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La reina Isabel II y Winston Churchill, entre la política y la muerte

Quince primeros ministros británicos fueron testigos del reinado de Isabel II, la monarca más longeva de la historia de Inglaterra, que falleció ayer jueves a los 96 años. Todos, en algún momento de su gobierno, comparecieron en audiencias convocadas en el palacio de Buckingham.

09 de septiembre de 2022 - 05:10 p. m.
La Reina Isabel II y Sir Winston Churchill (1951-1955).
La Reina Isabel II y Sir Winston Churchill (1951-1955).
Foto: pool

Con Harold MacMillan (1957 - 1963) compartió la afición por los chismes políticos, a Tony Blair (1997-2007) lo consideraba demasiado desdeñoso de las tradiciones y de David Cameron (2010-2016) resultó ser un primo lejano. Sus relaciones con la “dama de hierro”, Margaret Thatcher (1979-1990), en cambio, no fueron especialmente fluidas y poco se supo de lo que pensaba sobre el controvertido Boris Johnson.

Los historiadores consideran que quien tuvo mayor influencia sobre ella fue Winston Churchill (1951-1955), el primer jefe de gobierno con el que tuvo que lidiar y que ejerció de mentor de la soberana. El segundo periodo de gobierno de Churchill (1951 - 1955) coincidió con la muerte del rey Jorge VI, el papá de la reina Isabel II, quien tras una trombosis séptica de pulmón murió el 6 de febrero de 1952.

En el libro “Sir Winston Churchill” (Editorial Juventud), que se alimenta de las memorias del expremier, el escritor Rafael Manzano recuerda el episodio de la muerte del antecesor de Isabell II. “Churchill, viejo responsable y dorado, como un abuelo escapado de un relato de Dickens, pronuncia en el Parlamento el elogio fúnebre de Jorge VI. Y cuando se dirige a la reina Isabel II, grave en su luto, frágil en sus veinticinco años de prometedores, el viejo Premier, tiene para ella una frase enternecedora: mi joven señora”.

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Los símbolos de la muerte, de aquella muerte, marcaron la relación que sostuvieron en vida. De hecho, la monarca estuvo presente en una muerte en vida del hombre que cambió el rumbo de la Segunda Guerra Mundial. En 1955, cuando el político renunció a su cargo, la reina fue la invitada de honor a la cena que Churchill convocó para poner fin a su carrera política.

“El 4 de abril ofrece una comida restringida, de cuarenta y ocho cubiertos, en honor a Isabel II y de su esposo, Felipe de Grecia. Es la despedida. Los periódicos no publican la noticia, pues se encuentran en huelga. Pero la gente se entera por el boletín informativo de la BBC”, se lee en el libro de Manzano.

En enero de 1965, cuando murió Winston Churchill, la reina Isabel II ordenó que el cadáver del expremier fuera velado durante tres días consecutivos en el palacio de Westminster. Impulsados por los tributos promovidos por la reina, los ingleses formaron dos enormes colas, bajo el crudo invierno británico, para despedir por última vez al hombre que condujo el alma inglesa hasta la victoria.

“Las filas bordean la fachada de la Cámara de los Lores (…) Trescientos mil personas se calculan que han desafiado a la lluvia y a la nieve para arrodillarse y rezar por el espíritu del anciano estadista”, describe Manzano.

¿Podrá repetirse hoy la misma plegaria que entonces se replicó por toda Inglaterra? “Tierra a la tierra, ceniza a las cenizas, polvo al polvo, hasta la segura y cierta resurrección a la vida eterna por Nuestro Señor Jesucristo”.

Ayer, una vez falleció la reina, se puso en marcha la “Operación Puente de Londres”, un protocolo que describe en detalle qué debía hacerse una vez se confirmara el deceso. La estrategia plantea, entre otras cosas, que la primera persona en ser notificada debería ser el o la primera ministra, en este caso, Liz Truss. Además, señala que la distancia entre el Palacio de Buckingham y el Palacio de Westminster marcaría el ritmo de la procesión del cuerpo de Isabel II, que, por tres días, a lo largo de 23 horas, podrá ser visitado por quienes así lo deseen. El funeral será entre los 10 y 12 días posteriores al fallecimiento de la reina Isabel II.

Cuando murió Churchill se puso en marcha la “Operación no esperanza”, así la bautizó él mismo. Manzano recuerda una charla entre el duque de Norfolk, quien había dirigido y organizado las honras fúnebres, y la noble Clementina Churchill, la esposa del exministro.

“Señora, hace doce años que estaban dispuestas las honras fúnebres para su inolvidable esposo. Él las conocía y hasta añadió algunos detalles protocolarios. Y aún más: militar y escritor, las llamó con un nombre que evoca el rótulo de un parte bélico al mismo tiempo que el título de un texto literario: Operación sin esperanza”.

Para los días del funeral de la reina Isabel II hay posibilidades de lluvia del 76% en Londres. En el funeral de Churchill llovió copiosamente “el último adiós sacudió la silenciosa ciudad con el aletazo irreversible de la muerte”.

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