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                                                                                                                                “La palabra derrite el afilado puñal de la soberbia” (Parte I)

                                                                                                                                Acaba de imprimirse en Colombia el libro “Diario de la guerra y la paz. Relatos y poemas de trinchera”, del guerrillero en tránsito a la vida civil Martín Cruz. Primera entrega.

                                                                                                                                Manuela Saldarriaga H.

                                                                                                                                / Inti Maleywa
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Su padre fue conocido como el Morro. Luchó junto a Manuel Marulanda, Jacobo Arenas y otros dirigentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc). Optó por una vida entera dedicada a la paradójica rendición de la resistencia. Martín hijo, de apelativo Morrito en su adolescencia, ingresó al mismo partido, al Ejército del Pueblo, en 1977. Ahora son dos vidas en una; cuarenta años abismado en la grandeza de la verde selva, de la lucha armada, de la dulce lírica inminente, incesante también en “castas de patria herida”, de aquellas a la vera del camino, de “mártires que nunca mueren”, de “rostros maquillados bajo la luz tenue de una vela”.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Pavese sabía, diría Sosa, que “Para todos tiene la muerte una mirada”. Continuaba así el poema: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. / Será como dejar un vicio, / como ver en el espejo / asomar un rostro muerto, / como escuchar un labio ya cerrado. / Mudos, descenderemos al abismo”. Rubín, en cambio, no en la muerte sino en su bien versado, se detiene en la guerrillera que inventó una lámpara de cocuyos para alumbrar las noches en sombríos campamentos, en la razón agonizante de la luz del rifle, en la respiración del machete y la motosierra. Tan elementales como el limonar, como “el peñasco abrupto de las trochas guerrilleras”.

                                                                                                                                Una de sus hermanas, Olga, murió descuartizada por el paramilitarismo. Esto fue el 28 de julio de 1991, cuando Martín hacía parte del frente 17 de las Farc. Escribió una carta al comandante Marulanda solicitando acceso al movimiento insurgente exactamente en el 77 y fue en 1986 cuando comandó el frente 25 y en el 89 cuando viajó a Urabá. Se iniciaba el proceso para la conformación del bloque Efraín Guzmán, llamado en sus inicios José María Córdoba, con 10 frentes, cada uno con un promedio de 200 hombres, que hasta 2009 contaba con 150 unidades, más de mil hombres. Los frentes solían nombrarse como los próceres; luego decidieron llamarlos como los mártires.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Tan demasiado humanos que “el hombre obra siempre bien”, según Nietzsche, porque “nosotros no nos quejamos de la Naturaleza como de un ser inmoral, cuando deja caer sobre nosotros una tempestad y nos empapa hasta los huesos. ¿Por qué llamamos inmoral al hombre que perjudica? Porque en éste admitimos una voluntad libre que se ejerce voluntariamente, y en aquélla una necesidad. Pero esta distinción es un error. Además, hay circunstancias en que no llamamos inmoral ni aun al hombre que daña intencionalmente; no se tiene escrúpulo, por ejemplo, en matar intencionalmente a una mosca, tan sólo porque nos fastidia su zumbido; se castiga intencionalmente al criminal y se le hace sufrir para garantizarnos a nosotros mismos, y con nosotros a la sociedad. En el primer caso, es el individuo quien, para conservarse o para no sufrir disgustos, hace sufrir intencionalmente; en el segundo, es el Estado”.

                                                                                                                                A la familia pijao de “sangre comunera” de Martín Morrito, a los mártires caídos en combate, dedica crónicas y versos en un diario de guerra cuyo prólogo escribe Iván Márquez: “La prosa y los versos huelen a selva pura, a quebrada despeñándose en la cordillera y a mansedumbre de río en la llanura. Alcanzan sus rimas las alturas del Tatamá que toca con sus riscos la bóveda del cielo con métrica de bruma y sol, y fluyen también en el serpenteo silencioso del San Juan, que en su marcha perenne vierte en el Pacífico insondables relatos de resistencia africana arrancados de sus riveras”.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                La sangre con letra entra. Hasta en los peores combates el decreto los congregaba. Escribe Rubín Morro, Martín Cruz: “Por fin encontré la risa de los niños, la paciencia / del abuelo, el rocío atado al / débil capullo, la oscuridad / devorada por el alba, era la paz luminosa / como los mismos Andes”.

                                                                                                                                / Inti Maleywa
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Su padre fue conocido como el Morro. Luchó junto a Manuel Marulanda, Jacobo Arenas y otros dirigentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc). Optó por una vida entera dedicada a la paradójica rendición de la resistencia. Martín hijo, de apelativo Morrito en su adolescencia, ingresó al mismo partido, al Ejército del Pueblo, en 1977. Ahora son dos vidas en una; cuarenta años abismado en la grandeza de la verde selva, de la lucha armada, de la dulce lírica inminente, incesante también en “castas de patria herida”, de aquellas a la vera del camino, de “mártires que nunca mueren”, de “rostros maquillados bajo la luz tenue de una vela”.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Pavese sabía, diría Sosa, que “Para todos tiene la muerte una mirada”. Continuaba así el poema: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. / Será como dejar un vicio, / como ver en el espejo / asomar un rostro muerto, / como escuchar un labio ya cerrado. / Mudos, descenderemos al abismo”. Rubín, en cambio, no en la muerte sino en su bien versado, se detiene en la guerrillera que inventó una lámpara de cocuyos para alumbrar las noches en sombríos campamentos, en la razón agonizante de la luz del rifle, en la respiración del machete y la motosierra. Tan elementales como el limonar, como “el peñasco abrupto de las trochas guerrilleras”.

                                                                                                                                Una de sus hermanas, Olga, murió descuartizada por el paramilitarismo. Esto fue el 28 de julio de 1991, cuando Martín hacía parte del frente 17 de las Farc. Escribió una carta al comandante Marulanda solicitando acceso al movimiento insurgente exactamente en el 77 y fue en 1986 cuando comandó el frente 25 y en el 89 cuando viajó a Urabá. Se iniciaba el proceso para la conformación del bloque Efraín Guzmán, llamado en sus inicios José María Córdoba, con 10 frentes, cada uno con un promedio de 200 hombres, que hasta 2009 contaba con 150 unidades, más de mil hombres. Los frentes solían nombrarse como los próceres; luego decidieron llamarlos como los mártires.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Tan demasiado humanos que “el hombre obra siempre bien”, según Nietzsche, porque “nosotros no nos quejamos de la Naturaleza como de un ser inmoral, cuando deja caer sobre nosotros una tempestad y nos empapa hasta los huesos. ¿Por qué llamamos inmoral al hombre que perjudica? Porque en éste admitimos una voluntad libre que se ejerce voluntariamente, y en aquélla una necesidad. Pero esta distinción es un error. Además, hay circunstancias en que no llamamos inmoral ni aun al hombre que daña intencionalmente; no se tiene escrúpulo, por ejemplo, en matar intencionalmente a una mosca, tan sólo porque nos fastidia su zumbido; se castiga intencionalmente al criminal y se le hace sufrir para garantizarnos a nosotros mismos, y con nosotros a la sociedad. En el primer caso, es el individuo quien, para conservarse o para no sufrir disgustos, hace sufrir intencionalmente; en el segundo, es el Estado”.

                                                                                                                                A la familia pijao de “sangre comunera” de Martín Morrito, a los mártires caídos en combate, dedica crónicas y versos en un diario de guerra cuyo prólogo escribe Iván Márquez: “La prosa y los versos huelen a selva pura, a quebrada despeñándose en la cordillera y a mansedumbre de río en la llanura. Alcanzan sus rimas las alturas del Tatamá que toca con sus riscos la bóveda del cielo con métrica de bruma y sol, y fluyen también en el serpenteo silencioso del San Juan, que en su marcha perenne vierte en el Pacífico insondables relatos de resistencia africana arrancados de sus riveras”.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                La sangre con letra entra. Hasta en los peores combates el decreto los congregaba. Escribe Rubín Morro, Martín Cruz: “Por fin encontré la risa de los niños, la paciencia / del abuelo, el rocío atado al / débil capullo, la oscuridad / devorada por el alba, era la paz luminosa / como los mismos Andes”.

                                                                                                                                Por Manuela Saldarriaga H.

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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