La perspectiva y el lenguaje divino de la geometría
La perspectiva lineal se convirtió en una herramienta fundamental para lograr una sensación de veracidad y realismo particular: los objetos representados aparecían más grandes o pequeños de forma proporcionada dependiendo de su distancia con el observador.
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Tommaso Cassai Masaccio terminó su Sagrada Trinidad en 1425 sobre uno de los muros laterales de la iglesia de Santa María Novella, en Florencia. Entre historiadores del arte es común referirse a esta obra como una de las primeras pinturas que siguieron al pie de la letra los principios básicos de la perspectiva. Como resultado, la imagen produce la ilusión de profundidad y el efecto sobre el público es particular: el visitante no solo observa una imagen sobre la pared, sino que tiene la sensación de estar frente a una prolongación del edificio, de cierta manera es testigo directo y hace parte de la escena. Aunque familiar al mundo cristiano, no es una escena cualquiera: el feligrés se encuentra en presencia de Dios y su hijo crucificado.
En el centro de la pintura, Dios padre sostiene el cuerpo sin vida de Jesús dentro de una bóveda de proporciones simples y precisas. De manera equilibrada, rodean el cuerpo de Cristo cuatro figuras humanas: la Virgen y san Juan bajo la cruz, y los donantes —un mercader y su mujer—, que parecen estar orando. El punto de fuga coincide con el rostro de Jesús y la armonía geométrica de la composición es evidente. De manera que el rigor geométrico de la composición no solo produce el efecto de profundidad, sino un sentido estético de armonía y proporción.
Historiadores del arte han atribuido el descubrimiento de la perspectiva a Filippo Brunelleschi (1377-1446). No tengo mucho que aportar a los especialistas en historia del arte, pero no creo que la idea de “descubrimiento” tenga mucho sentido en este caso. Sin lugar a duda, el tratamiento geométrico del espacio fue uno de los temas centrales de la nueva estética del temprano Renacimiento, pero antes de Brunelleschi encontramos ejemplos del uso de la perspectiva en reconocidos pintores como Giotto (1267-1337). Más que un descubrimiento singular, se trata de una práctica que se generalizó y encontró un alto grado de desarrollo teórico en el humanismo italiano del siglo xv.
La perspectiva lineal y los ideales de orden matemático se convirtieron en una condición obligada para la pintura italiana que permitió una sensación de veracidad y realismo particular, con un impacto profundo en el arte y la ciencia del Renacimiento. Tanto así que hoy el tratamiento geométrico del espacio y el efecto de profundidad en la representación visual nos parecen obvios y naturales.
Los ideales filosóficos, estéticos y religiosos se hicieron inseparables en el Renacimiento y los tratados sobre pintura que definieron las reglas del arte italiano fueron textos que podríamos calificar (aunque el término no se usaba en el siglo XV) de científicos, ya que se ocuparon de las reglas para una correcta representación del mundo. Claro, sin pasar por alto que el ideal de verdad en este momento es inseparable de una concepción religiosa del mundo y toda forma de conocimiento estaba subordinada a la teología.
La idea misma de arte renacentista parece estar atada a Florencia y a personajes como Masaccio, Brunelleschi, Donatello, Alberti y Piero della Francesca, a quienes se les reconoce no solo por el uso, sino por la exposición teórica de principios estéticos y matemáticos en el tratamiento del espacio. Bajo la influencia de tradiciones cosmológicas y filosóficas griegas, la teoría del arte toscana del temprano Renacimiento encontró en la proporción y la unidad un nuevo ideal de perfección. Cada pieza de un edificio, cada capitel, cada columna o baldosa, cada uno de los elementos de una pintura o de un edificio debían formar parte armónica de la obra en su conjunto. Esta obsesión con la unidad y la proporción geométrica en la pintura y la arquitectura tuvo un fundamento teológico y filosófico en los supuestos platónicos de una realidad creada por un demiurgo racional y compuesta de formas eternas e inmutables.
Educado en la mejor tradición humanista, León Battista Alberti (1404-1472) fue uno de los artistas que se esmeró en formalizar las reglas de la nueva estética y uno de los pioneros en difundir la idea de que las matemáticas debían ser la base común para la ciencia y el arte. Su famoso tratado Della pittura (que en su versión italiana de 1435 fue dedicada a Brunelleschi) tiene el firme propósito de señalar el método y el camino para abandonar el arte medieval e iniciar una nueva era.
La fascinación de pensadores cristianos con la filosofía de Platón le dio a la geometría un lugar central tanto en la filosofía natural como en el arte. El tratado sobre pintura de Alberti es un claro ejemplo de la influencia del pensador griego sobre la modernidad europea; pero es clave recordar que, para él, el problema de la representación no solo es un asunto de proporción y perspectiva: “La composición es aquella regla de la pintura por medio de la cual las partes de las cosas se ven unificadas en la pintura”. Sin embargo, al final del primer libro leemos: “Los planos y las intersecciones son cosas necesarias. Aún nos falta enseñar al pintor a seguir con sus manos lo que ha aprendido con su mente”. El tratamiento matemático del espacio es necesario, pero no suficiente, y el llamado a una observación diligente de la creación es también parte del éxito de la pintura: “Me parece que no hay un camino más seguro que ver la naturaleza y con atención observar cómo ella, la maravillosa creadora de las cosas, ha compuesto las superficies en bellos componentes”.
Della Pittura se convirtió en un referente obligado y el punto de partida para posteriores tratados sobre pintura. Su filosofía del arte, en términos generales, la podríamos resumir de la siguiente manera: si bien los sentidos son la primera fuente de conocimiento, la geometría y las matemáticas son el único camino para darle sentido y perfección a la experiencia sensorial. La naturaleza es la obra de un creador racional y por lo mismo todas sus creaturas hacen parte del todo ordenado y el conocimiento de sus partes nos conduce al conocimiento del todo. Para Alberti, “ningún objeto en pintura puede parecer real, a menos que se encuentre con los demás en una relación determinada”.
No podemos olvidar que el siglo XV europeo fue un tiempo de profunda espiritualidad y la gran mayoría de las grandes obras de arte que hoy celebramos como emblemáticas del Renacimiento fueron de carácter religioso y sus motivos fueron bíblicos. La Trinidad de Masaccio es un ejemplo más de como lo invisible y sagrado se hizo presente con un virtuoso realismo.
Recomiendo leer un libro clásico sobre la perspectiva es el trabajo de Erwin Panofsky, La perspectiva como forma simbólica (1991); sobre las relaciones entre ciencia y arte en el Renacimiento. También recomendaría el libro, The Science of art, de Martin Kemp, 1992.