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La ‘princesa de los Cárpatos’ de Orihuela (Alicante), una joven de alto rango que se cree que llegó en los inicios de la Edad del Bronce (1.800 a.C.) desde las tierras del Danubio, se reencuentra por fin con su estirpe en una ambiciosa exposición que exhibe su ajuar de oro junto a los de dos de sus primas llegadas desde Eslovaquia.
Este encuentro ocurre en la exposición “Dinastías. Los primeros reinos de la Europa Prehistórica” en el Museo Arqueológico de Alicante, donde son protagonistas unos pequeños y singulares conos huecos de oro hallados en el vestido de la princesa enterrada en el yacimiento oriolano de San Antón (únicos en la cultura argárica peninsular), ya que son prácticamente idénticos a los de sus coetáneas llegadas de la Academia de Ciencias de Eslovaquia.
Esta coincidencia respalda la hipótesis, según ha relatado uno de los comisarios de la muestra, Juan Antonio López Padilla, de que esta joven bautizada por los arqueólogos como la ‘princesa de los Cárpatos’, podría haber llegado desde el otro extremo del viejo continente para un matrimonio concertado, posiblemente para facilitar el intercambio de oro (abundante junto al Danubio) y plata (muy presente en el sureste ibérico).
Estudios recientes de ADN antiguo demuestran el movimiento de mujeres jóvenes lejos de sus áreas de origen para casamientos que facilitaran relaciones políticas y trueques comerciales (exogamia). Esta era una práctica bastante común en la Edad del Bronce en toda Europa, constatada tanto en la cultura argárica como en la cuenca de los Cárpatos.
El vestido “exótico” acompañó a la princesa a la tumba
Dado que murió muy joven, la princesa de los Cárpatos debió fallecer al poco tiempo de llegar al entorno de Orihuela y de culminar el matrimonio de conveniencia. Su vestimenta enjoyada y “exótica” le acompañó a la tumba, posiblemente como testimonio de su remoto lugar de origen, junto a otras piezas del ajuar que denotan que ya estaba integrada como miembro destacado de la sociedad ibérica.
No se han conservado los huesos que, en 1905, el sacerdote jesuita Julio Furgús encontró de la princesa dentro de una tumba de tamaño medio del tipo ‘túmulo’, aunque sí se ha podido estudiar una antigua fotografía publicada en el Boletín de la Sociedad Arqueológica de Bruselas, donde se deduce que tendría entre 15 y 20 años, por los dientes y forma del mentón.
El rasgo que más ha llamado la atención es el referido adorno de su vestido formado por unos pequeños conos huecos de oro hallados a la altura del cuello. Son únicos en la península Ibérica y sólo tienen comparación con los que lucían los vestidos de estas otras princesas de la clase Otomani-Fuzesabony de los montes del Cárpatos, como las que se han cedido temporalmente para la exposición del museo.
De 3 milímetros de alto por 3,5 de ancho y un peso de 0,04 gramos, se hallaron casi un centenar de estos diminutos conos de oro, pero no se han conservado más que 42 por los distintos avatares del siglo XX, ha explicado López Padilla.
Tres vitrinas para las tres princesas
En el contexto de la cultura argárica (2.200-1.550 aC), entre Andalucía oriental y el extremo meridional de la Comunidad Valenciana, el yacimiento oriolano de San Antón ocupaba un lugar estratégico hace tres milenios al estar allí la desembocadura de un río Segura (a 30 kilómetros de la actual) que entonces permitía remontar hasta la actual Murcia (sur) y conectar con el valle del Guadalentín.
La princesa fue encontrada recostada en posición encogida sobre su lado derecho, con el cráneo orientado al oeste, y a cada lado de la cabeza, una espiral de plata a modo de pendientes, adornos para sujetar el cabello, tres conchas marinas perforadas, dos pequeños discos de marfil de 5 milímetros de diámetro y un cuchillo de 14 centímetros con un pañuelo de lino junto a dos punzones de metal y hueso, además de los valiosos ‘conos huecos’.