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Cien libros, esa fue la cifra que dio vida a una librería que se erigía como nido cultural. Un espacio que le apostaba a la diversidad, a ampliar el espectro, y darles visibilidad a temáticas que en otros lugares quizás pasaban desapercibidas. La Valija de Fuego, ese fue el nombre que le dio, hace casi trece años Marco Sosa, su fundador. “Quería abrir un espacio donde la cultura tuviera otra interpretación, otra forma de ver, otra forma de leerse”. Pero aquella decisión tuvo sus orígenes en un periplo que emprendió para salvar su vida.
Sosa se vio obligado a partir de Colombia por su actividad política. Entonces, se fue a recorrer países como Venezuela, España, Argentina, entre otros, en vez de esperar a que la muerte tocara la puerta de su casa o lo sorprendiera en cualquier esquina. Y es que él había sido testigo del asesinato de Nicolás Neira, aquel cometido por el Esmad el 1 de mayo de 2005, y a raíz de eso las amenazas de muerte no tardaron en llegar. Luego de un tiempo regresó al país y materializó la librería cultural, porque en La Valija de Fuego no solo se venden libros, fanzines, pines y accesorios, sino que también se realizan eventos como conciertos, charlas, recitales, exposiciones, presentaciones de libros, talleres, lecturas de poesía, cineclubes, entre otros. Tres años después surgió “el brazo propagandístico de la librería”: una editorial homónima, aquella que no se rige por una temática fija, sino por las afinidades que haya con los autores y las necesidades de la librería.
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Y entonces vinieron también las épocas difíciles, porque, como diría Sosa, “tener una librería es un reto en un país donde no se lee, donde la cultura es un artículo suntuario”. Un reto adicional fue quizá la pandemia de Covid 19, esa que le permitió afianzar la comunidad que tenían, aquella que no dudó en apoyarlos, “eso nos vitalizó y nos demostró que somos una jauría mucho más grande de lo que pensábamos”. Aquellos apoyos estuvieron acompañados de las estrategias que La Valija de Fuego implementó. Se les ocurrió ofrecer algo que denominaron la bolsa misteriosa, aquella que era entregada con libros sorpresas, seleccionados por la librería conforme a la temática elegida por las personas. También vendieron bonos solidarios, cupones, que después fueron redimidos a medida que todo se iba “normalizando”. Pero la colaboración fue clave para sobrevivir a la pandemia.
Hicieron alianzas con pizzerías, con bares como Asilo Bar y Jolly Roger, con bandas y algunas marcas. “La idea era salir un poco de solos libros y buscar también un público mucho más amplio, entendiendo también que la solidaridad es algo recíproco. Recogimos, por ejemplo, mercado para la población trans, y otras series de iniciativa que hubo, entonces eso también fue un dinamizador. Y entender también la librería que tenga una función social, cuando me refiero a una función social no es en un Nit o un Rut, es en la capacidad de transformar su entorno y, en la medida de lo posible, construir junto a los otros”. Y es que La Valija de Fuego ha apoyado diversas iniciativas sociales, entre ellas, la puesta gráfica que se hizo durante el Paro Nacional de la repartición de afiche, las campañas a favor de la despenalización del aborto, la difusión de ideas libertarias como la Furia del Libro Anarquista, entre otras.
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Porque en esta librería el anarquismo también tiene un espacio, es una de las temáticas o secciones incluidas dentro de los libros que venden. “En principio, yo me siento muy afín con las ideas antiautoritarias y el movimiento libertario de construcción social desde abajo, y pues es un tema que siempre me ha llamado la atención y el cual he leído bastante. Entonces, me parece que es un tema que me apasiona y merece un espacio acá, merece un espacio también porque son otras historias que contar y es otra forma de ver el mundo”. Y a pesar de todo, esta es una librería regida por la biblio diversidad, “entendiendo la biblio diversidad no solo como una palabra bonita, sino como la construcción de un espacio donde quepan diversas temáticas”. Entonces, uno se da cuenta que en La Valija de Fuego hay libros sobre anarquismo, ateísmo, erotismo, ciencia ficción, pero también sobre filosofía, psicología, cine, música, poesía, literatura universal y colombiana, entre otros.
Libros que tras la pandemia comenzaron a ser vendidos a través de redes sociales, una herramienta que antes no utilizaban para este fin. “Nosotros en principio optábamos, —y creo que sigue siendo nuestra opción principal—, por la corporalidad, por lo físico”. Sin embargo, la virtualidad empezó a cobrar protagonismo, y, ante aquella situación, comenzaron a ver las redes sociales como una opción para hacerle frente a la pandemia. Al principio eran pocos los libros que vendían por estas plataformas, y entonces se dieron cuenta que incluso la venta de libro a través de ellas tenía un beneficio adicional: permitían acercar La Valija de Fuego a personas que se encontraban en otras ciudades.
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Hace casi un año y medio La Valija se trasladó de local, de ese que los acompañó desde sus inicios. Una decisión que se tomó no solo por los efectos de la pandemia, sino también “por una necesidad de buscar un espacio más acogedor para la gente que nos visita y también nuestra necesidad de crecer, entonces fue una decisión tomada por esas circunstancias. Y pues pese a las adversidades del momento, las dificultades económicas, optamos, como siempre, por hacer lo imposible”. Hacer lo imposible por ser ese espacio en el que creen: un repositorio de cultura, ese en donde el rock tiene un rol protagónico. “Entendemos que el rock y la literatura siempre han estado ligados desde sus orígenes y en la doble vía, tanto el rock bebiendo de la literatura, tanto de la literatura bebiendo del rock. Entonces, podemos ver ejemplos plausibles como toda la influencia de William Burroughs, de Baudelaire, George Orwell, y también podemos ver a futuro cómo la vivencia musical, la vivencia del rock, ha inspirado grandes libros, biografías, estudios, y que también van acompañados de un contexto social de lo que se exponga”.
Dice Marco Sosa que la pandemia les demostró el afecto que les tenía la gente, porque, aunque no han recibido ningún tipo de apoyo del sector público, se han podido mantener en pie gracias a quienes han creído en este espacio, en “una librería desde otra lectura, desde otra óptica, una librería donde no haya un target de mercado o un público donde simplemente vengan a consumir libros o a comprar libros, sino entendiendo la comunidad como algo más amplio, plural, diverso, y al mismo tiempo, más de construcción colectiva con la gente que hace parte de este espacio, que son los lectores”. Agrega que “la pandemia nos afectó, pero las crisis también nos dan oportunidades”.
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