadena JTBC cómo un alto funcionario del Ministerio de Justicia le tocó los pechos durante un funeral en 2010.
Las activistas consideran que la chispa que necesitaba #metoo para prender en este país era una muestra de valentía como ésta en un espacio público, algo que no se ha dado por el momento en otros lugares del entorno como Japón, China o Taiwán.
"No siento que #MeToo sea un movimiento nuevo, simplemente ha empezado a ser escuchado ahora. Antes simplemente la gente no estaba interesada", cuenta Jeong Yea-won, que trabaja en el marco de la plataforma feminista Womenlink como asesora para mujeres que han sufrido acoso.
Ella asegura que este y otros grupos trabajan intensamente desde el año 2000 para acabar con la cultura de culpabilización y visibilizar el problema, haciendo entender que abuso y acoso no son solamente violaciones con uso de la violencia, si no que toman muchas formas y se pueden padecer en cualquier momento.
Yeong dice también que su organización recibió en 2017 unas 1.000 llamadas de denuncia y que, aunque no hay números oficiales aún para el primer trimestre de 2018, siente que cada vez más gente llama impulsada por el movimiento #MeToo.
Por otro lado, los datos que maneja el Gobierno surcoreano parecen darle la razón con respecto a los avances que ya estaban cosechando los grupos feministas antes de que irrumpiera #MeToo.
Según las últimas cifras del Ministerio de Igualdad, el número de llamadas a centros de atención para reportar casos de acoso en el trabajo aumentaron en 2016 en torno a un 26 % con respecto a los anteriores datos de 2014.
Sin embargo, en 2016 el 80 % de las afectadas no denunció, lo que subraya el miedo que ha persistido hasta ahora entre las surcoreanas a hacer pública su situación, unos temores que ahora #MeToo parece estar empezando a desterrar.
Desde que la fiscal Seo Ji-hyun realizó su alegato en vivo el pasado 30 de enero, el movimiento no ha parado de crecer, ayudando a que muchas surcoreanas pierdan el miedo a denunciar y haciendo aflorar acusaciones de abusos e incluso de violación contra prominentes figuras del mundo de la cultura o la política.
El multipremiado director de cine Kim Ki-duk, el poeta Ko Un, eterno candidato al Nobel de Literatura, o el exgobernador An Hee-jung, uno de los favoritos a convertirse en próximo presidente, están entre los ilustres que han sido acusados en pleno auge de una campaña que ha sacado a la luz la cultura de acoso y abusos con la que han convivido a diario las surcoreanas en el trabajo.
Una de las plataformas que mejor ha recogido esa realidad es Blind, la aplicación que permite a empleados de empresas realizar comentarios anónimos sobre temas relacionados con el universo laboral y que en su versión surcoreana ha creado un espacio para que las mujeres cuenten los hostigamientos que han padecido.
Aquí se acusa, por ejemplo, a un alto cargo de una aerolínea de alinear a las azafatas para que le saluden efusivamente y de responder con tocamientos y comentarios inapropiados a aquellas que no lo reciben como él quiere, o a un encargado de recursos humanos de un operador de telecomunicaciones de "entrevistar" a recién licenciadas en salas privadas de karaoke para tocarlas.
"Casi cualquier mujer en este país te cuenta episodios así, está institucionalizado", explica a Efe una mujer en la treintena que pide el anonimato tras relatar cómo un alto funcionario estatal aprovechó un encuentro de trabajo para llevarla a un establecimiento muy apartado en el que le hizo proposiciones sexuales.
Esta mujer, al igual que otras víctimas y activistas, denuncian la cultura de culpabilización que ha ayudado a mantener el fenómeno bajo la alfombra en el seno de una sociedad, que como todas las de Asia oriental, presenta rasgos muy conservadores y enormes lagunas en cuanto a igualdad.
"Cuando lo cuentas te reprochan con un "¿como se te ocurrió irte sola con un hombre?" o "¿seguro que no pudiste hacer más para evitar esa situación?"", puntualiza la mujer.
"Me llevó ocho años darme cuenta de que no había sido mi culpa. Y estoy hoy en esta entrevista para decirle a todo el mundo y a las víctimas que no es su culpa", espetó la fiscal Seo Ji-hyun al relatar en la cadena JTBC cómo un alto funcionario del Ministerio de Justicia le tocó los pechos durante un funeral en 2010.
Las activistas consideran que la chispa que necesitaba #metoo para prender en este país era una muestra de valentía como ésta en un espacio público, algo que no se ha dado por el momento en otros lugares del entorno como Japón, China o Taiwán.
"No siento que #MeToo sea un movimiento nuevo, simplemente ha empezado a ser escuchado ahora. Antes simplemente la gente no estaba interesada", cuenta Jeong Yea-won, que trabaja en el marco de la plataforma feminista Womenlink como asesora para mujeres que han sufrido acoso.
Ella asegura que este y otros grupos trabajan intensamente desde el año 2000 para acabar con la cultura de culpabilización y visibilizar el problema, haciendo entender que abuso y acoso no son solamente violaciones con uso de la violencia, si no que toman muchas formas y se pueden padecer en cualquier momento.
Yeong dice también que su organización recibió en 2017 unas 1.000 llamadas de denuncia y que, aunque no hay números oficiales aún para el primer trimestre de 2018, siente que cada vez más gente llama impulsada por el movimiento #MeToo.
Por otro lado, los datos que maneja el Gobierno surcoreano parecen darle la razón con respecto a los avances que ya estaban cosechando los grupos feministas antes de que irrumpiera #MeToo.
Según las últimas cifras del Ministerio de Igualdad, el número de llamadas a centros de atención para reportar casos de acoso en el trabajo aumentaron en 2016 en torno a un 26 % con respecto a los anteriores datos de 2014.
Sin embargo, en 2016 el 80 % de las afectadas no denunció, lo que subraya el miedo que ha persistido hasta ahora entre las surcoreanas a hacer pública su situación, unos temores que ahora #MeToo parece estar empezando a desterrar.