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Este 17 de enero se lanzó en la Biblioteca Nacional de Bogotá la segunda edición de la novela Los cuervos tienen hambre, del escritor Carlos Esguerra Flórez. La primera edición se hizo hace 68 años, en abril de 1954. Era una joya literaria olvidada hasta que, en 2006, con ocasión de una edición especial de la revista Credencial Historia, el también escritor Enrique Santos Molano la incluyó en el grupo de las 100 novelas más importantes en Colombia escritas en el siglo XX. Razón suficiente para recobrarla y descubrir la vigencia de esta “novela social”, como en su momento fue exaltada por la crítica.
Fue un esfuerzo familiar con una decidida gestora para la reedición de la novela: la periodista y docente universitaria Viviana Esguerra Villamizar, hija del autor, que no solo logró una segunda impresión impecable, con apoyo de la editorial El libro total de Bucaramanga, sino que se la entregó a los lectores el día que se cumplía el centenario de Carlos Esguerra Flórez. Ella misma recordó que su padre nació en Ubaté (Cundinamarca) el 17 de enero de 1922, aunque su vocación de incansable lector y escritor la desarrolló en la región de Bochalema, “un pueblo humilde, pintoresco y sosegado” de Norte de Santander.
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En febrero de 1937, cuando tenía apenas 15 años, Carlos Esguerra Flórez se hizo soldado del Ejército de Colombia. Después de cumplir misiones en Pereira, Manizales, Santa Marta y Panamá, en 1945 llegó al Batallón García Rovira en Pamplona, donde se graduó de teniente. Sin embargo, entre los rigores de la vida militar había aflorado su interés por la escritura, con la convicción de hacer de la pluma su ocupación primordial. Pero solo hasta 1949 tomó esa decisión y abandonó la vida de los cuarteles. Formó un hogar que le dio ocho hijos y se dedicó a leer y escribir con disciplina febril.
Así lo dejó consignado en el diario que forjó a través de esos años, y que su hija Viviana Esguerra conoció frase a frase, en medio de su tarea por rescatar la obra perdida de su padre. El médico oncólogo Germán Esguerra, también hijo de Carlos Esguerra, lo evocó escribiendo en medio de los afanes familiares, pero sin reloj para el ejercicio literario. A lápiz o en su máquina Remington, usando siempre papel carbón y hojas tamaño oficio. El filósofo Arturo Esguerra, otro de sus hijos, aclaró que cuando caía la tarde y llegaba a casa, “colgaba el atavío de calle y se colocaba su vestidura de escritor”.
Con tanta pasión que, en la década de los años 50, publicó en tres años cinco novelas que había escrito: Los cuervos tienen hambre, Satanás se idiotiza, Un hijo del hombre, De cara a la vida y Tierra verde. La prueba de la calidad de sus textos fue ser acogido por dos influyentes intelectuales de la época: el escritor y editor español Clemente Airó, gestor de la Editorial Iqueima, y el periodista Juan Mattos Ordóñez, propietario de la Editorial Mattos. La primera novela vio la luz en 1954 y la última en 1957, cuando Carlos Esguerra Flórez ya se había ido con su familia a Bochalema.
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En 1964 retornó a Bogotá, pero no volvió a publicar, aunque sí dejó una trilogía inédita. Además, fue intelectual reconocido en el círculo de los contertulios del famoso Café Automático. Fue editor de pruebas y funcionario de la Secretaría de Educación, entre otras actividades, pero básicamente escritor. “Todo lo hacía en silencio. Escribía primero sobre papel rayado y con lápiz, nunca usaba el estilógrafo o el bolígrafo, después tipiaba lo escrito con ese bosque de letras que era su Remington”, rememoró su hijo Arturo Esguerra, quien agregó que leer a su padre “es adentrarse en un universo de dificultades”.
Un acertado comentario que exalta la esencia de su obra, y en especial de su reeditada novela Los cuervos tienen hambre. Una historia desplegada en el entorno rural de Bochalema y Pamplona, en un contexto regional de bandoleros al acecho, saqueo e incendio de haciendas, y el fuego abrasador de los odios políticos. La vida apacible de las comunidades rota por la ciega violencia, y además exacerbada por el fanatismo partidista. La tragedia de una nación atrapada por la sevicia entre conservadores y liberales, que dejó una herencia reciclada de confrontación fratricida que todavía no cesa.
La tertulia literaria arruinada por la discusión política y sus desacuerdos. El amor bloqueado por la ojeriza partidista hasta la fuga, el exilio y la muerte. La persecución en la misma línea del prejuicio, la arbitrariedad oficial y la injusticia. Las grietas de una sociedad cercada por ideologías adversas, sin una sola tregua para el entendimiento. Cualquier parecido con la realidad es mucho más que coincidencia, es la cronología de las guerras en Colombia que se reciclan con el mismo telón de fondo de la politiquería. El entorno que captó Carlos Esguerra Flórez hace 68 años y que ahora regresa a sus lectores.
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El escritor Enrique Santos Molano reveló que encontró la novela Los cuervos tienen hambre en la biblioteca de su padre, y que desde entonces no tuvo duda de su calidad literaria. El columnista Arturo Guerrero lo calificó como una rareza en el mundo intelectual colombiano, un militar que decidió quitarse el uniforme por la urgencia de escribir y permitir la erupción de su volcán interior. El periodista y escritor Isaías Peña Gutiérrez puntualizó que rescatar la obra de Carlos Esguerra Flórez es incursionar en la parábola del retorno, con un viaje al pasado de la literatura colombiana para descubrir una perla.
Con el eco de su voz, conservada en los archivos de la Radiodifusora Nacional y Señal Memoria, este 17 de enero en la Biblioteca Nacional se dio un encuentro afortunado. El de la familia Esguerra Villamizar para promover una muestra itinerante de objetos personales, libros y fotografías del escritor Carlos Esguerra Flórez el día del centenario de su natalicio, en el mismo marco de la reedición de su obra cumbre Los cuervos tienen hambre. Y el de un grupo de invitados que, guardando las medidas de bioseguridad impuestas por la pandemia, acudieron a rendir homenaje a la memoria de un hombre de letras que merece que las suyas vuelvan a ser leídas como ejercicio de reencuentro con la buena escritura.