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Simón Wiesenthal, cazador de nazis, estaba obsesionado con atrapar al gran burócrata del holocausto, el enigmático Adolf Eichmann.
Desaparecido en la ciudad de Génova, con el pasaporte falso de un cantante de ópera. Él había diseñado la estructura administrativa de los campos de exterminio, para que funcionaran con la máxima eficacia: coreografías falsas de duchas de agua en las entradas, así las víctimas ingresaban tranquilas y dóciles a las cámaras de gas. (Recomendamos: Entrevista a la historiadora Andrea Wulf, biógrafa de Alexander von Humboldt).
Luego los cadáveres eran retirados con velocidad y despojados en escasos minutos de las joyas escondidas en las cavidades, los dientes de oro y plata, el cabello que serviría para fabricar el jabón que limpiaría las suciedades de los soldados del Reich en los frentes de batalla.
Cuando recibió la carta de un judío ciego que vivía en Buenos Aires y le aseguraba que Eichmann era su vecino y se hacía llamar Ricardo Klement, sintió las palpitaciones de la certeza intuitiva. Convenció a la Mossad y un año después lo tenían en Jerusalén, secuestrado, aterrado, insignificante. En el juicio defendió que sólo obedecía las órdenes de sus superiores y que él ni siquiera se consideraba antisemita. El día antes de ser ahorcado se le permitió a Wiesenthal que lo visitara en la celda.
— Sobreviví al campo de concentración de Mauthausen, para estar aquí hoy y saber que en el universo existe la justicia y que cada una de las víctimas serán resarcidas en su dolor cuando la soga le rompa su cuello —, le aseveró Simón a Eichmann, mirándolo con fijeza y serenidad a los ojos.
El nazi lo observó con una ligera pincelada de ironía en los labios y le dijo en un tono suave:
— Entonces, que tu justicia sea para todos y ya nos volveremos a ver.
A Wiesenthal lo despertó el hambre en medio de la noche. Le dolían la mandíbula y los brazos. Su cuerpo esquelético y sucio estaba cubierto con los andrajos de la piyama gris de prisionero de Mauthausen.
En la barraca el viento hacía traquear la madera. Escuchó carcajadas y los reconoció, sentados en una oscura sala de proyecciones, contemplando la nítida pantalla en la que se reproducía el lugar del juicio, la conversación de ambos, el último episodio de la horca y el cuerpo bamboleándose en el aire. Luego, Josef Mengele, Franz Stangl y el propio Eichmann se le acercaron y Mengele le comentó sarcástico:
— Bienvenido Simón, tus perseguidos gozamos de muy buena salud, incluso Adolf, que para estar muerto todavía tiene las mejillas rozagantes.
Se escuchó un grito iracundo y una palabra: “basura”.
Después, aparecieron las llamas y los cuatro se incendiaron como bonzos, en un instante, sin mostrar dolor o desesperación.
El escritor Franz Kafka tomó en sus manos el manuscrito y lo arrojó con fuerza al fuego de la chimenea. Amanecía y los tejados de las casas de Praga se vislumbraban fantasmales entre la bruma.
* Orlando Mejía Rivera. Bogotá, (1961). Escritor, médico, especialista en literatura hispanoamericana, magíster en filosofía. Profesor titular de Humanidades Médicas y Medicina Interna en el Programa de Medicina de la Universidad de Caldas. Ganador del Premio Nacional de Novela del Ministerio de cultura (1998) con Pensamientos de Guerra. Ganador del Premio Nacional de ensayo literario ciudad de Bogotá (1999) con De clones, ciborgs y sirenas. Tercer puesto del Segundo Concurso Nacional de minicuento Luis Vidales, versión 2011. Finalista del Premio Nacional de Novela publicada del Ministerio de cultura (2020) con El médico de Pérgamo. Su libro La medicina Antigua. De Homero a la peste negra, fue seleccionado como uno de los mejores diez libros académicos publicados en Colombia, en el año 2017, de acuerdo con el periódico El Espectador. Textos suyos han sido traducidos al alemán, italiano, francés, húngaro y bengalí. Ha publicado veintiocho libros en las áreas de novela, cuento, minificción, poesía y ensayo, entre ellos El asunto García y otros cuentos (2006), las obras de minificción Manicomio de dioses (2010) y El extraño animal de los gitanos (2019); las novelas La casa rosada (1997), El enfermo de Abisinia (2008), Recordando a Bosé (2009, 2018 2 ed) y el poemario Reflejos de luna (haikus, 2019).