El Magazín Cultural
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La primera poeta

Se llamaba Sulpicia y fue de las primeras y pocas poetisas de la antigüedad de las que se tiene registro.

Juliana Muñoz Toro / @julianadelaurel
28 de abril de 2021 - 02:00 a. m.
Ya escribir versos era un gran logro para una dama de su época: se requería práctica, conocimiento de la métrica latina y griega, y el valor para contar una historia de amor en primera persona, en especial un amor fuera del matrimonio.
Ya escribir versos era un gran logro para una dama de su época: se requería práctica, conocimiento de la métrica latina y griega, y el valor para contar una historia de amor en primera persona, en especial un amor fuera del matrimonio.
Foto: Pixabay

Es un asombro que sus letras sobrevivieran a la debilidad del material, a los incendios, a los saqueos, a las pocas copias que había de cada manuscrito y a que se conservara principalmente la obra de hombres con estatus intelectual y económico. Sus versos se salvaron porque estaban integrados en el corpus de poemas de Tibulo, y durante mucho tiempo se creyó que eran de su autoría o de algún otro hombre, pues, ¿por qué iba una mujer romana a escribir elegías al amor, al deseo y a la libertad?

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“Voy a desafiar la norma, me asquea fingir por el qué dirán. Fuimos la una digna del otro, que se diga eso. Y la que no tenga su historia que cuente la mía”, escribió Sulpicia en uno de los únicos seis poemas que se conocen de ella. Ya escribir versos era un gran logro para una dama de su época: se requería práctica, conocimiento de la métrica latina y griega, y el valor para contar una historia de amor en primera persona, en especial un amor fuera del matrimonio, pues era un delito para las mujeres romanas que, como Sulpicia, vivieron durante el gobierno de Augusto (27 a. C.-14 d. C).

Era hija del orador Servio Sulpicio Rufo. Cuando este murió, Sulpicia quedó bajo la potestad de su tío materno Marco Valerio Mesala, el fundador del Círculo de Mesala, el cual acogía autores vanguardistas como Ovidio y Tibulo. Esto facilitó que ella aprendiera el lujo de la escritura y estuviera en un ambiente literario conformado por hombres. Mesala era un “desalmado” que la sobreprotegía y la enviaba al campo, cuando a ella lo que le gustaba era estar en Roma y cerca de su amante: “Aquí dejo mi ánimo y mi pensamiento puesto que tú no me permites ser dueña de mí misma”.

Esta poetisa era de la minoría de la élite, lo que la obligaba a tener un matrimonio por conveniencia. Por eso, algunos creen que el hombre al que se dirigen sus poemas, Cerinto, tenía una posición social baja o ya estaba casado. Puede ser incluso un nombre inventado por ella para cuidar la identidad de su amante o incluso una fantasía. Qué mejor motivo poético que los amores imposibles: “¡Al fin llegaste, Amor! Llegaste con tal intensidad, que me causa más vergüenza negarte que afirmarme”.

No debía confesar su amor y aun así lo confesó. Esa fue la libertad que ganó: “Una joven independiente y culta que insiste en su derecho al amor, una poeta de cuya vida y sentimientos habla ella misma, con sus propias palabras, sin mediaciones masculinas”, cuenta Irene Vallejo en El infinito en un junco. Sulpicia supo que estaba siendo trasgresora. Ojalá, como ella, podamos todas escribir: “Me alegra haber cometido esta falta”.

Por Juliana Muñoz Toro / @julianadelaurel

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Berta(2263)29 de abril de 2021 - 01:02 p. m.
¿Poetisa? Hasta dónde sé las mujeres que escriben poesía también son POETAS; ¿o usted le diría a un hombre que se dedica al mismo oficio "poetiso"? No lo creo. Por otra parte, ha debido hablar del soberbio ensayo El infinito en un junco, de Irene Vallejo, desde el principio de su breve artículo; hacerlo es no solo dar crédito a la autora sino un acto de honestidad intelectual.
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