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La ruta musical de los esclavos en Latinoamérica

¿Cómo es posible que las personas esclavizadas aún quisieran cantar y bailar? La respuesta es muy sencilla: el canto y el baile al ritmo de la música abrían un espacio para la expresión y la libertad.

Jordi Savall
10 de enero de 2016 - 07:34 p. m.
La ruta musical de los esclavos en Latinoamérica
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A pesar de que durante cerca de cuatro siglos, desde 1492 hasta 1888 (año en el que se abolió la esclavitud en Brasil), los países europeos deportaron más de 25 millones de africanos hacia la esclavitud, el público general no tiene lo suficientemente presente este período —uno de los más dolorosos y reprochables de la historia de la humanidad—. Aquellos hombres, mujeres y niños que fueron sacados brutalmente de sus pueblos en el continente africano y en Madagascar hacia las colonias europeas sólo llevaron consigo su cultura de origen: sus creencias religiosas, su medicina tradicional, sus costumbres culinarias y las canciones y bailes que se preservaron en los nuevos destinos llamados asentamientos o plantaciones. Intentaremos evocar algunos de esos momentos nefastos a través de las emociones y la energía vital de la música.

Pero ¿cómo es posible que las personas esclavizadas aún quisieran cantar y bailar? La respuesta es muy sencilla: el canto y el baile al ritmo de la música abrían un espacio para la expresión y la libertad. Eran una manera de manifestar sus dichas e infortunios, su sufrimiento y esperanza. Para todas estas gentes con orígenes e idiomas diametralmente opuestos, el canto y el baile proporcionaban un universo compartido y una forma de resistirse a la negación de su humanidad.

En este concierto, la música viva, heredera de las antiguas tradiciones de los descendientes de esos esclavos que dejaron huellas profundas en la memoria de los pueblos afectados, desde las costas de África occidental, hasta Brasil, México y las islas del Caribe, entablará un diálogo con formas musicales hispánicas y europeas inspiradas en los cantos y bailes de los esclavos, indígenas y pueblos de todo tipo de mezcla racial. La herencia africana y americana se combina así con elementos importados y tomados de la época renacentista y barroca de Europa.

Gracias a la sorprendente fuerza vital y la profunda emotividad de su música, logramos evocar la historia de la segunda etapa del “comercio triangular” y el tráfico de esclavos que aún perdura en la memoria de los descendientes de las víctimas en Brasil (jongos, caboclinhos paraibanos, ciranda, maracatu y samba), Malí (cantos de griot), Colombia, México y Bolivia (tradicionales cantos y bailes africanos). El testimonio de la colaboración más o menos forzada de los esclavos en la liturgia de las iglesias del Nuevo Mundo se ve representado en villancicos de negros, villancicos de indios y negrillas, canciones cristianas compuestas por Mateo Flecha el Viejo (La negrina), Juan Gutiérrez de Padilla (manuscritos de Puebla), Juan de Araújo, Roque Jacinto de Chavarría y fray Filipe da Madre de Deus, entre otros, que surgen de una cultura de conquista y evangelización forzosa.

En este programa, nuestro objetivo es mantener viva la memoria de esta tragedia humana y rendir homenaje a las víctimas de la terrible trata de millones de hombres, mujeres y niños africanos que fueron deportados sistemáticamente durante siglos. No debemos olvidar que el “comercio triangular” que unió a Europa, África y el Nuevo Mundo y que apuntaló el crecimiento económico de las principales naciones de Europa y sus colonias en América no se abolió hasta finales del siglo XIX. Posiblemente las potencias de hoy —que tanto se beneficiaron del trabajo gratuito de los esclavos en tiempos coloniales— deberían reflexionar acerca de su responsabilidad en la difícil situación actual de los pueblos africanos y proponer soluciones más eficientes y humanas ante los problemas de inmigración clandestina hacia el sur de Europa.

Escuchemos los ritmos y las canciones que nos traen a la memoria aquella historia forjada en el sufrimiento, cuando la música llegó a ser un medio de supervivencia y, por fortuna para todos nosotros, el único remanso de paz, consuelo y esperanza.

Por Jordi Savall

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