Del blues al reggaetón (El Cajón de Santaora)
Experimentar una sugestión sensitiva no es lo mismo que encontrar la palabra precisa para expresarla. Antes de que J Balvin sacara su álbum Colores, ya hace siglos que la música se asociaba con ciertos matices.
Julia Díaz Santa
Nadie nos dijo cómo llegaron ahí pero ya estamos siendo conducidos a la escena en la que la pareja copula o en la que nos avisan que pronto lo hará. La información que nos dan está cargada de verbos en modo imperativo: baja, sube, ponte. Y de otras ejemplificaciones: por atrás, por delante, en cuatro, ya tu sá. La mayoría de letras de reggaetón que suenan en las plataformas digitales, hoy en día, nos muestran el deseo como algo urgente que hay que resolver. Y cuanto antes, mejor.
Deseo, desear, según Corominas, viene del sustantivo latino desidium ‘placer erótico’, derivado del sustantivo clásico desidia, relacionado con indolencia, pereza. A su vez, este viene del verbo latino desideo: estar sentado sin hacer nada, estar mirando el aire. Pero ¿cómo es que el deseo termina emparentado con la pereza, con no hacer nada?
Ya nos decía el poeta que el anhelo está lleno de distancias infinitas. Anchuras insondables que pueden ser placenteras para quien sabe contemplar. “El mundo es azul en sus extremos y en sus profundidades”, dijo Rebecca Solnit, conmovida por el azul del extremo de lo visible, para luego señalarnos con el dedo los horizontes, las cordilleras remotas, “cualquier cosa situada en la lejanía”.
Saber observar ese anhelo, sentir y gustar internamente de toda la gama de los azules, no es lo mismo que resolver un problema de manera urgente. En la mirada serena, el deseo vuelve a su origen de pereza, de desidia. En la problematización y la urgencia, el deseo se sufre, se padece y, más que eso, se frustra.
“Y es que, como sucede con el azul de la distancia, la consecución y la llegada solo trasladan ese anhelo, no lo satisfacen, igual que cuando llegas a las montañas a las que te dirigías estas han dejado de ser azules y el azul ha pasado a teñir las que se encuentran detrás”, dice Solnit y nos recuerda que esos tonos no solo señalan distancia sino imposibilidad.
Seducción no es pornografía, dice Byung Chul Han. En su libro La Desaparición de los Rituales señala que “la pornografía acaba sentenciando el final de la seducción. De ella se ha erradicado por completo al otro. El placer pornográfico es narcisista. Surge del consumo inmediato del objeto que se ofrece sin velos. Igual que se hace con el sexo, hoy se desnuda incluso el alma. La pérdida de toda capacidad de crear ilusiones y apariencias, de toda capacidad para el teatro, el juego y el espectáculo, es el triunfo de la pornografía”.
Recuerdo que hace un tiempo, J Balvin sacó un disco llamado Colores. A cada canción le asignó uno: blanco, amarillo, verde. La que se llama Azul dice: “Let go / mami, sacúdete la arena, con ese booty me duele que seas ajena, yey / se puso una de mis cadenas / nunca le baja, siempre con la copa llena”. En ella no solo nos informa en primera persona sobre sus necesidades vitales, sino cómo quiere que todo sea explícitamente resuelto.
Y entonces pienso en las antiguas asociaciones de la música, la literatura y el color. Antes de que J Balvin nos anunciara su canción Azul, ya hace siglos que el blues se llamaba blues. Una música acompañada de líricas y narrativas. Una música ritual que, en vez de informarnos sobre el deseo como un problema, nos relata la desidia y la melancolía de un pueblo alejado de su lugar de origen, de su libertad.
Ahí el azul de lo lejano, de la seducción, dialoga mejor con lo que dice la música. Porque más allá de aportar expresividad y melancolía, bajar un semitono el tercer y séptimo grado de la escala pentatónica mayor, dibuja dos sonoridades retiradas entre sí.
Imagino entonces a la primera persona que pensó el color azul para bautizar el efecto musical que produjo tocar una tercera menor sobre el acorde dominante. Especulo sobre ese acto semilla que permitió que, desde hace varios siglos hasta hoy, a eso le llamemos blue note, nota azul. Algunos estudios señalan que el término blues era una palabra común en América para decir aburrimiento y melancolía, anhelo, mucho antes de ser un género musical.
La blue note señala, no devela, advierte justamente esa longitud y a su vez, permite que dos culturas distantes como la africana y la norteamericana se encuentren musicalmente. Un giro melódico que subraya dos cosas realmente remotas.
La mayor parte de la música popular de los diferentes pueblos africanos está constituida por una escala distinta a la norteamericana. En el lenguaje disciplinar: la primera se basa en los modos pentatónicos menores y la otra en la escala mayor.
Entonces, los afroamericanos resolvieron de una manera diestra esta distancia con una nota, llamada tercera menor, que construía un puente a lo lejano, es decir, a la tercera mayor. Y el sonido que resultó, la blue note, fue tan envolvente, tan seductor, como la atmósfera de la distancia que hay entre nosotros y las montañas.
Todo hay que decirlo y es que algunas letras de viejos blues no solo hablan de las jornadas en las plantaciones, de la opresión, el desamor y la pobreza, del anhelo de libertad de un pueblo. También existen las que tienen tintes cómicos o humorísticos, y en muchos casos, connotaciones sexuales. No obstante, esas connotaciones no son nombradas en un primer plano de tejidos, tampoco desde el modo verbal imperativo. Más bien desde el lenguaje de la seducción.
Y también hay que decirlo, algunas viejas letras de reggaetón no tienen nada que ver con el tono pornográfico, sino que hablan sobre el baile y el goce mismo como ritual, así como de las vivencias de los guetos en las comunidades latinoamericanas. Pero justamente no son las que ha privilegiado la industria musical.
Bessie Smith escribió y cantó en 1927: “When it thunders and lightnin’ and the wind begins to blow, / There’s thousands of people ain’t got no place to go / Then I went and stood upon some high old lonesome Hill. / Then I went and stood upon some high old lonesome Hill / Then looked down on the house were I used to live /Backwater / blues done call me to pack my things and go / Backwater blues done call me to pack my things and go, ‘Cause my house fell down and I can’t live there no more, Mmm, I can’t move no more”
“Hay miles de personas que no tienen a dónde ir / Luego fui y me paré sobre una colina vieja, vieja y solitaria. / Luego miré hacia abajo a la casa donde solía vivir / Remanso azul, llámame para empacar mis cosas e ir / El Backwater blues me llamó para empacar mis cosas y me voy / porque mi casa se cayó y ya no puedo vivir allí. / No puedo moverme más”.
Nos conmueve y nos hace vivir la tragedia de quien experimenta una realidad llena de dificultades emocionales, sociales y culturales. Su dolor es el de todos. Nos interpela y nos cuestiona sobre el dolor, el sufrimiento que vivimos, independientemente del lugar que ocupemos en la pirámide social. Comparte su humanidad con nosotros y nos vuelve una comunidad.
Bessie Smith coreó muchas otras canciones de desamor. Recuerdo ahora esa en la que vive el anhelo de un afecto sano y el dolor de no encontrarlo en A Good Man Is Hard To Find. La música es el escenario en donde ella tiene espacio para ser vulnerable, triste, para contemplar detenidamente ese dolor. Con una lentitud y demora que es necesaria antes de cualquier discernimiento.
En contraste, hoy en día todo es veloz y explícito. “Tratamos el deseo como si fuera un problema que hay que resolver; nos centramos en aquello que deseamos y ponemos la atención en lo deseado y en cómo conseguirlo en lugar de en la naturaleza y la sensación del deseo, pero a menudo es la distancia que existe entre nosotros y el objeto del deseo lo que llena el espacio entre ambos con el azul del anhelo”, dice Solnit.
Ella nos pregunta por la posibilidad de un ligero ajuste de esa perspectiva. Uno en el que podríamos valorar el deseo como una sensación en sí misma, “ya que es tan inherente a la condición humana como lo es el azul a la distancia”. Pero para eso se requiere tiempo y silencio, algo que escasea cada vez más en la productiva, rauda, explícita, por lo tanto, obscena vida contemporánea.
La pornografía es el fin de la seducción, dice Byung Chul Han. Y yo traduzco a mi manera, cierto es que nos hace falta más blues y menos reggaetón.
Nadie nos dijo cómo llegaron ahí pero ya estamos siendo conducidos a la escena en la que la pareja copula o en la que nos avisan que pronto lo hará. La información que nos dan está cargada de verbos en modo imperativo: baja, sube, ponte. Y de otras ejemplificaciones: por atrás, por delante, en cuatro, ya tu sá. La mayoría de letras de reggaetón que suenan en las plataformas digitales, hoy en día, nos muestran el deseo como algo urgente que hay que resolver. Y cuanto antes, mejor.
Deseo, desear, según Corominas, viene del sustantivo latino desidium ‘placer erótico’, derivado del sustantivo clásico desidia, relacionado con indolencia, pereza. A su vez, este viene del verbo latino desideo: estar sentado sin hacer nada, estar mirando el aire. Pero ¿cómo es que el deseo termina emparentado con la pereza, con no hacer nada?
Ya nos decía el poeta que el anhelo está lleno de distancias infinitas. Anchuras insondables que pueden ser placenteras para quien sabe contemplar. “El mundo es azul en sus extremos y en sus profundidades”, dijo Rebecca Solnit, conmovida por el azul del extremo de lo visible, para luego señalarnos con el dedo los horizontes, las cordilleras remotas, “cualquier cosa situada en la lejanía”.
Saber observar ese anhelo, sentir y gustar internamente de toda la gama de los azules, no es lo mismo que resolver un problema de manera urgente. En la mirada serena, el deseo vuelve a su origen de pereza, de desidia. En la problematización y la urgencia, el deseo se sufre, se padece y, más que eso, se frustra.
“Y es que, como sucede con el azul de la distancia, la consecución y la llegada solo trasladan ese anhelo, no lo satisfacen, igual que cuando llegas a las montañas a las que te dirigías estas han dejado de ser azules y el azul ha pasado a teñir las que se encuentran detrás”, dice Solnit y nos recuerda que esos tonos no solo señalan distancia sino imposibilidad.
Seducción no es pornografía, dice Byung Chul Han. En su libro La Desaparición de los Rituales señala que “la pornografía acaba sentenciando el final de la seducción. De ella se ha erradicado por completo al otro. El placer pornográfico es narcisista. Surge del consumo inmediato del objeto que se ofrece sin velos. Igual que se hace con el sexo, hoy se desnuda incluso el alma. La pérdida de toda capacidad de crear ilusiones y apariencias, de toda capacidad para el teatro, el juego y el espectáculo, es el triunfo de la pornografía”.
Recuerdo que hace un tiempo, J Balvin sacó un disco llamado Colores. A cada canción le asignó uno: blanco, amarillo, verde. La que se llama Azul dice: “Let go / mami, sacúdete la arena, con ese booty me duele que seas ajena, yey / se puso una de mis cadenas / nunca le baja, siempre con la copa llena”. En ella no solo nos informa en primera persona sobre sus necesidades vitales, sino cómo quiere que todo sea explícitamente resuelto.
Y entonces pienso en las antiguas asociaciones de la música, la literatura y el color. Antes de que J Balvin nos anunciara su canción Azul, ya hace siglos que el blues se llamaba blues. Una música acompañada de líricas y narrativas. Una música ritual que, en vez de informarnos sobre el deseo como un problema, nos relata la desidia y la melancolía de un pueblo alejado de su lugar de origen, de su libertad.
Ahí el azul de lo lejano, de la seducción, dialoga mejor con lo que dice la música. Porque más allá de aportar expresividad y melancolía, bajar un semitono el tercer y séptimo grado de la escala pentatónica mayor, dibuja dos sonoridades retiradas entre sí.
Imagino entonces a la primera persona que pensó el color azul para bautizar el efecto musical que produjo tocar una tercera menor sobre el acorde dominante. Especulo sobre ese acto semilla que permitió que, desde hace varios siglos hasta hoy, a eso le llamemos blue note, nota azul. Algunos estudios señalan que el término blues era una palabra común en América para decir aburrimiento y melancolía, anhelo, mucho antes de ser un género musical.
La blue note señala, no devela, advierte justamente esa longitud y a su vez, permite que dos culturas distantes como la africana y la norteamericana se encuentren musicalmente. Un giro melódico que subraya dos cosas realmente remotas.
La mayor parte de la música popular de los diferentes pueblos africanos está constituida por una escala distinta a la norteamericana. En el lenguaje disciplinar: la primera se basa en los modos pentatónicos menores y la otra en la escala mayor.
Entonces, los afroamericanos resolvieron de una manera diestra esta distancia con una nota, llamada tercera menor, que construía un puente a lo lejano, es decir, a la tercera mayor. Y el sonido que resultó, la blue note, fue tan envolvente, tan seductor, como la atmósfera de la distancia que hay entre nosotros y las montañas.
Todo hay que decirlo y es que algunas letras de viejos blues no solo hablan de las jornadas en las plantaciones, de la opresión, el desamor y la pobreza, del anhelo de libertad de un pueblo. También existen las que tienen tintes cómicos o humorísticos, y en muchos casos, connotaciones sexuales. No obstante, esas connotaciones no son nombradas en un primer plano de tejidos, tampoco desde el modo verbal imperativo. Más bien desde el lenguaje de la seducción.
Y también hay que decirlo, algunas viejas letras de reggaetón no tienen nada que ver con el tono pornográfico, sino que hablan sobre el baile y el goce mismo como ritual, así como de las vivencias de los guetos en las comunidades latinoamericanas. Pero justamente no son las que ha privilegiado la industria musical.
Bessie Smith escribió y cantó en 1927: “When it thunders and lightnin’ and the wind begins to blow, / There’s thousands of people ain’t got no place to go / Then I went and stood upon some high old lonesome Hill. / Then I went and stood upon some high old lonesome Hill / Then looked down on the house were I used to live /Backwater / blues done call me to pack my things and go / Backwater blues done call me to pack my things and go, ‘Cause my house fell down and I can’t live there no more, Mmm, I can’t move no more”
“Hay miles de personas que no tienen a dónde ir / Luego fui y me paré sobre una colina vieja, vieja y solitaria. / Luego miré hacia abajo a la casa donde solía vivir / Remanso azul, llámame para empacar mis cosas e ir / El Backwater blues me llamó para empacar mis cosas y me voy / porque mi casa se cayó y ya no puedo vivir allí. / No puedo moverme más”.
Nos conmueve y nos hace vivir la tragedia de quien experimenta una realidad llena de dificultades emocionales, sociales y culturales. Su dolor es el de todos. Nos interpela y nos cuestiona sobre el dolor, el sufrimiento que vivimos, independientemente del lugar que ocupemos en la pirámide social. Comparte su humanidad con nosotros y nos vuelve una comunidad.
Bessie Smith coreó muchas otras canciones de desamor. Recuerdo ahora esa en la que vive el anhelo de un afecto sano y el dolor de no encontrarlo en A Good Man Is Hard To Find. La música es el escenario en donde ella tiene espacio para ser vulnerable, triste, para contemplar detenidamente ese dolor. Con una lentitud y demora que es necesaria antes de cualquier discernimiento.
En contraste, hoy en día todo es veloz y explícito. “Tratamos el deseo como si fuera un problema que hay que resolver; nos centramos en aquello que deseamos y ponemos la atención en lo deseado y en cómo conseguirlo en lugar de en la naturaleza y la sensación del deseo, pero a menudo es la distancia que existe entre nosotros y el objeto del deseo lo que llena el espacio entre ambos con el azul del anhelo”, dice Solnit.
Ella nos pregunta por la posibilidad de un ligero ajuste de esa perspectiva. Uno en el que podríamos valorar el deseo como una sensación en sí misma, “ya que es tan inherente a la condición humana como lo es el azul a la distancia”. Pero para eso se requiere tiempo y silencio, algo que escasea cada vez más en la productiva, rauda, explícita, por lo tanto, obscena vida contemporánea.
La pornografía es el fin de la seducción, dice Byung Chul Han. Y yo traduzco a mi manera, cierto es que nos hace falta más blues y menos reggaetón.