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Resulta que, hay varias situaciones en las que me he visto envuelta. Traigo conmigo las vestiduras de relatos y experiencias que no me corresponden, pero que he sabido hacerlas parte de mí. Si bien, he deseado vivir otras vidas para darme cuenta de que no son las vidas que quisiera vivir, porque el deseo es eso, darse cuenta de que en el querer no está el ser, acaso porque algo de nuestra esencia se quiebra.
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Entonces, una vez que he sido, el cuerpo toma su rol de hogar y se ha puesto en la experiencia de ser espectador de su propia vida. Es la vida escrita por un guionista que conocemos y a quien encargamos de escribirnos, porque harto ha dolido hacernos cargo. Entre tanto, la obra se va construyendo poco a poco y somos nosotros quienes inventamos todo esto y, sin darnos cuenta, terminamos siendo los autores de esta historia. Somos la directora, la raíz, la guionista, somos el personaje y la antítesis, la moraleja, el animal. Somos lo que la educación nos ha mostrado, el reflejo de la banalidad, pero también de la incomodidad. Somos, sin duda, la vulnerabilidad, la experiencia y la palabra, la carne que se volverá polvo, y también somos lo que dejamos después del pensamiento, esto y nada más. Las palabras escritas en este papel.
Una vez materializada la obra, reconozco que han sido gracias a las historias de todas aquellas mujeres y hombres que se disuelven entre la razón. Allí hay lugares de juicio, de opinión, de relatos, de miedos y voces que gritan y giran en torno a todos los cuentos que nos han sabido contar.
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Nos dicen vivir el ahora, aun cuando la vida se cae a pedazos, y allí hemos visto la mejor de las obras, porque somos valientes en migrar y así, lograr acomodar cada piedrecita o pensamiento que nace de nuestro ser. También hemos sabido dejar todo atrás, aunque nos haya costado, pero, ¿qué no cuesta en esta vida?
Afuera se siguen escribiendo historias, como la de Nicolás o la de Alejandría. No puede ser que, nos acomodemos en los cuentos donde se encuentra el horror, la lujuria, la morbosidad de los relatos, el poder encantador, la burla, la degradación, los pecados convertidos en plegarias y en aceptación, en el afán de encajar. Es el deseo de ser parte de esas vidas que no hemos podido escribir, porque hemos quemado una y otra vez el papel, un papel que no nos corresponde, ni nos corresponderá.
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