La ruta del jazz en Colombia
La profesionalización de los músicos, la legitimación en los circuitos de circulación comercial y el surgimiento de una franja de espectadores en los centros urbanos han permitido que el jazz se consolide como una música citadina de amplia repercusión en la vida cultural colombiana.
Marcos Fabián Herrera Muñoz
El noveno mes del año en Colombia tiene un cariz sonoro identificable en varias de las ciudades del país. El ritmo originario de Nueva Orleans, que con probada altivez se ha fusionado con los géneros folclóricos de nuestra geografía, se explaya durante este período en festivales que agrupan a sus más fervorosos seguidores.
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El noveno mes del año en Colombia tiene un cariz sonoro identificable en varias de las ciudades del país. El ritmo originario de Nueva Orleans, que con probada altivez se ha fusionado con los géneros folclóricos de nuestra geografía, se explaya durante este período en festivales que agrupan a sus más fervorosos seguidores.
Hace unas décadas, esta música, que según el compositor George Gershwin es la que más se parece a la vida por su caudal de improvisación, era vista en Colombia como una extrañeza propia de melómanos marginales. Con paciente avance, el jazz ha permeado la sensibilidad de compositores, intérpretes, arreglistas y curadores musicales. El género, inicialmente tratado con desdén por algunos puristas, ha logrado instalarse en el taller creativo de quienes con audacia no cesan en la búsqueda de nuevos horizontes sonoros para los ritmos nacionales. La sombra del sonido de foráneo ha mutado a un aura de vivaz originalidad.
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Los escarceos de los músicos colombianos con el ritmo de melodías sincopadas, que se escuchaba en el Caribe gracias a los radios de banda corta en los años 30 y 40 del siglo XX, no son recientes. Aunque por años la discografía referenció a “Macumbia” de Francisco Zumaqué como la producción merecedora de ser la simiente del linaje jazzístico colombiano, una investigación del periodista cultural Jaime Andrés Monsalve reformuló esa creencia. Luego de pesquisas hemerográficas, este curtido sabueso musical concluyó que el álbum Luis Rovira Sexteto, grabado en 1961 por el sello Philips, constituye la obra fundacional de lo podría llamarse un jazz con acento nacional.
Los vasos comunicantes entre la música tropical colombiana y la sonoridad del jazz surgieron cuando cultores colombianos en su etapa formativa vivieron la epifanía de escuchar a las big bands de Count Basie, Dizzy Gillespie, Benny Goodman, Glenn Miller y Bobby Troup. La cadencia particular del swing, el desenfreno melódico y el despliegue de virtuosismo en los solos de los instrumentos de viento obraron como catalizador en músicos como Lucho Bermúdez, Tico Arnedo y Pacho Galán.
Luego de esto, sobrevendrían hitos determinantes en la difusión nacional del género. En 1958, Roberto Rodríguez Silva, coleccionista bogotano, creó el primer espacio radial dedicado a la divulgación del jazz. El programa, que se emitió durante dos años por la Radiodifusora Nacional, luego se trasladaría a la HJCK. Este sería el ejercicio pionero de difusión del jazz en medios de comunicación de Colombia. Con el paso de los años, hemos visto que toda frecuencia de radio universitaria o cultural incluye en su parrilla de programación un espacio dedicado a este género musical.
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La profesionalización de los músicos, la legitimación en los circuitos de circulación comercial y el surgimiento de una franja de espectadores en los centros urbanos han permitido que el jazz se consolide como una música citadina de amplia repercusión en la vida cultural colombiana. Los nombres de Joe Madrid, Justo Almario, Jean Galvis, Antonio Arnedo, William Maestre, Héctor Martignon, Lucía Pulido, Edy Martínez y otros exponentes integran una familia sonora con un vínculo sanguíneo especial. Todos ellos, portadores de una tradición vernácula, se propusieron amistar el jazz con los ritmos colombianos. En sus apuestas, optaron por la reivindicación de un legado y la veneración de un acervo musical mediante nuevos lenguajes. Con notables matices y diversidades, hoy constituyen un valioso acumulado de trayectorias que confluyen en el deseo de avivar el jazz nacional.
Es este el camino que ha precedido a los festivales de jazz que en septiembre se celebran en seis ciudades del país. Concebidos a partir de la necesidad de crear un espacio para la apreciación en vivo de los cultores más destacados en la escena mundial, estos eventos tienen como antecedente el memorable Festival de Jazz del Teatro Libre de Bogotá. Creado en 1988, y siendo el primero en su naturaleza en Latinoamérica, a partir de su primera versión, Bogotá y Colombia se convirtieron en una coordenada ineludible para los mayores promotores y músicos del jazz.
Con propuestas de marcada heterodoxia musical, el circuito del jazz en Colombia en 2023 contempló el consabido itinerario: Bogotá, Medellín, Cali, Mompox, Barranquilla y Pasto. En estas ciudades se han consolidado unos públicos que esperan a artistas provenientes de todos los lugares del mundo con avidez. En el cartel anunciado, dos nombres merecen una revisión detenida: Ernán López Nussa y Mirabassi & Zanchini Dúo. El primero, un cubano con formación clásica que ha versionado canciones memorables del repertorio caribeño. Los segundos, un dueto de clarinete y acordeón de teclado, que, con marcada autenticidad y desparpajo, se sirven de un nivel de ejecución prodigiosa para revivir la música de los salones europeos.
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Los boleros y los sones siempre serán proclives a adquirir los aditamentos rítmicos del jazz. Dicha fórmula alquímica se funda en la ambientación originaria de unas músicas gestadas por el mismo espíritu tutelar. De la traición yoruba a los extramuros de la marginalidad del pueblo negro en Estados Unidos no hay más que una distancia geográfica, que se anula en la secreta familiaridad de una música inspirada por la transgresión y la festividad. Consciente de esta maleabilidad, López Nussa insufla a piezas y fragmentos de la música cubana e ibérica un aire de renovada solemnidad. La suya es una profanación sonora que enaltece lo tradicional aupando un provocador tono ecuménico.
Como si fueran salidos de una postal pintada en plena belle époque, el binomio italiano de Gabriele Mirabassi & Simone Zanchini entusiasma a cualquier auditorio con la gracia y sencillez de sus joviales presentaciones. Con un repertorio que comprende desde el folclore sudamericano, el canon musical europeo hasta ligeras cancioncillas de calle, sus arreglos estilan un divertimento en el que los retozos interpretativos adquieren el rango de probada destreza formal.
En sus orígenes distantes, estas dos propuestas se unen por una abigarrada cercanía que deriva de una pretensión creativa que comparten. Rehacen caminos para inscribirse en una contemporaneidad musical por encima de las fronteras. Las dos siguen la senda del jazz.