La redención de Brendan Fraser
Antes de su reaparición en Hollywood, el actor atravesó circunstancias personales y profesionales que lo estancaron. Con esta película borró su imagen de “famoso derrotado”. Fraser se repuso y su resurgimiento le entregó un Óscar.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Crece y crece porque come y come. Ni siquiera mastica. Su hoyo es tan grande que le produce un dolor hondo. Tan hondo que lo último que le importa es el sabor del pollo frito que se devora. Se lo traga. Tiene un infinito afán por tapar ese hueco, que intenta llenar con paliativos. Se muestra desagradable porque se sabe desagradable, pero también indefenso, y entonces se devela su ternura. Una ternura cruel. Se castiga. Se atora con el placer más fácil. Se dice mentiras y se distrae masticando. Se dispone a cavar su tumba, que se ve como un sofá que lo sostiene. Su muerte se anuncia con el sonido de un televisor y el olor de la mayonesa. Su dulzura es desesperante y se traduce en la impotencia de quien no puede salvarse de su propia inclemencia. Se abandona y llora. Sus lágrimas se disparan desde el ombligo que decidió no volver a ver.
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Crece y crece porque come y come. Ni siquiera mastica. Su hoyo es tan grande que le produce un dolor hondo. Tan hondo que lo último que le importa es el sabor del pollo frito que se devora. Se lo traga. Tiene un infinito afán por tapar ese hueco, que intenta llenar con paliativos. Se muestra desagradable porque se sabe desagradable, pero también indefenso, y entonces se devela su ternura. Una ternura cruel. Se castiga. Se atora con el placer más fácil. Se dice mentiras y se distrae masticando. Se dispone a cavar su tumba, que se ve como un sofá que lo sostiene. Su muerte se anuncia con el sonido de un televisor y el olor de la mayonesa. Su dulzura es desesperante y se traduce en la impotencia de quien no puede salvarse de su propia inclemencia. Se abandona y llora. Sus lágrimas se disparan desde el ombligo que decidió no volver a ver.
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Muchos dicen que a Hollywood le encantan las historias de aquellos que, después de enterrarse en vida, resurgen. Hay quienes opinan que esos perfiles, los de los directores o actores que desaparecieron por la tragedia, pero regresaron, son “oscarizables”. Es decir, que es uno de los criterios que podrían tenerse en cuenta para entregar la estatuilla. Y aunque esto será casi imposible de comprobar, la hipótesis coincide con el caso de Brendan Fraser, a quien la Academia estadounidense reconoció como el Mejor actor, y quien además de interpretar el papel de un hombre paralizado por la obesidad y la culpa, desapareció de las pantallas a causa de sus propios tropiezos.
Que si alguien muere, pero no se olvida, no muere del todo. Que el olvido podría ser la mejor venganza. Que si te olvidan, te entierran. Y a Fraser lo habían olvidado. Después de muchísimos intentos de salirse del molde de personaje funcional para películas de comedia, y de que esos intentos resultaran en fracasos por baja recaudación, mala crítica y poca recordación, cayó en un estancamiento que le duró años. Intentó papeles que lo desafiaron en películas como Gods and monsters o Crash, pero terminó casi que desapareciendo en 2014 después de darse cuenta de que todos esos propósitos tuvieron los efectos contrarios: para Hollywood se convirtió en un actor liviano.
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De 2014 a más o menos 2017, sus apariciones en medios o redes tenían que ver con fotografías en las que lucía descuidado. Como si no solamente hubiese abandonado la actuación, sino a sí mismo. Como Charlie, en The whale, que decidió enterrarse vivo en un sofá que lo sostuvo a pesar de sus 270 kilos. Fraser, al igual que el personaje que le entregó el Óscar, vivió las consecuencias de sus decisiones personales y profesionales: relegó la actuación, dejó de recibir dinero, se separó, tuvo que pedir que le redujeran la cuota alimenticia para sus hijos, pasó por tres operaciones, entre muchas otras circunstancias que solo le confirmaban que su vida se hundía en un pozo profundo.
Que el actor fue exitoso por su atractivo. Que también era carismático. La comedia se ajustaba a su perfil, y estas características fueron reafirmadas por películas como La momia, que recaudó US$400 millones en todo el mundo; Al diablo con el diablo, y Looney Tunes: de nuevo en acción. Su último “acierto” fue Viaje al centro de la Tierra, que se estrenó en 2008. Pero su terquedad solo indica que lo que quería no era ganar tanto dinero o cosechar tanta fama, sino actuar.
En The whale lo logró. Actuó. Se aventó con un papel que, además, coincidió con sus ganas de regresar, de resurgir, de demostrar que, a pesar de dar material para el morbo, su historia no terminaría con un fracaso, sino con un renacimiento. Eso fue The whale, su resurrección.
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Charlie, el protagonista de La ballena, título de la película en cuestión en español, se enterró en sus volúmenes. En sus cargas de grasa, de masa, de peso, pero también en las culpas de su cabeza, de su autocastigo. Y a pesar de que el mundo no fue gentil ni comprensivo, ni considerado (se convenció de que merecía desprecio y de que las consecuencias de sus decisiones lo llevaron a su presente), intentó estimular a sus estudiantes, que analizaron obras literarias escribiendo. Les habló de honestidad. Los invitó a la escritura auténtica, a la apuesta por sus argumentos, a las palabras que los revelaran, a que encontraran una voz. Su voz. Charli, entonces, no tuvo tantos rencores como ganas de redención.
Y a pesar de que Fraser padeció por una agresión sexual que reveló a raíz del movimiento #MeToo y de que en el mismo año de la denuncia su madre murió a causa de un cáncer, retomó las riendas de sus anhelos en 2019: antes de The whale se le vio en No Sudden Move, de Steven Soderbergh, para HBOMax.
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Según la producción de The whale, este filme es una cacería, una búsqueda para comprender la naturaleza resbaladiza de la compasión: por qué la necesitamos y por qué la rechazamos. En medio de un nuevo examen de la confianza y sus límites, Charlie rompe los suyos. “Charlie es una persona con muchos defectos, pero entiende el poder de la imaginación. Él cree que si te tomas el tiempo, cualquiera podría imaginar, e incluso comprender, el mundo de otra persona”, afirmó Aronofsky, director de películas como El cisne negro, Réquiem por un sueño y Mother!.
“Estaba perdido en lo desconocido. Y probablemente debería haber dejado un rastro de migas de pan, pero tú (Darren Aronofsky) me encontraste”, dijo durante su discurso al recibir el premio de la crítica como mejor actor.
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