Shaun Tan, la otredad silenciada o el papel de las humanidades en tiempos de ruido
Presentamos una reflexión acerca de la obra del escritor y artista australiano Shaun Tan y cómo se pueden interpretar bajo el lente de la coyuntura de las elecciones en Estados Unidos.
Juan Manuel Ramírez Rave - Director Maestría en Estudios Culturales - UTP
El pasado 6 de noviembre, al día siguiente de las elecciones en Estados Unidos, desperté con una sensación similar a la que experimenté aquel lunes 3 de octubre de 2016, cuando 6.431.372 colombianos votaron NO en el plebiscito sobre el acuerdo de paz. El país ya estaba polarizado, pero ese fue un reflejo contundente, con cifras exactas y por regiones, de esa división. La noche del domingo me desconecté de redes sociales y apagué el televisor, incapaz de soportar la indignación creciente de mis amigos a medida que avanzaba el escrutinio. Tampoco pude con la celebración de quienes, con banderas y sombreros, festejaban la pequeña diferencia que les daba una ansiada victoria. No soporté las lágrimas, no soporté las risas.
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El pasado 6 de noviembre, al día siguiente de las elecciones en Estados Unidos, desperté con una sensación similar a la que experimenté aquel lunes 3 de octubre de 2016, cuando 6.431.372 colombianos votaron NO en el plebiscito sobre el acuerdo de paz. El país ya estaba polarizado, pero ese fue un reflejo contundente, con cifras exactas y por regiones, de esa división. La noche del domingo me desconecté de redes sociales y apagué el televisor, incapaz de soportar la indignación creciente de mis amigos a medida que avanzaba el escrutinio. Tampoco pude con la celebración de quienes, con banderas y sombreros, festejaban la pequeña diferencia que les daba una ansiada victoria. No soporté las lágrimas, no soporté las risas.
Ese lunes de octubre me levanté sorprendido y desolado, pero no me quedaba más alternativa que conducir hasta la universidad y encontrarme con mis estudiantes. Recuerdo el impacto de ese encuentro: la decepción en sus rostros, la incertidumbre haciendo eco en los pasillos, y su desgano, que era también el mío. Como muchos, me sentí sin fuerzas, incluso inútil. Mi labor como profesor de humanidades en una universidad pública me pareció vacía. Quizá porque, como en la bella novela gráfica silente Emigrantes (2016) de Shaun Tan, veía al mundo acechado por enormes sombras, invadido por las marcas de un peligro latente que no podemos enfrentar y menos evitar. Confieso que pensé en emigrar, es decir, escapar, como lo hace el personaje del libro. Abandonar lo más rápido posible, un país que se regodeaba en el odio, el racismo, la indiferencia, la violencia… como mis hermanas Luz Dary, Isabel y Miriam lo habían hecho décadas atrás.
Sin embargo, tal como lo plantea Massimo Recalcati en La hora de clase (2016): “Siempre que un profesor entra en el aula tiene que lidiar con su propia soledad, con un vacío de sentido entre cuyos límites se ve obligado a medir su propia palabra”. Aquella vez, mis estudiantes esperaban certezas, algo en qué confiar, una explicación, pero en ese instante no tenía nada para ofrecerles. Me encontraba en una verdadera encrucijada.
No recuerdo cuándo, pero en los días siguientes decidí quedarme. En las aulas y con mis estudiantes encontré nuevos motivos para habitar este lugar hostil llamado Colombia. Con el tiempo, me reconcilié con la idea de que las humanidades, como bien dice Fernando Vásquez Rodríguez, nos permiten ver el mundo no solo en contrastes, sino en una gama de matices y múltiples facetas de una misma realidad. Parte de mi “tarea” es ayudar a los futuros profesionales a interpretar la condición humana en su diversidad y a reconocer que la evolución de sus semejantes no es lineal ni uniforme. También entendí que es válido paralizarse y guardar silencio, porque, como añade Recalcati, “El maestro no es aquel que posee el conocimiento, sino aquel que sabe entrar en una relación única con la imposibilidad que recorre el conocimiento”.
Algo similar ocurrió el pasado miércoles 6 de noviembre. Al despertar y ver las noticias, supe que uno de los dos candidatos había sido proclamado vencedor de las elecciones en Estados Unidos y, a continuación, citaban su estridente grito: “Vamos a arreglar todo lo que está mal en este país”. Titubeé para levantarme de la cama y nuevamente de camino a la Universidad, vi el mundo acechado por enormes sombras. Volví a sentir pánico por las marcas de ese peligro latente que no podemos enfrentar. Por esa razón, no pude evitar pensar con rabia y tristeza en los emigrantes, en los musulmanes, en las mujeres, en la comunidad LGBTIQ+, en los seres humanos, en la naturaleza, en el planeta en general. Reflexioné nuevamente sobre mi labor como profesor y sobre qué decirles a mis estudiantes en esta era de debilitamiento de la autoridad simbólica. Y entonces recordé la dignidad de la palabra del “maestro” y el potencial de la narración visual.
Esta vez, no me paralicé y decidí aprovechar “la hora de clase” y, como plantea Recalcati, opté por “el camino de la erotización del saber” para preservar “el lugar correcto de lo imposible”. Así, llevé a las aulas a Shaun Tan, uno de los autores del arte narrativo más aclamados del mundo, creador de libros ilustrados y cómics, diseñador y cineasta. Ganador de la medalla Kate Greenaway y en el 2011 de un Óscar de la Academia. Pero también, cabe decir, un autor encasillado en los anaqueles de literatura para niños que con frecuencia ofrece relatos de criaturas no humanas conductoras de las expresiones de miedo y amor profundos, sentimientos universales que trascienden las edades, por eso resultan tan interesantes para todo tipo de lectores de distintos contextos culturales y literarios.
Quise abordar la obra de Tan, vista a través del prisma de la “victoria” cultural del nuevo inquilino de La casa blanca. En ese orden, me enfoqué en cómo Tan descompone y cuestiona los valores de un mundo que se ha vuelto insensible a la otredad y que está atrapado en la inmediatez del conflicto. Su obra, que suele presentar realidades fragmentadas y criaturas aisladas, refleja no solo la marginación de ciertos individuos, sino también el desencanto con las narrativas de éxito tradicionalmente aceptadas. Tal vez por ese motivo, el narrador visual australiano utiliza mundos distópicos y criaturas extrañas para representar los rincones olvidados y los deseos no satisfechos de aquellos que quedan fuera de una realidad “ganadora”.
Uno podría pensar, por ejemplo, en La cosa perdida (2005), una historia que narra el encuentro de un joven con una criatura absurda que, incomprendida y rechazada, deambula en un mundo que no tiene lugar para ella. La criatura de Tan parece una encarnación de esos valores humanos “anticuados” de curiosidad, ternura, y atención. En la era de Trump, donde se ensalza la agresividad como signo de fuerza y se menosprecia la empatía como debilidad, la obra de Tan sugiere una resistencia sutil, casi melancólica, que desafía este nuevo “modo de ser”. No busca enfrentarse abiertamente, sino que actúa a través de las historias silenciosas de aquellos que aún creen en la importancia de mirar a los ojos de lo extraño y desconocido.
Desde esta óptica, Tan no ofrece finales redentores ni construye héroes. Al contrario, revela la extraña belleza y la desesperanza de aquellos que resisten al margen. En un contexto cultural donde lo “ganador” y “exitoso” se define por la cantidad de gritos y el tamaño de la audiencia, los personajes de Tan susurran sus historias a aquellos que decidan escucharlos. No buscan la validación, sino la simple conexión. El triunfo de estos personajes, por llamarlo de alguna manera, es mantenerse fieles a sus propias realidades, sin importar cuán absurdo o infructuoso sea el esfuerzo.
De esta manera, la obra de Tan podría entenderse como una contra-narrativa. En un mundo que celebra el desenfreno de las pasiones y la glorificación de la bestia interior, su obra invita a explorar y valorar la silenciosa dignidad de la otredad, de aquellos seres e historias que el mundo post-Trump está ansioso por silenciar o ignorar. Con su mirada a la melancolía y el absurdo, Shaun Tan se convierte en un cronista de esos espacios y personas para quienes la victoria es una palabra vacía, y para quienes lo fundamental radica en la resistencia sin estruendos.