La reflexión de Helena Urán al presidente Petro sobre exaltar la bandera del M-19
La hija del magistrado auxiliar del Consejo de Estado Carlos Horacio Urán, asesinado extrajudicialmente por agentes del Estado tras la toma del Palacio de Justicia, le envió una carta al presidente de la República en la que lo invita a repensar su insistencia en exaltar en actos públicos la bandera del grupo armado del que fue miembro.
El pasado 26 de abril en Zipaquirá, Cundinamarca, mientras el presidente de la República, Gustavo Petro, presentaba en un acto público los resultados del Banco de Proyectos de la Dirección para la Democracia, la Participación y la Acción Comunal, aprovechó para hacer un homenaje al comandante del M-19 Carlos Pizarro, pues ese día se cumplía un año más de su asesinato en un avión, cuando ya era candidato presidencial de la desmovilizada y reintegrada a la vida civil organización guerrillera.
Hasta ahí, la celebración de la vida de quien lideró las conversaciones de paz por parte del M-19 y luego firmó un proceso de paz con el Estado colombiano que llevó luego a una nueva Constitución Política y que, de hecho, hizo posible la transformación en un grupo político que hoy tiene al presidente Petro en la cabeza del Estado resultaba un hecho apenas natural. Dejó de serlo y terminó en la polémica, sin embargo, porque el presidente Petro les pidió a algunos asistentes a la ceremonia que subieran a la tarima y desplegaran la bandera del M-19.
“Traiga esa bandera porque hoy estamos de fiesta. No les gusta que la saquemos, pero no va a estar debajo de los colchones. Hoy se conmemora un año más del asesinato de Carlos Pizarro, que estuvo aquí en Zipaquirá, el jovencito que salió a cambiar el mundo, después guerrero andante conmigo, después paladín de la paz asesinado”, dijo el presidente Petro, y en efecto, se desplegó la bandera lo que generó muchas voces de protesta principalmente desde la oposición.
Antes que sumarse al debate público de señalamientos, la politóloga Helena Urán Bidegain quiso sumarse al debate de manera más reflexiva, desde una posición particular: como víctima indirecta del M-19, pues a pesar de que hay evidencia contundente de que su padre, el magistrado auxiliar del Consejo de Estado Carlos Horacio Urán, fue asesinado por agentes del Estado luego de salir con vida del Palacio de Justicia, la toma del mismo por el M-19 fue el hecho que originó todos los horrores de ese 6 y 7 de noviembre de 1985. También, como defensora de los derechos de las víctimas y en particular un largo trabajo para garantizar la no repetición. Pero además, producto de esa experiencia en el tema, como cabeza de la Unidad para la No Repetición del Ministerio de Relaciones Exteriores del actual gobierno.
El camino escogido por Helena Urán para plantear sus reflexiones fue escribir una carta privada directamente al presidente de la República, carta que llegó al Palacio de Nariño una semana después del acto en Zipaquirá y que hasta el día de hoy, casi dos meses después, no ha tenido respuesta. El Espectador tuvo acceso a una copia de esa comunicación y considera valioso presentar sus reflexiones.
En esa misiva, Helena Urán resalta la legitimidad de exaltar la vida de Carlos Pizarro Leóngómez, pero le pregunta al presidente Petro si para ello era necesario o tenía algún valor especial enarbolar la bandera del M-19. “Usted insiste en sacar a relucir una bandera de un grupo armado bajo el argumento de que no está prohibido. Le pregunto, ¿sirve eso para algo? ¿Gana usted, sus antiguos compañeros o gana el país algo con eso?”, escribe Urán en su carta.
Si bien Urán anticipa que su comunicación se quedará sin respuesta, como sostiene que le ha pasado con sus antecesores en muchas ocasiones, plantea relexiones adicionales sobre el simbolismo que tiene la insistencia en resaltar la bandera del grupo armado, y no solo para las víctimas sino para los propósitos de paz que enarbola su gobierno. Destaca varias de sus luchas para dejar en claro que no se trata solamente del lamento de una víctima.
Este es el texto completo de la misiva, que sigue esperando respuesta:
“Bogotá, 3 de mayo de 2024
Respetado Sr. presidente Gustavo Petro
Busco este canal porque considero importante manifestarle lo que siento, aunque no haya respuesta y termine siendo esta una comunicación unidireccional, como me ha sucedido en ocasiones anteriores con otros jefes del Estado.
Sin ánimo de entrar en el victimismo, quisiera contextualizar un poco: a mi familia y a mí nos tocó exiliarnos, y he vivido fuera de Colombia la mayor parte de mi vida, por indagar lo que realmente había sucedido a mi padre. Muchos años después, residiendo fuera del país, pudimos constatar que la responsabilidad penal por la tortura, desaparición y ejecución de mi padre es de la Fuerza Pública; aun cuando desde el inicio, es decir, desde que comenzó la toma por parte del M-19, también se hubiera empleado violencia.
Nadie merecía morir aquel día. Menos aún, quienes no hacían parte del plan de asaltar una institución y tomar como rehenes a sus funcionarios que, en este caso, resultaron ser magistrados comprometidos con la justicia y la defensa de la democracia; éstos nunca imaginaron quedar en medio de la confrontación y al final fueron fustigados por ambos lados. Aunque sea claro que la responsabilidad primera y penal recae sobre el Estado; por haberlo permitido, por haber reaccionado con exceso de fuerza, por desobedecer a su obligación de velar por la integridad de los civiles, por ignorar el llamado del presidente de la Corte Suprema, así como por la desaparición, tortura y ejecución de rehenes civiles y de guerrilleros.
Usted insiste en sacar a relucir una bandera de un grupo armado bajo el argumento de que no está prohibido. Le pregunto, ¿sirve eso para algo? ¿Gana usted, sus antiguos compañeros o gana el país algo con eso?
Hablar sobre el M-19 y Carlos Pizarro, sus luces y sombras y la manera tan atroz como lo asesinaron es importante y necesario para entender mejor el país; pero lo más importante para ser un país más amable y digno para todos, es que cada acto se haga bajo el reconocimiento del otro y para que, entonces, en conjunto, comencemos a aborrecer la violencia en todas sus formas. Sabemos que ella no ha dejado nada bueno para nadie, tampoco para los exmilitantes del M-19. Pero si algunos que no militamos nunca en la subversión logramos sentir el dolor de sus compañeros del EME y el de sus familias, ¿por qué parece costarle a usted tanto sentirlo con relación a aquellos a quienes las decisiones y acciones del EME no nos hicieron ningún bien?
Y, repito, rendir homenaje a Carlos Pizarro es legítimo. Pero ¿no hubiese sido mejor un encuentro entre diferentes voces, para conocer más sobre su figura, las razones que lo llevaron a la lucha armada y lo injusto y abominable que fue su asesinato, pocos días después de dejar las armas? ¿No hubiese sido preferible un encuentro más incluyente para hablar sobre el pasado, que subir la bandera del M-19 (¡no la de la ADM-19!) a una tarima, sin que aquellos a quienes este símbolo nos puede recordar y reavivar el dolor tengamos ninguna posibilidad de decir nada? ¿Lo mínimo no sería respetar ese dolor, estemos o no de acuerdo con ello? Usted debería poder entenderlo y, mejor aún, reconocerlo, como el jefe de Estado de todos los colombianos que es hoy.
¿No se trata, también, de eso la paz? Despojada de ideología o intención de hacer mal a nadie, quisiera yo también entender su punto, pues no entiendo cómo sacar una bandera que genera controversia, sin posibilidad de discusión, podría fortalecer la memoria; tampoco ayuda a comprender la historia ni creo que reivindique o dignifique las acciones del M-19. Tampoco es algo que ayude a fortalecer sus proyectos de gobierno (que, opino, debería ser lo más importante) y, por el contrario, sí genera división, resistencia, y alimenta una cultura en la que tradicionalmente se ignora el sufrimiento ajeno.
Hace un tiempo, recuerdo haber hecho una pregunta similar a Juan Manuel Santos cuando, en medio de los diálogos de paz y públicamente, salió a defender al exgeneral Arias Cabrales, en medios de comunicación, al igual que lo había hecho, antes, Álvaro Uribe, con Plazas Vega. Cuando hablo de similar, me refiero a la defensa de acciones violentas y dolorosas para muchos, desde una posición de poder. Siento que se repite la historia; con otro contexto y otros protagonistas, siento que los guerreros, buscando reivindicarse, dejan solas a las víctimas, quienes, tampoco en esta ocasión, tienen oportunidad de exigir su reconocimiento. Mientras los guerreros parecen enorgullecerse de sus acciones de guerra, se trivializa lo que nos sucedió como consecuencia de sus decisiones.
Regresé a Colombia creyendo en la posibilidad de transformación y he tenido la oportunidad de entablar amistad con algunos exmilitantes del M-19. Desde afuera, me atacan por trabajar dentro de su gobierno y apoyar sus propuestas políticas; en Cancillería, donde me desempeño, me hacen toda la resistencia y saboteo para evitar que yo pueda avanzar en proyectos que van con las banderas, esta vez, de su gobierno —persecución a exiliados políticos a través de los consulados, responsabilidad del MRE y otros Ministerios en la perpetuación del conflicto armado, negacionismo a través de las estrategias de defensa jurídica del Estado en condenas de la CIDH, etc. También, lucho personalmente, a través de la JEP, para que lugares como el Cantón Norte (donde varios de sus compañeros, y muchos más, fueron torturados) se transforme, junto con el Museo del Florero y el Cementerio Sur, en lugar de memoria para dar sentido al pasado violento que hemos padecido, hacer en el presente lo que yo llamo “pedagogía democrática” e ir construyendo un futuro distinto para Colombia.
Por todo esto, y en la búsqueda de querer esclarecer lo sucedido con mi padre, tengo graves problemas de seguridad. Bajo estas circunstancias, cualquier agresión en mi contra podría escudarse en que han sido usted o sus seguidores, por yo manifestarme en relación con la exhibición pública de la bandera del M-19.
Ojalá podamos, de verdad, aprovechar este momento para tener espacios de diálogo democráticos que nos permitan dejar atrás la confrontación y pasar a la construcción que nos dignifique a todos. Creo que el país merece, ya, superar tanta violencia de las armas, violencia verbal y violencia simbólica.
Con un respetuoso saludo,
Helena Urán Bidegain”.
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El pasado 26 de abril en Zipaquirá, Cundinamarca, mientras el presidente de la República, Gustavo Petro, presentaba en un acto público los resultados del Banco de Proyectos de la Dirección para la Democracia, la Participación y la Acción Comunal, aprovechó para hacer un homenaje al comandante del M-19 Carlos Pizarro, pues ese día se cumplía un año más de su asesinato en un avión, cuando ya era candidato presidencial de la desmovilizada y reintegrada a la vida civil organización guerrillera.
Hasta ahí, la celebración de la vida de quien lideró las conversaciones de paz por parte del M-19 y luego firmó un proceso de paz con el Estado colombiano que llevó luego a una nueva Constitución Política y que, de hecho, hizo posible la transformación en un grupo político que hoy tiene al presidente Petro en la cabeza del Estado resultaba un hecho apenas natural. Dejó de serlo y terminó en la polémica, sin embargo, porque el presidente Petro les pidió a algunos asistentes a la ceremonia que subieran a la tarima y desplegaran la bandera del M-19.
“Traiga esa bandera porque hoy estamos de fiesta. No les gusta que la saquemos, pero no va a estar debajo de los colchones. Hoy se conmemora un año más del asesinato de Carlos Pizarro, que estuvo aquí en Zipaquirá, el jovencito que salió a cambiar el mundo, después guerrero andante conmigo, después paladín de la paz asesinado”, dijo el presidente Petro, y en efecto, se desplegó la bandera lo que generó muchas voces de protesta principalmente desde la oposición.
Antes que sumarse al debate público de señalamientos, la politóloga Helena Urán Bidegain quiso sumarse al debate de manera más reflexiva, desde una posición particular: como víctima indirecta del M-19, pues a pesar de que hay evidencia contundente de que su padre, el magistrado auxiliar del Consejo de Estado Carlos Horacio Urán, fue asesinado por agentes del Estado luego de salir con vida del Palacio de Justicia, la toma del mismo por el M-19 fue el hecho que originó todos los horrores de ese 6 y 7 de noviembre de 1985. También, como defensora de los derechos de las víctimas y en particular un largo trabajo para garantizar la no repetición. Pero además, producto de esa experiencia en el tema, como cabeza de la Unidad para la No Repetición del Ministerio de Relaciones Exteriores del actual gobierno.
El camino escogido por Helena Urán para plantear sus reflexiones fue escribir una carta privada directamente al presidente de la República, carta que llegó al Palacio de Nariño una semana después del acto en Zipaquirá y que hasta el día de hoy, casi dos meses después, no ha tenido respuesta. El Espectador tuvo acceso a una copia de esa comunicación y considera valioso presentar sus reflexiones.
En esa misiva, Helena Urán resalta la legitimidad de exaltar la vida de Carlos Pizarro Leóngómez, pero le pregunta al presidente Petro si para ello era necesario o tenía algún valor especial enarbolar la bandera del M-19. “Usted insiste en sacar a relucir una bandera de un grupo armado bajo el argumento de que no está prohibido. Le pregunto, ¿sirve eso para algo? ¿Gana usted, sus antiguos compañeros o gana el país algo con eso?”, escribe Urán en su carta.
Si bien Urán anticipa que su comunicación se quedará sin respuesta, como sostiene que le ha pasado con sus antecesores en muchas ocasiones, plantea relexiones adicionales sobre el simbolismo que tiene la insistencia en resaltar la bandera del grupo armado, y no solo para las víctimas sino para los propósitos de paz que enarbola su gobierno. Destaca varias de sus luchas para dejar en claro que no se trata solamente del lamento de una víctima.
Este es el texto completo de la misiva, que sigue esperando respuesta:
“Bogotá, 3 de mayo de 2024
Respetado Sr. presidente Gustavo Petro
Busco este canal porque considero importante manifestarle lo que siento, aunque no haya respuesta y termine siendo esta una comunicación unidireccional, como me ha sucedido en ocasiones anteriores con otros jefes del Estado.
Sin ánimo de entrar en el victimismo, quisiera contextualizar un poco: a mi familia y a mí nos tocó exiliarnos, y he vivido fuera de Colombia la mayor parte de mi vida, por indagar lo que realmente había sucedido a mi padre. Muchos años después, residiendo fuera del país, pudimos constatar que la responsabilidad penal por la tortura, desaparición y ejecución de mi padre es de la Fuerza Pública; aun cuando desde el inicio, es decir, desde que comenzó la toma por parte del M-19, también se hubiera empleado violencia.
Nadie merecía morir aquel día. Menos aún, quienes no hacían parte del plan de asaltar una institución y tomar como rehenes a sus funcionarios que, en este caso, resultaron ser magistrados comprometidos con la justicia y la defensa de la democracia; éstos nunca imaginaron quedar en medio de la confrontación y al final fueron fustigados por ambos lados. Aunque sea claro que la responsabilidad primera y penal recae sobre el Estado; por haberlo permitido, por haber reaccionado con exceso de fuerza, por desobedecer a su obligación de velar por la integridad de los civiles, por ignorar el llamado del presidente de la Corte Suprema, así como por la desaparición, tortura y ejecución de rehenes civiles y de guerrilleros.
Usted insiste en sacar a relucir una bandera de un grupo armado bajo el argumento de que no está prohibido. Le pregunto, ¿sirve eso para algo? ¿Gana usted, sus antiguos compañeros o gana el país algo con eso?
Hablar sobre el M-19 y Carlos Pizarro, sus luces y sombras y la manera tan atroz como lo asesinaron es importante y necesario para entender mejor el país; pero lo más importante para ser un país más amable y digno para todos, es que cada acto se haga bajo el reconocimiento del otro y para que, entonces, en conjunto, comencemos a aborrecer la violencia en todas sus formas. Sabemos que ella no ha dejado nada bueno para nadie, tampoco para los exmilitantes del M-19. Pero si algunos que no militamos nunca en la subversión logramos sentir el dolor de sus compañeros del EME y el de sus familias, ¿por qué parece costarle a usted tanto sentirlo con relación a aquellos a quienes las decisiones y acciones del EME no nos hicieron ningún bien?
Y, repito, rendir homenaje a Carlos Pizarro es legítimo. Pero ¿no hubiese sido mejor un encuentro entre diferentes voces, para conocer más sobre su figura, las razones que lo llevaron a la lucha armada y lo injusto y abominable que fue su asesinato, pocos días después de dejar las armas? ¿No hubiese sido preferible un encuentro más incluyente para hablar sobre el pasado, que subir la bandera del M-19 (¡no la de la ADM-19!) a una tarima, sin que aquellos a quienes este símbolo nos puede recordar y reavivar el dolor tengamos ninguna posibilidad de decir nada? ¿Lo mínimo no sería respetar ese dolor, estemos o no de acuerdo con ello? Usted debería poder entenderlo y, mejor aún, reconocerlo, como el jefe de Estado de todos los colombianos que es hoy.
¿No se trata, también, de eso la paz? Despojada de ideología o intención de hacer mal a nadie, quisiera yo también entender su punto, pues no entiendo cómo sacar una bandera que genera controversia, sin posibilidad de discusión, podría fortalecer la memoria; tampoco ayuda a comprender la historia ni creo que reivindique o dignifique las acciones del M-19. Tampoco es algo que ayude a fortalecer sus proyectos de gobierno (que, opino, debería ser lo más importante) y, por el contrario, sí genera división, resistencia, y alimenta una cultura en la que tradicionalmente se ignora el sufrimiento ajeno.
Hace un tiempo, recuerdo haber hecho una pregunta similar a Juan Manuel Santos cuando, en medio de los diálogos de paz y públicamente, salió a defender al exgeneral Arias Cabrales, en medios de comunicación, al igual que lo había hecho, antes, Álvaro Uribe, con Plazas Vega. Cuando hablo de similar, me refiero a la defensa de acciones violentas y dolorosas para muchos, desde una posición de poder. Siento que se repite la historia; con otro contexto y otros protagonistas, siento que los guerreros, buscando reivindicarse, dejan solas a las víctimas, quienes, tampoco en esta ocasión, tienen oportunidad de exigir su reconocimiento. Mientras los guerreros parecen enorgullecerse de sus acciones de guerra, se trivializa lo que nos sucedió como consecuencia de sus decisiones.
Regresé a Colombia creyendo en la posibilidad de transformación y he tenido la oportunidad de entablar amistad con algunos exmilitantes del M-19. Desde afuera, me atacan por trabajar dentro de su gobierno y apoyar sus propuestas políticas; en Cancillería, donde me desempeño, me hacen toda la resistencia y saboteo para evitar que yo pueda avanzar en proyectos que van con las banderas, esta vez, de su gobierno —persecución a exiliados políticos a través de los consulados, responsabilidad del MRE y otros Ministerios en la perpetuación del conflicto armado, negacionismo a través de las estrategias de defensa jurídica del Estado en condenas de la CIDH, etc. También, lucho personalmente, a través de la JEP, para que lugares como el Cantón Norte (donde varios de sus compañeros, y muchos más, fueron torturados) se transforme, junto con el Museo del Florero y el Cementerio Sur, en lugar de memoria para dar sentido al pasado violento que hemos padecido, hacer en el presente lo que yo llamo “pedagogía democrática” e ir construyendo un futuro distinto para Colombia.
Por todo esto, y en la búsqueda de querer esclarecer lo sucedido con mi padre, tengo graves problemas de seguridad. Bajo estas circunstancias, cualquier agresión en mi contra podría escudarse en que han sido usted o sus seguidores, por yo manifestarme en relación con la exhibición pública de la bandera del M-19.
Ojalá podamos, de verdad, aprovechar este momento para tener espacios de diálogo democráticos que nos permitan dejar atrás la confrontación y pasar a la construcción que nos dignifique a todos. Creo que el país merece, ya, superar tanta violencia de las armas, violencia verbal y violencia simbólica.
Con un respetuoso saludo,
Helena Urán Bidegain”.
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