Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Diego Guzmán veía cuadrados en todas partes. Era una obsesión: “¿por qué todo es cuadrado?”. La ventana, su cama y el televisor, a donde miraba, podía notarlos. Al fijarse en el celular, al comer en la mesa o al sentarse en una silla. Salía a caminar y veía cuadrados en los edificios, en las calles, en los avisos y hasta en las paradas de los buses. Un mundo construido por ángulos rectos que lo llevó a pensar: “¿qué pasaría si detrás de todos estos objetos hay un orden cuadrático mundial?”.
Llegaba la vigilia y seguía pensando: si todo el mundo era cuadrado, las personas también querrían serlo. Y el arte y la moda se volverían cuadrados. La política, la religión y la filosofía buscarían explicar el nuevo mundo ceñido a las reglas de figuras geométricas y las personas construirían máquinas para cuadratizar su propio cuerpo, para deformar su piel y su carne, buscando imitar el nuevo universo que empezaría a regir la vida.
Pero, entre una sociedad obsesionada por encajar entre cuadrados, tendría que haber alguien diferente. Ahí estaba la película. El personaje que se inventó se llamó Pedro Prensa, un hombre que “quiere desesperadamente encajar en esa sociedad, pero tiene una parte de su inconsciente que se le empieza a oponer y que lo lleva a encontrar esa otra forma, su forma auténtica”, explica Guzmán, guionista y director de la película.
Puede leer: En memoria (Cuentos de sábado en la tarde)
La trama empezó a desarrollarse alrededor de esa premisa, un largometraje de ciencia ficción en un mundo futurista, que contará la historia de las almas que no encajan. La desesperación de encontrar una forma propia del ser en medio de un grupo social que busca moldear a los individuos en una misma caja. “Ese es el dilema de Pedro Prensa, entender si se entrega a la cuadratización, si saca esa otra forma que tiene en su interior o si encuentra un punto medio”, explica el director.
La obsesión de Diego Guzmán por la cuadratización apareció mientras estudiaba artes plásticas en la Universidad Nacional, donde conoció al productor de la película, Carlos Smith, uno de los animadores más reconocidos en Colombia, cabeza, junto a su hermano, el también animador Jaime Smith, de las empresas Hierro Animación y Smith and Smith, y realizador de series multipremiadas como “Cuentos de Viejos”, “Las niñas de la guerra”, “Migrópolis” o cortometrajes como “Mi abuela” y “Lentes”. Para Guzmán esta historia debía ser contada en animación, era, además de una necesidad estética, una urgencia de industria.
Mire: “Uno nunca termina una película, uno la abandona”: Carlos Smith
En Colombia, a pesar del crecimiento de la cinematografía nacional, hay muy poca filmografía de animación. Según los datos de Proimágenes, el jueves, con su estreno, “La otra forma” se convirtió en la doceava película de animación que llega a las salas del país. Bajos registros que también hablan de la dificultad de hacer este tipo de largometrajes en Colombia por los recursos que se necesitan y, sobre todo, el tiempo que conllevan. “Mientras un rodaje de cine en imagen real dura máximo dos meses, en animación el mismo proceso, con suerte, pueden ser dos años. Y solo hablo de la producción de las imágenes. Para hacer esta película nos demoramos cuatro años y eso sin contar los años que duramos buscando el dinero”, explica el productor Carlos Smith.
Así se hizo la otra forma
El principal reto estético de “La otra forma” estaba en crear un universo completo. Partían de cero e imaginando una idea bastante compleja. Cuando Guzmán se encontró con Smith para producir el largometraje, el guion ya había sido premiado con los estímulos del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico y había una propuesta gráfica que el director creó con sus propias manos. Fue un trabajo de años, de ir y volver entre sueños. El primer paso para Guzmán fue crear maquetas, muñecos de los personajes que imaginaba y después pasó a dibujos.
Eran formas que estaban en su memoria. Él creció en la litografía de su familia, entre máquinas para prensar papel y guillotinas para cortar las hojas. Y sin darse cuenta, los aparatos que sus personajes tomaron para adaptarse al mundo cuadratizado tienen bastante de esas estructuras de sus recuerdos. Lo notó un día viendo el metraje, mientras sus personajes bajan palancas para acomodar su cuerpo entre las formas cuadradas, las mismas mecánicas que aprendió de la litografía que marcó sus años más precoces.
“Hay bastante catarsis en la película. Voluntaria e involuntaria porque en una obra uno siempre termina haciendo un autorretrato. Hay mucho de mi vida en esta historia, cosas de las que no me di cuenta, pero me señalaron muchas personas que me vieron reflejado en el personaje principal”, confiesa Guzmán.
También le puede interesar: A los 90 años del ‘New Deal’
También, en la complejidad de la propuesta, hay bastante de la cabeza del director, quien explica que después de tener el concepto de la cuadratización y los personajes que no encajaban en ella, vino lo más difícil y divertido de todo del proceso creativo: las preguntas. Pensar hasta el más mínimo detalle de ese universo recién creado. Cuestiones, incluso, ridículas por lo cotidianas: “¿cómo funciona el transporte público si las ruedas no son redondas? ¿Cómo viven los personajes, cómo se levantan, cómo se lavan los dientes? ¿Cómo cocinan, cómo comen?”. En total, se crearon 150 personajes y para todos había que pensar una forma de cuadratización diferente. Imaginar cuadrados de mil formas que inspiraran la personalidad de cada elemento de esa narrativa.
Sin embargo, ese monstruo era demasiado gigante. Muchas veces las ideas tenían que ser contenidas sin coartar la creatividad. Y había que mantener la llama encendida, aun cuando la vida pedía tirar la toalla mientras el tiempo pasaba y la película nunca se terminaba. De hecho, según Carlos Smith, la película estuvo a punto de ser terminada cinco veces, pero siempre faltaba algo. Es esa sensación de que una obra nunca podrá ser terminada, pero que en algún momento, por la densidad del proceso, algún día tiene que andar por sí misma.
El viaje de “La otra forma” para llegar a Colombia
Les pasó cuando decidieron que era hora de mandar la película a festivales internacionales. Llevaban años buscando coproducciones extranjeras, con más fracasos que éxitos. Y cuando por fin decidieron mandar la película al Festival Internacional de Annecy en Francia —el equivalente al Festival de Cannes en el cine de animación—, apareció una coproducción con Brasil. Había poco tiempo para cambiar la película, ya la habían mandado. Esperaban poco, eran pesimistas, pero fueron seleccionados. Y la película, sin ser la versión final, se terminó estrenando mundialmente en el festival más importante del mundo.
Algo parecido les pasó cuando ganaron el premio a mejor largometraje de animación en Sitges (Cataluña en España) el festival más prestigioso de cine fantástico en el que competían con sus propios héroes, los que los inspiraron a hacer animación. Diego Guzmán fue allá a conocer a su ídolo, el japonés Masaaki Yuasa, no sabía ni siquiera que estaban compitiendo en la misma categoría. Y cuando ganó, corrió emocionado a contarle del premio. Yuasa le respondió parco, sintió que le estaba restregando el premio en la cara cuando Guzmán, feliz como un niño que le muestra a su padre un dibujo, ni siquiera era consciente de la talla de los competidores con los que se había codeado, además del Yuasa, con el también japonés Kōji Yamamura o el español Alberto Vázquez Rico.
Le recomendamos leer: Historia de la literatura: “Paradiso”
Después de estar por Francia, España, Cuba, Países Bajos, Chile (donde ganó Chilemonos), entre muchos otros países, “La otra forma” llegó oficialmente a las salas de Colombia el pasado jueves. Una sensación extraña, explica Guzmán, “apabullante”. Sin embargo, dice que el hecho de que la película viajara por todo el mundo lo hace sentir más tranquilo. Siempre tuvo miedo de que la película fuera demasiado personal. De que su mirada tan propia no fuera recibida por el público. Pero ese miedo lo superó cuando la película superó fronteras. Ahora, el temor es la ansiedad por saltar la barrera, esas ganas de que la gente se acerque al cine a ver su película. La aspiración que lo llevó, contra viento y marea, a sacar su idea adelante, su ópera prima, la primera de muchas películas que espera sacar.